– No seas pesimista, hija. Si pensaran desestimar tu propuesta, no te habrían citado.

– Tienes razón -replicó Alex, mordiéndose el labio inferior-. Te agradezco tu apoyo, mamá. Te llamaré más tarde para contarte cómo me ha ido. Un beso.

Diez minutos después, Alex entraba por la puerta de la oficina del parque nacional de Yosemite. Sin pasar por recepción, se fue directamente al despacho de Thompson.

– ¡Hola! Alex Harcourt, ¿verdad? Yo soy Diane Lewis -dijo la ayudante muy sonriente, con un acento afroamericano que le resultó a Alex muy agradable.

– Encantada de conocerte -replicó ella, estrechándole la mano.

– El ranger Thompson te ha concertado una entrevista con el jefe Rossiter. Tengo que decirte que me impresionó tu proyecto. Me pareció brillante.

– Gracias -replicó Alex complacida.

– Tienes que volver al vestíbulo y tomar el otro pasillo. El despacho de Rossiter es la segunda puerta a mano izquierda.

– No te preocupes, lo encontraré. Hasta luego.

Conforme se acercaba al despacho se iba sintiendo cada vez más emocionada y nerviosa.

Trató de serenarse.

– Me gusta tu nuevo peinado, Alex -le dijo Beth, la secretaria de Vance, nada más verla entrar.

– Gracias. Si hubiera sabido lo ligera que iba a sentirme, me lo habría cortado mucho antes.

Beth se echó a reír.

– El jefe está hablando con alguien, pero acabará en un minuto. Siéntate ¿Te apetece un café?

– No, gracias. Ya me he tomando uno esta mañana, antes de venir.

– Perdona si te miro así, pero es que has cambiado tanto… Tienes un aspecto encantador.

– Cuando la ranger Davis me vio ayer, pensó que yo era la hija mayor del senador Harcourt.

– Yo también lo pensé por un instante, pero… no sabía que tuvieras una hermana.

– No, no la tengo. Lo que sí tengo son dos hermanos rubios que se parecen a mi padre mucho más que yo.

Había tenido también otro hermano, pero había muerto.

– En otras palabras, que has salido a tu madre. Debe de ser toda una belleza.

– Gracias por el cumplido. Sí, mi madre es una mujer muy guapa. Mi padre se quedó prendado de ella la primera vez que la vio montando un caballo bronco en un rodeo.

– ¿Tú también montas?

Alex no tuvo tiempo de contestar. Se abrió una puerta y apareció un hombre atlético, con el uniforme de los rangers. Llevaba un perro con él. Alex se puso de pie para dejarles pasar, pero su gesto asustó al animal.

– Lo siento -dijo ella, volviendo a sentarse en la silla.

Cuando alzó la vista y lo vio, creyó que iba a desmayarse. Cal…

– Señorita Harcourt -dijo él muy educadamente en voz baja.

Hacía catorce meses que no lo veía. La última vez había sido en marzo del año anterior, y ahora estaban a finales de mayo. Al verlo se quedó sin respiración. No había olvidado el calor y la pasión que ardían en su mirada en aquella ocasión.

No veía ahora ese fuego, sino una mirada reservada.

Cal, por su parte, la miró asombrado. Alex sabía que su aspecto era muy diferente del que él podía recordar, y eso parecía descolocarle.

Cal frunció el ceño y parpadeó un par de veces como si pensase que su vista le estaba jugando una mala pasada. Alex sonrió complacida al ver que estaba consiguiendo el primero de los objetivos que se había propuesto. Bajó la vista y vio entonces a un perro negro con manchas blancas en el pecho y las patas, que se frotaba contra las piernas de Cal. Ella sentía verdadera pasión por los perros, especialmente por Charlie, el border collie de su familia, que había muerto de viejo hacía poco.

– ¡Mira qué monada! -exclamó ella agachándose para acariciar al perro-. ¡Y con esas orejas de punta! Eres un encanto -Sergei le lamió la boca-. ¡Y qué cariñoso, vaya beso que me has dado!

En un primer momento, no fue capaz de identificar su raza, pero luego, tras verle detenidamente, afloraron ciertos recuerdos a su mente. Se incorporó y miró a Cal a los ojos.

– Así que finalmente te hiciste con un perro oso de Carelia, ¿no?

– Tienes una memoria excelente -respondió muy sereno.

Ella recordó otros momentos en que su voz no había sido tan reposada, sino profunda y vibrante como cuando daba aquellas charlas a los turistas, o ronca y apagada, como cuando pronunciaba su nombre antes de besarla.

