– Tu esposa…
Ella no se movió, pero él creyó ver una sombra de tristeza en su mirada.
– Sí. Leeann era también una ranger que trabajaba en el Parque Nacional de las Montañas Rocosas y la habían destinado recientemente aquí. Nos conocíamos de antes, de cuando yo trabajaba allí también. La última vez que viniste aquí, yo estaba en Colorado con su familia asistiendo a su entierro. Todos los rangers decidimos mantener el suceso en secreto a fin de evitar que los medios de comunicación aireasen la noticia del accidente y pudieran poner en tela de juicio las medidas de seguridad del parque.
– Sin duda, sois muy buenos guardando secretos. Ni siquiera el jefe del comité federal de parques nacionales que relevó a mi padre en el cargo se lo dijo a él. Debió de ser un golpe muy duro para ti.
– Sí.
– Cuando me presenté en la torre aquel día de marzo, ¿por qué no me dijiste que estabas ya comprometido? Si lo hubiera sabido, te habría dejado en paz.
– No le propuse matrimonio a Leeann hasta abril. Nos casamos en mayo y el accidente se produjo dos semanas después de la boda.
Se hizo un silencio largo y tenso. Cal sabía que ella estaba contando mentalmente los días que podían haber transcurrido entre el incidente de la torre y su boda. Después de haberla besado apasionadamente aquella tarde, no entendía que pudiese mantener luego una relación seria con otra mujer, y menos aún casarse con ella.
– Lo siento mucho, Cal -dijo Alex con una voz tan sincera que le llegó al alma-. Supongo que Sergei debe de ser ahora un gran consuelo para ti.
Al oír su nombre, el animal se levantó y se acercó a ella. Alex le acarició el lomo.
– Se espera mucho de ti, Sergei. Vas a ser la estrella de Yosemite -dijo ella dándole unas palmaditas en la cabeza-. Nos veremos por ahí, ranger Hollis.
Alex se incorporó y se dirigió a la puerta.
A menos que tuviera una razón oficial para reunirse con ella, Cal sabía que ella nunca más volvería a acercarse voluntariamente a él. Era un motivo para sentirse aliviado, pero…
El curso de orientación terminó a las cuatro. El ranger Sims había hecho una presentación y luego varias personas del servicio forestal habían dirigido unas palabras a los asistentes.
Pero Alex no había prestado atención a ninguno durante esas tres horas. Había estado rumiando sus pensamientos, presa de una gran angustia. La idea de que Cal se hubiera casado en mayo al poco de abandonar ella el parque ocupaba de lleno sus pensamientos.
¡Qué infeliz y pretenciosa había sido! La realidad era que no significaba nada para él.
Ella no había llegado a conocer a Leeann. Según Cal le había dicho, ellos ya se conocían de antes de que a ella la destinasen a Yosemite. Ésa debía de ser la razón por la que habían tardado tan poco tiempo en casarse.
Sintió un nudo en el estómago. ¿En qué mundo había estado viviendo todo ese tiempo? Sentía vergüenza de sí misma. Cualquier persona con cerebro sabía que un capricho pasajero casi nunca era correspondido.
Había cometido el pecado capital de acosar sexualmente a Cal, quien finalmente había cedido como cualquier hombre normal. Pero había tardado poco en olvidar sus besos, yéndose a buscar la verdadera pasión en los brazos de aquella ranger con la que se había casado.
Cerró los ojos por un momento. Le pareció ahora increíble que hubiera tenido el descaro de ir a buscarlo, subiéndose a aquella torre, y de haber tomado la iniciativa de besarle. Sintió un calor intenso en las mejillas recordando la pasión de aquellos besos.
Si había habido un momento de su vida por el que se alegrase de haber nacido mujer, había sido aquél. Había sentido una extraña combinación de química y magia que nunca había sentido, y probablemente nunca volvería a sentir, con nadie más. Era angustioso y humillante que un momento tan trascendente de su vida no hubiera significado apenas nada para él. En un momento de debilidad, Cal se había dejado vencer por la chispa del deseo que ella había prendido, pero había sido Leeann la que había encendido verdaderamente el fuego de su pasión.
– ¿Vas a pasar la noche en el parque?
La pregunta de Brock la devolvió de nuevo al presente. Abrió los ojos y negó con la cabeza.
– No. Me vuelvo a casa. Pero estoy segura de que nos volveremos a ver.
