Kardal agarró las manos de Sabrina y esta soltó el vestido, que cayó al suelo. Debajo llevaba un sujetador y bragas de seda. Sin tiempo para reaccionar, se encontró medio desnuda frente a Kardal, que contuvo la respiración maravillado, como si su cuerpo fuese tan hermoso como los tesoros que llenaban el castillo. De repente, se le pasó cualquier posible vergüenza. Se sintió orgullosa de ser la mujer a la que Kardal deseaba.
– Moriría por ti -susurró y la sorprendió hincándose de rodillas
Sabrina no sabía qué pensar. ¿Kardal arrodillado ante ella?, ¿Qué significaba? Pero, antes de dar con una respuesta, notó que la besaba en el ombligo. Sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo. La piel se le puso de gallina, los pechos se le hincharon todavía más.
Kardal paseó la lengua por su tripa antes de bajar. Sabrina notó un temblor entre los muslos, hacia arriba, hacia abajo, casi no podía mantenerse en pie. Sin pensarlo, puso una mano sobre un hombro de Kardal y la otra en la cabeza. Le mesó el cabello y gimió cuando Kardal le besó justo encima del elástico de las bragas. Luego descendió a lo largo de sus muslos.
Era un cosquilleo. Era perfecto. Temblaba tanto que solo podía seguir de pie aferrándose a Kardal. Este le rodeó la cintura con un brazo y siguió besándola, mordisqueándola, lamiéndole las piernas. Finalmente, le bajó las bragas de un tirón.
Estaba desconcertada por lo que ocurría. ¿No deberían estar en la cama?, ¿No debería estar la habitación a oscuras? ¿O, al menos, con una luz más tenue? El sol entraba por las ventanas. Estaban lo suficientemente altos en el castillo como para que nadie los viera, pero se sintió violenta cuando Kardal le pidió que sacara los pies de las bragas. Violenta y vulnerable.
– Kardal, no creo que…
La besó. No en el estómago ni en la pierna, sino en su parte más íntima. Un beso con lengua que la dejó sin respiración. Sabrina sintió una explosión de placer arrasadora. Sin querer, separó las piernas para que pudiera besarla de nuevo. Kardal le apartó los rizos del vello púbico y le lamió con fuerza su punto más sensible. Sabrina gimió, las piernas se le doblaron, Kardal la sujetó y la apretó contra su cuerpo.
– Mi pajarillo -murmuró mientras se quitaba la chaqueta. Luego la levantó en brazos y la llevó a la cama-. Voy a hacerte volar.
Ella no tenía objeciones. Ni voluntad. Habría hecho cualquier cosa que le pidiese, le había prometido el mundo. Lo que fuera con tal de que volviese a tocarla de ese modo.
La posó sobre el colchón. Luego se inclinó sobre ella y le desabrochó el sujetador. Cuando estuvo totalmente desnuda, se recostó a su lado y se apoderó de uno de sus pezones.
Sabrina nunca había sentido el calor y la humedad de la boca de un hombre sobre sus pechos. Nunca había sentido la tensión que recorría su parte más femenina. Una y otra vez, Kardal pasaba la lengua por sus senos, descubriendo sus formas, los puntos más sensibles. Mientras tanto, le acariciaba el otro pezón.
No habría podido decir cuánto tiempo la estuvo tocando así. Por fin, cuando tenía el cuerpo entero tenso y dispuesto a aliviarse, a cualquier tipo de alivio, empezó a bajar.
Esa vez sí supo qué esperar. Esa vez casi lloró ante la expectativa de sentir su lengua sobre su cuerpo. Se movió entre sus muslos y ella los separó para acogerlo. Cuando Kardal bajó la cabeza, contuvo la respiración.
Luego gimió su nombre. Él la lamió desde la entrada de su lugar más íntimo hasta ese punto de placer oculto. Una y otra vez. Al principio despacio, luego más rápido. Sabrina se agarró a la colcha, incapaz de pensar ni hacer nada más que sobrevivir a ese placer indescriptible que jamás había experimentado.
Nadie más podría hacerle sentir algo así, se dijo mientras notaba el cuerpo todavía más tenso. Nadie podría tocar su cuerpo y su corazón como Kardal. Quiso decírselo. Quiso gritar que lo amaba, que siempre lo amaría; pero necesitaba aire para pronunciar las palabras y no podía respirar. Solo pudo aguantar la súbita oleada que la arrasó.
Fue perfecto. Mejor que en sus fantasías más salvajes. Era imposible y, sin embargo, el placer continuó hasta acabar desfallecida, más contenta que en toda su vida.
Abrió los ojos y vio a Kardal encima de ella.
