– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Hassan

– . Givon, ¿qué haces tú en la Ciudad de los Ladrones?

– He venido a visitar a mi hijo.

Hassan enarcó las cejas.

Kardal trató de encontrar algún parecido entre Sabrina y su padre, pero no vio más similitud que el color marrón de sus ojos.

– No sabía que hubieses reconocido a tu hijo.

– Lo reconozco ahora -contestó Givon.

– Ya era hora -dijo Hassan.

Los tres se quedaron en silencio. De pie. Rafe había optado por tomar asiento en el sofá. Kardal pensó en hacer de anfitrión educado, pero en esos momentos le daban igual los buenos modales y lo que los demás hombres pensaran de él. Se dirigió a Hassan.

– No tienes derecho a dar lecciones a nadie sobre cómo tratar a un hijo. ¿Qué me dices de tus responsabilidades como padre? Tu hija es una mujer bonita e inteligente. Das por sentado que es como su madre porque no te has molestado en conocerla. Podría haber sido la flor más bonita del jardín que forman tus hijos, pero solo has cuidado de tus varones. Te desentendiste de ella porque era lo más fácil -dijo y se giró hacia Givon-. Como tú te desentendiste de mí.

– No lo niego -aceptó este-. Pero te recuerdo que te has convertido en un gobernante valioso y respetado por tu pueblo.

– Eso no te excusa.

– Puede que no, pero explica mi elección. Tenías a tu madre para que te criara y amara. Si me hubiera marchado de El Bañar, habría tenido que abandonar a mis hijos. Y ellos no tenían madre.

Kardal no quería aceptar los argumentos de su padre.

– ¿Y qué pasa con Cala?, ¿Alguna vez pensaste en ella?

– Todos los días de mi vida. Igual que en ti. Quería estar con los dos. Puedes creértelo o no, pero es verdad.

Givon había hablado con una tristeza tan honda que a Kardal casi se le olvidó que estaba enfadado.

– Todo esto está muy bien -terció Hassan-. Reconciliaos si queréis, pero no me habéis respondido. ¿Dónde está mi hija?

– Ha huido -contestó Kardal-. Givon se niega a decir adonde.

– Te dejas la parte más interesante de la historia -contestó Givon sonriente.

– ¿Qué parte? -preguntó incómodo Kardal.

– Cuéntale lo de que se ha enamorado de ti -propuso Rafe desde el sofá-. Y lo de esta tarde. Ya sabes, cuando…

Kardal asesinó a Rafe con la mirada, pero su amigo se encogió de hombros.

– Ya ajustaremos cuentas -le dijo antes de dirigir su atención a Hassan.

El rey de Bahania parecía a punto de estallar. Aunque llevaba un traje occidental, era evidente que había nacido en el desierto y su sangre exigía venganza.

– ¿Lo de esta tarde! -repitió crispado.

– Estamos prometidos -le recordó Kardal-. Y eres tú el que me dijo que no garantizabas que fuese virgen.

– Y tú el que me dijo que seguía intacta. Hasta que te aprovechaste de ella. Creía que estabas lanzándome un farol, poniendo a prueba mi paciencia para llamar mi atención.-Es importante que Sabrina y yo nos casemos cuanto antes -Kardal respiró profundo-. Me he acostado con ella esta tarde.

Hassan se lanzó por él. Givon se interpuso entre los dos, Rafe saltó del sofá; pero Kardal los apartó a los dos y se acercó a Hassan.

– ¿Qué vas a hacerme?

– Decapitarte -escupió Hassan- Si tienes suerte. Porque quizá me asegure de que no vuelvas a estar con una mujer en tu vida.

– ¿Por qué? -lo desafió Kardal-. Sabrina nunca te ha importado.

– Eso no te daba derecho a poseerla -contestó el rey de Bahania.

– Lo sé. Y quiero arreglarlo casándome con ella.

– Creo que aquí es donde empieza la discusión, rey Hassan -terció Rafe tras meter las manos en los bolsillos-. La cuestión es que Sabrina ya no quiere casarse con él.

– ¿Qué?, ¿Por qué iba a rechazarte? -preguntó sorprendido.

– Es una mujer. Incomprensible como todas las mujeres -contestó Kardal.

Sabía que podía obligar a Sabrina a que se casara con él. Se trataba de un matrimonio concertado y no hacía falta que ella estuviera presente para que se celebrara. Pero Kardal quería que Sabrina también lo deseara.

– Ella lo ama -dijo Rafe-. Pero él no la corresponde. Así que se ha marchado.

– El amor -Hassan hizo un aspaviento-. Las mujeres y el amor. Se creen que es la luna y las estrellas.

