– Será por el vestido-sonrió Claudia.
– No lo creo. Estarías igual de guapa sin el vestido y las joyas.
El doble sentido no le pasó desapercibido a ninguno de los dos, aunque Tom no lo había dicho propósito.
Claudia, nerviosa, se pasó una mano por la falda de terciopelo.
– Creo que sería mejor volver a la fiesta.
– Quédate. Solo un ratito-murmuró él, buscando sus labios.
La besó como había deseado hacerlo durante toda la noche, larga, profundamente Un beso apasionado y tierno a la vez.
– Has dicho que no pasaría nada a menos que yo quisiera-susurró Claudia-. ¿Y si… y si yo quisiera que pasara algo?
– Estás segura?-preguntó Tom, levantando su barbilla con un dedo.
Claudia asintió, pero él no estaba Convencido del todo. Entonces empezó a acariciar su cuello para comprobar su reacción. Claudia cerró los ojos, disfrutando de las caricias y, de repente, Tom no pudo contenerse más. Quería que se derritiera entre sus brazos, quería que pronunciase su nombre con algo más que deseo, con amor. La besó en el cuello y después desabrochó el collar de zafiros, pero no pudo sujetarlo a tiempo y se deslizó entre sus pechos.
Tom contuvo una risita.
– Estupendo. Creo que me falta práctica. O quizá estoy un poco nervioso.
– No te preocupes-murmuró ella, levantando la mano para sacar el collar.
– No, deja. Lo haré yo.
Pero cuando metió los dedos por el corpiño una ola de deseo lo envolvió, robándole el aliento. Transfigurado, desabrochó la cremallera lentamente.
– No-murmuró, cuando ella quiso sujetarlo.
El corpiño se deslizó, revelando el cuerpo de Claudia ante sus ojos por primera vez. Tom se quedó asombrado de su belleza, de su perfección. Nervioso, alargó la mano para acariciar uno de sus pechos, masajeando el pezón hasta que se endureció bajo sus dedos.
– Eres más bonita de lo que había imaginado.
De nuevo ella se puso colorada y Tom se quedó enamorado de su inocencia. No sabía el poder que ejercía sobre él. Aunque parecía dura por fuera, había empezado a conocer a la mujer que era en realidad: natural, dulce, vulnerable e insegura de su magnetismo sexual.
Tom alargó la mano y le quitó la horquilla del pelo, que cayó en cascada sobre sus hombros. Suavemente, la tumbó sobre la cama y entonces, como empujado por una voluntad invisible, empezó a besarla. Primero los labios y la garganta, el cuello, el escote… cuando envolvió un pezón entre los labios, Claudia emitió un gemido de protesta. Sorprendido, se apartó. Claudia Moore se había convertido en alguien muy importante para él y no quería arriesgarse a perderla.
Cuando la miró a los ojos no vio en ellos pasión, sino duda y temor.
– No tenemos que hacerlo si no quieres.
– No, no pasa nada. Yo quiero hacerlo-susurró ella, enredando los dedos en su pelo.
Pero Tom sabía que el momento había pasado.
– Cariño, tenemos mucho tiempo. Te haré el amor, puedes estar segura. Pero solo cuando confíes en que voy a tocarte como mereces que te toquen.
Claudia se mordió los labios y él tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse Pero había demasiadas cosas sin resolver entre ellos.
– Por qué no te llevo a casa? Bajaré a calentar el coche mientras tú… te vistes.
Ella asintió, con un brillo de alivio en sus ojos de color ámbar.
– Espera-dijo al ver que se levantaba.
– Qué?
– Puedes pedirme un taxi. Deberías quedarte aquí hasta que se marchen todos los invitados.
Tom estaba a punto de protestar, pero entonces se dio cuenta de que las buenas formas no tenían nada que ver con la petición. Claudia había conseguido mantener oculta su vida privada y no quería preguntas indiscretas Preguntas que Tom no estaba dispuesto a hacer y ella no estaba dispuesta a contestar
– El chofer de mi abuelo sigue aquí. Le diré que te lleve a casa.
– Creo que necesito ayuda con la cremallera-dijo Claudia entonces
Tom le subió la cremallera del corpiño, besándola en el cuello mientras lo hacia
– Vamos. A casa y a la cama.
Mientras salían juntos de la habitación, deseaba meterla en su propia cama y encontrarla desnuda por la mañana, apretada contra su pecho.
Pero no podía ser. Había cosas por las que merecía la pena esperar en la vida y no tenía ninguna duda de que Claudia Moore era una de ellas.
