– Es conmovedor el cariño que les tienes.
– Son tan nobles y sensibles… -dijo ella con un nudo en la garganta-. Los quiero mucho.
– Salta a la vista. De lo contrario, no te habrías aventurado a venir a este lugar salvaje con un grupo de chicos que no han salido nunca de su casa.
– Gracias por haber venido aquí a verlos, Cal.
Unas horas después, el microbús llegó al área de Curry Village. Los muchachos tenían ya hambre, querían quedarse a comer allí y luego ir a ver un poco la zona. Cuando todos se bajaron y ella estaba a punto de cerrar la puerta del microbús, Nicky Rossiter y Roberta Jarvis se presentaron allí. El hijo del jefe tenía ocho años y Roberta era cuatro años mayor que él.
– ¡Hola, Alex! -dijeron los dos niños a coro.
– Hola, ¿qué tal? ¿Cómo vosotros por aquí?
– Acabamos de comer. Hemos tomado unos tacos.
– Aquí hacen muy bien los tacos, ¿verdad? -ellos asintieron con la cabeza-. ¿Adónde vais?
– A la oficina central -respondió Nicky-. Nuestros papás están en una reunión.
– Y tu mamá, ¿dónde está?
– En casa durmiendo la siesta, aprovechando que mi hermanito Parker está dormido.
– Seguro que lo necesita. ¿Y tu madre, Roberta?
– Se fue el viernes a San Francisco a ver mis abuelos. Volverá esta noche.
– ¿Querrías decirle que me gustaría presentarle a mi grupo de voluntarios? A ellos les encantaría que tu madre les enseñase algunas cosas de arqueología.
– Por supuesto. A ella también le encantaría. Le diré que te llame.
– Gracias. Estoy en el albergue de la estación de esquí de Sugar Pines.
– Sí, lo sé.
Alex se fijó entonces en Nicky y le pareció que la miraba con ojos implorantes.
– ¿Podríamos dar una vuelta en su microbús?
– Estaba a punto de preguntaros si os gustaría montaros. Subid -los niños no se hicieron de rogar-. Sentaos donde queráis, pero abrocharos el cinturón de seguridad.
– ¡Qué bien! -exclamó Nicky-. Siempre he tenido la ilusión de montar en un coche como éste.
– ¿Queréis ir directamente a las oficinas o preferís que hagamos antes un tour guiado por el valle? -dijo Alex sonriendo.
– ¡Un tour! Y que dure mucho. Tenemos que esperar a que nuestros padres salgan de sus reuniones.
– A mí también me tocaba esperar al mío. ¿Os habéis abrochado ya los cinturones?
– ¡Sí!
– Muy bien. Pero, antes que nada, tenemos que pedir permiso a vuestros padres.
Apretó la tecla del móvil que tenía configurada con el número de teléfono del jefe Rossiter, pero no hubo respuesta. Decidió dejar entonces un mensaje diciendo que los niños estaban con ella y que estarían de vuelta en la oficina central en veinte minutos.
Puso en marcha el vehículo y conectó el micrófono de manos libres.
– Damas y caballeros, bienvenidos a bordo del expreso de H & H. ¿Qué cosas fabulosas hay en Yosemite? Yo se lo diré: docenas de praderas incomparables, más de un centenar de lagos, cascadas tan altas como un rascacielos de doscientos pisos, árboles del tamaño de un cohete espacial y montañas tan grandes como… montañas. Hay incluso playas. Es más grande que muchos países de Europa y casi del tamaño de Rhode Island.
– ¡Bien! -gritaron los niños muy entusiasmados, sintiéndose unos turistas adultos.
– Hoy tenemos dos personas muy importantes entre nosotros, Nicky y Roberta. El padre de Nicky es el jefe de todo el parque y el de Roberta es el ayudante jefe de todo el parque. Ahora vamos a hacer un recorrido por Yosemite Valley, así que siéntense todos y a disfrutar.
Nicky se puso a soltar vivas. Roberta estaba igual de emocionada, pero permaneció callada, para que se notara que era ya mayor. Veinte minutos después, Alex se detuvo frente a la fachada del edificio de las oficinas del parque.
– ¡Eh! ¡Ahí están nuestros padres! -exclamó Nicky, bajando la ventanilla-. ¡Hola, papá!
– ¡Hola, papá! -dijo Roberta.
Los dos hombres se acercaron al autobús. Alex abrió la puerta y ellos subieron con una sonrisa. Chase abrazó a su hija.
– Parece que te lo has pasado en grande, ¿eh?
Roberta asintió con la cabeza.
– Es el día libre de Alex. Le pedimos que nos llevara a dar una vuelta en su microbús.
