Alex vio que, como siempre que Cal hablaba, todos estaban extasiados escuchándole.

– Por la noche oiréis a los coyotes. Un coro siniestro de aullidos y ladridos. Son depredadores naturales de los ratones de campo y las ardillas, pero han aprendido a pedir comida a las personas. No les deis nunca nada. Tenemos más de dos mil contenedores estancos con alimentos para eso. Nuestros alimentos son perjudiciales para ellos. Si se acostumbran a vivir de la comida que les da la gente, pierden defensas, se hacen más vulnerables y pueden terminar atropellados por los coches que pasan por los caminos.

– ¿Y qué más animales hay? -preguntó un chico.

– El parque es el hábitat natural de las águilas reales, los muflones y algunas especies en peligro de extinción, como el búho gris y el halcón peregrino. Toda la población de animales salvajes está decreciendo peligrosamente. Hasta los sapos se hallan en peligro de extinción. Tratad todo en el parque con respeto. Mirad dónde ponéis el pie para no aplastar, por accidente, a alguna pequeña criatura del bosque. Y para terminar, algunas cifras de interés. En Yosemite habitan más de doscientas cincuenta especies de aves catalogadas. En total, en todo el país, hay novecientas especies, por lo que podéis imaginar lo importante que es conseguir que el parque siga siendo un refugio seguro para todas esas aves. Si veis algún animal o ave en peligro, informad inmediatamente de ello a vuestros monitores. Todo el personal del parque lleva un transmisor de radio para avisar a la oficina central. Respetad este enclave maravilloso al que habéis venido como voluntarios y os aseguro que disfrutaréis de la mejor experiencia de vuestra vida.

Alex vio su sonrisa cuando concluyó la charla y sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Bert Rodino tomó la palabra y se puso a hablar sobre algo referente a la reparación de los senderos, pero ella sólo tenía ya ojos para Cal y Sergei, que pasaron rodeando el semicírculo que habían formado los muchachos. Si su vista no la engañaba, Cal parecía estar sacando algunas fotos sin que los chicos se dieran cuenta. Cuando llegó a su lado, ya debía de haber dejado la cámara en algún lado.

Con el rabillo del ojo, vio a Sergei tratando de subirse a ella, pero Cal le tiró de la correa para impedírselo. Ella sabía que gozaba del afecto del perro, pero quizá él no sabía apreciarlo. Fingió no fijarse en ninguno de los dos para no darle alas a Sergei.

Cuando Bert Rodino terminó su presentación, Sheila tomó la palabra.

– Antes de que os vayáis al albergue a descansar, creo que debemos dar un fuerte aplauso a estos grandes profesionales que han dedicado parte de su tiempo para hablar con vosotros.

Alex se unió a los aplausos y luego se puso en pie y se fue con su grupo, mientras Cal y los otros dos hombres se quedaban hablando entre ellos.

– ¿Qué pensáis de lo que habéis visto hasta ahora? -pregunto ella.

– Los otros chicos no nos quieren aquí -respondió en shiwi uno del grupo, llamado Lusio.

– Quizá crean que vosotros pensáis lo mismo de ellos. Tenéis que darles una oportunidad. Tanto ellos como vosotros habéis venido a trabajar al parque como voluntarios. Tenéis muchas cosas en común y al final acabaréis siendo amigos, estoy segura -dijo ella deseosa de que aquello comenzase con buen pie-. ¿Habéis oído al ranger Hollis? Vais a vivir aquí una experiencia inolvidable, pero va a requerir cierto esfuerzo por vuestra parte. Por último, me gustaría deciros que procuréis hablar en shiwi sólo cuando estéis solos en vuestras habitaciones.

Lonan y los demás apoyaron sus palabras.

– Alex tiene razón. Ya habéis escuchado al señor Rodino. Mañana, a cada uno de vosotros se le asignará un trabajo en el que tendrá por compañero a un chico de otro grupo, durante todo el día. De vosotros dependerá: si sois amables con ellos, también ellos lo serán con vosotros.

– El truco es dejarles hablar de ellos mismos -añadió ella-. A todos nos gusta que nos den la oportunidad de presumir.

Todos se echaron a reír.

– ¿Podemos utilizar los teléfonos móviles esta noche? Alex miró a Lokita. Al igual que los otros muchachos, estaba deseando hablar con su familia.