Capítulo 7
OTRO día, otro dólar!
– Cincuenta céntimos dirá-murmuró Claudia, dirigiéndose al guarda de seguridad.
Había pensado llamar para decir que estaba enferma, pero como no conocía el protocolo de las emergencias para pajes no sabía a quién llamar… ¿a la señorita Perkins, su supervisora? Porque desde luego no quería llamar a Tom Dalton.
El era la razón por la que no había podido dormir en toda la noche y por la que no tenía un solo pensamiento coherente aquella mañana. La había despedido en la puerta con un casto beso en la mejilla y, mientras se dirigía al hostal, Claudia se había preguntado cómo podía haber dejado que las cosas fueran tan lejos.
Aunque tenía cierta experiencia con los hombres, creía que cuando una mujer quería poner fin a algo, lo hacía. Sin embargo había querido hacer el amor con Tom. Pero si lo hubieran hecho, todo sería diferente. El esperaría más y Claudia no estaba segura de poder darle lo que todos los hombres quieren: una esposa.
Tom le había dicho que habría tiempo porque creía que había un futuro para ellos. Pero Claudia sabía que no era así. La noche anterior era probable mente la última para ellos. Su abuelo ya sabía que era periodista. ¿Cuánto tiempo tardaría Tom en saberlo? ¿Cuánto tiempo hasta que descubriese que le faltaba un archivo?
Era un hombre apasionado en los negocios y en el placer. Y ella deseaba experimentar aquella pasión. Cuando volviera a Nueva York sería lo único que le quedase de Tom Dalton.
Había intentado imaginar su reacción cuando el abuelo le contase la verdad. ¿Se enfadaría? ¿Se negaría a dirigirle la palabra? ¿O le daría una charla sobre la ética en el trabajo? Pero pasase lo que pasa se, Claudia sabía que no iba a estar preparada.
Encontró a la señorita Perkins colocando unas muñecas y señaló su reloj.
– Llego con quince minutos de adelanto.
– Muy bien-sonrió la supervisora.
Cuando entró en el vestuario vio a los otros pajes mirando un periódico.
– Qué pasa?
Dinkie le mostró la primera página del Schuyler Falis Citizen.
– Mira, es la novia de Tom Dalton. Hace siglos que no tiene novia y dicen que después de la fiesta, los dos desaparecieron en el piso de arriba…
Claudia miró la fotografía. Aunque el resto de los obtusos pajes no parecía reconocerla ella conocía muy bien el rostro de la mujer que aparecía al lado de Tom Dalton.
– Qué más dicen?
– Pues no es tan guapa-murmuró Winkie-Pero debe de ser rica y de buena familia. Fíjate en el collar, parece bueno.
– Claro que lo es.
– La verdad es que me suena su cara-dijo Dinkie.
– A mí también-asintió Winkie
– Claro que os suena su cara-suspiró Claudia, irritada-. Soy yo.
Los tres pajes miraron el periódico y después a ella.
– Tú eres la novia de Tom Dalton?
– No, claro que no!-exclamó Claudia. Le habría encantado, pero seguramente cuando descubriese el engaño pasaría a ser más bien «el paje renegado»-. Me invitó a una fiesta y yo acepté, eso es todo. No sabía que nos harían fotografías.
– Ahora lo entiendo todo-dijo Winkie_. El aumento de sueldo, los nuevos uniformes Tom Dalton está loco por un paje!
Winkie podría haber dicho que Tom Dalton estaba loco por una oveja, tan increíble era el concepto para sus compañeros de trabajo.
– No esta loco por mi solos somos amigos
– Pajes! Pajes! Quedan diez minutos para abrir… Señorita Moore, no está vestida.
– Ahora mismo voy.
– Señorita Moore, Santa Claus quiere verla ahora mismo. Vamos, dese prisa, no lo haga esperar.
Ella hizo una mueca. ¿Qué quería Santa Claus, o más bien Theodore Dalton? Lo que había empezado con una mentira, solo podía acabar mal.
Cuando abrió la taquilla para sacar el uniforme vio de nuevo el archivo que seguía esperando allí, debajo de los botines.
Su carrera siempre había sido lo primero, su deseo de reconocimiento como periodista más importante que cualquier otra cosa en la vida. Tenía talento, pero era difícil robarlo. ¿Y cómo iban a reconocer su talento si no tenía oportunidad de publicar buenos artículos?
– El New York Times-murmuró, sacando el uniforme.
