Incapaz de resistir la fuerza del deseo, se puso de puntillas y se pegó a Kardal. Le habría gustado poder meterse dentro de él. Cuando notó su lengua, respondió con más intensidad, enlazando las de ambos, rogándole en silencio que no terminara nunca. Kardal recorrió su espalda con las manos y tuvo el descaro de plantar las palmas en su trasero. Echó las caderas hacia delante, apretando su erección contra la a de Sabrina.

Tal vez no había visto nunca a un hombre totalmente excitado, pero no le cupo duda de lo aquel bulto significaba.

– Te deseo-gruñó Kardal cuando apartó la boca. Y, de pronto, los ojos de Sabrina se arrasaron de lágrimas. Kardal frunció el ceño.

– ¿ Qué te pasa? No puedes estar sorprendida.

– No lo estoy.

Sabrina sintió una punzada en el pecho. No sabía qué significaba ni a qué se debía. Por alguna razón, sus palabras le habían dolido.

La deseaba. No la amaba.

El tiempo se detuvo. Sabrina no podía respirar, no podía pensar, no podía hacer nada más que seguir de pie mientras asumía la realidad.

Ella quería que Kardal la amase. Pero ¿por qué? Nunca podrían estar juntos. Estaba prometida a otra persona. Su padre nunca la perdonaría, jamás lo entendería. Y Kardal tenía responsabilidades. Debería alegrarse de que solo la deseara sexualmente.

Pero no se alegraba. Porque… porque… porque quería más. Quería que Kardal anhelase su amor tanto como su cuerpo.

– ¿Sabrina? -Kardal le secó las lágrimas que le corrían por las mejillas-. ¿Por qué lloras?

No podía decirle la verdad, así que buscó alguna respuesta con la que pudiera contestar.

– No podemos hacerlo -respondió-. Estar juntos. Si me quitas la virginidad, te matarán; te exiliarán como poco.

– No hace falta que te preocupes, pajarillo -Kardal sonrió-. Deja que yo me ocupe de eso.

– No puedo. No quiero que te pase nada.

Se sentía confusa. Era verdad: no quería que nadie le hiciera daño. Aunque no la quisiera como ella a él, quería lo mejor para Kardal. Así que no podían ser amantes.

Estaba complacida y aturdida por la temeridad de Kardal. ¿De veras arriesgaría su vida por acostarse con ella? Le pareció posible. Pero él nunca le abriría las puertas de su corazón.

Estaba indecisa, asustada.

Vete -Sabrina lo empujó-. No podemos seguir haciendo esto.

Por una serie de razones, algunas de las cuales jamás le explicaría.

Kardal miró a Sabrina mientras esta se apartaba de él. Seguía llorando. Estaba angustiada.

Las cosas estaban saliendo tal como había planeado.

Como quieras -contestó por fin-. Te veré por la mañana.

Salió de la habitación y se encaminó hacia el despacho. Era evidente que Sabrina se había encariñado con él. Como lo demostraba que la preocupase su integridad física. Aunque al principio se había mostrado reticente a ese matrimonio, de pronto le parecía que era la esposa perfecta. Era una mujer inteligente, de modo que sus hijos serían buenos gobernantes. Le gustaba el castillo y se interesaba por el pueblo.

Se había adaptado bien a vivir dentro de los muros de la ciudad. Evidentemente, el matrimonio fortalecería los lazos con Bahania Su cuerpo excitaba y no tenía duda de que se entenderían en la cama. Sí, sería una esposa estupenda. Esa misma noche llamaría al rey Hassan y le diría que accedía a casarse con su hija

Se detuvo en el pasillo. ¿Cuándo se lo haría saber a Sabrina? Todavía no. No hasta después de la visita de Givon. Mejor luego, cuando no tuviera ninguna preocupación. Organizarían la boda juntos. Era una mujer sensata y se sentiría honrada cuando supiera que la encontraba digna de ser su esposa.

Recordó el miedo que había visto en sus ojos. Su preocupación por su integridad. Quizá hasta se estuviera enamorando de él. Siguió andando con paso alegre. Estaría bien que Sabrina lo amara, pensó. Seguro que lo querría con la misma intensidad y determinación con que llevaba a cabo todas sus cosas. Sí, había elegido bien.

Capítulo 12

KARDAL llamó al rey de Bahania y enseguida le pusieron en contacto con él.

– La devuelves, ¿no? -dijo Hassan nada mas ponerse al aparato-. Supongo que es normal. Nunca ha sido muy…

Cuidado con lo que dices -atajó Kardal. Estás hablando de mi futura esposa. ¿Qué? -exclamó asombrado el padre de Sabrina-. ¡No irás a casarte con ella!

