La pantalla de su ordenador estaba encendida, esperando la última revisión Sin pensar, se sentó y empezó a pulir la historia. No pensaba en ello, solo dejaba que las palabras fueran de su corazón a la pantalla.

Cuando por fin escribió el punto final, se dió cuenta de que llevaba dos horas trabajando. Entonces pulsó el botón de “Impresión”.

Dos minutos después tenía el artículo en la mano. Claudia sonrió, orgullosa. Pero entonces recordó lo que le había costado: la oportunidad de vivir con el hombre del que estaba enamorada. Y la sonrisa desapareció de sus labios.

Angustiada, se levantó y apagó el ordenador. Quizá no todo había terminado, pensó. Quizá todavía podía hacer algo.

Tomó su abrigo y salió del hostal. Había empezado a nevar de nuevo, pero entró en el coche y esperó un poco hasta que el motor se calentó. No sabía si encontraría el camino porque la única vez que fue a casa de Tom Dalton no iba fijándose en la carretera.

Pero la encontró, en medio del bosque, con todas las luces encendidas. Eran las diez de la noche y seguramente Tom estaría allí…Y si no, lo esperaría. Cuando paró delante de la casa vio el Mercedes negro aparcado en el garaje.

No sabía qué iba a decirle, pero sabía que aquella visita podría marcar la diferencia entre una vida llena de felicidad o de amargos remordimientos.

Amaba a Tom Dalton y pasara lo que pasara entre ellos, nada cambiaría eso. Pero ¿qué sentía Tom por ella? Si la amaba de verdad, podría perdonarla. Y si no…

Claudia salió del coche con el corazón encogido. Con cada paso que daba hacia el porche iba reuniendo valor. Y cuando alargó la mano para llamar al timbre, rezó esperando estar haciendo lo que debía.

Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió de golpe y, sorprendida. Claudia dio un paso atrás, con tan mala fortuna de que se resbaló uno de los tacones en el primer escalón. Cuando creía que iba a caer de espaldas sobre la nieve, una mano la tomó por la cintura y se vio, de repente, apretada contra el sólido torso de Tom Dalton.

– Hola-fue todo lo que pudo decir.

Él dio un paso atrás y la miró, enfadado.

– Eres la última persona que esperaba ver. Qué haces aquí?

Claudia metió la mano en el bolsillo del abrigo.

– He traído esto-dijo mostrándole el artículo.

– No tengo que preguntar qué es.

– Quiero que lo leas.

– Para qué? Necesitas un corrector de pruebas? O crees que te perdonaré cuando lo lea?

– Perdonarme?-repitió Claudia-.No, no espero que me perdones. Ni siquiera espero que lo entiendas.

– Inténtalo.

– Este artículo maraca la diferencia entre un futuro incierto, buscando trabajo en cualquier periódico, y una columna en el mejor periódico del país. Ese ha sido mi sueño desde que era pequeña. Y ahora que lo tengo en la punta de los dedos… parece que no puedo hacerlo realidad.

– Si eso es lo que quieres, ve por ello-dijo Tom-. Quiero que seas feliz.

– Por favor…no me mientas. Quieres que lo pase fatal. Quieres que escriba el artículo y me muera de remordimientos. Quieres que me dé cuenta de que estoy locamente enamorada de ti, tan enamorada que olvide todos mis sueños, todas mis aspiraciones-replicó Claudia.

– Estás enamorada de mí?-preguntó él entonces, mirándola a los ojos.

Claudia respiró profundamente.

– No lo sé. No estoy segura.

– Yo no te pediría que abandonases tus sueños.

– Por qué no?

Tom tomó su cara entre las manos.

– Porque quizá también yo estoy enamorado de ti.

Los ojos de Claudia se llenaron de lágrimas.

– Pensé que no me perdonarías nunca. Aunque sepas que no voy a enviar este artículo.

– Yo tengo parte de culpa-suspiró él-. Supe lo que querías desde el principio y podría haberte detenido. Podría haberte pedido una explicación, pero no quería perderte.

– Entonces, ¿no estás enfadado?

– No, no estoy enfadado.

Claudia asintió, sin saber qué hacer. Quería besarlo, pero no se atrevía a dar el primer paso.

– Bueno, entonces me voy.

– No-dijo Tom, tirando de ella hacia el vestíbulo.

Claudia esperaba que la besase, pero la tomó en brazos. El movimiento la pilló tan por sorpresa que se le cayó el artículo de la mano, los papeles bailando por el suelo de mármol.

– Qué haces?

