Cuando por fin Tom estuvo a su lado, Claudia levantó la barbilla, desafiante.

– ¿Otra vez viene a poner nerviosos a los pajes? Los pobres ya se habían recuperado de su última visita.

Se cruzó de brazos, pero aquella vez Tom no dio un paso atrás. Todo lo contrario, se cruzó de brazos exactamente igual que ella.

Winkie miraba de uno a otro, asustada.

– Vaya, vaya… Winkie. ¿Qué tal el Polo Norte esta mañana?

– Bien, señor Dalton-contestó ella, con voz ahogada.

– Estupendo. Sigue trabajando-dijo Tom. Winkie lo miraba como un reno aturdido por las luces de un coche-. Vamos, a lo tuyo.

La pobre prácticamente salió corriendo.

– Ya se atreverá… ¿por qué no busca uno de su propio tamaño?-le reprochó Claudia.

– Señorita Moore, me gustaría hablar un momento con usted.

– Qué pasa ahora? ¿Los leotardos me quedan estrechos?

Tom levantó una ceja.

– Quería invitarte a una taza de café. ¿No tienes quince minutos de descanso?

Claudia se quedó sorprendida por la repentina invitación.

– Yo… me tomo el descanso cuando hay pocos niños.

– Solo hay unos cuantos en la fila.

– Entonces, supongo que puedo tomármelo ahora-suspiró ella, dirigiéndose hacia el ascensor.

– Adónde vas?

– A tu despacho. ¿No prefieres gritarme allí?

– No voy a gritarte. Solo quiero tomar un café… en la cafetería.

Claudia sonrió. De modo que no estaba enfadado.

Entonces, ¿por qué quería tomar un café? Quizá el beso lo había intrigado tanto como a ella. No había podido dejar de pensar en aquel beso ni un solo momento. Y estaba dispuesta a probar de nuevo. Aun que eso no ocurriría en la cafetería, delante de los clientes, pensó, desilusionada.

– Quizá deberíamos ir a tu despacho-sugirió entonces-. Nunca se sabe. Puede que, de repente, te apetezca echarme una reprimenda. Y yo quiero que te sientas libre…, no vaya a ser que te salga una hernia.

Arrugando el ceño, Tom la tomó del brazo para llevarla a la cafetería.

– No voy a regañarte.

Cuando la camarera puso frente a ellos dos tazas de café, Tom sacó unos sobres del bolsillo.

– Esto es para ti-dijo, dándole uno de ellos.

– Ah, ya veo. Me estás despidiendo delante de todo el mundo-protestó Claudia, cruzándose de brazos-. Así no puedo protestar. Pero no puedes obligarme a firmar nada. Y si no firmo, no estoy despedida.

– Es tu cheque. Los empleados temporales cobran cada viernes.

Claudia tomó el sobre y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta de lunares.

– Gracias.

Entonces se fijó en los otros sobres. Aquellos no eran cheques. Eran sobres de colores, escritos con letra de niño. Eran cartas para Santa Claus.

– No vas a mirarlo?

– Mirar qué?

– El cheque.

– He pensado dejar ese triste momento para cuando pueda llorar a solas.

– Cuéntamelo otra vez. ¿Por qué has buscado un empleo con un salario tan bajo?-preguntó Tom.

– Es culpa mía que el salario sea tan bajo? Nadie dice que no puedas pagar mejor a los pajes de Santa Claus. Permíteles usar el avión de la empresa y todos contentos. ¿Cuánto ganas tú al mes?

– No lo sé-contestó él-. Pero si lo supiera, no te lo diría.

– ¿Es otra norma de los almacenes o son cosas niño rico?

– ¿Cómo?

– Tienes miedo de decirme cuánto ganas por si ya no me gustas?

– Ah, ¿es que te gusto?-sonrió Tom.

– De eso nada.

El acarició su mano como sin darse cuenta y Claudia se puso colorada.

– La razón por la que no puedo decírtelo es por que no lo sé. Mi salario va directamente a una cuenta corriente. Y yo no suelo mirar mi cuenta corriente.

Ella sacudió la cabeza. Lo que ganaba como periodista apenas cubría sus gastos mensuales. Tenía un coche viejo y tomaba vacaciones una vez cada dos años. Y aquel hombre no se molestaba en comprobar su cuenta corriente… Entonces sacó el cheque del bolsillo.

– Vamos a ver… Oh, sesenta y dos con noventa y ocho dólares por dos días de trabajo. Tengo que llamar a mi consejero de inversiones. Creo que puedo comprar una acción o media.

Tom miró el cheque.