Tienen ranzón -afirmó Givon-. Hace treinta y un año antepuse el deber al amor Aunque no me arrepiento de mi decisión, porque siento que no tenía otra opción, he odiado las consecuencias cada día que ha pasado desde entonces.

Para Kardal no se trataba de un deber. Era cuestión de ser prácticos. Las mujeres amaban y los hombres… Frunció el ceño. ¿Qué hacían los hombres? Respetaban a sus esposas, las trataban bien, cuidaban de ellas y de sus hijos. Pero ¿Amarlas?

Miró a su padre. Givon aseguraba que no había dejado de amar a Cala.

– ¿Por qué? -le preguntó-. ¿Por qué querías a mi madre?

– Citando a tu futuro suegro, era mi luna y mis estrellas -Givon sonrió-. Había pasión, pero era mucho más. Era un encuentro más profundo. No había nadie con quien tuviera más ganas de hablar, nadie que me entendiera y a quien yo mejor entendiese. No me habría importado que me viese enfermo o débil. Podía confiar en ella con todo mi corazón.

– Sí, sí, todo eso está muy bien -dijo Kardal impaciente-. Pero los hombres no aman.

– Puede que tengas razón -Givon asintió con la cabeza-. Puede que te des por satisfecho viviendo sin Sabrina.

– No quiero vivir sin ella -contestó-. La quiero aquí.

– ¿Por qué? Solo es una princesa con una boca bonita -lo presionó Rafe-. La verdad, siempre me pareció un incordio de mujer. Podía haberte conseguido una docena, todas mejores que ella en la cama.

Kardal se giró hacia su amigo y lo agarró por las solapas.

– Vuelve a hablar así de ella y te estrangulo con mis propias manos.

– Un poco violento para no estar enamorado -respondió Rafe sin amedrentarse lo más mínimo.

Kardal lo soltó.

– Yo no…

Pero descubrió que no podía decir que no quería a Sabrina. Se acercó a la ventana y miró al vacío. Intentó imaginarse un mundo sin su pajarillo del desierto. De pronto, los muros de la ciudad le parecieron una jaula. ¿Cómo podría sobrevivir sin oír su risa?, ¿Sin contemplar su belleza?, ¿Sin admirar su inteligencia, su insistencia en devolver los tesoros a gobiernos que hacía tiempo que se habían despreocupado de ellos?

– Vamos -dijo tras girarse hacia la puerta-. Tenemos que encontrarlas. Hassan, puedes acompañarnos, pero tienes que prometerme que tratarás a tu hija con respeto. Givon, tienes que venir conmigo: eres el único que conoce el camino.

– No tan rápido, principito -Hassan le obstaculizó el paso-. Todavía tienes que pagar lo que le has hecho a mi hija.

Sabrina estaba sentada en la terraza mirando salir el sol sobre el Océano índico. La isla de Givon era paradisíaca, pero ni la belleza de la vegetación ni la caricia de la brisa secaban las lágrimas de sus mejillas o aliviaban el dolor que le partía el corazón.

No volvería a verlo jamás. Podría amarlo el resto de su vida, pero se negaba a entregarse a un hombre que no la amaba. Peor todavía, Kardal ni siquiera reconocía que quererla fuera necesario para que su relación funcionase.

Había sido estúpida. ¿Cómo había dejado que la engañase de ese modo?, ¿Por qué no se había dado cuenta de lo que estaba pasando? Todo el tiempo tan preocupada y él lo había sabido desde el principio…

– ¿Has dormido algo? -le preguntó Cala al salir a la terraza.

Sabrina negó con la cabeza. Se sorbió la nariz y se secó las lágrimas de la cara.

– Me gustaría decirte que me he pasado la noche pensando formas dolorosas de matar a tu hijo, pero no le deseo la muerte.

– Aunque creo que mi hijo se está portando mal, yo tampoco le deseo la muerte -dijo Cala mientras se sentaba junto a Sabrina-. Además, si de verdad lo quieres, no podrías vivir sin él.

– No tengo otra opción -contestó y miró a Cala-. ¿O es que quieres que vuelva y acepte lo que ha pasado?

– En absoluto. Pero alejarse puede ser muy duro -Cala miró hacia el mar. Suspiró-. Perdonar no es fácil, Sabrina. Pero a veces es la única alternativa. Kardal siempre me ha preguntado que por qué no me casé. No me faltaban ofertas, hombres que se interesaran por mí, buenos hombres. Y ya me había resignado a no tener a Givon. Después de un tiempo de desolación, decidí que encontraría a alguien a quien quisiera igual y me casaría con él.

– ¿Qué pasó?

– Nunca lo encontré. Yo solo quería encontrar a alguien a quien amara igual que a Givon. No más, sino lo mismo. Pero no pude. Sentí aprecio y respeto por muchos de los hombres que conocí. Fui amante de algunos y compartimos varios años. Pero nunca los quise de la misma forma, así que nunca me casé. Me he pasado treinta y un años obsesionada con un fantasma.