– Claro que sí, pero ya sabéis las reglas. A las once, Lonan os los recogerá y apagará las luces. A las siete de la mañana llamará a la puerta para que os levantéis y vayáis a desayunar.

Ellos asintieron con la cabeza y entraron en el albergue delante de ella. Cuando Alex estaba a punto de subir las escaleras, oyó una profunda voz masculina detrás de ella pronunciando su nombre. Se dio la vuelta con el pulso acelerado y se encontró con Cal.

Sergei fue como loco a saludarla.

– Hola, muchachito -dijo ella agachándose para rascarle la cabeza.

– Me gustaría hablar contigo un minuto -intervino Cal-. Si necesitas decir alguna cosa más a los chicos, te espero aquí.

Dado que Alex sabía que él no quería hablar de nada que tuviera algo que ver con ella a nivel personal, supuso que se trataría de algún asunto relativo al parque.

– Acostar a los chicos es responsabilidad de Lonan. Mi cometido empieza mañana -replicó ella, algo tensa-. ¿Ocurre algo?

Estaba demasiado oscuro para leer la expresión de sus ojos, máxime debajo del sombrero, pero le dio la impresión de que estaba algo nervioso, como a la defensiva.

– El jefe Rossiter no estaba muy contento con lo de anoche -dijo Cal.

– Me imagino que estás hablando de las fotos que sacaron. Rossiter me aseguró que no volverá a suceder otra vez sin mi permiso.

– Al superintendente le gusta tomar iniciativas.

– Bueno, al menos tiene visión de futuro y desea mostrar la pluralidad social del parque.

– Saqué unas cuantas fotos esta noche porque se lo prometí a Bill, pero fueron tomas generales y en ninguna enfoqué a los chicos de tu grupo.

– Gracias.

– El jefe no quiere que ni los chicos ni tú os preocupéis por eso mientras estéis aquí.

Alex respiró hondo. No conseguía entender por qué Cal no acababa de marcharse. ¿Qué pretendía? Estaba empezando a sentirse incómoda.

– Por favor, dile a Vance que le estoy muy agradecida. Además, se lo diría ella en persona la próxima vez que lo viese. En cuanto a la conversación con Cal, tenía ganas de que terminase cuanto antes.

– A los chicos les gustó mucho tu charla y tus consejos -prosiguió diciendo ella-. Espero que los lleven a la práctica. Buenas noches -dio unas palmaditas a Sergei en el cuello-. Ya nos veremos, Sergei.

Sin mirar atrás, subió las escaleras y entró en el refugio, escuchando a sus espaldas el gemido lastimero del perro.

– ¿Alex?

Ella giró la cabeza y vio al hombre que la estaba llamando por su nombre. Era Ralph Thorn, uno de los monitores de los grupos de HPJS. Según le había contado Sheila, aquel hombre de pelo rubio, casi pelirrojo, era psicólogo de las escuelas públicas de Torrance, California, y había estado trabajando en el parque todo el último año. Estaba de pie junto a una de las mesas del salón, muy cerca de la chimenea. Era un hombre soltero de veintinueve años, con aspecto muy agradable, algo así como Dennis Quaid en Tú a Londres y yo a California.

– Hola, Ralph.

– He estado esperándote. ¿Sabes jugar a las cartas?

– No.

– ¿Te gustaría aprender? Yo podría enseñarte.

Sí, haría cualquier cosa por olvidar a Cal.

– Déjame ir a ver a los chicos y estaré contigo en unos minutos. Pero me temo que vas a descubrir lo torpe que soy con los naipes. Una vez alguien trató de enseñarme a jugar al bridge y resultó un desastre.

– No importa -respondió él con una sonrisa-. Tenemos por delante todo el verano.

Alex se hizo una imagen mental de Cal, saliendo en su coche del aparcamiento de aquella estación de esquí, una vez cumplida su misión. Pensó que el verano se le iba a hacer interminable si no se buscaba alguna distracción.

– Yo ya te lo he avisado, luego no te quejes -le advirtió ella.

Tras ver que los chicos estaban bien y refrescarse un poco, volvió al salón y se sentó a la mesa de Ralph.

Durante media hora él estuvo tratando de enseñarle con mucha paciencia las reglas del juego.

– Ya te dije lo torpe que soy para estas cosas.

– No importa. Me estoy divirtiendo -dijo él en tono de broma.

– Tú sabrás lo que estás haciendo.

