Sabía que estaría allí. Desde que se marchó, su coche había estado en el aparcamiento de los almacenes casi veinticuatro horas al día. No debía estar espiando, pero desde que rechazó el trabajo en el Times, no tenía mucho que hacer.

Cada mañana se despertaba en su habitación del hostal jurándose que aquel día dejaría Schuyler Falls y a Tom Dalton atrás para siempre. Pero cuando llegaba la hora de meter la maleta en el coche, no era capaz de hacerlo.

Mientras siguiera en el pueblo, existía la posibilidad de arreglar las cosas con él. Aunque no se había atrevido a hacer nada, pensaba que podrían encontrarse casualmente en la calle, él la invitaría a cenar y, al final de la noche, estarían prometidos.

También pensó enviarle una carta en la que le diría que lamentaba haber rechazado su proposición, él la invitaría a cenar y, al final de la noche, estarían prometidos.

Pero después de pensarlo durante cinco días, Claudia decidió que hablar con él cara a cara sería lo mejor. Simplemente le diría que había sufrido un ataque de demencia cuando rechazó su oferta de matrimonio. Por su puesto, él la invitaría a cenar y, al final de la noche, estarían prometidos.

Todos los planes terminaban igual.

Aquella mañana ni siquiera se había molestado en cerrar la maleta. Estaba decidida a hablar con él porque no podía esperar un segundo más. Quería echarse en sus brazos y decirle que sí a todo. Olvida ría sus miedos y sus inseguridades. Ella no era su madre y Tom no era su padre. Se querían y podrían tener una maravillosa vida juntos.

La proposición había sido algo tan inesperado que la pilló por sorpresa y no supo cómo reaccionar. Aunque había pensado muchas veces pasar el resto de su vida con Tom, nunca se le ocurrió que de ver dad pudiera haber un final feliz para ellos después de todo lo que había pasado.

Sin embargo, que él no repitiese su propuesta de matrimonio sería lo más humillante que le hubiera pasado en la vida… además de tener que ponerse el traje de paje. Pero tenía que arriesgarse.

Si pudiera hablar con alguien que lo conociese, si pudiera pedirle consejo a algún amigo…

– Santa Claus-murmuró entonces-. Podría hablar con su abuelo. El me dirá lo que debo hacer.

¿Por qué no se le había ocurrido antes? Hablaría con Theodore y si las cosas parecían pintar bien subiría a la oficina y le diría que estaba loca por él.

No había niños esperando en la puerta de la casita y los pajes estaban charlando tranquilamente. Pero tampoco Santa Claus estaba en su sillón. Cuando se acercó, Winkie, Blinkie y Dinkie se volvieron, sorprendidos.

– Qué haces aquí?

– He venido a ver a Santa Claus. Sé que los adultos no suelen sentarse en sus rodillas, pero tengo que hablar con él-contestó Claudia-.Dónde está?

– Tomando un descanso-contestó Winkie.

– Ah, muy bien. Esperaré.

– No, voy a buscarlo.

Winkie llamó frenéticamente a la puerta de la casita y salió unos segundos después.

– Vendrá enseguida-dijo, sin aliento.

Un segundo más tarde, Theodore Dalton salía de la casita y se sentaba en su sillón, haciéndole un gesto a Winkie.

– Santa Claus puede recibirte-dijo el paje, muy ceremonioso.

• Claudia atravesó la verja con el corazón acelerado. Al contrario que los niños, no iba a pedir juguetes. Quería pedir un hombre alto, guapísimo y sexy para Navidad. Y el anillo de diamantes que le había ofrecido.

– Señor Dalton…-empezó a decir cuando llegó a su lado-. Supongo que no querrá hablar conmigo, pero es que necesito su ayuda. De paje a Santa Claus.

El se dio un golpecito en la rodilla y Claudia miró alrededor, incómoda.

– Quiere que me siente?

