Claudia hubiera querido decir que sí, pero sabía que no podía hacerlo. No habría más oportunidades hasta que le hubiera contado la verdad.

– No puedo. Tengo cosas que hacer.

– Cancela tus planes-dijo Tom-. Yo haré la cena, te daré un masaje en los pies, te plancharé el uniforme. Podrías alquilar ese vídeo de la prostituta…

– No puedo-insistió ella-. Quizá mañana por la noche.

Tom dejó escapar un suspiro.

– De acuerdo. Pero solo si prometes entrar a visitarme de vez en cuando. Santa Claus tiene una picazón y solo tú puedes rascarle.

Riendo, Claudia le rascó la tripa.

– No pienso entrar aquí otra vez. Olvídate.

– Muy bien. Pero este año solo recibirás carbón, paje malo.

Claudia salió de la casita y encontró a la señorita Perkins y al resto de los pajes mirándola con cara de sorpresa.

– Ya está listo.

Estuvo intentando entretener a los niños durante todo el día, pero no podía concentrarse. Solo pensaba en devolver el archivo al despacho. Y pensaba hacerlo aquella misma noche. Después, llamaría a la editora del New York I para decirle que no habría reportaje.

Y por fin, después de eso, quizá podría amar a Tom Dalton. Y, en fin, él no tendría más remedio que amarla también.

Tom no podía dormir. Miraba el despertador, pero las agujas del reloj no parecían moverse. Intentó contar ovejas, respirar profundamente, pero nada funcionaba.

– Claudia-murmuró.

Las almohadas seguían oliendo a ella y cuando apartó la sábana encontró el collar de zafiros que se le había caído la noche anterior.

Pensaba que verla un momento en los almacenes saciaría su sed. Pero no era así. La quería a su lado todo el tiempo, a todas horas. Solo lo había pasado bien aquel día porque sabía que Claudia estaba cerca.

Aunque no se movió de la verja, tenía la oportunidad de mirarla cuando quería. Y, de vez en cuando, ella le enviaba una sonrisa de complicidad.

Tom también tenía un secreto que quería compartir con ella cuando estuvieran solos, un secreto que podría ser el principio de su vida juntos. Aquella mañana, antes de ponerse el traje de Santa Claus, le había dado un ultimátum a su padre y a su abuelo: o lo enviaban a Nueva York a primeros de año o pensaba buscar otro trabajo en la ciudad…, fuera del negocio familiar.

La amenaza había funcionado y todos sus planes iban como la seda. Solo tenía que aclarar el asunto de Santa Claus con Claudia y tendrían mucho tiempo, todo el tiempo del mundo para estar juntos.

Pero cuando los almacenes cerraron, ella había desaparecido. Winkie le dijo que había ido a tomar un café, pero Dinkie opinaba que había ido al médico.

Mientras volvía a casa, se dio cuenta de que no sabía nada sobre Claudia Moore. Era una periodista que estaba escribiendo un reportaje sobre el Santa Claus de los almacenes Dalton. Sabía que había vivido en Brooklyn y que escribía muy bien, pero no sabía nada de su familia ni de sus amigos.

Estaba enamorado de una extraña. Incluso podría tener novio, pensó entonces, golpeando la almohada. Podría estar en un bar con él, contándole cómo jugaba con el corazón de Tom Dalton para conseguir un buen reportaje.

Irritado, se puso la almohada sobre la cara. Pero aquel estallido de autocompasión terminó cuando sonó el teléfono.

– Quién me llama a medianoche?-murmuró, descolgando el auricular-. ¿Sí?

– Dalton?

– Sí, soy yo.

– Soy LeRoy Varner. El guarda de seguridad de los almacenes.

– Pasa algo?

– Creo que debería venir, señor Dalton. Ha ocurrido algo que… requiere su atención.

– ¿Qué ha pasado?

– He pillado a una ladrona que dice trabajar aquí. Su nombre es Claudia Moore… o eso dice ella. Pero voy a llamar a la policía…

– No llame a la policía-lo interrumpió Tom-. Iré enseguida.

Tom saltó de la cama y se puso unos vaqueros y un jersey a toda prisa. ¿Qué demonios hacía Claudia en los almacenes a medianoche?, se preguntó mientras se ponía los zapatos. Aquella vez no podría esconder su delito.

¿El reportaje era tan importante como para arriesgarse a ir a la cárcel? Podía entender que un periodista se arriesgara a eso para cubrir una historia de corrupción política pero para contar una historia de Santa Claus…

Entró en el coche y pisó el acelerador, sin importarle el límite de velocidad. La plaza de Schuyler Falis estaba desierta y LeRoy esperándolo en la puerta de los almacenes.