– Dalo por hecho.
Se levantó de la silla, dando gracias al cielo de que Brock no la siguiese. Tenía planeado volar a Albuquerque para tenerlo todo dispuesto para el sábado, fecha en la que tenía que volver al parque con los chicos.
Había reservado unas habitaciones en Yosemite, en el famoso hotel Ahwahnee. Allí cenarían y pasarían la noche del sábado. El domingo, llevaría a los muchachos al campamento y les ayudaría a instalarse para empezar el trabajo el lunes.
Después de la entrevista que había mantenido el día anterior por la mañana con el jefe Rossiter, había hablado por teléfono con Halian y Lonan y les había informado del éxito del proyecto. Lonan le había dicho que se pondría en contacto con las familias de los chicos para que estuvieran preparados.
Aún le quedaban un montón de cosas que hacer, como comprarles ropa y artículos de aseo adecuados para su estancia en el parque. Necesitaban de todo, desde chaquetones y botas hasta pijamas para dormir. Ya había encargado las maletas con el logotipo de H & H.
También había hecho un pedido de doce docenas de camisetas blancas con la inscripción «Jóvenes Voluntarios de Yosemite H & H» grabada en color verde oscuro. Las camisetas y los pantalones vaqueros serían su uniforme. Cuando no estuvieran trabajando en el parque, podrían ponerse lo que quisieran.
Antes de llegar a Merced, llamó a la tienda del operador de telefonía móvil de Albuquerque para asegurarse de que su pedido de tres docenas de teléfonos móviles, con cámara incorporada, estaba ya servido y con el servicio activado. Al día siguiente por la mañana los entregaría a las familias. Los chicos podrían así mandar fotos del parque al ordenador de sus familias y al de la oficina de la tribu, para que todos pudieran disfrutar de ellas.
Alex se había propuesto trabajar más que nunca para olvidar así sus amargos recuerdos.
Pero había una conversación que no podía apartar de su mente por mucho que lo intentase: la que había tenido con su padre en mayo del año anterior, poco antes de abandonar el parque. Iban los dos dando un paseo a caballo, disfrutando del paisaje, cuando él le aconsejó que no volviese nunca más a Yosemite.
– ¿Por qué? -le había preguntado ella-. Tú estuviste cinco años detrás de mamá, hasta conseguir que se casase contigo. Lo mío con Cal no es tan diferente, ¿no?
Él tiró de las riendas y se giró en la silla de montar con un gesto de preocupación.
– No lo sé. Dímelo tú.
– Sé que Cal siente algo por mí, pero sospecho que existe una razón por la que reprime sus sentimientos. Al principio pensé que era porque me consideraba demasiado joven para él: nos llevamos siete años. Pero después empecé a preguntarme que quizá hubiese otras razones, como por ejemplo que fuese de ese tipo de hombres a los que no les gusta tener una relación con una chica cuyo padre es senador y trabaja además estrechamente con sus jefes.
Su padre miró a lo lejos, hacia las formaciones rocosas que se levantan delante de ellos.
– No gana mucho dinero -siguió diciendo ella-. Y puede que se sienta humillado ante la idea de tener una esposa que tiene más dinero del que él podría ganar en toda su vida.
– Cariño, razonas muy bien, pero se te ha pasado por alto otra posibilidad que a mí me parece la más lógica: que puede tener ya una relación con otra mujer. Tú no sabes nada de lo que hace en su tiempo libre cuando no está trabajando en el parque. Quizá mantiene una relación estable con alguna mujer que conoce desde hace tiempo.
– No -dijo ella muy segura de sí-. Me paso todo el día a su lado, coqueteando con él. Si realmente estuviera enamorado de otra persona, no me prestaría tanta atención.
– A algunos hombres les gusta parecer lo que no son.
– Lo sé papá, pero el ranger Hollis no es de ésos.
– Eso tú no lo sabes.
Pero ella, testaruda por naturaleza, había vuelto a Yosemite para demostrarle a su padre que estaba equivocado. Y ahora había descubierto que su padre sabía muy bien de lo que estaba hablando. Cal llevaba años manteniendo una relación sentimental con su compañera de trabajo, Leeann. Ahora, como penitencia por su pecado, tendría que ver a Cal todo el verano en el parque y tratar de contenerse.