– Lo que debería haber hecho después de la fiesta-murmuró él, subiendo la escalera.


De Julia Roberts, nada. Claudia se sentía como Escarlata O´Hara.

Cuando llegaron al dormitorio, la dejó en el suelo para besarla con auténtica desesperación, enredando los dedos en su pelo. Era un hombre consumido por la pasión y aquel beso la consumía también a ella. Sus bocas se encontraban, se pegaban la una a la otra, se buscaban. Tom la había besado antes, pero Claudia sabía dónde los llevaba aquel beso. Y aquella vez no pensaba detenerlo.

Con manos temblorosas empezó a desabrochar los botones de su camisa para sentir los poderosos músculos bajo sus dedos.

Había deseado tanto hacerlo que el roce de su piel, su olor, casi le parecía familiar. Y aunque se habían conocido solo dos semanas antes, sentía como silo conociera desde siempre. Y cuando había decidido que solo necesitaba una carrera para ser feliz, él apareció y le robó el corazón Claudia sonrió.Aunque no había esperado estar vestida de paje cuando eso ocurriera.

– Esta vez no vamos a parar-murmuró, besando su torso, el suave vello Oscuro acariciando su cara.

El echó la cabeza hacia atrás cuando Claudia besó uno de sus pezones.

– Cariño, te prometo una cosa. Nunca dejaré de desearte.

Las prendas de ropa empezaron a desaparecer una por una, tiradas al suelo con impaciencia: chaqueta, jersey, camisa, vaqueros y calcetines. Y con cada prenda, la pasión crecía más y más.

Claudia debería haber estado nerviosa, pero sin tiendo las manos de Tom sobre su cuerpo se sentía segura. Antes de terminar de desnudarse cayeron sobre la cama, ella en braguitas y sujetador, Tom en calzoncillos.

– Eres tan preciosa…-murmuró, besando su cuello.

– ¿Para ser un paje?-bromeé Claudia.

– Dejaste de ser un paje para mí hace tiempo.

Tom levantó el sujetador, exponiendo la curva de sus pechos poco a poco. Y cuando tomó uno de los pezones en su boca, Claudia dejó escapar un gemido. Jugueteaba con su lengua sobre el endurecido botón, metiéndoselo en la boca con cuidado, enviando olas de placer por todo su cuerpo.

Claudia enredó los dedos en el pelo oscuro, apretándolo contra ella. Y cuando Tom metió una mano dentro de sus braguitas, lanzó un gemido de placer… y de bienvenida.

El la acariciaba sin dejar de besarla, siguiendo el mismo ritmo, llevándola casi hasta el filo y apartándose después. Una y otra vez, se sentía a punto de llegar pero al final no lo hacía, controlada siempre por el roce de sus dedos. Y cuando no pudo soportarlo más, Claudia susurró su nombre, suplicándole que terminase con el tormento.

Tom se echó hacia atrás para mirarla a los ojos y ella pasó un dedo por sus labios. Deseaba hacerlo sentir lo que ella sentía.

– Es mi turno.

Se quitó el sujetador y empezó a acariciarlo con la suave tela desde el torso hasta el vientre.

– Ahora, los calzoncillos.

Sonriendo perversamente, él se los bajó y Claudia lo admiré, duro y potente. Acaricié su torso, sus caderas, sus muslos, y cuando por fin abrazó su erección, Tom casi perdió el control.

– Ahora tú-la retó, tirando de sus braguitas.

En cuanto estuvieron en el suelo, alargó la mano para sacar un preservativo del cajón de la mesilla.

– Hazlo por mí-murmuró-Y no tardes.

Claudia le puso el preservativo y Tom no pudo esperar mucho más. Empezó a moverse dentro de ella y Claudia Sintió que todo su cuerpo despertaba a la vida.

Empezaron lentamente, disfrutando de la unión. Pero poco después la pasión se volvió fiera, casi primaria. Cuando un furioso orgasmo la hizo gritar de placer, supo que nunca había sentido una conexión así con nadie. Y cuando Tom cayó sobre ella, estremecido, murmurando su nombre, supo que era el único hombre de su vida. Para siempre.

Mucho después, cuando ambos estaban completamente saciados, la habitación quedó en silencio. Tom pasó una pierna por su cintura y la apreté contra su pecho, con la cabeza sobre su hombro. Claudia sonrió, emocionada al descubrir aquel lado tan infantil y vulnerable en él.

– Estás dormido?-susurró.

– Un poco. Agotado, más bien. Dame media hora.

– Duerme, tonto.

Tom se apretó más contra ella.