– ¡Sí! -exclamó Nicky muy entusiasmado-. Ella sabe más que todos los rangers juntos. Nos ha dicho que tenemos en el parque árboles tan grandes como cohetes espaciales.
El niño tenía una sonrisa contagiosa. Vance no cabía en sí de satisfacción.
– Tienes razón hijo, Alex es muy inteligente. Por eso forma parte de nuestro equipo y por eso tengo que hablar con ella. ¿Por qué no te vas a casa con Chase y Roberta? Yo estaré allí en unos minutos.
– Como tú digas, papá. ¡Gracias, Alex! Ha sido muy divertido. ¿Nos llevarás otra vez?
– Claro que sí.
– Has sido muy amable, Alex. Muchas gracias -dijo Roberta dándole un abrazo.
– No hay de qué -respondió ella.
Los niños y Chase se marcharon. El jefe Rossiter subió al microbús y se sentó en la primera fila junto a ella.
– Gracias por el mensaje. Y gracias también por la tarde tan feliz que le has hecho pasar a Nicky.
– Yo también me lo he pasado muy bien con ellos. Nicky es encantador.
– Sí, yo opino igual -dijo él sonriendo-. Ahora dime, ¿cómo les va a tus voluntarios?
– Mejor de lo que había pensado. Y todo gracias al ranger Hollis -respondió ella, y le explicó la conversación que había tenido Cal con Lusio y Mika.
– Ha hecho lo que debía hacer. Me alegra que se involucre en esta clase de asuntos. ¿Alguna información más?
– Bueno, tenía intención de llamar a Beth por la mañana para concertar una reunión con usted.
– Bueno, ahora que estoy aquí ya no hace falta. Cuéntame de qué se trata.
– Me preocupan un par de cosas. Brock Giolas, el nuevo monitor del grupo de Crane Flat, no parece que encaje con el perfil habitual de las personas que trabajan aquí. Es un tipo con unos modales algo… bruscos. Lo primero que quería saber era si el ranger Hollis y yo éramos pareja. Soltó la pregunta así de sopetón si ninguna delicadeza.
– Si yo estuviera soltero quizá te habría hecho también la misma pregunta.
– Usted no se parece en nada a él -dijo Alex con una sonrisa-. Usted tiene un carácter amable y toda la gente le aprecia y le respeta. Brock a veces es grosero. Por supuesto, es sólo una impresión, pero aún sigo preguntándome cómo consiguió que le contrataran. Es un fotógrafo de Las Vegas que trabaja como free lance en su tiempo libre. Si yo fuera un turista en apuros, sería a él al último al que pediría ayuda.
Mientras ella hablaba, Rossiter fue tomando notas en una libreta que sacó de un bolsillo.
– ¿Alguna cosa más?
– Ralph Thorn es uno de los monitores de Sugar Pines que estuvo ya aquí el verano pasado. Me propuso ayer que lleváramos a nuestros grupos a Tenaya Lake para se fueran haciendo amigos -comenzó Alex, y le explicó el incidente de Lusio y Mika con el chico del otro grupo-. Me pidió que me quedara al cuidado de su grupo mientras él se iba con Steve Minor. Pensé que sería sólo cosa de unos minutos.
– ¿Y cuanto tiempo tardó en volver? -preguntó Rossiter.
Dos horas y media -el jefe frunció el ceño al oírlo-. Después de media hora, empecé a pensar que podría haber pasado algo y le llamé por teléfono, pero tenía el móvil apagado.
– Algo sospechoso, ¿no te parece?
– Sí. De hecho, estaba muy preocupada. Tenía en ese momento a mi cargo a los treinta chicos de su grupo, además de los míos. Si hubiera ocurrido algo, no sé si habría podido solucionarlo yo sola. Llevábamos ya mucho tiempo esperando, algunos chicos tenían hambre y querían volver a Sugar Pines. Creo que Ralph quebrantó una de las normas básicas que nos enseñaron en el curso de orientación.
– Tienes razón.
– Y también hizo caso omiso de la regla que prohíbe que un monitor se quede a solas con un menor. Tenemos esa misma regla en Hearth & Home. No estoy acusando a Ralph de nada, pero si hubiera habido un problema de ese tipo, Steve habría estado a su merced.
– ¿Y qué hiciste? -preguntó Vance.