Ralph era muy simpático. Ella deseaba poder sentir algún interés por él, por pequeño que fuera. Cualquier cosa con tal de arrancar a Cal de su corazón. Pero cuando lo comparaba con otros hombres, salía más agigantado y se le metía aún más profundamente en el alma.

– Te vi hablando con el nuevo biólogo jefe. Parece que está empeñado en introducir en el parque esa raza especial de perros que ahuyentan a los osos, en contra de la opinión de Paul Thomas, el anterior biólogo jefe.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque el ranger Thomas me dijo que eso iba en contra de la política del parque.

– ¿Sabes algo sobre los perros oso de Carelia?

– Oí algo acerca de un experimento que se había hecho con ellos en Washington -respondió él, encogiéndose de hombros-. Por eso le pregunté al ranger Thomas.

Alex pensó que le parecía muy sospechoso que Ralph se interesase por esas cosas, que debía decirle que no siguiera por ese camino, pero prefirió dejarlo así. El anterior superintendente se había negado a aprobar el programa de introducción de esos perros en el parque alegando que había otras necesidades más prioritarias en Yosemite. Pero ahora que Cal era el jefe, ella suponía que probablemente habría comprado a Sergei con su propio dinero.

– ¿Es alguien importante para ti?

– ¿Quién?

– El ranger Hollis.

Eso no era asunto suyo. Era ya el segundo hombre que le preguntaba sobre Cal. Eso era signo de inseguridad.

– Yo creo que es importante para todos, teniendo en cuenta que está encargado de velar por la vida de los animales del parque.

– Vamos, ya sabes a lo que me refiero. Su perro parecía muy afectuoso contigo. Pero no me gusta meterme donde no me llaman, tú ya me entiendes.

Alex no sabía bien si estaba siendo sincero o sólo trataba de flirtear con ella.

– Es un perro muy inteligente, puede oler hasta los tacos que hemos tomado para cenar esta noche. Y por lo que se refiere al ranger Hollis, tiene el encargo del jefe Rossiter de conseguir que mi grupo de voluntarios se integre en el parque. No va a ser tarea fácil. Es la primera vez que salen de su poblado y es natural que lo encuentren todo extraño.

Ralph pareció cambiar de chip.

– Por mi parte, haré todo lo posible para fomentar su amistad con los chicos de mi grupo.

– Eso sería maravilloso.

– El sábado voy a llevarlos de excursión. ¿Podrías venir con nosotros?

– La verdad es que yo también tenía planeado hacer lo mismo con mi grupo. Tal vez a Tuolumne Meadows. Es mi lugar favorito.

– Y el mío. Estuve allí el otro día, pero pensé que, para ser su primera excursión, sería mejor ir a Tenaya Lake. Está más cerca y el camino es más fácil. ¿Por qué no vamos los dos grupos juntos? Sería una buena oportunidad para que los chicos empezasen a romper el hielo.

Sí, la idea era sensata. Alex ya había estado allí antes. Era un lago situado a casi dos kilómetros y medio de altitud, que estaría probablemente helado aun a principios de junio. Pero el paisaje era grandioso. Después podrían continuar por el camino de Tioga para pasar la noche en el Tioga Pass Resort.

– Me parece buena idea. La estudiaré y te diré algo. Gracias por la invitación y por el juego, Ralph. Buenas noches.

– Hasta mañana, Alex.

Nada más llegar a su habitación, llamó por teléfono al Tioga Pass Resort, en el extremo oriental del parque. El gerente le dijo que las cabañas del complejo estarían abiertas al público para el sábado. Perfecto. Alex hizo reservas para todos los miembros de su grupo.

Cuando el sábado por la tarde, después de haber disfrutado del paisaje del lago, se separasen los grupos, ella se llevaría a sus chicos al complejo hotelero a pasar la noche. En la cafetería se cenaba muy bien. Después de una semana de trabajo, a los chicos les gustaría dormir en una buena cama y despertarse tarde el domingo por la mañana, para disfrutar de un buen desayuno antes de tomar el camino de vuelta a Yosemite Valley. Una vez allí, tendrían el resto del día libre para visitar el museo y el centro de información o hacer lo que les gustase.

Bert Rodino los había asignado a la zona de Four Mile Trail, que estaba relativamente cerca del campamento de Sugar Pines. Era un buen sitio para admirar el paisaje del valle. Por duro que fuera el trabajo, valía la pena sólo por disfrutar de las maravillosas vistas de las praderas de Sentinel Rock, El Capitán o las cataratas de Yosemite Falls.