Ningún periodista se atrevería a volver al New York limes con las manos vacías. No todos los días recibía uno la oportunidad de escribir un artículo para el mejor periódico del país.
– Todavía sin vestir?-exclamó Winkie-. Mueve el trasero, Santa Claus está esperándote.
– Ya voy, ya voy. Dile que… Da igual. Iré en dos minutos.
Claudia se preguntó qué iba a decirle a Theodore Dalton. Quizá si le decía que tenía razón, que estaba enamorada de su nieto, le daría una oportunidad de enmendar los errores. Pero ni ella misma lo creía. Si apenas se conocían…
Entonces miró el archivo. Quizá podría convencerlo para que lo pusiera en su sitio…
– Twinkje!
Claudia se llevó una mano al corazón. Era la señorita Perkins, esperando impaciente en la puerta.
– Ya voy. Un minuto, por favor.
Cuando terminó de ponerse el uniforme tenía una estrategia para convencer a Theeodore Dalton de que mantuviera el secreto.
– Haré un llamamiento a su sentido de la decencia. Le recordaré el cariño que siente por su nieto. Y si eso no funciona, me pondré a llorar
Claudia salió del vestuario y la señorita Perkins la acompañó hasta la casita de tejado puntiagudo.
– Por favor, no lo entretenga mucho. Los niños ya han empezado a formar cola.
Entrar en la casita era, para un mísero paje como ella, tan impresionante como ir a Fort Knox. Y mientras empujaba el picaporte, Claudia tenía el corazón acelerado.
Un segundo después, alguien la tomó por la cintura y, para su inmenso horror, Santa Claus la besó en los labios. Al principio, Claudia no podía pensar. ¿Debería darle un golpe de karate en la nuez o una patada en la entrepierna? Pero si aquel hombre debía de tener más de setenta años… Quizá debería gritar, pensó. Pero todas sus clases de defensa personal se mezclaron y no sabía si gritar antes de dar el golpe o pegar la patada antes de darle un puñetazo en la nariz.
Sorprendida por el ardor del viejo, tuvo que reconocer que Tom había heredado el talento de su abuelo. Pero no sabía de dónde sacaba el abuelo la poca vergüenza.
Cuando por fin pudo apartarse, se llevó la mano al corazón.
– Estése quieto! ¡Cómo se atreve!
El empezó a besarla en el cuello, haciéndole cos quillas con la barba. Claudia le dio un golpe en el pecho, pero el traje estaba relleno y no le hizo ningún efecto, todo lo contrario. Furiosa, Claudia apretó los puños y lanzó un directo a su nariz. Santa Claus aulló de dolor.
– ¿Ve lo que ha hecho? Yo no soy una persona violenta, pero me ha obligado a hacerlo. Es usted… un viejo verde. ¿No le da vergüenza? ¡Es usted Santa Claus y yo soy un paje! ¿Qué pensarían los niños si lo vieran manoseando a sus pajes?
Santa Claus murmuró una maldición.
– Seguramente se preguntarían por qué no he podido dormir en toda la noche pensando cuándo volvería a besarte-contestó él entonces sacando un pañuelo del bolsillo para llevárselo a la nariz.
Al bajarse la barba, Claudia descubrió quién era.
– Tú!
– Sí, yo. ¿Estoy sangrando? Menudo gancho tienes. ¿Quién te ha enseñado?
– ¿Qué haces aquí?
– Nuestro Santa Claus particular no puede venir hoy, así que tengo que ocupar su puesto-contestó Tom, tomándola por la cintura-. Y estaba deseando verte.
– Pensé que eras… él!
– Bueno, al menos sé que eres un paje virtuoso.
Después, la besó en los labios larga y profundamente. Claudia se derritió entre sus brazos. ¿Por qué le pasaba aquello? ¿Por qué con un mero beso la de jaba reducida a una masa temblequeante?
– Ya te dije que me iban los pajes-murmuró él, acariciando su espalda.
Riendo, Claudia le apretó la falsa barriga.
– ,Llevas una sandía aquí dentro o es que te ale gras de verme?
Tom le dio un beso en el cuello.
– Siéntate en mis rodillas, pajecito, y te enterarás.
– No seas perverso. Hay niños ahí fuera. Y la señorita Perkins seguro que tiene puesta la oreja. Si no tenemos cuidado, abrirá la puerta de golpe y arruinará la ilusión de un montón de niños.
Tom se sentó en el sillón y la colocó sobre sus rodillas.\
– No te haré nada si prometes que nos veremos esta noche. Yo llevaré el traje de Santa Claus y tú puedes ir vestida de paje.
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