– Eso es todo? ¿sesenta y dos dólares? Es terrible.

– Te Sorprende?

– Sí, la verdad es que sí. Supongo que podría dar un pequeño aumento a los pajes.

Claudia lo miró con curiosidad

– Vas a damos un aumento porque crees que lo merecemos o por alguna razón nefaria?

– Nefaria?

– Algo depravado, infame, rastrero.

– Sé lo que significa nefario, Y no, no tengo ningún motivo rastrero.

Ella lo estudió en silencio.

– Ya. Pensé que habías decidido subirnos el sueldo porque querías volver a besarme, O quizá porque pensabas que perdería la cabeza y te besaría yo.

Tom soltó una risita.

– Muy bien. Bésame-la retó.

Claudia se puso colorada Pero debería aceptar el reto. El no esperaría que lo besara en público y una vez más habría Conseguido despistarlo.

– Tengo la sospecha de que me despedirías silo hago-dijo, abanicándose con el cheque-. Y no pienso poner en peligro mi trabajo. Especialmente después de haber Conseguido un aumento de sueldo.

Él tomó los sobres riendo.

– En fin, tu descanso está a punto de terminar y yo tango que hacer un recado.

Claudia se concentró en las cartas, ¿Qué hacía Tom Dalton con aquellas cartas? No iba a enterarse si seguía sentada tomando café.


– Qué es eso?-preguntó.

Tom miró los sobres como si los viera por primera vez.

– Nada. Un asunto del que tengo que encargarme.

Aquella era su oportunidad! Si iba a visitar al anónimo benefactor…

– Uy, mira qué hora es. Acabo de malgastar setenta y cinco céntimos. Gracias por el café, Tom… digo señor Dalton.

Claudia salió de la cafetería y cuando miró atrás lo vio echando un vistazo a las cartas.

– Paciencia-murmuró para sí misma-. Solo me ha hecho falta un poco de paciencia y he conseguido una pista.

Se escondió detrás de unas maletas y, un minuto después, vio a Tom salir de la cafetería. Por supuesto lo dejó adelantarse unos metros antes de seguirlo.

La casaca de lunares verdes, los leotardos y los botines con cascabeles no eran precisamente un atuendo muy apropiado, pero…

Lo siguió en lo que parecía una visita guiada por los almacenes, a través de zonas del edificio que ni siquiera sabía que existieran, intentando hacerse invisible. Tom se volvió dos veces y ella se escondió corno pudo, pero seguramente había oído los cascabeles. Por fin, se quitó los botines y los guardó en uno de los bolsillos de la chaqueta, pero entonces vio a Tom desapareciendo tras una puerta en el departamento de perfumería.

Antes de empujarla, Claudia vaciló. Seguramente estaba a punto de descubrir el secreto. ¿No era eso lo que quería?¿Escribir el reportaje y volver a su vida en Nueva York?

– Por supuesto-murmuró para sí misma ¿ que podría retenerme aquí?

No había luz en la habitación y Claudia esperó un momento para que sus ojos se acostumbrarse a la oscuridad. Pero cuando dio un paso adelante sintió que una mano rozaba su cara.

Como en una escena de La matanza de Texas, dio un paso atrás conteniendo un grito de pavor y se encontró envuelta en un lío de brazos y piernas Solo entonces se dio cuenta de que estaba en el almacén de maniquíes y que los miembros eran de plástico.

Nerviosa, se puso una mano sobre el corazón Su trabajo como reportera nunca la había obligado a ir de incógnito pero pensaba corregir la noticia sin revelar quién era. Había seguido a Tom Prácticamente por todo el edificio incluidos polvorientos almacenes y escaleras que parecían n llegar a ninguna parte.

Tom Dalton conocía cada centímetro de aquel edificio y sin duda iba a encontrarse con el misterioso benefactor en algún sitio donde nadie pudiera verlos. Y Claudia pensaba estar allí cuando ocurriera, dispuesta a memorizar cada detalle para después ponerlo en papel.

Su descanso había terminado y si la pillaba la señorita Perkins no tendría que preocuparse de que Tom la despidiese…Eunice se encargaría de eso. Ipso facto.

Entonces oyó un ruido al otro lado de la habitación, como si hubieran cerrado una puerta. Era como si Tom la estuviese guiando en una persecución absurda.

¿Se habría dado cuenta de que estaba siguiéndolo? Si sospechaba tendría que moverse rápidamente.

La habitación de las calderas parecía ser el final de la excursión y Claudia apartó unas telarañas, con vencida de que allí estaba el secreto. Pero entonces oyó que se cerraba otra puerta.

