– En realidad, es de eso de lo que quiero hablar te. Claudia Moore ha escrito un artículo sobre nuestro secreto. Saldrá publicado en el New York Times.
Su abuelo lo miró, boquiabierto.
– ¿Y no has intentado detenerla?
– No-contestó Tom-. Quería que publicase ese artículo. Si lo hace, seguramente conseguirá un puesto fijo en el periódico. Y ella desea ese trabajo más que nada en el mundo. Quiero que sea feliz… Voy a casarme con ella, abuelo. La quiero y deseo pasar el resto de mi vida a su lado. Y espero que mi felicidad sea más importante para ti que tu pequeño secreto.
Theodore Dalton se quedó pensativo durante unos segundos.
– Apenas la conoces.
– Sé todo lo que tengo que saber. Si dejo que se vaya de mi vida, nunca me lo perdonaré a mí mismo.
– Entonces, tienes todo mi apoyo-suspiró su abuelo-. Espero que seáis tan felices como lo somos tu abuela y yo.
Tom se acercó para darle un abrazo.
– Haré lo que pueda.
– Así que yo tenía razón. No necesitabas una mujer, necesitabas una esposa…-en ese momento sonó el teléfono y su abuelo descolgó el auricular-. Es para ti. De seguridad.
LeRoy estaba al otro lado del hilo.
– Señor Dalton, he encontrado a la… a la señorita Moore. Está en los almacenes ahora mismo, en el vestuario de empleados. ¿Quiere que la detenga?
– No, yo iré a buscarla. Gracias-dijo Tom-.Abuelo, deséame suerte. Por cierto, ¿tú sabías que esto iba a pasar?
Theodore se encogió de hombros.
– Sabía que estabas preparado para un cambio en tu vida. Y sospechaba que ese cambio podría de la mano de Claudia en cuanto la vi. Supongo que por eso tu padre y yo decidimos que estabas preparado para un traslado.
Tom le dio un golpecito en el hombro, sonriendo.
– Lo estoy. En cuanto le haya comprado a Claudia el anillo de compromiso más grande de la tienda. Y en cuanto ella me diga que sí.
– Y si se niega?
– No pienso aceptar un no-contestó él-. Por cierto, gracias.
– De nada, hijo.
Tom bajó en el ascensor al departamento de joyería y se acercó a un empleado.
– Puedo ayudarlo, señor Dalton?
– Quiero el anillo de compromiso con el diamante más grande que tengamos.
– Tenemos uno de seis kilates en la caja fuerte. De color perfecto y talla antigua, montado en platino-sonrió el hombre, desapareciendo en la caja fuerte para aparecer de nuevo unos segundos después con una bandeja en la mano-. Este es un anillo muy especial.
Tom lo miró a la luz.
– Ella es una mujer muy especial. Cárguelo a mi cuenta-dijo, guardándolo en el bolsillo.
– Sí, señor. Y, por cierto, enhorabuena.
– Gracias.
Tom subió corriendo a la planta de juguetes, pero cuando entró en el vestuario solo vio tres pajes.
– Buenos días Señor Dalton!
– Me habían dicho que Claudia estaba aquí.
Dinkie señaló una puerta.
– Está ahí dentro, limpiando su taquilla. Nos ha dicho que se marcha. ¿Va a pedirle que se quede, señor Dalton?
– Les importa perdonamos un momento? Claudia y yo tenemos que hablar de un asunto privado.
Los pajes salieron a toda prisa y Tom abrió la puerta de las taquillas.
– Te he echado de menos esta mañana.
Claudia se volvió. Pero no estaba sonriendo En su rostro había una expresión indiferente, casi fría.
– Estaba…, sacando las cosas de mi taquilla. Me marcho a Nueva York esta tarde.
– Te vas? ¿Por qué?
– líe terminado el artículo y tengo mucho que hacer si quiero aceptar el puesto en el Times.
– Pero tenemos cosas que discutir…
– No tenemos nada que hablar, Tom-lo interrumpió ella-. Anoche dejaste bien claro lo que sentías.
– Sí, lo dejé bien claro. Y creo que, consideran do esos sentimientos, no deberías marcha a Nueva York. No puedo dejarte ir, Claudia.
– Tendrás que hacerlo. No pienso quedarme aquí solo para que tú lo pases bien durante unos días.
– Quiero que te quedes por nosotros. Por nuestro futuro.
Ella lo miró, perpleja.
– Pero no entiendo… Dijiste que enviara el artículo y pensé que ese era el final de…
– El final? Claudia esto es el principio. TE dije que enviaras el artículo porque quiero que seas feliz. Quiero que hagas realidad tus sueños, pero también quiero que te cases conmigo.
