El problema estaba en que, si no captaba la atención de los lectores con alguna crítica aparatosa y despiadada de la obra de Whitney, ¿qué iba a hacer? ¿Abrir el artículo con una crítica de su personalidad? ¿Relatar que el Artista del Corazón había dado la espalda a su hija cuando ella más lo necesitaba? Desde luego, aquella idea también se le había pasado por la cabeza. Un relato en primera persona de la traición de su padre. «Y traicionar también a Lainey y a Katie», le susurró su conciencia. Y a Cooper, aun si decidía no acostarse con él.

Mierda. Angel se quedó mirando su reflejo en el escaparate de otra de las tiendas. Está bien, tú ganas, le respondió a su conciencia. Teniendo en cuenta que lo único de lo que disponía para hundir a Stephen Whitney era su lacrimógena historia, tendría que olvidarse del asunto.

Que lo siguieran adorando. Le daba igual, si así lo querían podían canonizar a san Stephen en aquel mismo momento.

Sin tener muy claro si se sentía triste o aliviada, arrugó el vaso y lo tiró a la papelera. El capuchino no la había puesto de mejor humor, así que les había llegado el turno a las tarjetas de crédito.

Mientras se apresuraba a cruzar la calle en dirección a las boutiques y calculaba cuánto podía gastarse, le sobrevino una nueva idea. Acababa de dar con la solución a su dilema ético.

El artículo sobre Stephen Whitney sería comedido y desapegado, igual que el polvo de aquella noche. Una oportunidad para, sin necesidad de involucrarse demasiado, proporcionar placer a Cooper Jones.

12

Hacía una noche sofocante y oscura, acorde con el humor de Cooper.

Pasaban de las diez cuando oyó el suave golpecito en la puerta y supo quién llamaba. Se preguntó si debía ignorarla, aunque entonces ella se daría cuenta de que a él le importaba. Sintiendo que no tenía ninguna opción, se encaminó hacia la puerta, la abrió y apoyó el hombro en el marco con aire indiferente.

Estaba bloqueando el vano con el cuerpo.

– Ah, hola -saludó Angel con los ojos muy abiertos.

Debía de llevar alguna clase de modelito sedoso de color amarillo pálido que contrastaba con cómo Cooper se la había estado imaginando durante todo el día: cuero negro y látigo.

– Hoy has desaparecido muy temprano. Creía que te habrías marchado de Tranquility House para siempre -masculló.

Esa sospecha lo había mantenido en vilo hasta aquel momento.

– Pues si te hubieras molestado en comprobarlo, habrías visto que he dejado todas mis cosas en la cabaña.

Cooper titubeó, pues sí que se había molestado en comprobarlo y, aun así, no le había servido para sosegarse.

– Me he preguntado todo el día, hora a hora y minuto a minuto, cuándo volverías.

– Ya, tenía unas cuantas cosas que hacer en San Luis Obispo -contestó Angel tras apartar la mirada-. Además, está un poco lejos de aquí.

– Pero has vuelto hace un par de horas. -Y en ese momento fue cuando la verdadera tortura había comenzado. Él se había prometido que la esperaría y ella le había hecho esperar-. Por cierto que ahora puedo demandarte por haber faltado al acuerdo. Dijiste por la noche y hace tiempo que ha anochecido.

– Faltar al acuerdo -repitió Angel meneando la cabeza-. Son esa clase de cosas las que dan mala fama a los abogados, ¿sabías?

– Dijiste por la noche -insistió él, impertérrito y metiéndose las manos en los bolsillos-. Ya es de noche.

En la expresión de Angel surgió un leve indicio de desesperación.

– Bueno, pero estoy aquí, ¿verdad? ¿Me vas a invitar a pasar o no?

«O no» era una opción que se había vuelto apetecible. Lo había tenido en vilo las anteriores veinticuatro horas, aunque, de todos modos, ella era la que podía desenmarañar el entuerto que los tenía a ambos en aquella situación.

– Si te apetece, sí -farfulló.

– ¿Cómo no va a apetecerme, tontito? -Mirando al cielo en señal de incredulidad Angel lo empujó hacia el interior-. Esto está empezando a parecer torpe y premeditado y… -Calló al echar un vistazo a la sala de estar-… y maravilloso -agregó en último término.

– Como ves, no soy tan tontito. -Cerró la puerta tras ella y la miró-. Tenía una mesa reservada en el hotel Crosscreek, pero ya es demasiado tarde.