– Bueno, solías decir que tendrías algún día un perro como éste.

– Discúlpale, es muy joven y juguetón. Aún no ha terminado su adiestramiento.

– No me ha molestado en absoluto -dijo ella rascándole a Sergei la cabeza-. Se parece a un husky siberiano. ¿Cómo se llama?

– Se llama Sergei.

El perro miró a Alex con ojos de adoración.

– Sí, un nombre ruso le va bien. Sergei debe de resultarte un compañero maravilloso. Me parece que ya te lo has ganado. Me alegro por los dos y lo siento por los pobres osos del parque -dijo ella sonriendo-. Ahora, si me disculpas, el jefe Rossiter me está esperando. Que tenga un buen día, ranger Hollis.

Antes siempre le había llamado Cal, a pesar de que él nunca le había dado pie para ello. Hoy en cambio, delante de Beth, no lo había creído conveniente. Y a juzgar por su mirada fría y distante, quizá nunca más volviera a hacerlo. No parecía haberse alegrado al verla. ¿Qué más pruebas necesitaba para apartarse de su camino?

Trató de concentrarse en lo que la había llevado allí y se dirigió al despacho del jefe Rossiter. Después de todo, se sentía orgullosa de sí misma. Se había mostrado firme, pero no arrogante. Indiferente, pero con una sonrisa amable.

Eran lecciones que había aprendido de él hacía un año, de forma amarga.

Cruzó la puerta del despacho. El jefe Rossiter se puso de pie con su eterna sonrisa. El jefe del parque era, en su estilo, casi tan atractivo como Cal.

– Me alegra verte de nuevo por aquí, Alex. Tu nuevo corte de pelo te sienta muy bien.

– Gracias -dijo ella, valorando positivamente que el jefe Rossiter no fuera tan reservado como el ranger Thompson.

– Tú yo tenemos un gran asunto del que hablar. Ven y siéntate.

– ¿Significa eso que ha tomado en consideración mi proyecto? -dijo ella estrechándole la mano antes de sentarse frente a él.

– Algo más que eso. Me ha gustado mucho. Tanto, que le he dicho a Jeff que te contrate.

Alex quiso devolverle una mirada de agradecimiento, pero prefirió no perder la compostura.

– No sabe lo mucho que esto significa para mí. Los chicos no son conscientes aún del beneficio que les va a reportar venir aquí, pero cuando lleven en el parque unos días, estoy segura de que no querrán marcharse. Como ya sabe, el consejo de la tribu no consintió que las chicas participaran del proyecto y dio su autorización sólo a los muchachos mayores de dieciséis años. Sé que la política de este parque es fomentar la igualdad de oportunidades, pero deme un poco más de tiempo y creo que conseguiré convencerles.

Él asintió con la cabeza.

– Llevo muchos años tratando con el jefe Sam Dick y lo comprendo perfectamente.

Alex se había reunido con el venerable jefe paiute y su esposa varias veces. Eran unas personas maravillosas.

– Sé que ésa fue tu idea desde el principio -añadió Rossiter.

– Sí.

– Te agradezco que hayas escogido Yosemite para tu proyecto antes que Yellowstone -dijo él con una sonrisa.

– Es mi lugar favorito.

– Y el mío -replicó él-. Bueno, Alex, ¿te gustaría desempeñar otro trabajo para mí mientras estés aquí en el parque supervisando a esos jóvenes voluntarios?

– No le entiendo. ¿A qué se refiere?

– Cuando Rachel vino por primera vez a Yosemite con Nicky, antes de que fuera mi esposa, le ofrecí el trabajo de ser mi enlace, pero ella lo rechazó.

– Quería otro puesto mejor -replicó Alex sonriendo-. Ella misma me lo dijo en privado.

– Beth era antes mi enlace, pero necesitaba también una buena secretaria, así que ese puesto quedó vacante. Se requiere una cierta personalidad que no he sido capaz de encontrar. Leyendo tu proyecto y viendo lo bien que has argumentado todas las ideas, se me ocurrió que serías la persona ideal para hacer ese trabajo.

– ¿En qué consistiría realmente? -preguntó ella.

– En ser mis ojos y mis oídos cuando estés en cualquier sito, en estas oficinas, en el parque, en el microbús con tu grupo… Te proporcionaré la cobertura necesaria para que, cuando los muchachos estén trabajando, puedas mezclarte con cualquier grupo del parque y observar lo que pasa por aquí, sea bueno o malo. Prepararás un informe por escrito periódicamente con la fecha y hora de los sucesos que hayas visto y me lo entregarás a mí personalmente.

