– No creo que se refiriera a eso -dijo Alex, echándose a reír.
Cal era tan atractivo que ningún hombre querría que le compararan con él.
– ¿A qué crees tú entonces que se refería?
– Creo que se sorprendió de verte con Sergei.
– Bueno, a algunas personas les dan miedo los perros.
– No, si van acompañados de un ranger federal. Los chicos dicen que se sienten más seguros sabiendo que le llevas contigo a todas partes.
– ¿Sientes tú lo mismo? -preguntó él.
– Siempre me he sentido segura contigo. Los que no se sentirán tan seguros serán los osos cuando vean a Sergei.
Cal sonrió complacido y sus dientes blancos parecieron brillar en la noche. Estaba irresistible.
– ¿Sabías que, si fui a Redding a conseguir un perro como Sergei, fue gracias a ti?
Cal estaba desconocido. Ella no esperaba tantas concesiones por su parte.
– ¿Quién? ¿Moi?
– No sabía que hablaras francés -dijo él bromeando.
– No, sólo un par de palabras. Estuve en Francia muy poco tiempo.
– El suficiente para comprar una botella de Chardonnay. Te la dejaste en la cesta del picnic con una bolsita de cruasanes de la que el ranger Ness y yo dimos buena cuenta.
Alex sintió un calor intenso en las mejillas. Aquella famosa tarde se había marchado tan precipitadamente de la torre que se había dejado la cesta que le había llevado.
– Me alegro de que no se desaprovechara.
– El vino lo tengo guardado. Tal vez podamos tomar un copa una noche que tengamos libre los dos.
¿Qué estaba pasando con él? Quizá sólo estuviera bromeando. Aunque Cal era aún más irresistible cuando estaba de broma.
– Con un perro y dieciséis adolescentes, no creo que haya muchas ocasiones.
– Eso déjalo de mi cuenta.
En ese instante, Sergei, que había terminado de comer, se fue directamente hacia Alex y se puso a dar vueltas alrededor de ella, liándole las piernas con la correa.
– ¡No me puedo mover! ¡Estoy presa! -dijo ella, echándose a reír-. ¿Es un nuevo truco que le has enseñado?
Cal se acercó más a ella, dejándola casi sin aliento con su sonrisa.
– No. Éste es de su invención. Parece que no quiere que te vayas.
En un esfuerzo por ocultar sus emociones, Alex se inclinó hacia Sergei para darle un abrazo.
– Creo que el ranger Hollis te ha enseñado algunas picardías y luego te echa a ti la culpa.
– ¿No te parece que deberías empezar a llamarme Cal? Hemos acordado hacer borrón y cuenta nueva del pasado.
Desde que había llegado allí esa noche, parecía como si fuera un hombre distinto. Estaba desconcertada.
Cal se agachó y le desató la correa de las piernas.
– Está bien -dijo ella, aún algo confusa, mientras Cal dejaba el plato de Sergei en la camioneta.
– Ven a dar una vuelta con nosotros antes de irnos a dormir -dijo él.
Ella asintió con la cabeza. Sentía curiosidad por saber a dónde quería llegar. Comenzaron el paseo bordeando los árboles que había alrededor de las cabañas.
– ¿Alguien te ha llamado alguna vez Alexis? Vi el nombre impreso en el folleto.
De nuevo, Cal parecía querer llevar la conversación al terreno de lo personal.
– Sólo mi madre. ¿Y a ti Calvin? -preguntó ella entrando en el juego.
– Mi madre.
Ella se echó a reír, aunque no acababa de sentirse a gusto con aquella nueva faceta suya.
– Bueno, Cal -dijo ella, tratando de acabar con aquel juego-, ¿por qué no me dices de una vez lo que querías decirme sobre Mika y Lusio? Estoy cansada, me gustaría irme a la cama.
Ella sabía que no conseguiría conciliar el sueño esa noche, pero él no tenía por qué saberlo.
Cal se detuvo.
– Sé el interés que tienes en que los chicos acaben amando este lugar. Yo también, aunque no te lo creas.
– Has estado muy amable con ellos desde que llegaron y te has ganado su amistad. Saben leer en los corazones de la gente. Y eso es ya suficiente demostración para mí.
– ¿Suficiente como para considerarme un amigo?
¿Un amigo? ¿Después de lo que había ocurrido aquella tarde en la torre de vigilancia? ¿Después de que se hubiera casado con Leeann sin que ella supiera nada?