Angel continuaba contemplando el panorama. Todas las cabañas contaban con una buena provisión de velas para utilizar en caso de producirse un corte en el suministro de electricidad, algo habitual durante las tormentas de invierno. Su anfitrión las había colocado en lugares estratégicos de la sala y, aún con mayor pericia, si no arte, en el dormitorio. El parpadeo de las llamas hacía que la oscuridad que los acogía palpitase.

– De verdad que lo siento. No sabía lo de la cena. -Su exasperación previa había desaparecido y le dirigió a Cooper una mirada dulce, casi tímida. Luego se acercó a la mesa auxiliar, junto al sofá, en la que una botella de vino se enfriaba en una cubitera-. Esto es espectacular.

Volvió a mirarlo de aquella manera fugaz mientras palpaba perezosamente el cuello de la botella de vino. Al verla recorrer el cristal con un gesto tan lento y delicado, el humor de Cooper también cambió. Con ella en su cabaña, tan cerca de él, su irritación e impaciencia desaparecieron sin dejar otro rastro que no fuera el deseo.

– ¿Te apetece una copa? -ofreció, dando un paso adelante.

– La estoy deseando. -Hablaba con un hilo de voz y, en las sombras de la estancia, parecía una nueva llama ardiendo en una vela, más luminosa a ojos de Cooper.

La copa era de Beth y él la llenó hasta el borde. Al alcanzársela, le pareció advertir que los dedos de Angel se estremecían.

Ella se quedó mirando el vino, al parecer fascinada.

– Gracias por esto. Lo de las velas es todo un detalle.

Cooper suspiró y acercó su botellín de agua a la copa de su invitada para brindar.

– Hace demasiado calor para encender las luces -explicó.

Angel dio un sorbo mientras continuaba acariciando el húmedo cuello de la botella.

– Sí, bueno -admitió, encogiéndose de hombros-. Ha hecho mucho calor las dos últimas semanas.

– Cierto. -Cooper estaba hipnotizado observando cómo uno de los dedos de Angel se introducía en el agua casi congelada de la cubitera.

Luego se tocó el cuello con el dedo mojado, lentamente y lo miró con los ojos entornados.

– Mucho, mucho calor.

– Peligro de incendio -murmuró Cooper, a quien el deseo se le había atravesado en la garganta.

– ¿Qué? -Angel volvió a comprobar la temperatura del agua en la que se enfriaba el vino.

– Decía que este calor implacable… -hizo una pausa para beber un poco de agua-… significa que hay peligro de que se produzca un incendio.

Angel dejó pasar un instante y volvió a dedicarle una mirada entornada.

– Entonces quítate la camisa.

– ¿Cómo? -A pesar del reciente sorbo, a Cooper se le había secado la boca.

– No vayas a arder. -Los ojos de ella se agrandaron deshaciéndose en una inocencia coqueta-. Ah, te referías a que el incendio puede producirse en el exterior.

– ¿Cómo estás, no? -murmuró él, alerta ante la disposición juguetona de Angel-. Traes toda la artillería lista y cargada, ¿verdad?

– Y no es para menos -repuso ella, con una media sonrisa en los labios y la copa alzada-, con todas las molestias que te has tomado: las velas, el vino…

Cooper encontraba dificultades para respirar con normalidad.

– Deduzco que tú también empiezas a sentir calor.

Angel dejó a un lado la copa y puso una mano en el lazo que le sujetaba el vestido por el costado de la cintura.

– Tal vez debería quitarme algo de esto.

Cooper miró alternativamente a su rostro y al lazo. Un tirón, pensó, y aquella mínima tela que la cubría caería al suelo.

El pulsó se le aceleró y, para no hacer lo que sus instintos le demandaban, se dejó caer en el sofá.

– No hay prisa. -Le había prometido algo especial, y la impaciencia no era necesaria-. Ven y siéntate.

Ella le obedeció, aunque no tardó en acercársele y disponerse a desabrocharle los botones de la camisa.

– Pero ¿qué pretendes? -exclamó, apartándose.

– Me gusta tu cuerpo -confesó Angel- y quiero verlo.

– No puede ser -sentenció Cooper tras apartarle las manos-. Bebe vino, date tiempo.

A la velocidad a la que se estaban desarrollando los acontecimientos, Cooper temía que aquellos primeros momentos de la velada constituyeran la previa de lo que vendría después y, como consecuencia, se perdería los deliciosos preámbulos.

– ¿Vuelves a estar preocupado? -Angel había ladeado la cabeza para dirigirse a él.