– ¡Vamos, que quiere que sea su espía!

– En una palabra, sí -dijo él con una sonrisa-. Necesito a alguien que vea las cosas desde fuera, alguien que conozca bien los problemas del parque, pero que no sea un ranger ni uno de los trabajadores o voluntarios. Tú, con todas las veces que has venido aquí con tu padre, tienes unos conocimientos de Yosemite que nadie podría aprender en un libro de texto o en un curso sobre el tema. Y además eres valiente y con iniciativa.

– ¿Quién estaría al corriente de ese… otro lado de mi trabajo?

– Sólo Beth. Será nuestro secreto. Tiene que ser así, de lo contrario no tendría sentido. Sólo podré pagarte un salario equivalente al de un ranger sin experiencia, pero si lo aceptas me harás un hombre feliz. Y, por favor, no pienses ni por un momento que si rechazas el puesto pueda cambiar mi decisión sobre tu proyecto.

Era una gran oportunidad. El jefe Rossiter había depositado en ella toda su confianza, como si fuese una más de aquella gran familia del parque nacional de Yosemite.

– Sé que no haría tal cosa. Si de verdad cree que puedo serle de utilidad, acepto encantada.

– Excelente. Si necesitas hablar conmigo, díselo a Beth. Ella se encargará también de pagarte con un cheque cada dos semanas.

– ¿Puedo decirle una cosa?

– Naturalmente.

– Preferiría que se me conociese con el nombre de Alex Trent. Pase lo que pase este verano, sea para bien o para mal, me gustaría que se asociase con mi persona y no con mi padre.

– Eso es muy loable -afirmó Rossiter con una mirada de aprobación-. Pero no veo ninguna razón para que lo hagas. Tu padre hace ya casi dos años que está retirado de sus funciones políticas y no tiene ninguna influencia. Mientras estés trabajando aquí, formarás parte de este engranaje.

– Está bien, eso me deja más tranquila.

– Bueno, y ahora, ¿puedes decirme cómo se te ocurrió la maravillosa idea de traer a esos chicos al parque?

Cal estaba preparando algo para cenar cuando llamaron a la puerta de una manera que le resultó familiar. Le había dejado un mensaje a Jeff para hablar con él, pero si venía personalmente a su casa, mucho mejor. La presencia de Alex le había trastornado. No se había imaginado que pudiera volver a verla por allí, ahora que su padre se había jubilado y no tenía ninguna relación con el parque.

Se había fijado en que no llevaba ningún anillo en el dedo. Había pasado más de un año desde la última vez que la había visto, no habría sido extraño que se hubiera casado.

Le quitó la correa a Sergei. A una orden suya, el animal le siguió de cerca mientras abría la puerta de la calle. Jeff entró con un sobre bajo el brazo.

– Lamento no haber podido venir antes, pero he tenido un montón de reuniones -dijo Jeff a modo de saludo, y añadió luego mirando al nuevo compañero de Cal-: Hola, Sergei. He oído hablar mucho de ti. No sabes las ganas que tenía de conocerte -dejó el sobre en el suelo y se inclinó hacia el animal para acariciarle el lomo-. No parece que seas muy grande. Cuesta creer que, con ese cuerpo, puedas asustar a un oso.

– Estamos en ello -dijo Cal, cerrando la puerta-. Me estaba preparando la cena. ¿Te apetece algo?

– No, gracias, tomé un sándwich hace poco.

– Ven y siéntate, entonces.

Jeff recogió el sobre del suelo y siguió a Cal hasta el cuarto de estar, mientras Sergei le olfateaba las piernas.

– Es un perro precioso. Si le pintases de blanco pasaría por…

– Un husky siberiano -dijo Cal, adivinándole el pensamiento y recordando que era lo que Alex le había dicho esa mañana-. Sí, pienso lo mismo.

Jeff siguió acariciando al perro, lo que le llevó a Cal a pensar que estaba haciendo tiempo para hablarle de algo más importante. Y él sabía de qué se trataba.

– Esta mañana, Sergei y yo nos tropezamos literalmente con Alex. Al principio no estaba seguro de que fuera ella.

Cal estaba todavía impresionado por el cambio que había dado tanto en su aspecto como en su actitud. Y la forma en que le había mirado le había desconcertado.

– Sé a lo que te refieres -replicó Jeff-. Había estado en mi despacho el día anterior. Se ha hecho toda una mujer y está guapísima.