– Quiero que envíes el artículo al periódico. Quiero que consigas ese trabajo en el Times. Promételo que lo enviarás.

Claudia no contestó. Y poco después escuchaba el sonido rítmico de su respiración.

¿Qué había querido decir con eso?, se preguntó. ¿Era su forma de de adiós?

Debía de haber entendido mal. Le había dicho que la amaba y, sin embargo, le pedía que enviase el artículo. Quizá le prometía amor a cualquier mujer en la cama. Quizá eso no significaba nada para él. ¿Cómo podían vivir juntos si ella estaba en Nueva York y él en Schuyler Falis?

Volvió a mirarlo entonces. ¿Cómo podría vivir sin él? ¿Pensaría Tom en ella o la olvidaría por completo? No quería irse a Nueva York. No quería ir a ninguna parte sin él.

– Quizá no me has perdonado-murmuré.

Entristecida, se levantó de la cama y buscó su ropa. Había pensado que estaría satisfecha con una sola noche de pasión. Pero quería mucho más. Que ría toda una vida con él.

Se vistió sin hacer ruido, mirándolo dormir. Que ría a Tom Dalton. Quería su amor, su pasión, quería tener hijos con él. Y no aceptaría nada menos porque lo amaba con toda su alma.

Claudia se quedó un rato mirándolo. Quería recordar cada detalle de su rostro a la luz de la luna. Y cuan do no pudo soportarlo más… salió de la habitación.

Las páginas del artículo seguían tiradas en el suelo del vestíbulo. Mientras las colocaba, una lágrima cayó sobre la primera, pero la apartó de un manotazo. Podía olvidarse de Tom Dalton, podía hacerlo.

Cuando abrió la puerta, el aire frío golpeó su cara. Y solo cuando la cerró se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Nunca volvería a ver a Tom, nunca sentiría la pasión que había sentido con él.

Entró en el coche, sabiendo que el dolor que sen tía en el corazón se quedaría allí toda la vida.

Tom esperaba encontrar a Claudia por la mañana. Esperaba tenerla entre sus brazos, pero se despertó en una cama vacía.

¿Por qué se había marchado? Pensaba que lo habían dejado todo claro la noche anterior. Ella enviaría el artículo y aceptaría el puesto en el Times. Y unas semanas después, él se mudaría a Nueva York.

Pensaba explicárselo todo por la mañana. Se casa rían, buscarían un apartamento y, algún día, tendrían una gran familia.

En cuanto al artículo, estaba seguro de que a su abuelo se le pasaría el enfado. Después de todo, gracias a ese artículo el heredero de la dinastía Dalton había conocido a la mujer de sus sueños. Revelar un pequeño secreto familiar era un precio muy bajo por un futuro lleno de felicidad y la promesa de nietos y bisnietos.

Tom se levantó de un salto. Tenía su futuro perfectamente planeado y estaba dispuesto a empezar inmediatamente. Se puso los vaqueros y la camisa que encontró en el suelo y no se molestó en lavarse la cara. Tenía que encontrar a Claudia.

Solo podía estar en dos sitios: en el hostal o en los almacenes. Pasaría primero por los almacenes para explicárselo todo a su abuelo y después bajaría a la sección de joyería para elegir el anillo de compromiso con el diamante más grande. Y le pediría a Claudia que se casara con él.

Aunque ya había hecho eso una vez, en realidad no le importaba la respuesta. Pero quería que Claudia Moore dijera que sí… Quería que se echara en sus brazos y prometiese amarlo para siempre.

Tom dejó el coche en la puerta de los almacenes, sin preocuparse por la grúa y, al entrar vio a LeRoy en la puerta.

.-LeRoy, quiero que busques a una empleada. Claudia Moore. Sus datos estarán en el ordenador. Cuando la encuentres, llámame al despacho de mi abuelo.

– Es la misma Claudia Moore de la otra noche? La que entró a robar en su oficina?

– Cuidado con lo que dices-sonrió Tom-. Estás hablando de mi futura esposa.

– Lo siento, señor Dalton-contestó el hombre, sorprendido-. Supongo que cuando se case con usted dejará atrás su pasado delictivo.

– Tú búscala-murmuró Tom, tomando el ascensor.

• Afortunadamente encontró a su abuelo en la oficina, intentando ponerse el traje de Santa Claus.

– Tommy, ayúdame. La señorita Lewis ha vuelto a lavar estos malditos pantalones…

– Olvídate de los pantalones, abuelo. Tengo que decirte algo muy importante.

– Crees que es más importante que mi trabajo como Santa Claus?