– ¿Preocupado por la posibilidad de que esto me provoque un infarto? No. -Lo estaba por actuar sin finura, eso sí-. Toma esto, entretente -agregó, dándole la copa de vino.

– Sí, estás preocupado -insistió Angel tras reírse con dulzura-, y no deberías. Voy a cuidar de ti.

Había algo en lo que acababa de decir que a Cooper no le encajaba.

– Quedarás satisfecha, te lo prometo -le dijo, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano.

Ante aquel comentario, Angel desvió la mirada.

– Ya, ya, escucha, déjame que te cuente mi plan.

– Tu plan. -Cooper le recorría la línea de la mejilla con el anular.

– Sí, mi plan para el sexo.

Cooper se rió de todo corazón.

– Pero ¿no eras tú la que se quejaba de que todo esto te parecía «premeditado»? ¿Por qué no improvisar un poquito?

– Sí, claro, lo que pienso es lo siguiente -persistió Angel antes de llevarse la copa a los labios sin dejar de mirarlo a los ojos-. Debemos hacerlo rápido.

La mano de Cooper se quedó quieta.

– ¿Qué?

Angel se apartó de él y se acomodó en el sofá.

– Sí, mira, lo he estado pensando al venir. Tal y como yo lo veo, esto es una prueba para ti; por ser la primera vez desde la operación, ya sabes. Y estoy segura de que estás un poco nervioso, digas lo que digas. Así que creo que lo mejor es que lo hagamos rápido y que acabemos de una vez.

– Veo que has tenido tiempo para pensar mientras conducías -murmuró Cooper.

– Después, te sentirás mucho mejor -apostilló ella.

– Ya, si lo hacemos rápido y acabamos de una vez.

– Exacto. -Angel asintió con énfasis y algo de nerviosismo-. Y luego podré volver a mi cabaña y acabar de hacer las maletas.

Él se quedó mirándola un rato y acabó por reclinarse sobre los cojines del sofá.

– ¿Quién coño se ha estado dedicando a chismorrear sobre mí en San Francisco, eh? -barbotó.

– ¿Cómo? Yo…

– Natasha, habrá tenido que ser Natasha Campbell. Lleva años queriendo vengarse de mí, desde que le dije una vez que yo no tenía citas (ni mucho menos me acostaba) con mujeres comprometidas. Aun así, nunca pude creerme que fuera tan vil como para echar por tierra mi reputación sexual.

– No he oído ningún rumor sobre… sobre eso. Si acaso que jugabas duro, pero no que, en fin…

– ¿Que no juego limpio?

– No, nada de eso -negó ella.

– Vale, pues entonces ¿qué es todo eso de vamos a acabar de una vez porque así tú luego puedes hacer las maletas? -¿Acaso creía que él no podía mantenerla toda la noche ocupada?

– Me voy mañana por la mañana -protestó Angel-. Te dije qué lo haríamos una vez.

– Eh, ¿qué dices? -Cooper se puso de pie-. Una noche, queridísima. Me prometiste una noche.

Angel hizo un aspaviento con la mano.

– Una vez, una noche… No veo la diferencia.

Aquello no iba bien y Cooper intentó relajarse mientras trataba de no imaginarla vestida de cuero negro. ¡Ella estaba torturándolo una vez más! Era como si él hubiera hecho promesas en firme que no podía cumplir y, sin embargo, tenía firmes intenciones, intenciones con las que, al menos, pretendía atreverse.

Sobre todo, concluyó, quería estar con ella en la cama la noche entera.

– A mí no me va a bastar con una vez -arguyó al fin-. ¿Qué me dices de ti? Vamos a pasarlo bien juntos, ¿no?, con lo calentitas que se ponen las cosas entre nosotros. Si pasas la noche conmigo, corazón, te garantizo que ambos saludaremos el amanecer con una amplia sonrisa.

– Eso es mucho pedir…

– Vamos, cariño, atrévete conmigo. -Cooper se le acercó, le pasó el brazo alrededor del cuello y la besó en la boca. Los labios de ambos se fundieron y él notó un cosquilleo recorriéndole la espina dorsal-. Atrévete conmigo -repitió, susurrándole las palabras junto a los labios.

Angel se separó de él algo descompuesta.

– ¿Lo ves? -la animó pasándole un dedo por los labios-. Te voy a tratar muy bien, siempre.

– No -repuso ella, arrinconada-. No tienes por qué.

– ¿No tengo por qué qué? -exclamó él.

– Tratarme bien, preocuparte por mí.

– ¿Qué?