Ella quería que aprendiesen a amar aquel lugar. Quería que hiciesen amigos y que aquella experiencia les ayudara a ver la vida con mayor perspectiva. Ella quería muchas cosas. Pero estaba claro que había una que no podía tener… una persona.

Ralph no podía saber el daño que le había hecho mencionando a Cal esa noche. Tras meterse en la cama, hundió la cara en la almohada hasta que quedó tan empapada por las lágrimas que tuvo que darle la vuelta.

CAPÍTULO 06

PARECÍAN haber pasado seis años en vez de seis días desde que Cal había visto a Alex entrar en el albergue.

«Enfréntate a la realidad, Hollis. Te ha dejado en paz tal como te prometió», le dijo su conciencia.

Se levantó muy temprano. Había pasado otra noche casi sin dormir, dando vueltas en la cama. Se duchó, se afeitó, se vistió, se tomó un café y se fue al estudio a revisar en el ordenador los informes que le habrían llegado de los rangers de servicio. Vio uno del botánico residente del parque que le pareció más urgente que los demás.


En el cañón del río Merced en Yosemite Valley se han detectado signos de presencia del cardo amarillo. No se ha inspeccionado aún la zona de Meadows Tuolumne, pero cabe suponer que la plaga se haya extendido también a esas praderas así como a lo largo de Tioga Pass Road.


Cal tenía ese sábado libre. Había pensado precisamente llevar a Sergei por la zona de Meadows Tuolumne para seguir con su adiestramiento, y podría aprovechar para ver la plaga de malas hierbas que citaba el informe del botánico.

Unos minutos después, metió la jaula de Sergei en la parte de atrás de la camioneta y puso en marcha el vehículo.

Al aproximarse al campamento de Sugar Pines, disminuyó la velocidad y tomó los prismáticos. El microbús de Alex con el distintivo de H & H no estaba en el aparcamiento.

Apretó el acelerador y se dirigió a Tuolumne Meadows, parándose de vez en cuando a ver si encontraba el microbús en las áreas de aparcamiento. Pero sin éxito.

Cuando llegó a su destino, le puso la correa al perro y se pasaron la mañana siguiendo el rastro de los excrementos de osos, en su mayoría restos de bayas y de insectos.

Sergei estaba demostrando ser un gran rastreador. Cal no paraba de elogiarle una y otra vez. Al llegar a un arroyo, le dejó que bebiera hasta saciarse. De vuelta a la camioneta, se detuvo a examinar las plantas que crecían a los lados de la carretera.

Efectivamente los cardos amarillos habían comenzado a proliferar. Estaban a punto de florecer. Tomó algunas fotos y puso una marca de referencia en el lugar, antes de subirse al vehículo. Durante más de dos horas estuvo parándose a lo largo de la carretera para marcar las zonas que necesitaban atención.

A eso de las ocho de la tarde estaba cansado y hambriento. En la cafetería del Tioga Pass Resort servían una carne asada y un pastel de manzana excelentes. Decidió cenar allí antes de volver a casa.

Cuando se desvió de la carretera, sintió la adrenalina corriéndole por las venas al ver el microbús de Alex aparcado frente al histórico complejo turístico.

– Quédate aquí, volveré en seguida -le dijo a Sergei, que se quedó tumbado dentro de la jaula.

Se acercó al mostrador de recepción y pidió una cabaña para pasar la noche. Con la llave en la mano, entró en el restaurante buscando con la mirada una cabeza de color rubio platino. Alex estaba sentada a una mesa que había en un rincón, hablando con dos muchachos de su grupo que no parecían muy contentos. Estaba de espaldas a él. Parecían mantener una fuerte discusión. El resto del grupo estaría ya durmiendo en sus cabañas.

Cal se acercó al mostrador en forma de media luna que había en el centro del local y pidió la cena. Luego se dirigió hacia la mesa de Alex. Era incapaz de mantenerse alejado de ella.

Los chicos fueron los primeros en verlo. Eso debió de alertar a Alex, pues giró la cabeza. Puso los ojos como platos al ver quién era.

– Cal…

Él sintió una extraña satisfacción al escuchar el nombre en sus labios. Eso significaba que no le había olvidado del todo.

– Buenas noches a todos.

– ¿Dónde está Sergei? -preguntó uno de los dos chicos.

– En la camioneta, dentro de su jaula -respondió él agarrando una silla libre que había al lado y acercándola a la mesa-. ¿Os importaría repetirme vuestros nombres?