– Cómo?
Tom metió la mano en el bolsillo.
– Quería que esto fuera más romántico. No pensaba pedirte que te casaras conmigo en una taquilla. Pero tendrá que ser así. Además, aquí es donde empezó todo-dijo, clavando una rodilla en el suelo.
– Qué estás haciendo?
– Claudia Moore, te quiero. Sé que nos conocemos hace poco tiempo, pero en cuanto te conocí supe que estábamos hechos el uno para el otro. ¿Quieres casarte conmigo?
– Qué?-murmuró ella, confusa.
– Quieres casarte conmigo-repitió Tom
Claudia lo miró como si no entendiese bien.
– Quieres que me case contigo?
Él se levantó suspirando.
– He pedido que me trasladen a Nueva York, a las oficinas principales de Dalton. Tú trabajarás e el Times y podremos empezar una vida juntos. Será maravilloso, ya verás. Encontraremos un apartamento cerca de Central Park y…
– ¡No!
Tom la miró, atónito.
– ¿No?
– No puedo casarme contigo.
– Puedo preguntar por qué?
Claudia buscó una respuesta, tartamudeando
– Porque… no me conoces. Vine aquí para escribir un artículo y pensaba hacer lo que fuera para conseguirlo, Nunca he querido casarme con nadie. Solo he querido ser periodista y… no puedo tener las dos cosas. Más tarde o más temprano, acabarás odiando mi trabajo y me odiarás a mí.
– Puedes tener las dos cosas si nos queremos-dijo Tom.
Ella negó con la cabeza.
– Por qué el amor siempre tiene que significar matrimonio? ¿Por qué el amor no puede ser solo amor…, dure lo que dure, sin compromisos?
– Porque eso no es verdadero amor, Claudia, Eso es solo pasar el tiempo con alguien hasta que aparezca otro mejor.
– No, no, todo esto va demasiado rápido. Lo que ha pasado entre nosotros no es real. Me di cuenta anoche…
– . ¡Claro que es real!
– Y qué silo es? Queremos cosas diferentes. Yo podría mantener una relación contigo, incluso podría vivir contigo. Pero no podemos casarnos. Tú esperarás que sea una esposa normal y yo no puedo serlo-exclamó Claudia-… No puedo, así de sencillo. Lo siento… lo siento mucho.
Después tomó su bolsa y salió corriendo. Tom se quedó mirando hacia la puerta, incrédulo.
Salió a buscarla, pero la planta estaba llena de gente que le interrumpía el paso.
– La habéis visto?
Winkie señaló el ascensor y Tom intentó abrirse paso entre la gente, pero Claudia había desaparecido. Se había marchado de su vida como si nunca hubiera entrado en ella. Y Tom masculló una maldición por su torpe pedida de mano.
– Esto no ha terminado, Claudia Moore-murmuró-. Dirás que sí y nos casaremos. Aunque tarde un año, me casaré contigo.
Capítulo 9
Tom estaba mirándose en el espejo de la oficina. Llevaba puesto el traje de Santa Claus y la barba blanca y la alegre barriguita eran un tremendo contraste con su oscuro estado de ánimo. Sin Twinkie, aquello era insoportable.
Era Nochebuena y solo le quedaba un día para interpretar el papel de Santa Claus. Al menos, hasta once meses más tarde.
Miró entonces el New York Times que había sobre su escritorio. Llevaba cinco días comprando el periódico para buscar el artículo de Claudia. Incluso le pidió a la señorita Lewis que lo mirase detenidamente, pero no habían encontrado nada. ¿El editor se habría negado a publicarlo? ¿Habría decidido Claudia no enviar la historia? ¿Qué había pasado con la oferta de trabajo del Times?
Tantas preguntas y ninguna respuesta. LeRoy había encontrado su número de teléfono en Nueva York y Tom sentía la tentación de llamarla cien veces cada día, pero hasta que publicasen el artículo o hubiera pasado la Navidad, no estaba seguro de cómo reaccionaría.
Pero los días pasaban tan lentamente… Tom repasaba lo que ocurrió entre ellos la última noche y no entendía qué había hecho mal.
Quizá fue demasiado rápido. Si le hubiera dado un poco más de tiempo para conocerlo… Irritado, masculló una maldición. Lo único que podía hacer por el momento era esperar… y leer el New York Ti mes todos los días.
Alguien llamó a la puerta del despacho entonces. Era LeRoy.
– Hola, señor Dalton. Le traigo el periódico.
– Gracias.
– De nada, señor.