¿Podía una persona aprender a dominar sus emociones? Probablemente no, pero eso no tenía demasiada importancia. Lo que tenía que hacer era olvidarse de todo y trabajar duramente en aquel proyecto que le había llevado tantos años conseguir llevarlo a la práctica.
Significaba mucho para ella y quería que fuese un éxito. Deseaba que aquellos muchachos maravillosos, que provenían de una cultura y de unas circunstancias muy diferentes de las suyas, pudieran tener la experiencia de estar en un lugar que ella siempre había considerado un paraíso.
Conociendo el amor que los chicos sentían por la naturaleza, estaba convencida de que, al final del verano, volverían con sus familias más felices aún que antes. Debía sentirse satisfecha, a pesar del dolor por el recuerdo de Cal. Pero como la gente mayor solía decir: el tiempo todo lo cura y con el tiempo todo se olvida. Rogó porque fuera verdad.
CAPÍTULO 05
CAL tenía cinco minutos para ducharse y ponerse el uniforme antes de ir a la cena del Ahwahnee. Alex parecía haber desaparecido del parque. La última vez que la había visto había sido el miércoles por la mañana en su despacho.
La noche anterior se había despertado de una pesadilla con un sentimiento de culpa, porque había soñado estar besando a Alex en vez de a Leeann.
Haber vuelto a verla había despertado en él unos recuerdos que creía enterrados. Había pensado que su matrimonio con Leeann, aunque hubiera sido muy corto, le había hecho olvidarla, pero comprendía que no había sido así.
Suponía que era algo natural, teniendo en cuenta que había pasado últimamente más tiempo con Alex que con Leeann. Había tenido algunas relaciones con otras mujeres, pero ninguna le había causado una impresión tan profunda.
Esa joven de veinte años había irrumpido en su vida con una fuerza arrolladora. Su pelo rubio platino y sus ojos de esmeralda habían iluminado su existencia con un colorido más vivo que el del arcoíris que se podía ver en la cascada de Yellowstone en una tarde de otoño.
– Vamos, Sergei, date prisa o llegaremos tarde a la cena que el jefe ha preparado en nuestro honor.
Unos minutos después, Cal y Sergei entraban en aquel comedor, con sus imponentes pilares de granito y su techo de más de diez metros de altura sustentado por unas vigas de pino canadiense. Le bastó una mirada para ver que el lugar estaba lleno de turistas. Mientras buscaba con la vista a sus colegas, su mirada se detuvo en una mujer cuyo pelo parecía poseer un brillo metálico. Sólo había visto un cabello semejante en otra persona.
Estaba sentada en una mesa cerca de una de las ventanas y, a pesar de la distancia que había entre ellos, destacaba sobre todas las personas que había allí. Cuando se giró para hablar con un joven que tenía a su izquierda, pudo ver el perfil de su cara y se quedó sin respiración. Era Alex. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?
Se dio cuenta enseguida de que estaba rodeada de un grupo de adolescentes de pelo negro, muy delgados. Eran los voluntarios zunis que había llevado allí para trabajar en el parque durante el verano. Contó dieciséis. Estaban todos muy callados sin moverse de la silla. Parecían algo cohibidos.
Alguien le saludó desde una mesa cercana. Era Jeff. Sus colegas, incluido el superintendente, estaban ya allí reunidos con sus esposas e hijos.
Cal llegó a la conclusión de que no era una casualidad que Alex estuviera allí, ni que su grupo de voluntarios estuviera colocado cerca de la mesa del jefe. Bill Telford estaba muy interesado en su proyecto y sin duda quería familiarizarse con aquellos muchachos y hacerles sentirse cómodos en el parque.
Se dirigía hacia la mesa donde estaban sus compañeros cuando vio que Sergei tiraba fuerte de la correa, arrastrándole hacia la mesa de Alex. El perro la había lamido una vez y conocía bien su perfume. Igual que él.
– ¡Hola, Sergei! -exclamó una voz detrás de Cal, que él no consiguió ver a primera vista.
Era Nicky. Vance y su esposa acababan de entrar en el comedor. Roberta y Brody se levantaron de las sillas para acariciar al perro, originando un pequeño alboroto. Todos los niños que estaban allí se pusieron a mirarles. Cal trató de darse la vuelta para que no le viera Alex. Pero ella ya le había visto y le estaba mirando con una expresión de indiferencia y carente de emoción.
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