Verle como un amigo suponía borrar ciertos recuerdos que se habían convertido en una parte esencial de su vida. Pero también era fundamental que él dejara de verla como aquella jovencita enamoradiza del pasado.
– Por supuesto. Los buenos amigos nunca sobran. Hasta que entraste por la puerta del restaurante esta noche, los chicos estaban muy desilusionados, querían volverse a Nuevo México por la mañana.
– ¿Qué pasó para que se sintieran así?
– Un muchacho del grupo de Ralph, llamado Steve, tenía mucho interés en subir al lago, pero nadie quería ir con él, salvo Lusio y Mika. Cuando Steve vio que eran ellos los únicos que querían acompañarle, cambió de opinión y dijo que ya no quería subir. Ralph me pidió que me quedara al cuidado de su grupo mientras él se llevaba aparte a Steve para hablar con él y reprenderle por su conducta. Pero el daño ya estaba hecho. Tu intervención fue providencial.
– Era lo menos que podía hacer.
– «Un ranger siempre está listo para ayudar a los demás». Sí, conozco vuestro lema. Pero tú, en particular, tienes el don de estar en el sitio indicado en el momento adecuado.
– Los chicos se lo merecen -dijo Cal-. ¿Qué te parece si, después del desayuno, les digo que se vengan conmigo a Sugar Pines? Por el camino les podría enseñar los sitios donde tendrían que trabajar. Si les gusta, tenía pensado ponerles con otros dos chicos paiutes de su misma edad con los que harán buenas migas.
– Me parece bien. No se puede pedir más. Mika y Lusio, como el resto de los muchachos, están acostumbrados a manejar una camioneta y a quitar la maleza.
– Entonces, nos serán de gran ayuda.
– Tenlo por seguro. Gracias por todo y hasta mañana. Tú termina tu paseo con Sergei. Buenas noches.
Y, sin entretenerse siquiera a despedirse del perro, se dirigió a buen paso a su cabaña.
Tan pronto entró, cerró la puerta y se quedó con la espalda apoyada en ella. Estaba desconcertada. Encontraba más asequible al Cal de antes, aquél que no había querido saber nada de ella en los últimos seis años pero que le había devuelto su beso con tanta pasión, que al de ahora, tan amable y complaciente. Resultaba paradójico.
Se metió en la cama y se acurrucó bajo las sábanas. Al calor de la habitación creyó comprender la situación. Leeann llevaba un año ausente de la vida de Cal, pero él aún no la había olvidado. Se sentía solo y la echaba de menos.
Ahora estaría allí fuera con Sergei, rumiando su dolor y deseando tener a su lado una mujer que llenase el vacío de Leeann. Cualquier mujer. Daba igual. Incluso ella.
Alex se despertó temprano a la mañana siguiente e hizo unas llamadas a las familias de los chicos para contarles cómo iban las cosas. Los comentarios entusiastas de los padres la llenaron de optimismo.
A las ocho, salió de la cabaña con unos pantalones vaqueros y una sudadera azul marino. Hacía un día soleado y el cielo estaba limpio y azul. El paisaje de la montaña estaba más hermoso que nunca. Fue al aparcamiento a dejar la mochila en el microbús. De camino a la cafetería, vio a los muchachos debajo de unos árboles con Cal. Estaban viendo a Sergei practicando algunos trucos.
Cuando levantó la vista, vio un par de ojos azules muy brillantes junto a ella.
– Y ahora que Sergei tiene aquí a su heroína -dijo Cal-, os demostrará que también sabe besar.
Alex vio la sonrisa de Cal Hollis y sintió como un aleteo de mariposas en la boca del estómago. Los chicos no paraban de reírse. Cal tenía un gran carisma. Había conseguido rápidamente que confiaran en él.
Ella se acercó a Sergei, se agachó hasta ponerse a su altura y le pasó la mano por el lomo.
– Eres mi amigo, ¿verdad?
Sergei le lamió la cara un par de veces, entre el regocijo de los chicos. Cuando miró por encima de la cabeza del animal, vio a Cal con la mirada puesta en su boca.
En otro tiempo, se habría derretido con una mirada así. Pero ahora no estaba dispuesta a hacer de bálsamo curativo. Que otra mujer le consolase.
Después de acariciar a Sergei en la cabeza, entró en la cafetería y pidió el desayuno para todo el grupo, incluyendo a Cal. Un minuto después apareció él, sin el perro.
– Sergei ya ha desayunado -dijo él, como respondiendo a la pregunta que creía ver en sus ojos-. Pero no le gusta que le enjaulen.
– A ningún ser vivo le gusta.
