Trató de aferrarse a su coraje para sacar fuerzas y seguir avanzando, pero el esfuerzo era demasiado grande.

Entonces, sintió la bofetada de un soplo de aire fresco que, al instante, comenzó a despejar el humo. ¡La casa de los Whitney estaba frente a él! Allí estaba la puerta y el serpenteante camino para los coches. Desde donde estaba no tenía ángulo para ver la parte trasera de la casa ni tampoco la zona de la piscina, aunque, de todos modos, todo parecía en perfecto estado.

Concentrado en la belleza de lo que estaba viendo, fue capaz de trastabillar hacia delante, de dar unos cuantos pasos más y, en aquel momento, descubrió el coche.

Katie y Angel seguían allí.

Automáticamente, apresuró la marcha. Estaba corriendo y respirando humo y no le importó quitarse la camiseta que le tapaba la boca. ¡Katie y Angel estaban muy cerca!

Sintió un latigazo en el pecho, resentido por el brutal esfuerzo. Dios mío, Dios mío. Veía un poco mejor: el fuego se había avivado y estaba descendiendo por la falda de la colina que daba a la parte trasera de la casa, la cual parecía estar condenada a ser pasto de las llamas.

Redobló su velocidad. Los pulmones le ardían, pero sus buenas intenciones y el insoportable arrepentimiento lo impulsaban hacia delante. El sendero trazaba una curva en la que la casa quedaba oculta a la vista y, al llegar a aquel punto, el corazón de Cooper volvió a amenazar con rendirse.

El hombre creyó que tal vez aquel era el momento en el que le sobrevendría la muerte.

Sí, tal vez morir allí no sería lo peor que podría ocurrirle.

Pero estaba vivo, seguía moviéndose y la casa volvió a entrar en su campo de visión. A pesar de que no podía distinguir qué ocurría en la colina de detrás, le dio la impresión de que las plantas del jardín, muchas de ellas elegidas precisamente para detener un posible fuego, habían cumplido su función; el incendio debía de haber rodeado el terreno de la casa y seguido su camino hacia el cercano acantilado y el mar. Con un último esfuerzo, llegó hasta la puerta.

La abrió de un empujón, pero en el interior nadie respondió a sus gritos. Corrió por el salón y la cocina y, luego, al ver las puertas de la terraza abiertas, se quedó paralizado.

Registró a la velocidad del rayo la piscina y la terraza y observó una serie de troncos humeantes y calcinados que una vez habían constituido el pinar. Seguro que habían ardido como gigantescas cerillas: mucho y muy rápido.

Observó los carbonizados setos que había podado la semana anterior, el jirón chamuscado que quedaba de una sombrilla, la oscurecida superficie del agua de la piscina y, después, apenas distinguibles…

… dos cuerpos en el fondo.

No necesitó tomar aire ni impulso, ni siquiera tener ganas, para tirarse a la piscina. Movido únicamente por la angustia, recogió aquellos bultos sumergidos y ascendió hasta la superficie.

Se vio allí, bregando en medio de aguas turbias, con dos mujeres en los brazos cuyos cabellos, rostros y ropas estaban embadurnados de un pegajoso engrudo de ceniza. Pero se movían, estaban vivas.

¡Gracias a Dios! Estaban vivas y coleando.

Katie hipaba y respiraba con dificultad y Angel se debatía entre toses y estornudos.

Fue la primera en mirar a Cooper y lo hizo con aquellos ojos celestes, enrojecidos y pasmados ante la cara del hombre llena de hollín.

– Por tu culpa casi me da un ataque al corazón.

Él gruñó, pues pensó que poco más podría haber hecho.

– Ya somos dos -le dijo.

– Tres -terció Katie-. No te hemos visto porque el agua está llena de ceniza.

Sujetándolas a ambas, Cooper llegó como pudo hasta la escalera de la piscina.

– ¿Me podéis explicar qué estabais haciendo metidas en el agua?

Tuvo que responderle Katie, pues Angel estaba tosiendo.

– Escapar del fuego. Como no podíamos marcharnos con el coche y el incendio ya había alcanzado el pinar, Angel pensó que así nos protegeríamos del calor y de las llamas. Salíamos para tomar aire cuando nos hacía falta, pero no sabíamos si el incendio había pasado.

El corazón de Cooper reincidió vagamente en su anterior sobresalto y el hombre se dejó caer en el último escalón arrastrando consigo a Angel y a su sobrina. Los tres se abrazaron con fuerza.