– Dónde la ha encontrado?

– Estaba haciendo la ronda como todas las noches y encontré a esa maleante en su despacho. La he interrogado y…

– Ha dicho algo?

– Solo que lo llamase a usted. Después de eso, se ha negado a abrir la boca.

Tom se pasó una mano por el pelo.

– Yo me encargo de esto. ¿Dónde está?

– En la sala de segundad. Iba a ponerle las esposas, pero me prometió que no se movería de allí hasta que llegase usted.

Tom entró en la sala de segundad, llena de apara tos de televisión de circuito cerrado. Había otra habitación con una pared de cristal, donde Claudia esperaba con la cabeza entre las manos.

Cuando abrió la puerta ella se levantó, nerviosa.

– Qué h pasado Claudia?¿Te importa decirme qué hacías aquí a medianoche?

– La verdad es que sí me importa decírtelo Solo serviría para que te enfadases, así que sugiero que me dejes ir y te olvides del asunto.

– No puede ser, lo siento. ¿Prefieres decírmelo a mí o a la policía?

– No me asustas-replicó ella-. Y no tengo que contaste nada. Cuando llame a mi abogado, no tendré que abrir la boca.

– No, es verdad. Pero ahora mismo estás bajo arresto.

– Por favor, ¿no podemos olvidarnos del asunto? Prometo no volver a hacerlo.

LeRoy llamó a la puerta entonces, con un archivo en la mano.

– Tenía esto en la mano. He tomado las huellas.

– Huellas? ¿Puede hacer eso?-preguntó Tom.

– Claro. Nos enseñaron en la academia.

Tom tomó el archivo, el mismo que había visto en su bolso unos días antes.

– Te has llevado esto de mi despacho.

– Lo tomé prestado-dijo Claudia-. Iba a de volverlo cuando me pilló aquí Perry Mason.

– Supongo que lo necesitabas para tu reportaje.

Ella parpadeó, sorprendida.

– Mi reportaje?

– Sí. ¿No es por eso por lo que estás aquí? ¿Para descubrir qué hay detrás de Santa Claus de los almacenes? Robaste el archivo la noche que debías haber ido a Silvio’s. Lo vi. en tu bolso cuando bajaste a buscar los pendientes.

Claudia cerró los ojos.

– Estaba intentando devolverlo porque había decidido no usarlo… ¿Cómo sabes que soy periodista? ¿Te lo ha contado tu abuelo?

– No, se lo conté yo a él-contestó Tom-. Pedí un informe sobre ti. No entendía por qué una mujer tan inteligente como tú quería un empleo de paje.

– Pero…

– Ven conmigo.

Claudia intentó resistirse, pero él la tomó de la mano para llevarla al ascensor. Cuando las puertas se abrieron en la quinta planta, la apretó contra su pecho y ella no se resistió.

– ¿Qué vamos a hacer? ¿Vas a llamar a la policía? Te juro que estaba poniendo el archivo en su sitio…

– Y qué pensabas hacer después? ¿Marcharte como si nada hubiera pasado?

– No podía marcharme. Pensaba pasar la noche aquí.

– Podrías haber salido perfectamente Las puertas se abren desde dentro. LeRoy te habría dejado salir si le hubieras mostrado tu carné de empleada-rió Tom.

– No estaba encerrada aquí?-exclamó Claudia-. Pero entonces… ¿no estábamos encerrados aquella noche?

– Claro que no. Cuando te pillé en mi oficina decidí jugar un poquito. Te dije que no podíamos salir para que pasaras la noche conmigo. Quería saber qué estabas tramando.

Ella se puso colorada como un tomate.

– Me mentiste. Me manipulaste y…

– Estás enfadada conmigo porque te mentí sobre el sistema de seguridad de los almacenes? ¡Lo que tú has hecho es ilegal!

– Y lo que hiciste tú, inmoral-replicó Claudia-. Pasé la noche contigo porque pensé que no tenía elección. ¡Eso fue un secuestro! Debería hacer que te detuvieran.

– ¡No seas ridícula!

– Lo que yo hice fue por trabajo. Necesitaba ese archivo para escribir un reportaje. Lo que tú hiciste fue personal. Fue un chantaje emocional.

– Quieres tu reportaje?-replicó Tom entonces entrando en su despacho. Abrió el cajón y tiró sobre la mesa varias carpetas-. Pues aquí está todo.El dinero, las cartas de los niños, los nombres…

– No los quiero.