– Pero ahora ha vuelto -dijo Sabrina.

– Lo sé -Cala sonrió-. Y sigue sintiendo por mí lo mismo que antes. Me ha pedido que nos casemos. Así que tengo dos opciones: perdonarlo y aceptar la felicidad que me ofrece o vivir con la amargura de vengarme y rechazarlo.

– Te casarás con él -afirmó Sabrina sin dudarlo.

– Sí. Iré con él a El Bahar y empezaremos una vida nueva -contestó Cala-. Kardal no debió ocultarte la verdad. Y si no es capaz de reconocer que te quiere, creo que haces bien en separarte. Porque si no es capaz de decir la verdad sobre lo que siente, también mentirá en otras cosas. Pero si vuelve a ti y te confiesa su amor, te aconsejaría que lo perdonases y pasases página. De lo contrario, me temo que lo lamentarás el resto de tu vida. Y aunque se te presentara una segunda oportunidad más adelante, nunca te parecerá tan preciosa como esta. Sabrina no sabía qué decir. Apreciaba a Cala y las lecciones que le había enseñado la vida, pero Kardal había dejado claro que no la quería. Había estado riéndose de ella, no cortejando a una esposa. -No puedo…

Un tumulto procedente del vestíbulo las hizo girarse. La estaban llamando a gritos. Sabrina se ciñó la bata y se puso de pie.

– Princesa -le dijo una de las criadas -, venga en seguida.

Cala y Sabrina intercambiaron una mirada de desconcierto y siguieron a la criada. La joven las condujo al vestíbulo. Sabrina oyó voces de hombres y un extraño ruido de cadenas. ¿Cadenas?

Salieron a la entrada de la villa y frenaron en seco. Sabrina se quedó sin respiración. Tuvo que apoyarse contra la pared para no caerse. Cala corrió hacia su hijo.

– ¡Kardal! -exclamó.

Dos guardias armados la retuvieron y la apartaron de la gente que se había reunido en la entrada.

Sabrina sacudió la cabeza, convencida de que estaba teniendo alucinaciones. Pero la imagen no desapareció. Kardal estaba de rodillas en el suelo, con grilletes y escoltado por dos guardias. A su lado estaban el rey Givon… ¡y su padre!

– No entiendo.

Hassan miró a los guardias que habían detenido a Cala y la soltaron, pero cuando esta intentó ir hacia su hija, Kardal la paró:

– Madre, no.

– Pero…

Cala se giró hacia Sabrina.

– Ayúdalo.

– Sí, sí – Sabrina no sabía qué pensar. Miró a los dos reyes. Luego se centró en el príncipe de los ladrones-. ¿Qué pasa?, ¿Se trata de otro juego?

– No es ningún juego -contestó su padre. Hassan avanzó hacia Sabrina-. ¿Cómo estás, hija mía? -le preguntó tras tomar sus manos.

– Confundida -reconoció ella-. ¿Por qué estás aquí?

– Porque eres mi hija y me he portado mal contigo.

Sabrina miró a su padre. Lo miró a los ojos y trató de averiguar qué pasaba por su cabeza.

– No me crees -dijo apenado Hassan-. Supongo que me lo merezco. Por todos estos años en que te he tratado como si fueras un estorbo. Lo siento, me he dado cuenta de que no eres como tu madre. Me equivoqué al dar por sentado que lo eras.

– Una disculpa pésima -Sabrina apartó las manos-. Lo que deberías decirme es que da igual si soy como mi madre. Sigo siendo tu hija. El amor de los padres debería ser incondicional.

– Tienes razón -concedió Hassan sorprendentemente-. Me he equivocado mucho. Espero que con el tiempo podamos reconstruir nuestra relación.

Ella deseaba creerlo. Tal vez lo hiciera… algún día.

Hassan se puso a su lado y colocó un brazo sobre sus hombros.

– Por otra parte, Kardal, príncipe de los ladrones, ha confesado que te ha desflorado. En circunstancias normales ya estaría muerto, pero existen atenuantes. Estabais prometidos. Y yo mismo soy responsable de que hayas permanecido bajo su techo.

Cala empezó a llorar. Fueron sus lágrimas las que convencieron a Sabrina de que aquello estaba sucediendo de verdad. Miró a Givon.

– No me lo estoy imaginando, ¿verdad? El padre de Givon negó con la cabeza.

– Kardal ha sido un hombre recto toda su vida. Pero hasta los soberanos más poderosos deben someterse a la justicia. Kardal te quitó lo que estaba prohibido. Tiene suerte de seguir con vida.