Eso pretendo. Todavía no se lo he comunicado, así que confío en que no le digas nada.

Pero…

Te equivocas con Sabrina -volvió a interrumpirlo Kardal -. De cabo a rabo. No sé cómo será su madre, pero te aseguro que tu hija es un tesoro. Es leal, valiente, decidida, cariñosa, y hasta inteligente.

Sí, bueno… Quizá -Hassan sonaba perplejo. Kardal, ¿eres consciente de que no puedo garantizar que sea virgen?

Fue el agravio definitivo. Kardal se levantó y estranguló el cuello del auricular

– Yo sí la garantizo. Sé que no la ha tocado ningún hombre -contestó. Y, para provocar a Hassan, añadió-: Hasta ahora.

– ¡Kardal! -exclamó indignado el padre de Sabrina-. Si has desflorado a mi hija, juro que te cortaré la cabeza.

– ¿No te parece que es un poco tarde para fingir que te interesas por Sabrina? -lo desafió Kardal-. Ya no es asunto tuyo. A pesar de tu irresponsabilidad en su formación, reúne todo lo que quiero en una esposa. Acepto el matrimonio. Ocúpate de preparar una boda acorde a tu hija y al príncipe de los ladrones.

Luego, sin despedirse, colgó el teléfono. Contento por haber captado la atención de Hassan, se concentró en el trabajo que tenía por delante.

El helicóptero apareció en el cielo, primero como un pájaro pequeño, después más y más grande contra el azul del cielo del desierto. Kardal estaba de pie, mirando a los hombres del equipo de seguridad que Rafe había reunido más que la llegada de su propio padre.

Sabrina estaba detrás de él, junto a Cala, que estaba casi sin aliento de puro nerviosismo.

– No puedo hacer esto -murmuró y se giró como si fuera a marcharse.

– Todo irá bien -Sabrina le puso una mano en un hombro para tranquilizarla-. Estás radiante. Givon se quedará sin palabras.

Era verdad, pensó Sabrina. Cala llevaba un elegante vestido morado. Se había recogido el pelo en un moño. En sus orejas relucían dos pendientes de diamante, un único adorno que no distraía la atención de sus bellas facciones.

Rafe estaba a la izquierda. Parecía calmado, claro que Sabrina tenía la impresión de que el encargado de la seguridad no perdería los nervios ni en un terremoto. En cuanto a ella, estaba para hacer lo que fuese necesario para que la visita fuese un éxito para Kardal. Era su principal inquietud. A pesar de las veces que habían hablado al respecto, sabía que no estaba preparado para el impacto de conocer a su padre. Decía que le daba igual, que Givon lo dejaba indiferente, pero no era cierto.

El viento soplaba. Sabrina trató de imaginar como sería encontrarse con un hombre que se había desentendido de su hijo toda la vida. ¿ Qué estaría sintiendo Kardal? Aunque ella era la primera que tenía problemas con su padre, o al menos sí la había reconocido como su hija desde el principio.

Pero cuando dos de los hombres de Rafe abrieron las puertas del helicóptero y Givon apareció, la sorprendió advertir que no parecía la encarnación del diablo. Llevaba un traje a medida que le daba un aire de empresario europeo. Era unos cinco centímetros más bajo que Kardal, de complexión fuerte, con unos ojos oscuros heredados por su hijo. Intuyó una mezcla de sabiduría y tristeza en su rostro. Algo en la curva de su boca la hizo preguntarse, por primera vez, si no habría sufrido él también todo aquel tiempo.

¿Lamentaba no haber podido conocer a su hijo? Kardal no creía que Givon se hubiera mantenido distante porque se lo había jurado a Cala, pero quizá fuese verdad.

Sabrina suspiró. No era una situación con una solución sencilla. Aunque tampoco había esperado que lo fuese.

Givon bajó del helicóptero. Un agente de seguridad lo siguió. El piloto apagó el motor. Cuando el ruido cesó, Sabrina esperó a que Kardal dijera algo. Como gobernante de la ciudad, era su deber ser el primero en saludar. Pero no dijo nada, ni se movió.

Cala solucionó el problema dando un paso al frente y situándose junto a su hijo. Luego avanzó despacio y con majestuosidad hacia un hombre al que no veía desde hacía más de treinta años. Sabrina observó las emociones que iba reflejando el rostro del rey: alegría, dolor, anhelo. En ese momento, tuvo la certeza de que Givon había querido a Cala con todo su corazón.