– Lusio.

– Mika.

– Muy bien, chicos, creo que ya no se me olvidarán -dijo Cal, y luego añadió volviéndose a Alex-: Si estoy interrumpiendo algo importante, me pongo en otra mesa.

– No, puedes comer con nosotros -dijo Lusio antes de que ella pudiera objetar nada.

– Gracias.

Los chicos y Alex estaban terminándose su pastel de manzana.

Cal hizo un gesto a la camarera para que le llevara la cena a aquella mesa.

– ¿Cómo os ha ido la primera semana? -preguntó Cal tras probar la carne.

Mika miró a Alex de reojo y luego bajó la vista al suelo. Tampoco el otro muchacho se mostró comunicativo.

– En general, bien. Todos están contentos, excepto estos dos -explicó Alex-. Los voluntarios que les han asignado por compañeros parece que no les son muy simpáticos.

– Sé lo difícil que resulta todo al principio -dijo Cal, asintiendo con la cabeza-. Cuando yo empecé a trabajar con el servicio forestal de Idaho, tuve que convivir con dos muchachos en una cabaña perdida en el bosque, mientras luchábamos contra los incendios forestales. Creo que no crucé con ellos más de diez palabras a lo largo de los dos primeros meses. Por más esfuerzos que hacía, ellos no parecían tener el menor interés en que nos llevásemos bien, y mucho menos en ser mis amigos.

– Ponte en el lugar de un zuni -dijo Lusio mirándole con los ojos entrecerrados.

– Ponte tú en el lugar de un hombre blanco de Ohio al que habían puesto a trabajar con dos nativos americanos de la tribu de los nez perce, ésos que llevaban colgantes en la nariz. Se figuraban que yo no sabía ni ponerme de cuclillas… Y el caso es que tenían razón.

Los chicos se echaron a reír a carcajadas y Alex le dedicó una sonrisa llena de afecto.

– ¿Acabasteis siendo amigos? -preguntó ella.

– ¿La verdad?

Ella asintió con la cabeza.

– No. No se puede luchar contra ciertos prejuicios. Mi jefe me asignó a otro equipo diferente, también nez perces. Con ellos sí acabé trabando una buena amistad.

Hablando y hablando, se había terminado la carne. Se acercó el pastel y lo devoró casi de un solo bocado. Cuando miró a los chicos, vio que seguían riéndose.

– ¿Sabéis una cosa, chicos? Si las cosas no os van mejor en los próximos días, tengo una idea que creo que os gustaría, aunque sería un trabajo más duro que el de ahora y no sé si Alex os dejaría hacerlo.

– ¿Es para extinguir incendios? -preguntaron los dos a coro, con sus ojos de carbón luciendo como estrellas.

– Eso nunca lo permitiría -dijo Alex muy seria.

– No, no es tan peligroso -replicó Cal con una sonrisa-. Todos los años, el parque se llena de malas hierbas que absorben la humedad y el agua, robándosela a las plantas nativas, que acaban por marchitarse. Peor aún, son tóxicas para los caballos. La especie más perniciosa es el cardo amarillo.

Mika asintió con la cabeza.

– Nosotros tenemos una mala hierba como ésa en el poblado y tenemos que arrancarla antes de sembrar para que no eche a perder las cosechas.

– Es verdad -intervino Alex-. Se llama el cardo del almizcle, es de color violeta e infecta los pastos. Mis hermanos y yo tenemos que ir a quitarlos con las excavadoras antes de que empiecen a echar flores.

Cada vez que ella abría la boca, Cal aprendía algo nuevo de ella y se daba cuenta de que no era la niña mimada y consentida que él se había figurado.

Sí, ella quizá había sido algo impulsiva en ocasiones, pero empezaba a preguntarse si su animadversión inicial hacia Alex no tendría que ver con la experiencia que le había llevado a dejar Ohio cuando la novia de su hermano puso inesperadamente los ojos en él e intentó seducirle.

– ¿Quiere que le ayudemos a quitar esas malas hierbas? -preguntó Mika, sacando a Cal de sus pensamientos.

– Bueno, si queréis… Ya han empezado a brotar en las laderas de los caminos y en las praderas de Tuolumne Meadows. La próxima semana vendrá a Yosemite un grupo especial del estado para ayudarnos a exterminar la plaga. El año pasado invirtieron cerca de dos mil horas.