– Eso no admite discusión, señorita.
Cal vivía en las montañas, pero ella sabía que no eran suficientes para aliviar el dolor que sentía por la ausencia de Leeann.
– Te he pedido el desayuno.
– ¿Cómo sabías lo que quería?
– He pedido lo mismo para todos.
– ¡Vaya! ¡Con lo que me gustan las sorpresas! -replicó él arqueando una ceja.
No, no le gustaban, al menos de ella. Pero habían decidido ser amigos. Si quería respetar el pacto, tenía que comportarse como si se acabasen de conocer.
– Para ti es fácil decirlo, habrás comido aquí más de cien veces.
– Me declaro culpable de los cargos -dijo él con una sonrisa.
Alex se dio la vuelta en busca de alguna mesa libre cerca de su grupo y casi se tropezó con el monitor pelma del pelo negro de punta.
– Hola, Alex -dijo el hombre con una mirada descarada-. Por si no lo recuerdas, soy Brock.
– Tenía tu nombre en la punta de la lengua. ¿Has venido aquí a sacar fotos? Es un día perfecto.
– Eso es justo lo que pensé cuando me levanté esta mañana. ¿Te gustaría hacer una excursión conmigo a Lembert Dome?
– Te agradezco la invitación, pero me temo que no voy a poder. Estoy aquí con mi grupo.
Brock miró a Cal, que estaba ayudando a la camarera a distribuir los platos en la mesa.
– Es la segunda vez que te veo por aquí con ese ranger. Si tienes algo con él, dímelo ahora.
Tanto él como Ralph parecían obsesionados con Cal. ¿Por qué? Le irritaba su tono agresivo. No entendía cómo le habían contratado como monitor.
– No, no hay nada entre nosotros. Ha sido sólo una coincidencia. Ahora, si me disculpas, voy a desayunar.
– ¿Te importaría si me siento a tu lado mientras pido el mío?
No era el momento de hacer una escena.
– No faltaría más.
Alex se dirigió a la mesa donde Cal estaba esperándola.
– ¿Ranger Hollis? Éste es Brock. Seguramente le recordarás. Estuvo en el curso de orientación. Trabaja en Crane Flat. Lo siento, no recuerdo tu apellido.
– Giolas.
– Siéntate, Brock -dijo Cal, estrechándole la mano-. ¿Cómo va todo por el campamento?
– No me puedo quejar.
Al poco de sentarse, la camarera le sirvió el desayuno. Todos se pusieron a desayunar.
– ¿Y que te ha traído por Yosemite? -le preguntó Cal.
– El paisaje.
– Brock es un fotógrafo independiente, ¿sabes?, un free lance -intervino Alex, ante la clara de satisfacción de Brock, que parecía muy orgulloso de que lo recordara.
– Aquí siempre tendrás algo que fotografiar -dijo Cal.
Cuando Alex se terminó la tortilla echó una ojeada a los muchachos y vio que habían terminado ya todos de desayunar y que estaban ansiosos por ponerse en marcha.
– Si me disculpáis, los chicos están ya preparados para subir al microbús -dijo ella levantándose de la mesa-. Ha sido un placer volver a verte, Brock.
– Lo mismo digo.
Alex había pagado antes la factura y salió de la cafetería con los chicos. Había encontrado la excusa perfecta para perder de vista a Brock. Cal debió de leerle el pensamiento porque no hizo la menor objeción.
Cuando los muchachos dejaron sus cosas en el maletero del microbús y se sentaron en sus sitios, Alex abrió su mochila y les entregó los teléfonos móviles.
– Durante el trayecto podéis llamar a vuestras familias. Echó luego un vistazo por la ventanilla y vio a Lusio y a Mika junto a la camioneta de Cal, esperándole. Se bajó del microbús y se acercó a ellos.
– El ranger Hollis os llevará con él a Sugar Pines. Si no estoy allí cuando lleguéis, llamadme por teléfono y yo iré a recogeros. Aquí tenéis vuestros móviles.
Mientras se los estaba dando, vio a Brock saliendo de la cafetería en dirección a un Nissan Sentra blanco. Cuando se marchó, Cal salió de la cafetería y se dirigió a ellos.
– Señorita Harcourt, ¿le podemos llamar Cal al ranger Hollis? Él nos dijo que sí.
– Podéis hacerlo, pero sólo cuando estéis a solas con él.
– Prometo devolvértelos sanos y salvos -dijo él, abriendo la portezuela para que subieran a la camioneta.
– Tienen suerte de estar contigo.
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