– Todavía hay más -dijo este antes de darle un beso en el cuello.
Luego se incorporó y se quitó la corbata. A continuación se despojó de la camisa. Y de los zapatos y los calcetines. Por fin se libró de los pantalones y los calzoncillos.
En cuestión de segundos, se había quedado tan desnudo como ella. ¡Dios, estaban desnudos! Intentó fijarse en el color bronceado de su torso, pero sus ojos se vieron arrastrados hacia el vello que bajaba por sus abdominales. Y siguieron descendiendo hasta clavarse en la prueba más palpable de su excitación.
Era bonito, en la medida en que puede ser bonito un hombre erecto. Kardal le sonrió mientras se arrodillaba sobre el colchón y se inclinaba a besarle los pezones.
– Te pediría que me tocaras, pero las consecuencias podrían ser desastrosas. Me encuentro en la embarazosa situación de tener que reconocer que no estoy seguro de que pueda controlarme – Kardal le acarició la cara-. Me gustaría poder decir que es porque hace mucho que no estoy con una mujer, pero es por otra cosa… Es… por… ti… Solo tú despiertas un deseo tan ardiente dentro de mí, Sabrina -añadió tras acomodarse entre las piernas de ella y empezar a frotarla de nuevo.
Jamás pensó que podría necesitarlo otra vez tan rápido, pero nada más terminar de pronunciar la frase, comprendió que estaba preparada para que Kardal la llevase de vuelta al paraíso.
– Kardal -susurró al tiempo que abría los brazos.
Una vocecilla de alarma sonó dentro de su cabeza. Una vocecilla que le recordó que si seguía adelante, no habría vuelta atrás. Las vidas de los dos cambiarían para siempre. Pero no pudo apartarse ni pedirle que parara. Lo deseaba. Lo necesitaba. Lo amaba y quería perder la virginidad en sus brazos.
No tuvo que insistirle. Kardal se deslizó entre sus muslos y empujó con cuidado. Al principio, el cuerpo de Sabrina estaba húmedo de la anterior explosión, pero luego empezó a tensarse. La presión creció, una presión distinta a la que había sentido antes.
Kardal hizo una pausa, metió la mano entre los dos y localizó su punto de placer. Lo frotó. No tardó en excitarla. Luego empujó otro poco. Y así avanzaron hasta llegar a la barrera que delimitaba su inocencia.
Tras disculparse con un beso, dio un último empujón Y, de pronto, estaba dentro de ella Apoyándose en los brazos, Kardal empezó a entrar y salir en un baile sin tiempo Sabrina se agarró a él atenta a la reacción de su cuerpo ante cada nueva acometida. Empezó a sentir cosquilleos, llamaradas de fuego imprevistas. Lo apretó con más fuerza. Quería más, quería a Kardal. Quería… De repente sintió unas contracciones profundas bajo el vientre. Como corrientes cálidas en un estanque. No lo esperaba y creyó que se hundiría en aquel mar de sensaciones.
– Sí -gruñó Kardal tras arremeter de nuevo.
Con cada movimiento aumentaba la intensidad de las corrientes. Hasta que, por fn, se puso rígido y gritó el nombre de Sabrina. Esta sintió el potente espasmo que estremeció su cuerpo.
Luego permanecieron entrelazados hasta que recuperaron la respiración. Kardal le acarició la cara. Sonrió.
– Eres mía -le dijo-. Te he hecho mía y nada del mundo va a cambiarlo.
Capítulo 14
SABRINA estaba acurrucada en brazos de Kardal y trataba de pensar únicamente en lo contenta que se sentía. En lo maravilloso que había sido todo desde que había empezado a tocarla.
Por fin lo había hecho: ya no era la virgen inocente de hacía una hora. Le sorprendió que tomar conciencia de ello no la asustara. Había tenido tanto miedo a convertirse en una mujer como su madre si se permitía acostarse con un hombre.
Siempre había luchado para que el sexo no gobernara su vida. Recordó una conversación que había oído de ida entre su madre y otra mujer Decían que estar con un hombre las hacía desearlos a todos Sabrina no las había entendido entonces y seguía sin entenderlas. Por su parte, sería más feliz si pasaba el resto de su vida con Kardal nada más.
Había peleado muchos años por no parecerse a su madre y por fin sabía que lo había conseguido. Tal vez siempre habían sido diferentes y no se había dado cuenta hasta entonces.
– ¿En qué piensas? -le preguntó Kardal mientras le acariciaba el pelo.
– En que no tengo que preocuparme por convertirme en una viciosa -respondió al tiempo que se apretaba contra el cuerpo de él.
