Salió de la piscina y agarró la toalla para secarse, mientras paseaba la mirada por la playa y el océano que tanto amaba. Docenas de personas jugueteaban en la orilla, mientras un grupo de jóvenes construía un enorme castillo en la arena. Padres con niños pequeños, parejas de luna de miel, personas solas, jóvenes, cada uno disfrutaba de sus vacaciones a su manera.

Como directora de actividades deportivas del complejo, Lexie se enorgullecía de la amplia variedad de ocupaciones que Whispering Palms ofrecía a sus huéspedes. Los deportes de agua iban del buceo hasta deportes más de aventura como la vela, el esquí acuático, el kayak o el submarinismo, entre otras muchas cosas. Y si lo que a uno le gustaba era el ejercicio, cada día podría hacer aerobic, bicicleta estática o voleibol en la playa o en el agua, por nombrar algunas.

Todo lo que cualquier turista necesitado de descanso pudiera desear lo podía encontrar en el Whispering Palms. Y Lexie estaba orgullosa de haber contribuido en gran medida a montar e implementar el programa de actividades. Por supuesto, toda vez que la temporada turística tocaba a su fin, la cosa estaría más floja hasta Acción de Gracias, cuando volvía a remontar un poco. Echaría de menos el paso agotador de los joviales grupos, y desde luego echaría en falta el dinero extra que ganaba durante el verano trabajando por la tarde-noche y por la mañana temprano en el Club del Campamento Infantil del complejo o dando clases particulares de natación o de buceo. Guardaba cada dólar que podía, esperando a que su pedazo de cielo se pusiera en venta.

En la mente apareció una imagen de la cala con palmeras de la que se había enamorado. Era un lugar privado, apacible, perfecto. Y cuando finalmente saliera a la venta, sería caro. Y según Darla, se lo quitarían de las manos al propietario. Lexie necesitaría todo el dinero posible para actuar con rapidez.

Y hablando de actuar con rapidez… Lexie echó una mirada a su Timex resistente al agua. Tenía que acompañar a un grupo de submarinismo en menos de media hora. No había tiempo de soñar despierta si tenía la intención de tomar un almuerzo muy necesitado en el Patio Marino. Cuando se había quitado el traje de neopreno y estaba a punto de hacer lo mismo con los calcetines, le llamó la atención un hombre que había en el vestíbulo. Estaba claro que acababa de registrarse, pues tenía en la mano el colorido folleto con las actividades del complejo y que contenía también la tarjeta con la que accedería a su habitación. Vestido con sombrero texano, camisa vaquera de manga larga, pantalones ajustados, un cinturón con la hebilla más grande que Lexie había visto en su vida y botas texanas, su indumentaria no era la más adecuada para la playa. Pero a Lexie no le importó; incluso desde donde estaba ella le quedó muy claro lo bien que rellenaba los vaqueros.

Entrecerró los ojos para verlo mejor, pero el ala de su sombrero le impidió verle bien la cara. El huésped nuevo se dio la vuelta y fue hacia los ascensores del vestíbulo que conducían a las habitaciones. Por detrás los vaqueros le quedaban tan bien como por delante. Sin embargo, Lexie esperaba que con el calor que hacía el vaquero decidiera cambiarse antes de salir.

De camino al Patio Marino, no pudo evitar preguntarse cómo estaría sin esos vaqueros.

Veinte minutos más tarde tuvo la oportunidad de comprobar lo bien que estaba. Lo vio cruzar las puertas del vestíbulo que daban a la piscina. Aunque llevaba una camiseta blanca y un bañador azul marino, no había duda de que se trataba del mismo hombre. Aquel modo de andar rítmico y confiado no le dejaron ninguna duda. Lo mismo que su apuesto físico.

Parecía estar buscando algo o a alguien mientras rodeaba la piscina, abriéndose paso entre los que tomaban el sol en las hamacas.

Lexie removió su refresco con una paja mientras lo observaba. El vaquero se había detenido y miraba a su alrededor con las brazos en jarras. Sin darse cuenta, Lexie lo miró de arriba abajo y admiró su espléndida figura. Sin duda se podía decir que aquel hombre era un monumento. Era alto, fuerte y ancho de hombros, y poseía un rostro atractivo de facciones duras como las de aquellas caras que se veían en las postales o en los folletos turísticos de Wyoming o Colorado.

