Continué hasta el autobanco y luego me abrí camino entre el tráfico de regreso a Great Bods. Me mantuve atenta por si volvía a ver ese Nissan verde -y de paso algún Buick- lo cual propició que volviera a fijarme en el Chevy blanco, bueno, un Chevy blanco, conducido por una mujer. Eso no es tan inhabitual, de modo que no podía asegurar que fuera el mismo Chevy blanco de antes. ¿Qué posibilidades había de que la misma mujer hiciera el mismo trayecto de vuelta y se situara otra vez detrás de mí? No muchas, pero, eh, ahí estaba yo haciendo el mismo trayecto de vuelta, ¿o no?

Cuando llegué a Great Bods, doblé por la calle lateral para dirigirme al aparcamiento trasero y el Chevy blanco siguió adelante. Solté un suspiro de alivio. O superaba esta paranoia recién descubierta o empezaba a prestar más atención para saber si de verdad me seguía el mismo coche o tan sólo uno parecido. No tenía sentido una paranoia tan imprecisa.

Aún me dolía la cabeza de la sacudida, de modo que fui al despacho y me tragué un par de ibuprofenos. Por regla general disfruto con lo que hago, pero hoy no había sido un gran día.

Hacia las siete y media, la concurrencia de última hora empezó a dejar de concurrir, para mi propio alivio. Saqué un paquete de galletas con mantequilla de cacahuete de la máquina expendedora que teníamos en la sala de descanso, y eso fue mi cena. Estaba tan cansada que lo único que quería era sentarme y no moverme durante, oh, diez horas o así.

Wyatt apareció a las ocho y media para quedarse conmigo hasta la hora de cerrar. Me dedicó una mirada severa que me hizo pensar que probablemente mi aspecto no era el mejor, pero lo único que dijo fue:

– ¿Qué tal te ha ido?

– Bien hasta que he ido al banco y casi me doy contra una imbécil que se ha metido delante de mi coche y me ha obligado a frenar en seco -le expliqué.

Ay.

– ¿Ya tí que tal te ha ido?

– Normal.

Lo cual podía significar cualquier cosa, desde cadáveres encontrados en un basurero a un robo en un banco, aunque estaba bastante segura de que me habría enterado si hubieran robado en alguno de los bancos del centro. Necesitaba echar mano a sus papeles para asegurarme de que no me había perdido algo.

Cuando se fue el último cliente, el personal empezó a limpiar para dejarlo todo en orden. Tengo nueve personas empleadas, contando a Lynn, y como mínimo siempre cuento con tres personas en cada turno de siete horas y media, y cuatro en cada turno de viernes y sábados, los días de más ajetreo. Todo el mundo tiene dos días de fiesta, excepto yo, que tengo uno. Algo que tendría que cambiar pronto y, con eso en mente, escribí una nota para recordarme que contratara a una persona más.

Uno a uno, el personal acabó y se despidió mientras salía. Me estiré bostezando, sintiendo el eco del dolor provocado por mi colisión con el suelo del aparcamiento del centro comercial. Quería sumergirme mucho rato en una bañera caliente, pero eso tendría que esperar porque sobre todo quería meterme en la cama.

Di un último repaso para comprobar que todo estaba en orden y me aseguré de que la puerta de entrada estuviera bien cerrada. Siempre dejaba un par de luces tenues encendidas en la zona de la entrada. Wyatt me esperaba junto a la puerta posterior y, una vez conecté la alarma, él abrió mientras yo apagaba las luces del pasillo, y salimos afuera. Las luces del sistema sensor de movimientos se encendieron de inmediato, y yo me volví para cerrar la puerta con llave. Cuando volví a girarme, él estaba agachado al lado del coche.

– Blair -dijo adoptando el tono uniforme que emplean los polis cuando no quieren revelar nada. Dejé de andar mientras el pánico y la furia crecían con igual fuerza y creaban una mezcla potente. Ya había tenido bastante de esta basura, y estaba harta de ello.

– ¡No me digas que alguien ha puesto una bomba debajo de mi coche! -dije llena de indignación-. Esto es la gota que colma el vaso. Ya he tenido suficiente. ¿Qué pasa, que se ha abierto la temporada MatemosaBlair? Si todo esto pasa porque fui animadora, entonces la gente tiene que repensarse las cosas; hay cuestiones mucho más graves en este mundo…

– Blair -repitió, esta vez con voz traviesa.

Yo ya me había embalado, y no me gusta nada que me interrumpan.

¿Qué?

– No es una bomba.

– Oh.

– Parece que alguien te ha rayado el coche.

– ¿Qué? ¡Mierda!