– Menos mal que estáis bien -masculló, tras besar a Katie en las mejillas-, menos mal. -Se volvió para darle un beso a Angel pero se detuvo, aguijoneado por un pánico repentino-. Pero tú no sabes nadar.

– Hacía pie -explicó ella con voz ronca y jadeante-. Tengo que confesar que estoy muy contenta de verte.

Se quedaron en silencio y, mientras, el aire fue clareando y el ritmo de sus respiraciones atenuándose. Katie daba muestras de estar exhausta.

– Cuando los pinos han ardido hacía muchísimo calor, un calor horrible -se lamentó.

Cooper ocultó el miedo que le inspiraban las palabras de la niña.

– Me lo imagino. ¿Se estaba bien en el agua?

– He llevado a Angel hasta el centro y me he mantenido todo el rato a su lado porque me había dicho que no sabía nadar.

A Cooper le costaba aceptar la escena que le estaban contando y carraspeó, recordándose que ellas estaban allí, a salvo.

– ¿Qué te ha hecho pensar en la piscina? -le preguntó a Angel.

– Lo leí en una revista rosa. Una señora salvó su vida y la de su perro, y también doce juegos de cubertería antiguos.

– ¿Sí? -exclamó Cooper al tiempo que pasaba la mano por los ondulados y casi teñidos cabellos de Angel-. Ya, bueno, pues me parece que, después de todo, no os hacía falta que ningún héroe viniera a rescataros.

– No, Angel decía que tú vendrías a buscarnos -intervino Katie-. Estaba segura.

– ¿De verdad?

Katie asintió.

– Pero nos hemos salvado nosotras solas. Mi papá… estaría orgulloso de mí.

Mientras miraba a su sobrina, Cooper volvió a acariciar el empapado pelo de Angel.

– Seguro que sí, Katie. Seguro que estaría muy orgulloso.

Volvió a producirse un nuevo lapso de silencio, que aprovecharon para recuperar el aliento y hacerse a la idea de que habían sobrevivido. Cuando el teléfono comenzó a sonar en el interior de la casa, se miraron los unos a los otros.

– Es mamá -aseguró Katie, disponiéndose a salir disparada gracias a los increíbles poderes de recuperación que brinda la juventud-. Voy a decirle que estamos todos bien.

Entonces se quedaron solos, Cooper y Angel. Él le pasó un brazo por los hombros y la miró.

– ¿Estás bien, cariño?

– Estaba preocupada por ti -susurró Angel.

– Eh, estaba llegando. Nada iba a impedírmelo. -Intentó esbozar una sonrisa-. Katie acaba de decir que estabas segura de que vendría.

– Confiaba en ello -concedió Angel, asintiendo-. Pero no quería que te hicieras el héroe, que te creyeras un superhombre.

Él le cogió la barbilla y se deleitó en aquellos ojos azules en medio de la cara sucia pero recuperada. Había estado a punto de perder a aquella mujer y no quería malgastar ni un momento de la segunda oportunidad que ambos se habían dado.

– ¿Y qué hay de querer y necesitar a alguien muy humano y frágil que está enamorado de ti?

Los ojos de Angel se agrandaron y su labio inferior tembló.

– ¿Frágil del corazón?

– Bueno, quizá no tanto -dijo, embebiéndose de la imagen de ella-. Contigo he recibido una lección que me ha dado fuerzas. Después de salir vivo de ese incendio, creo que me he demostrado que todavía me quedan otros treinta años para dar guerra.

Angel pareció asentarse y conseguir un poco de calma y él se sorprendió de cuánto amaba cada detalle de irreverencia y delicada perseverancia que veía en ella.

– Yo no pienso calmarme hasta los cincuenta, aunque eso signifique que después tú y yo tengamos que dedicarnos a comer tofu.

Tras decir aquello, Angel se lanzó a los brazos de Cooper mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.

– ¿Y esto? -le pregunto él, sinceramente preocupado-. ¿Te duele algo? -agregó, estrechándola entre los brazos, acariciándola.

Ella meneó la cabeza; los regueros de lágrimas le iban lavando la cara poco a poco.

– No, más bien… es porque estoy curada.

Y cuando ambos se besaron, Cooper pensó: Ya somos dos.