Echó de nuevo a caminar con ese andar lento y mesurado que le había llamado la atención. Su mirada, que de repente parecía haber desarrollado una mente por su cuenta, se fijó en la zona justo debajo de donde había visto antes aquella enorme hebilla del cinturón. Lexie apretó los labios y tragó saliva. Sí, definitivamente el señor vaquero estaba bien armado. En realidad, no recordaba la última vez que había visto un bañador tan bien… rellenado. En realidad, no recordaba la última vez que había visto un bañador que quedara tan… perfecto. Tal vez debería haberse dejado los vaqueros puestos. Así, quién sabía el caos que podría crear.

Suspiró de envidia al pensar en la mujer a la que estaría buscando aquel cachas. Sin duda una tipo Pamela Anderson. Intentó imaginarse a sí misma con aquel aspecto y tuvo que ahogar una risotada. Imposible.

Tan ensimismada estaba con aquella estúpida ensoñación que le llevó unos segundos darse cuenta de que el vaquero había dejado de caminar, y que en ese momento estaba justo delante de ella; y de que ella le estaba mirando directamente la entrepierna.

Muerta de vergüenza, Lexie alzó la barbilla rápidamente mientras daba las gracias para sus adentros al que hubiera inventado las gafas de sol. Al mirarlo se reafirmó en su idea de que aquel hombre era muy guapo. No poseía una belleza clásica; sus facciones eran demasiado duras. Pero sin lugar a dudas sus ojos marrones, sus pómulos altos, sus labios firmes y carnosos y su mandíbula cuadrada combinaban para crear un rostro tremendamente atractivo. Además era grande y alto, musculoso y firme. Lexie no pudo evitar darse cuenta enseguida de que no era inmune a su patente virilidad.

Él le miró un momento la gorra y después continuó paseando la mirada por el resto de ella. De pronto Lexie se sintió tremendamente consciente de su aspecto, de que tenía el pelo todavía húmedo y de la gorra vieja que llevaba. Por no mencionar el hecho de que de repente se le habían puesto duros los pezones.

Antes de que pudiera cruzarse de brazos, él se tocó el ala del sombrero y se dirigió a ella:

– Usted debe de ser Lexie Webster -dijo con una voz profunda y sexy.

Antes de que pudiera contestar, el vaquero continuó.

– Tim, el recepcionista, me dijo que buscara a una chica junto a la piscina con una camiseta que dijera «Directora de Actividades y Deportes» -bajó la vista de nuevo, fijándose en las palabras que llevaba en la camiseta, y seguidamente volvió a mirarla a la cara-. Creo que es usted.

Lexie se obligó a no mirarle el hoyuelo que le había salido en una mejilla, del cual solo podría decirse que era de lo más sexy.

– Sí, soy Lexie Webster -le dijo, sonriéndole-. ¿En qué puedo ayudarlo, señor…?

Instantáneamente le tendió la mano. -Maynard. Josh Maynard. Me gustaría apuntarme a sus clases.

Un cosquilleo le recorrió el brazo cuando le estrechó la mano grande y callosa. Tenía un modo de dar la mano muy agradable. Ni flojo ni fuerte.

– ¿Es usted un huésped del complejo, señor Maynard? -le preguntó, como si acabara de verlo, como si no llevara mirándolo un buen rato.

– Sí señorita. Acabo de registrarme y estoy deseoso de empezar. Y, por favor, llámeme Josh.

No recordaba la última vez que alguien de más de doce años la había llamado «señorita». -¿Qué clases te interesan dar, Josh? -Todas.

– ¿Todas? Ofrecemos casi dos docenas -le sonrió-. Eso no te dejará demasiado tiempo para disfrutar de tus vacaciones y relajarte.

– No estoy aquí para relajarme. Estoy aquí para aprender.

– Entiendo -frunció los labios-. En ese caso me aseguraré de que te apunto también en las clases de cestería con hojas de palma.

Frunció el ceño y colocó los brazos en jarras. Lexie bajó la vista sin poderlo remediar. Sus dedos largos se extendían sobre sus caderas, apuntando hacia su entrepierna. Se aclaró la voz y alzó instantáneamente la cabeza. Santo Cielo, se estaba convirtiendo en una pervertida. Cualquiera pensaría que era un ninfómana hambrienta de sexo que jamás había visto un vaquero macizo y atractivo con un hoyuelo precioso en la mejilla.

Pero una voz en su interior le dijo que sin duda estaba ávida de sexo, y que jamás había visto un hombre tan impresionante como Josh Maynard. -Creo que esa es una de las que me podré saltar

– dijo él, devolviéndola a la conversación-. Lo que necesito es aprender a navegar.

Lexie notó que había dicho «necesito» en lugar de «quiero».

– En el complejo ofrecemos clases de nivel principiante -dijo-. Y puedo recomendarte algunas escuelas de vela excelentes en la zona, si quieres clases de nivel más avanzado. ¿Tienes experiencia con la vela?