Enfurecida de nuevo, me apresuré a ir a su lado. No había duda, un rayón largo y feo marcaba todo el lado del conductor de mi coche. Las luces del sistema sensor tenían suficiente intensidad como para verlo a simple vista.

Empecé a dar patadas al neumático. Ya había retrasado la pierna cuando recordé la conmoción cerebral. El dolor de cabeza me salvó probablemente de romperme los dedos del pie, porque, ¿alguna vez habéis dado una buena patada a un neumático, con fuerza, como si estuvieras despejando el coche entre los palos de la portería? No es una buena idea.

Ni tampoco había nada cerca que pudiera patear sin que me rompiera los dedos de los pies. La pared, los postes de la cubierta, era mis únicas dianas, y todas ellas eran más duras aún que los neumáticos. No había manera de aplacar mi mal genio; pensé que iban a saltarme los ojos por la presión interna.

Wyatt miraba alrededor, evaluando la situación. Su Crown Vic del cuerpo de policía se encontraba al final de la fila; minutos antes los coches del personal habrían estado aparcados entre su coche y el mío, lo que impidió que viera el destrozo al llegar.

– ¿Alguna idea de cuándo ha podido suceder esto? -me preguntó.

– En algún momento después de regresar del banco. Volví hacia las tres y cuarto, tres y veinte.

– Entonces después de acabar las clases.

Resultaba fácil seguir su hilo de pensamiento. Un adolescente aburrido, cruzando el aparcamiento, podría haber encontrado divertido fastidiar el Mercedes. Tenía que admitir que era el guión más previsible, a menos que Debra Carson volviera a tener ganas de pelea, o la zorra psicópata del Buick me hubiera seguido la pista de algún modo. Pero ya había considerado estas posibilidades, tras recibir aquella extraña llamada telefónica que me puso la piel de gallina, y ahora no eran más verosímiles que antes. De acuerdo, Debra era la posibilidad más factible, porque sabía dónde trabajaba yo y sabía cuál era mi coche. Lo de mi Mercedes le había tocado especialmente la fibra, porque Jason era de la opinión que ella debía conducir un coche de fabricación estadounidense, porque quedaría mejor de cara a los votantes.

De todos modos, aquello suponía asumir demasiados riesgos porque ya estaba acusada de intento de asesinato -aunque Dios sabe cuándo irá a juicio, dados los contactos de la familia de Jason- y acosar a la víctima no le harian ganar puntos en absoluto.

Por otro lado, Debra estaba como una regadera. Cabía esperar cualquier cosa de ella.

Así se lo expliqué a Wyatt, pero, por su reacción, no dio muestras de encontrar aquella teoría demasiado brillante. En vez de eso, se encogió de hombros y dijo:

– Lo más probable es que haya sido algún chaval. No podemos hacer mucho al respecto teniendo en cuenta que no hay cámaras de vigilancia aquí atrás.

Aprecié cierto retintín en su tono, dado que él había mencionado las cámaras de vigilancia en el momento de instalar el sistema sensor de movimiento, y yo había dicho que no veía ninguna necesidad de hacer ese gasto.

– Adelante -repliqué y suspiré-. Dilo, «ya te lo dije».

– Ya te lo dije -repitió con satisfacción inexpresiva.

No podía creerlo. Me quedé boquiabierta.

– ¡No puedo creer que hayas dicho eso! ¡Qué maleducado!

– Me has dicho que lo dijera.

– Pero ¡se supone que no debes decirlo! ¡Se supone que debes mostrarte magnánimo y decir algo así como «a lo hecho pecho»! ¡Todo el mundo sabe que nunca llegas a decir «Ya te lo dije»!

Bueno, ahí tenía otro punto para la problemática lista de transgresiones: descortés. Y poco comprensivo. No, tendría que tachar «poco comprensivo», porque al fin y al cabo el pobre hombre acababa de pasar el fin de semana cuidándome. Al final lo dejaría en «Se tomó a broma que me rayaran el coche».

Se sacudió las manos al levantarse.

– Entiendo que esto significa que aceptas el sistema de vigilancia.

– ¡Para lo que va a servir ahora!

– Si sucede alguna cosa más, podrás ver quien lo hizo. Con tu historial, creo que puedes dar por sentado que se producirá algún otro incidente, casi con toda seguridad.

¿No era una idea alentadora? Lancé una mirada de odio a mi precioso y pequeño descapotable negro. Sólo hacía dos meses que lo tenía y alguien ya me lo había estropeado a posta.

– De acuerdo -dije enfurruñada-, instalaré el sistema de vigilancia.