Nerviosa, buscó la salida y se encontró en el callejón, oscuro y helado. Estaba sobre la plataforma de cemento donde los camiones descargaban las cajas. Miraba al fondo del callejón para ver si distinguía alguna figura y no vio que estaba pisando el borde de la plataforma… Claudia gritó al notar que caía al vacío, pero cayó sobre algo blando… que olía fatal.

¡Había caído sobre la basura! Mientras intentaba quitarse del pelo unas hojas de lechuga notó que algo se movía tras ella y se tiró al suelo de un salto. Se dio un buen golpe, pero al menos no tuvo que enfrentarse con un desagradable roedor.

– Esto no merece la pena!-murmuró, limpiándose el uniforme-. ¡Se acabó! No necesito ese reportaje. Me voy a mi casa.

Frustrada, se puso los botines y entró muy digna por la puerta de empleados. Pero cuando se vio a sí misma en el espejo tuvo que ahogar un grito. Había trozos de pasta colgando de su pelo y la casaca estaba manchada de algo que olía a ajo.

Pero le daba igual. Solo quería sacar sus cosas de la taquilla, quitarse aquel ridículo uniforme y toma el primer tren para Nueva York.

Ignoran las miradas de los que iban con ella en el ascensor subió a la segunda planta como si no pasara nada.

– Dónde estabas?-le espetó Winkie-Eunjce ha estado buscándote… ¿Qué ha pasado? Tienes macarrones en el pelo.

Claudia se quitó uno de la frente.

– Espaguetis, no macarrones ¿Y dónde está la señorita Perkins?

– Ha tenido que irse a una reunión-contestó Dinkie ¿Qué llevas en la chaqueta, salsa de ajo? ¿Por qué llevas encima el menú de hoy?

– Muy bien. Si no está aquí, tendréis que decirle que dimito-suspiró Claudia_. Desde este momento, renuncio a mi puesto de paje.

– Qué dices? No puedes dimitir… Señor Dalton, señor Dalton, hable con ella.

Claudia se quedó inmóvil. Tom Dalton estaba a su lado, de brazos cruzados mirándola de arriba abajo.

– Dónde ha estado, señorita Moore?

Ella no se molestó en contestar Tom era la última persona a la que quería ver. De modo que se dio la vuelta para ir a las taquillas.

– No me siga!

Por supuesto, él no obedeció

– Llevas fuera de tu puesto casi media hora y solo tienes un descanso de quince minutos. Me temo que tendremos que recorta esos minutos de tu salario.

Claudia sacó el cheque del bolsillo y lo puso bajo sus narices.

– Quieres recortarme el sueldo? Toma,Scrooge, todo para ti. Estoy harta de esto, así que búscate otro paje.

Intentaba desabrochar los botones de la casaca, pero estaban pringosos de salsa. Maldiciendo, se la quitó de un tirón y quedó en camiseta y leotardos.

– Vas a quedarte ahí mientras me desnudo?

– No-contestó él, mirando descaradamente sus pechos.

Su mirada era como una caricia, silenciosa y potente. Claudia vio deseo en los ojos verdes y sus pezones se endurecieron. Pero no hacía frío, pensó. ¿Qué era aquella extraña sensación?

Iba a darse la vuelta, pero Tom la tomó por la cintura y buscó su boca. Sin pensar, Claudia enredó los brazos alrededor de su cuello. ¿Cómo iba a marcharse? Ningún hombre la había besado como él. De repente, no recordaba por qué estaba tan enfadada. El jugaba con el bajo de la camiseta, como si quisiera levantarla, rozando su piel con los nudillos

¿Por qué no podía resistirlo? ¿Por qué, justo cuando había decidido escapar de Schuyler FalIs, tenía que tocarla de esa forma? Entonces Tom metió la mano bajo la camiseta para acariciar su piel.

– Me preguntaba cómo sería-murmuró sobre su boca.

– ¿Qué?

– Cómo sería tu piel-dijo Tom, dando un paso atrás-. ¿Qué es eso de que te vas?

– Yo…-Claudia empujó la cabeza del hombre para volver a besarlo.

Para ser un tipo tan aparentemente serio, Tom Dalton besaba muy bien. Más que eso, era irresistible. Era como silo conociera desde siempre, como si siempre hubiera soñado con sus besos.

– Entonces, ¿no te vas?-murmuró él, besando su cuello.

– Debería hacerlo.

– Muy bien, pero antes dime por qué hueles a basura.

– Basura?-repitió Claudia-. Le dije a la señorita de perfumería que quería el perfume de la casa y me dio este: EAU de Alcantarilla

Tom le quitó un trozo de pasta del pelo.