– Quiero que los leas. Quiero que escribas el reportaje, Claudia. Para eso has venido a Schuyler Falis, ¿no?

Hubiera querido abrazarla de nuevo, pero no es taba seguro de que dijese la verdad. No estaba seguro de que hubiera ido a devolver el archivo. La única forma de saber la verdad era ofrecerle todos los datos y ver lo que hacía con ellos.

– Me temo que este ha sido tu último día de trabajo como paje de Santa Claus. Ya tienes tu reportaje; supongo que te marcharás enseguida.

Después de decir eso, salió del despacho y entró en el ascensor. Cuando pasó al lado de LeRoy le dijo que escoltase a Claudia a la calle sin hacer preguntas. Y solo cuando estaba de nuevo en el coche se dio cuenta de lo que había hecho.

Le había dado exactamente lo que quería. Y si le interesaba el artículo más que él, nunca volvería a verla. Por un momento, pensó en volver a los almacenes y obligarla a reconocer sus sentimientos, obligarla a decir en voz alta lo que había visto en sus ojos la otra noche en su dormitorio. Pero no iba a hacerlo.

Si lo amaba, volvería. Y publicase el artículo o no, eso no cambiaría lo que sentía por ella. Amaba a Claudia Moore y era un amor que duraría toda la vida.


Capítulo 8


CLAUDIA estaba en el pasillo del hostal, con el teléfono en una mano. En la otra, el número de la editora del New York Times. Cerrando los ojos, intentó encontrar valor. los ojos, intentó encontrar valor.

¿Debía hacerlo o no? Nunca se había enfrentado a una decisión así. Después de una hora de vacilaciones, seguía sin estar segura.

El artículo debía estar en el limes al día siguiente y casi lo tenía terminado, pero… Era un buen reportaje, emocionante, la clase de artículo típico de Navidad. Tres familias que habían recibido el regalo de Santa Claus le abrieron sus puertas y sabía que era el mejor artículo de su vida, el que podría darle la oportunidad de tener un trabajo fijo en el mejor periódico del país. Decidida, marcó el número, pero Anne Costello tardó un minuto en contestar y hasta que lo hizo Claudia no estuvo segura de lo que iba a decir.

– No hay artículo-le espetó, sin decir siquiera quién era.

– Con quién hablo?

– Anne, soy Claudia Moore. No hay artículo.

– Claudia, dónde estás? Llevo días llamando a tu apartamento. ¿Dónde está mi artículo? ¿Cuántas columnas? Necesito saberlo ahora mismo… Y necesitaré fotos.

– No hay artículo-repitió Claudia.

– No hay artículo? Claro que hay artículo. Alguien está regalando miles de dólares en un pequeño pueblo de Nueva York sin pedir nada a cambio. Claro que hay artículo.

– Lo siento, pero no he podido encontrarlo. Después de investigar un poco…

– Has descubierto la identidad de ese Santa Claus?-preguntó Anne.

– Sí.

– Y has hablado con las familias a las que ha ayudado?

– Sí.

– Entonces, ¿por qué no hay artículo?-

– Porque este Santa Claus quiere permanecer en el anonimato y quizá deberíamos respetar eso. Cuando se sepa su identidad, la gente empezará a pedirle favores y dinero por todas partes. Y aunque estas familias me han abierto las puertas de su casa, no les apetece que todo el mundo conozca sus problemas personales.

Aunque no podía ver la cara de Anne, imaginaba que estaría furiosa.

– Quiero una copia de ese artículo en mi mesa mañana a las nueve, Claudia. Yo decidiré si hay artículo o no. Tú solo dame los hechos.

– Y si no lo hago?

Al otro lado del hilo hubo un largo silencio.

– No podré recomendarte para el puesto. Tendré que buscar otro candidato.

Claudia apretó los labios, frustrada.

– Sabes que soy una buena periodista y me merezco ese puesto. Te he dado muchos artículos y solo por este…

– Mañana por la mañana-dijo Anne antes de colgar.

Claudia tuvo que contener las lágrimas. Además de perder la mejor Oportunidad profesional de su vida había arruinado su relación con Tom. Después de lo que había pasado por la noche, nunca volvería a confiar en ella.

¿Por qué no enviar el artículo y seguir adelante con su vida? Un trabajo en el Times era lo que siempre había soñado Tendría un sueldo mensual, una columna fija y la seguridad de ser leída por millones de personas. Todo lo que siempre había querido.

Pero no lo tendría todo. No tendría a Tom. No tendría amor y pasión en su vida. Solo remordimientos. Claudia arrugó el papel que tenía en la mano y entró en la habitación.