– Yo me ocuparé de eso. Sé cuál funcionará mejor en este caso. Al menos no había dicho, «Si me hubieras hecho caso antes…», porque probablemente le hubiera soltado un grito. Entonces dijo:

– Si me hubieras hecho caso antes…

– ¡Aaaaaaah! -chillé, tan frustrada que pensaba que iba a explotar. Ahora podía añadir a la lista «Me lo restrega por las narices». Sorprendido, retrocedió un poco. -¿A qué viene eso?

– ¡Tiene que ver… con todo! -grité-. ¡Tiene que ver con imbéciles, con chiflados y zorras psicópatas! ¡Tiene que ver con que no haya nada aquí para darle una patada sin hacerme daño! ¡Tiene que ver con esta estúpida conmoción que no me permite patear nada! Necesito pisar fuerte, necesito arrojar algo, necesito una muñequita de vudú para clavarle alfileres y quemarle el pelo y arrancarle las piernecitas y brazos…

Pareció interesarse un poco por mi berrinche.

– Así que haces vudú, ¿verdad?

Como dato informativo, diré que no es posible echar pestes y al mismo tiempo soltar una risotada. No quería reírme porque estaba hecha una fiera, pero qué demonios, a veces la risa se escapa de todas maneras.

Pero tenía que devolvérsela, de modo que le dije.

– Tengo que tomar prestado tu Avalanche mientras tenga el coche en el taller.

Se quedó quieto, pensando otra vez en mi historial, tal y como había mencionado apenas un momento antes.

– Oh, mierda -contestó, y suspiró con resignación.

Capítulo 12

En cuanto llegamos a casa, hice las nuevas anotaciones en la lista de transgresiones de Wyatt, pero para la atención que prestó, como si hubiera usado tinta invisible: ni siquiera le dedicó una mirada, pese a que la libreta estaba encima del mostrador que separaba la sala de estar de la cocina. En vez de ello se instaló en un sillón con el diario de la mañana, que evidentemente no había tenido tiempo de leer. Se lo leyó y luego me preguntó si lo quería una vez que finalizó. Bien, puñetas, era mi periódico, ¿no? ¿Para qué iba a comprar aquella cosa si no quisiera leerlo? ¿Y por qué estaba él leyendo el periódico en vez de prestar atención a mi lista? Las cosas no acababan de cuadrar en mi mundo.

Pero yo estaba agotada y harta de aquel condenado dolor de cabeza.

– Ya lo leeré mañana -contesté-. Voy a tomar más ibuprofeno, me daré una ducha y luego me meteré en la cama. -También me sentía de mal humor, pero casi nada era culpa de Wyatt, de modo que no quise tomarla con él.

– Subo dentro de un minuto -me contestó.

Me di la ducha todavía malhumorada sólo de pensar en mi coche. Debería existir un sistema de seguridad para los coches, que permitiera tenerlos electrificados de manera que cuando algún desgraciado te rayara la pintura con una llave se le friera el culo. Me divertí visualizando los ojos desorbitados, el pelo a lo Einstein y tal vez incluso los pantalones mojados, para que la gente pudiera señalar y reírse. Así aprendería el muy hijoputa.

Por si no lo habéis advertido todavía, no soy de las que ponen la otra mejilla.

Después de la ducha, me curé las diversas magulladuras y rasguños, que por suerte no necesitaban vendajes, de modo que me limité a ponerles algo que facilitara el proceso curativo. Hice un pequeño experimento conmigo misma consistente en ponerme en una rozadura, pomada antibiótica en otra y gel de aloe en otra más, sólo para ver cuál curaba mejor. Después apliqué vitaminas en aerosol a mis magulladuras, tal vez sirviera de algo, tal vez no. Era por hacer algo.

Acababa de apagar la luz y meterme en la cama -desnuda, para ahorrar a Wyatt la molestia de quitarme la ropa- cuando él subió del piso de abajo. Me quedé dormida mientras se duchaba, me desperté lo suficiente para darle un beso de buenas noches cuando se metió en la cama a mi lado, y no sé nada más hasta que sonó el despertador a la mañana siguiente.

Lynn siempre abría el gimnasio los martes, de modo que no tenía que presentarme por ahí hasta la una y media, aunque por lo habitual llegaba antes de esa hora. Sin embargo, este martes tenía muchas cosas que hacer antes de ir al trabajo. Primero llamé a la compañía de seguros para informar de lo del coche, luego hablé con Luke Arledge, después pedí hora para cortarme el pelo -a las once de aquella misma mañana, qué increíble-, y finalmente me fui de compras, a buscar la tela para el traje de novia. De camino a la tienda de telas, paré en un sitio donde restauraban antigüedades y pregunté un par de cosas, y como bonificación encontré un precioso escritorio reina Ana que quedaría genial en el despacho que estaba montando en casa de Wyatt. Todo esto para las diez de la mañana, de modo que estaba imparable.