– Estaba a punto de telefonear al ranger Sims para que viniera a ayudarme cuando Ralph apareció. Le pregunté por qué no había respondido a mi llamada y dijo que había perdido su iPhone en algún lugar y habían estado buscándolo y que por eso habían tardado tanto -dijo Alex, con un manifiesto tono de reproche-. No me convenció su explicación. Un teléfono puede reemplazarse por otro. Si lo hubiera perdido, debería haber vuelto al lugar donde le estábamos esperando. Podría haber vuelto luego a buscarlo después de acabar su servicio. En ese momento no le quise hacer más preguntas para que los chicos no pensaran que le estaba interrogando.
– ¿Podrías describirme la zona donde ocurrieron los hechos? -preguntó Vance.
Alex le detalló lo mejor que pudo el área de Tenaya Lake donde habían acampado.
– Le pediré a Chase que abra una investigación. Le diré que hable con Steve antes de tomar ningún tipo de acción contra Ralph, y le diré también que tenga cuidado para no involucrarte a ti en el asunto.
– Se lo agradezco -dijo ella, suspirando aliviada.
– ¿Algo más?
Alex se mordió el labio inferior.
– Bueno hay una cosa… pero lo más probable es que no sea una tontería.
– Déjame que sea yo quien lo juzgue.
– La otra noche, cuando Cal llegó a Sugar Pines con el ranger Sims para darles una charla a los chicos, Ralph hizo un comentario acerca de que el ranger Thomas estaba en contra de la idea de introducir perros de raza Carelia en el parque. Añadió que los experimentos que se habían realizado en el estado de Washington con ese tipo de perros no habían dado ningún resultado positivo. No sé por qué, pero me dio la impresión de que tenía algún interés por desprestigiar a Cal. Luego me preguntó si el ranger Hollis y yo teníamos alguna relación.
– Ya son dos los que te encuentran atractiva.
– Pero ninguno de ellos se comportó como un joven normal que espera conseguir una cita -alegó ella.
– Comprendo. ¿Sabes alguna cosa más sobre Ralph?
– Parece que trabaja como psicólogo en la escuela pública de Torrance durante el resto del año. Los otros dos voluntarios de Sugar Pines me dijeron que era un tipo agradable, pero que el año pasado les pareció bastante reservado. Eso es todo lo que sé hasta ahora.
Vance terminó de hacer sus anotaciones y se volvió a guardar la libreta en el bolsillo.
– Muy bien, Alex, esto es lo que esperaba de ti cuando te contraté. ¿Dónde está Ralph ahora?
– No estoy segura. Cuando nos separamos ayer en el lago, yo seguí con mi grupo hacia Tioga Pass y no le he vuelto a ver desde entonces.
Alex pudo percibir un gesto de recelo en la mirada del jefe.
– ¿Les gustó a los chicos?
– Mucho. Estaban muy contentos cuando llegamos anoche al complejo de Tioga Pass.
– Bert Rodino dice que están trabajando muy bien y con mucho entusiasmo -dijo Vance levantándose del asiento-. Tanto ellos como tú estáis haciendo una gran labor. Seguid así.
– Todos le estamos muy agradecidos por habernos dejado venir a este sitio tan maravilloso.
Rossiter se bajó del microbús y la saludó con la mano mientras ella partía hacia Sugar Pines.
Durante todo el tiempo que Alex había estado hablando con el jefe Vance, había tenido la mente puesta en Cal. Necesitaba pensar en otra cosa para no volverse loca.
CAPÍTULO 07
CAL llegó al campamento de Sugar Pines a las seis. Se alegró al ver el microbús de Alex en la zona de aparcamiento. Así no tendría que ir a buscarla.
– ¿Os importaría decirle a Alex que venga un momento a la camioneta, que quiero hablar con ella? -les dijo a Lusio y a Mika cuando se bajaban del vehículo.
Los chicos le dieron las gracias por el viaje y entraron a buscarla. Mientras esperaba, decidió llamar a su hermano Jack, pero no logró hablar con él. Estaba escribiéndole un mensaje cuando vio a Alex yendo en dirección a él.
– Los chicos me dijeron que querías verme. ¿Crees que no están preparados para hacer esa labor?
– Si lo creyera, no se lo habría propuesto. Pero necesito tu ayuda. Sergei se cortó la pata izquierda trasera con un trozo de vidrio que había junto a la carretera.
– ¡Oh, no!
– Tengo que darle unos cuantos puntos. Puedo hacerlo solo, pero creo que si tú vienes a casa y le sujetas la cabeza, estaría más tranquilo.
Y él aprovecharía la ocasión para hablar con ella.
– Por supuesto. Estaré encantada de poder ayudarte. Voy un momento a decírselo a Lonan.
Cal se quedó esperándola, apoyado en la camioneta, pensando que si no hubiera sido por el accidente del perro, ella no habría accedido a acompañarle a casa esa noche.
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