– Te daba miedo hacer el amor con un hombre porque pensabas que seguirías la conducta de tu madre -comentó Kardal-. Y has visto que sois personas distintas -añadió sonriente.
– Sí – Sabrina le acarició un brazo con la barbilla-. No tengo interés en ningún otro hombre.
Kardal la volteó hasta tenerla boca arriba, con la cabeza sobre la almohada. Se agachó a besarla.
– Así es como debe ser -afirmó con arrogancia-. Ya te he dicho que eres mía. Nadie más te poseerá nunca. Ni siquiera el viejo de mal aliento.
Sus palabras rompieron el muro que Sabrina se había levantado. Mientras hacían el amor, había conseguido desentenderse del temor que la invadía, pero ya no podía seguir pasando por alto las consecuencias de lo que había hecho.
– Kardal, no bromees con eso -dijo nerviosa. Lo apartó, se incorporó y tiró de la sábana para cubrirse-. No lo entiendes.
– No te preocupes por nada -Kardal se sentó también sobre la cama-. Todo irá bien.
– ¿Sí?, ¿Qué crees que pasará cuando mi padre se entere de esto? ¿Qué dirá mi prometido?
No le va a gustar descubrir que no soy virgen contestó Sabrina. Estaba aterrada. Agarró la sábana entera, se tapó por completo y corrió hacia el armario-. ¿Por qué te comportas como si esto no importara? -añadió mientras alcanzaba su ropa.
Tenía que haber una solución. ¿Qué le haría su padre a Kardal?, ¿Se limitaría a amenazarlo o l legaría a agredirlo de verdad? ¿Y su prometido?, ¿Qué clase de hombre sería? Si tenía mal carácter…
Tienes que hacer algo. Vete. Una temporada, hasta que todo esto se pase – dijo mientras se ponía unas bragas, un sujetador y un vestido sin mangas.
Kardal no parecía advertir la gravedad de la situación En vez de levantarse y vestirse, se tumbó en la cama y dio un golpecito en el colchón invitándola a unirse a él.
– Te digo que no te preocupes -repitió
– . Todo saldrá bien
Era tan guapo. Tan fuerte, tan buen gobernante. Nunca había conocido a un hombre igual y jamás lo conocería.
– Kardal, tienes que escucharme -dijo mientras dejaba resbalar una lágrima por la mejilla.
– ¿Lloras por mí? -preguntó él antes de secársela.
– Por supuesto -respondió Sabrina. Le entraron ganas de sacudirlo por los hombros- ¿Es que no te das cuenta? Te amo. No quiero que te pase nada malo. Maldita sea, Kardal, levántate, vístete y vete.
No había pensado qué ocurriría si le confesaba lo que sentía, pero en ningún momento ha bría imaginado que Kardal fuera a sentarse y echarse a reír. Su reacción la sorprendió tanto que dejó de llorar y la miró boquiabierta.
– ¡Qué dulce eres! -exclamó sonriente después de darle un beso-. Y me alegra que me quieras. Siempre es importante que las mujeres amen a los hombres. El amor las hace felices. Y obedientes. Aunque no creo que tú llegues a tanto nunca. Aun así, tienes muchas virtudes y serás una excelente esposa para mí.
Ella oyó las palabras. Entraron por sus oídos y se colaron hasta el cerebro. Pero no tenían sentido.
– ¿Qué? -acertó a susurrar.
– ¿No lo adivinas? -Kardal sonrió-. Yo soy tu anciano de mal aliento. Yo soy el hombre con el que tu padre te prometió.
– ¿Tú?
Sabrina retrocedió un paso. Intentó recordar la conversación con su padre. El momento en el que le había anunciado que se casaría con un desconocido. No se había quedado lo suficiente para saber de quién se trataba. Pero ¿Kardal?
– Ya sé: eres feliz -dijo él encogiéndose de hombros-. Así es como debe ser -añadió mientras salía de la cama y recogía su ropa.
Un objeto contundente voló hacia él. Kardal. Apenas tuvo tiempo para agacharse antes de que un jarrón atravesara el espacio en el que había estado su cabeza un segundo antes. Miró a Sabrina. Su cara echaba chispas de furia.
– ¡Maldito seas! -exclamó colérica – ¿Cómo te atreves?
Kardal se puso los pantalones y levantó las manos en señal de protesta.
– ¿Qué pasa?, ¿Por qué estás enfadada? Deberías estar contenta de no tener que casarte con un anciano con tres mujeres.
– ¡Lo sabías! -Sabrina lo señaló con un dedo como si acabase de robar algo precioso-, Sabias que estábamos prometidos, pero no me lo querías decir. Por eso me hiciste tu esclava.
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