Santa Claus asintió con la cabeza y Claudia obedeció. Los pajes miraban la escena con curiosidad y un niño empezó a montar una escena porque, según él, era demasiado mayor. Pero Winkie lo silenció con una mirada.

– Tom le ha dicho que me propuso matrimonio?

– Mmm-contestó el anciano.

– Tiene que entenderlo. Es que me tomó por sor presa. No sabía qué decir y estaba asustada. Pero no he podido marcharme del pueblo. Esperaba encontrarme con él y… y solo quiero decirle que…-Claudia tragó saliva-. Solo quiero decirle que lo quiero. Que probablemente siempre lo he querido. Y que he cometido un error diciendo que no iba a casarme con él. ¿Usted cree que tengo alguna oportunidad o Tom no quiere saber nada de mí?

Theodore se pensó la pregunta un momento. Entonces, sin previo aviso, la besó en los labios. Claudia intentó gritar, pero se dio cuenta de que no era Theodore Dalton.

¡Estaba besando a Tom! Le había confesado sus sentimientos y él la besaba. Con un gemido, enredó los brazos alrededor de su cuello. El beso duró y duró y… unos aplausos los sacaron del ensueño.

Había una pequeña multitud congregada delante de la casita. Los padres sonreían y los niños miraban la escena, horrorizados.

– Me ha besado Santa Claus-rió Claudia.

– No, cariño. Te ha besado tu futuro marido-sonrió Tom, tomándola en brazos-. Volvemos enseguida-le dijo a los pajes antes de entrar en la casita.

Claudia tiró de su barba para ver la cara del hombre que amaba.

– No debería haber dicho que no. Lo siento, pero dejé que un montón de miedos me nublaran el juicio.

– Yo no debería haberte dejado ir. Debería haber ido tras de ti y pedir que me explicaras lo que estaba pasando.

– Siento mucho todas las mentiras.

– Y el artículo? Lo he buscado todos estos días en el Times y…

– Olvídate del Times. Los secretos de tu familia están a salvo conmigo. Además, no necesito el Times. Prefiero elegir los encargos y el periódico para el que escribo. Y cuando no quiera trabajar, podremos pasarnos el día en la cama-rió Claudia, abrazándolo-. ¿Vas a pedírmelo otra vez o tengo que hacerlo yo?

Tom Dalton la miró a los ojos, sus sentimientos por ella claramente escritos en las pupilas verdes.

– Claudia Moore, ¿quieres ser mi esposa?

– Sí! Quiero ser tu esposa.

Tom la abrazó y la besó de nuevo. Nada la había preparado para la intensidad de sus sentimientos por él. Las inseguridades y los miedos habían desaparecido, reemplazadas por la total seguridad de que debían estar juntos. Quizá era la magia de la Navidad o quizá era el destino. Pero Claudia había encontrado lo que no sabía que estaba buscando: el amor y un futuro con un hombre que la amaba profundamente.

– Sabes lo que esto significa, ¿verdad?

– Que me querrás para siempre? ¿Que tendremos muchos niños? ¿Que nos haremos viejos juntos?

– Sí, eso desde luego. Pero también significa que cuando vuelva el año que viene de Nueva York para hacer de Santa Claus, tú tendrás que ser la señora Claus. Si piensas que voy a ponerme este traje sin que tú estés a mi lado, te equivocas.

Claudia lo abrazó con toda su alma.

– Esto es un ascenso? De paje a señora de la casa… todo en unos días.

– «Señora», qué palabra tan interesante-rió él, haciéndole cosquillas con la barba.

– No deberías volver con los niños?

– Aún no. Tú me has contado tus deseos y ahora es mi turno de decirte lo que quiero para Navidad-sonrió Tom, quitándose la chaqueta.

Claudia rió de alegría, de felicidad, de amor. Y cuando lo miró a los ojos, supo que pasaría el resto de su vida haciendo realidad los deseos de aquel hombre.

Porque cada día con él sería como Navidad.

Kate Hoffmann

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