Con la misma dulzura de aquellos besos renovados y entregados, Angel advirtió que Cooper estaba tan agotado como ella, así que insistió para que ambos se levantaran y fueran a secarse con dos toallas que colgaban, indemnes a la ceniza, bajo el alero del vestidor adyacente a la piscina. Los pinos que se levantaban por detrás parecían salidos del Apocalipsis, pero la pintura de la construcción apenas si mostraba rastros de la destrucción. Mirando por encima del hombro, Angel concluyó que la piscina había resultado ser su refugio y, al observarla con mayor detenimiento, se dio cuenta de que había en ella algo… extraño. Ya se había fijado antes en la simetría de sus formas, aunque no había llegado a meditar sobre ella.

– Parece que imitara la forma de un par de alas -le dijo a Cooper, que venía hacia ella-, la piscina.

Él también miró y luego tomó las dos toallas y envolvió con una a Angel. Se pasó la otra sobre los hombros y abrazó a la mujer.

– ¿Qué decías?

– La piscina.

– Ah, sí. -Volvió la cabeza para contemplarla-. Es la uve doble de Stephen, la que utilizaba para firmar sus cuadros. Pero tienes razón, vista del revés tiene el perfil de un par de alas.

Las alas de un ángel.

Angel. No llegaba a entender por qué había elegido ponerse ese nombre cuando su madre y ella por fin pudieron dejar de esconderse. En aquel momento, sin embargo, le vino a la cabeza aquel particular recuerdo -«el ángel volador»- y sonrió.

Se apretó contra el pecho de Cooper y sintió los latidos de su corazón. En aquellos momentos en los que se había visto más necesitada, podía decir, tal vez, que los dos únicos hombres que había querido habían acudido a rescatarla.

Epílogo

Angel se abrió camino precipitadamente entre el gentío del restaurante Ça Va, hacia la esquina en la que sabía que encontraría a su marido en su mesa favorita. Su marido. Su mesa.

Aquella idea le dibujó una sonrisa en los labios. Llegó hasta allí y se sentó en el taburete que había frente a él.

– Perdona, perdona, ya sé que llego tarde.

El hombre la agarró por la muñeca y le dio un suave apretón.

– Teníamos un trato. Nada de trabajar más tiempo del debido.

– Sí, ya lo sé.

Angel se zafó de la mano de Cooper, no para tomar la copa de vino que tenía frente a ella, sino para comenzar a desabrochar los botones de su gabardina.

Entonces él hizo ademán de levantarse.

– ¿Quieres que la cuelgue en…?

Angel negó con la cabeza.

– Gracias pero… todavía no.

Tenía algo que decirle pero, al parecer, Cooper también quería comentarle algo. Le acarició de nuevo la muñeca y añadió:

– Angel, no te lo tomes a broma. Trabajas demasiado y llevas dos semanas muy cansada.

– Ya lo sé, pero…

– Si no te relajas un poco y tratas de distraerte te convertirás en una esposa aburrida.

Angel entornó los ojos.

– Teniendo en cuenta que hemos pasado el fin de semana holgazaneando en Tranquility House, haciendo de todo menos aburrirnos, creo que no hay por qué preocuparse.

– Estuvo bien, ¿no? -preguntó Cooper con una sonrisa.

– Sí -respondió con dulzura-. Fue fantástico.

Tranquility House resistió el incendio que se había declarado nueve meses antes. Ninguna cabaña resultó afectada, pero del edificio comunitario no quedaron más que cenizas. Lo habían vuelto a construir, con una cocina tan extraordinaria que Angel opinaba que era una auténtica lástima dedicarla únicamente a alimentos orgánicos y menús vegetarianos. Judd y Beth se encargaban del lugar y planeaban casarse allí el próximo mes de agosto.

Angel no creía que ella pudiera haber esperado tanto tiempo para convertirse en la esposa de Cooper. Aunque fue él quien insistió para que se casaran enseguida, para que se mudaran a San Francisco y para volver al trabajo en su bufete.

La mujer cogió la botella de agua que Cooper estaba tomando y dio un largo trago mientras lo observaba con el rabillo del ojo. Él no parecía nada cansado, el matrimonio le estaba sentando de maravilla, pensó. Y, a partir de aquel mismo día, sería ella la que insistiría para que volviera a casa cada noche a una hora prudente.

– ¿Por qué sonríes, Mona Lisa? -preguntó con curiosidad.

Angel batió las pestañas con gesto inocente, intentando disfrutar de su secreto el mayor tiempo posible.

– No sé de qué me estás hablando.

Para evitar el interrogatorio que se avecinaba, Angel dirigió su atención al televisor instalado sobre la barra del bar. Entonces abrió los ojos de par en par y el corazón le dio un vuelco.