– No, señorita. Pero aprendo rápidamente, y he leído mucho sobre el tema. Lo que necesito es instrucción práctica.

El vaquero miró a su alrededor, como si quisiera ver si alguien los estaba observando, y entonces dio un paso adelante y se inclinó hacia ella. Un calor que nada tenía que ver con el sol la rodeó, además del olor de su cuerpo; una combinación de ropa recién lavada y otro aroma a madera y especias que despertó sus hormonas con alegría. ¡Dios! Con solo echarle una mirada a aquel tipo… cómo se había puesto. Seguramente estaría casado y con tres hijos. O estaría prometido. Le miró la mano. No llevaba anillo. Pero eso no demostraba nada.

– El problema es, señorita Webster…

– Lexie.

– Sí, señorita…, que antes de empezar con la vela, necesito una instrucción… -miró a su alrededor de nuevo- más básica -susurró.

– ¿Qué tipo de instrucción?

– Yo, bueno, me da corte decirlo, pero no soy muy buen nadador.

Inmediatamente Lexie sintió comprensión hacia aquel hombre. ¿Habría sufrido algún trauma en su infancia relacionado con el agua?

– Entiendo. Bueno, eso no es un problema, Josh, ni tampoco debes sentirte avergonzado. He enseñado a nadar a muchos adultos. Tenemos clases dos veces por semana…

– Necesito más de dos por semana y, para ser sincero, preferiría no tomar las clases con otras personas; al menos hasta que no desarrolle cierta habilidad.

– ¿Entonces quieres clases particulares?

– Sí, señorita. No creo que me hagan falta muchas. Soy fuerte y coordino bien. Lo que no tengo es experiencia -se plantó la mano en el corazón y agachó la barbilla, mirándola con ojos de perrillo perdido-. Por favor no me digas que no estás disponible para ayudarme. Serías la respuesta a mis oraciones.

Caramba. ¿Habría una mujer sobre la Tierra que pudiera resistirse a aquella mirada? Si así era, bendita fuera.

Rápidamente Lexie reflexionó sobre su oferta, y con la misma rapidez decidió aceptar. Con aquel dinero extra que podría ganar dándole clases al vaquero, toda vez que la temporada turística decaía, él también podría ser la respuesta a sus oraciones.

Lo informó de su tarifa por hora y él aceptó sin pestañear.

– ¿Cuándo empezamos? -le preguntó, echando una mirada a la piscina llena de gente.

– La piscina permanece abierta las veinticuatro horas del día, pero normalmente al anochecer o un poco antes es cuando no hay gente. ¿Por qué no quedamos hoy aquí a las nueve?

– A las nueve me parece estupendo. Gracias.

– De nada -Lexie miró su reloj y vio que el rato del almuerzo se había pasado ya-. Ahora tengo una clase de buceo, pero te veré esta noche.

Él se tocó el sombrero y añadió:

– Estoy deseando que llegue el momento, señorita.

Josh la observó mientras avanzaba entre las mesas a toda prisa de camino a la playa. Paseó la mirada por su espalda, notando los músculos suaves de sus muslos y piernas de un tono dorado. Era menuda y compacta, pero muy bien hecha. Entre las gafas de sol oscura y la gorra de béisbol, no había podido verle bien la cara, pero sin duda era bonita y tenía una sonrisa agradable. Y unos labios maravillosos.

Algunos amigos suyos preferían las piernas de las mujeres, otros los pechos, otros el trasero. Él, aunque sin duda apreciaba todos esos atributos femeninos, podría definirse a sí mismo como un «hombre de labios». Y Lexie Webster tenía una boca de labios bien dibujados, carnosos y suaves; una de esas bocas que lo hacían temblar…

Y, maldita fuera, lo demás también lo tenía muy bien puesto. Y olía como una de esas refrescantes y largas bebidas tropicales. De esas que te entraban ganas de darles una buena chupada…

Y sobre todo le encantaba el hecho de que no tuviera ni idea de quién era él. Sí, le había echado una mirada de arriba abajo, pero estaba claro que ni su nombre ni su cara le sonaban, por lo cual él estaba encantado. Muchas de las mujeres que seguían el circuito de rodeo lo habían halagado continuamente con sus atenciones. Y aunque al principio eso le había agradado, con el tiempo no había podido diferenciar si una mujer lo quería por sí mismo o por sus títulos de campeón. Detestaba el cinismo, pero no podía negar que, cuantas más competiciones ganaba, más atractivo se había vuelto a ojos de las mujeres.