Cuando LeRoy salió del despacho Tom buscó impaciente el artículo, pero no lo encontró.
– Dónde está? Vamos Claudia, esto es lo que habías soñado siempre. ¿Por qué no está aquí?
Era Nochebuena, el día perfecto para publicarlo.
– A menos que lo guarden para mañana…
Sí, claro, tenía que ser eso. Lo habían guardado para el día de Navidad… «Regalos secretos para familias necesitadas». El artículo perfecto para ese día.
Tom tiró el periódico sobre la mesa y se pasó una mano por el pelo. En realidad, daba igual. Fuera o no publicado, Claudia no quería saber nada de él.
Pero si lamentaba lo que había pasado, si quería salvar su relación, Tom tenía que creer que no publicaría el artículo. Y si no aparecía en el Times, quizá eso significaba que aún no había tomado una decisión sobre su futuro.
Suspirando, tomó el gorro de Santa Claus y bajó por la escalera secreta. Debía concentrarse en los niños, se dijo. Pero solo podía pensar en ella, en los ratos que había pasado con Claudia en los almacenes, en su casa, en el coche…, incluso cuando salió catapultada hasta la basura en el callejón.
Quizá lo mejor sería mudarse a Manhattan. Si no había futuro con Claudia, sería más fácil olvidarla en Nueva York… aunque ella también vivía allí. Y tenía su dirección en Brooklyn. ¡Y las oficinas de la empresa Dalton estaban a dos calles de las del New York Times!
Podrían encontrarse por la calle, en un autobús… Tom conocía bien sus sentimientos por ella y sabía que estaría buscándola continuamente.
No, nada se arreglaría a menos que la viese de nuevo. Tenía que mirarla a los ojos y convencerse de que no lo amaba.
Había pensado ir a Connecticut a las cinco, cuan do cerrasen los almacenes, para pasar la noche con sus padres. ¿Por qué no pasar primero por Brooklyn? Estaría allí a las ocho si no había mucho tráfico. Y Claudia no se negaría a hablar con él el día de Nochebuena.
Pero ¿estaría en casa? Podría estar pasando las navidades en casa de algún pariente o algún amigo… Tom entró en la casita por la puerta secreta, con un peso en el corazón. Sabía bien que su próximo encuentro con Claudia podría ser el último.
Winkie era la encargada de sentar a los niños en sus rodillas y Dinkie estaba a su lado, con un calcetín lleno de caramelos. Blinkie se encargaba de abrir la verja, como había hecho Twinkie, además de hacer las fotos de cada niño. No se habían molestado en contratar otro paje cuando solo quedaban unos días para Navidad.
– Buenos días, señor-lo saludó Winkie.
Lo habían reconocido unos días antes, pero nadie más que la señorita Perkins sabía que su abuelo hacía el papel de Santa Claus habitualmente. Y, en cualquier caso, los rumores sobre Claudia y él habían dado la vuelta a los almacenes, de modo que ya nada podía dañar más su reputación.
– Buenos días, Winkie. ¿Cómo estás?
– Bien, señor. ¿Preparado para el primer niño?
Tom asintió.
La primera era una niña que se puso a llorar desaforadamente cuando Winkie la sentó en sus rodillas y después pasaron solo cinco niños más.
– Suele haber tan pocos el día de Nochebuena?
– Por la tarde suelen quedarse en casa porque sus mamás están preparando la cena.
– Ah, claro.
Hubo un incómodo silencio y de repente Winkie dijo algo que lo dejó atónito:
– Ayer vi a Claudia.
– Qué?
– Lo siento, señor Dalton. Supongo que no querrá hablar de ella…, aunque yo no sé lo que pasó, claro… Ay, por Dios, ¿por qué no podré mantener la boca cerrada?
– ¿Dónde la viste?
– En la plaza. Iba a saludarla, pero no me dio tiempo.
– Entonces, ¿sigue en el pueblo?
– No lo sé.
Tom esbozó una sonrisa. ¿Sería cierto? Si Claudia seguía en Schuyler Falis, solo podía significar una cosa… Quizá lamentaba haberle dicho que no. Quizá todavía había alguna esperanza.
– Sabes una cosa, Winkie? Puede que estas sean las mejores navidades de mi vida.
– Usted cree, señor? ¿Las ventas han sido buenas?
Tom soltó una carcajada.
– Las navidades son algo más que dinero en la caja. Significan esperanza. Y amor. Y la posibilidad de que, por un día, existan los milagros.
Los almacenes estaban llenos de compradores de última hora, todos buscando el regalo perfecto. Claudia estaba mirando unos cinturones de cuero, intentando reunir valor para ver a Tom.
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