– Bienvenido a la Ciudad de los Ladrones – dijo en tono afectuoso-. Ha pasado mucho tiempo, Givon.

– Sí. Empezaba a preguntarme si volvería a esta ciudad.

No pronunció las palabras volvería a ver a ella., pero no hizo falta Sabrina las oyó y, a juzgar por la indecisión de Cala, esta también. El corazón se le encogió al ver a la pareja frente a frente. Hubo un monto incómodo cuando Cala estiró una mano para estrechar la suya y luego la retiró. Givon un paso adelante, Cala dio un grito suave y abrió los brazos. El rey la abrazó.

Fue un momento tan íntimo que Sabrina desvió la mirada. Se fijó en Kardal.¿Qué esta-pensando?, ¿Empezaba a entender que nadie tenía la culpa de la situación?

Es hora de que os conozcáis -dijo Cala.

El rey se acercó a su hijo y le ofreció la mano.

– Kardal.

– Majestad, bienvenido a la Ciudad de los Ladrones -dijo el príncipe mientras le estrechaba la mano.

Aunque Givon no dejó de sonreír, Sabrina advirtió el dolor que asomaba a su mirada. Había esperado un recibimiento más cordial.

Tenía que darle tiempo, pensó en silencio. Kardal necesitaba más tiempo.

– Te presento a Sabrina. Quizá la conozcas por su título oficial: la princesa Sabrá de Bahania.

– Sabrina, un placer. No sabía que estuvieras aquí -comentó sorprendido Givon tras hacer una reverencia-. Hablé ayer mismo con tu padre y no me comentó nada.

– Es mi invitada -dijo Kardal – Está… estudiando nuestros tesoros.

– Sí, claro, eso lo dices ahora -dijo Sabrina con alegría para distender la tensión. Luego levantó los brazos para que las mangas bajaran y pudieran verse los brazaletes que llevaba en las muñecas-. Cuando me capturaste en el desierto y me hiciste tu esclava no decías lo mismo.

– ¿Has tomado a una princesa de Bahania como esclava? -preguntó perplejo Givon.

Kardal le lanzó una mirada con la que le dijo que ya arreglaría cuentas con ella luego. Sabrina se limitó a sonreír. Le daba igual si se enfadaba o no. Lo único que importaba era que se acercara a su padre.

– La cosa no es tan fácil -contestó.

– Sí que lo es -insistió Sabrina-. Le daré lodos los detalles mientras lo acompaño a su habitación. Por aquí, Majestad.

Givon vaciló. Miró a su hijo, a Cala. Por fin intió con la cabeza y se dirigió a Sabrina.

– Llámame Givon, por favor -le dijo mientras se encaminaban hacia el palacio.

– Me siento honrada. Teniendo en cuenta soy una esclava.

– Veo que te has hecho un hueco en la vida de Kardal -dijo Givon sonriente-. Al margen de cómo llegaras a la ciudad.

Mi misión consiste en sacarlo de sus casillas-bromeó Sabrina al tiempo que tomaba brazo a Givon.

Kardal los miró alejarse. Le daba rabia que Sabrina se hubiera dejado engañar por el falso encanto de su padre. Había esperado más de ella.

– ¿Qué te parece? -preguntó Cala con voz temblorosa.

No sé qué pensar. Siempre es agotador recibir visitas de Estado. La seguridad, romper con la rutina…

No me tomes por tonta, Kardal- atajó Cala- Soy tu madre. No estoy hablando de la visita oficial. Te estoy preguntando qué te parece tu padre. No lo habías visto nunca, ¿no?,

Sabía de sobra a qué se había referido su madre con la pregunta, pero no había querido contestar.

No, no lo había visto.

En las reuniones internacionales. Kardal siempre se las había arreglado para evitar al rey Givon y este nunca lo había buscado. Y en las conversaciones directas entre la ciudad y El Bahar, ambos habían enviados representantes.

– Bueno ¿ qué piensas?

– No lo sé – contestó él.

Y era verdad. Givon no era el demonio, ni siquiera un mal hombre. Kardal se sentía confundido, furioso y dolido. No podía explicar por qué se sentía así, ni sabía cómo librarse de tales emociones.

– Lo siento, no debería haberos mantenido apartado todos estos años- Cala acarició el brazo de su hijo.

– No fue culpa suya

– Sí lo fue. No quieres cargarme con ninguna responsabilidad en todo esto, pero tengo mucha. Era joven y tonta. Cuando Givon regresó junto a su familia, estaba destrozada. Lo expulsé de mi vida, a lo que tenía derecho, pero también lo expulsé de la tuya, y en eso me equivoqué.