– Se extiende con gran rapidez -comentó Alex.

– Sí, supone un gran esfuerzo. Vosotros dos podrías formar parte de un equipo con otros muchachos de vuestra misma edad y trabajar allí unas horas. Uno de los monitores podría venir a recogeros, traeros de vuelta y proporcionaros la comida.

Los chicos estaban emocionados.

– Es una idea genial -dijo ella de repente.

En ese momento, Cal vio a la Alex ilusionada y entusiasmada que pensó no volver a ver nunca más.

– ¿Por qué no os vais ahora a dormir? Seguiremos hablando de ello por la mañana durante el desayuno -dijo Cal.

– ¿Te vas a quedar aquí esta noche? -exclamó ella, sorprendida.

– Sí. Estoy agotado y no me siento con ánimo de volver con el coche a estas horas. ¿A qué hora tienes intención de levantarte?

– Bueno… quedé con los chicos para desayunar a las nueve. A esa hora se desayuna más tranquilo, ya se han marchado la mayoría los turistas.

– Me parece una decisión muy sensata -dijo él, dejando un par de billetes sobre la mesa-. ¿Está Lonan contigo?

– No. Se ha tomado un día libre.

– Entonces, vamos. Os acompañaré a las cabañas y les daré las buenas noches a los chicos.

Alex se puso de pie pero desvió la mirada, confundida, y se dirigió a la salida con los dos muchachos. Cal la siguió, disfrutando de la vista. Llevaba unos vaqueros y un suéter de algodón de color café tostado metido por dentro de los pantalones. No era precisamente un conjunto muy favorecedor, pero a ella, con la silueta tan femenina que tenía, le sentaba de maravilla.

Ya fuera, caminaron hacia las cabañas. Alex fue llamando a cada puerta. Cuando uno de los muchachos abría, Cal entraba y charlaba un rato con ellos y les preguntaba si necesitaban alguna cosa. Ellos parecían muy contentos de verlo y le hacían montones de preguntas. Todos querían ver a Sergei, por lo que tuvo que prometer a todos que después del desayuno le verían haciendo un par de trucos.

Cuando acabó la ronda, se encontró al fin a solas con Alex.

– ¿Dónde está tu cabaña?

– Es la siguiente de abajo.

Cal rogó al cielo que le diese un pretexto para no tener que despedirse de ella tan pronto.

– Tengo que darle de comer a Sergei antes de acostarme. ¿Por qué no vienes conmigo? Se alegrará de verte.

– Sí, me vendrá bien dar un paseo.

Se dirigieron hacia el aparcamiento. Sus brazos se tocaron un par de veces y ella sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Hacía ya más de un año de aquella escena de la torre. Había sido una experiencia que aún no había podido olvidar.

– ¿Qué has hecho hoy con tu grupo?

Cal le había dicho que quería que su proyecto fuera un éxito. Hasta ahí podía entenderlo, pero lo que no comprendía era ese repentino interés que demostraba por todo lo relacionado con ella. Nunca se había comportado así antes.

– Hace unas noches estaba con uno de los monitores, algo pesado por cierto, y me propuso que llevase a los chicos a Tenaya Lake para que fuesen haciendo amistad con los de su grupo. Hemos estado caminando por allí admirando ese paisaje tan maravilloso, y parece que, en general, la idea ha funcionado, si exceptuamos algunos casos como el de Lusio y Mika.

Cuando llegaron a la camioneta, Cal abrió la puerta de atrás, ató a Sergei con la correa y le puso el agua y la comida.

– ¿Qué monitor era ése?

– Ralph Thorn.

– ¿Uno con el pelo trigueño?

– Sólo un viejo granjero como tú lo describiría así.

– ¿Y cómo lo describirías tú? -dijo él con una sonrisa.

– No sé. No lo he pensado realmente.

No era del todo verdad. Ralph le había parecido al principio un joven apuesto y simpático, pero su comportamiento en el lago la había decepcionado. Se había ido con uno de los muchachos de su grupo que se había portado mal con Mika y Lusio y no había vuelto hasta varias horas después, dejándole sola con los dos grupos. No podía entenderlo y pensaba informar de ello al jefe Rossiter.

– Estuvo aquí el año pasado -dijo Cal, como si hablara consigo mismo.

– Sí, eso me dijo. Y que observó algunas diferencias entre tu anterior jefe y tú.

– Bueno, yo soy unos años más joven que Paul. Me alegro de que se diera cuenta.