Tomando mi silencio como una respuesta negativa, que no lo era, Wyatt preguntó:
– ¿Había alguna otra persona en el coche aparte del conductor?
Yo había mencionado «ellos», por lo tanto él tenía que hacer esa pregunta, pero el único motivo de tal confusión era que ayer el conductor era una mujer y hoy, no lo tenía claro, de modo que bien pudieran ser dos personas diferentes, pero, ¿cómo diablos iba a saberlo yo?
– No.
– ¿Y no estás segura de que fuera la misma persona en las dos ocasiones?
Lo estaba. Mi parte visceral, la que había sufrido un susto de muerte, estaba del todo segura, porque de otro modo tendría que creer que distintos conductores de Chevrolets blancos se había pegado a mi coche dos días seguidos. Vale, eso no era muy factible. Pero las respuestas más verosímiles no tienen por qué ser siempre las correctas.
Wyatt lo volvió a intentar.
– ¿Podrías declarar en un juzgado, bajo juramento, que estás segura de que era el mismo conductor en ambos casos?
Vaya, ponme contra las cuerdas, venga. Totalmente cabreada, contesté:
– No, si estuviera bajo juramento, no podría declararlo. -Luego añadí con obstinación-. Pero era la misma persona. -Para que lo sepas.
Wyatt suspiró y dijo:
– Aquí no hay nada contra lo que yo pueda actuar. -Eso ya me lo había imaginado. Con impaciencia, me respondió: -La próxima vez, consigue el número de la matrícula.
– Lo haré -dije con amabilidad-. Siento no haber pensado en ello esta vez.
Ya lo creo, mientras permanecía en ese carril antes de girar, debería haber bajado del coche, debería haber pasado con toda la calma del mundo junto a esa chiflada, para ir hasta la parte posterior del Chevrolet y anotar su número de matrícula. La chiflada no debería haber puesto ninguna objeción, ¿verdad que no?
Tras una larga pausa, dijo:
– No sé si conseguiré llegar a Great Bods a tiempo antes de que cierres esta noche.
– No pasa nada. No te preocupes. -Llevo mucho tiempo cerrando Great Bods sin él, y estaba convencida de que no se me había olvidado hacerlo-. Oye, cuídate, ¿vale? Adiós.
Wyatt dijo «joder» con violencia contenida y a continuación colgó el teléfono.
A mi lado, Lynn dijo:
– Supongo que lo que estás haciendo podría describirse como sonreír, porque estás enseñando todos los dientes, pero das un miedo espantoso. Por cierto, un corte de pelo genial.
– Gracias -dije, ahuecándome un poco el peinado, y luego sacudí la melena. Y en todo momento mantuve la sonrisa, eso también.
Capitulo 13
Wyatt no estaba en Great Bods cuando llegó la hora de cerrar, ni en mi casa cuando yo llegué allí. Me sentí un poco mal por haberle preocupado, porque él habría venido de no haber estado liado con el trabajo, y eso quería decir que habían asesinado a alguien o algo parecido. Ya no hacía trabajo de detective, pero de todos modos tenía que supervisar la escena del crimen, y cosas de ese estilo.
Por otro lado, digamos que me alivió un montón que no estuviera en casa, porque me estaba costando mucho mantener a raya mi enfado. La única razón de que me esforzara era que entendía en realidad su punto de vista: él tenía que trabajar dentro del marco de la ley, y si yo no tenía información concreta que darle, no podía hacer nada.
Pero una cosa es la opinión profesional, y otra la opinión particular, igual que hay diferencias entre cómo debería sentirme y cómo me siento de verdad. Aparte de lo que él pudiera hacer formalmente, podría haber dicho algo como: «Mira, te creo, no puedo hacer nada al respecto, pero confío en tu intuición».
Sin embargo, no había dicho nada por el estilo, igual que no se había creído en realidad lo de aquella llamada de mal gusto. Era probable que tuviera razón en lo del teléfono, puesto que no había habido más llamadas, pero el principio era el mismo. Lo único que yo quería era un poco de apoyo en mis momentos de necesidad.
Vale, a veces, mis propios pensamientos me dan risa. Lo que yo en realidad quería de verdad era el sol, la luna y las estrellas, ¿por qué hay que quedarse corto a la hora de soñar? Nunca he sido de las que se contentan con bagatelas. Lo quería todo y lo quería ya; incluso ayer si fuera posible. ¿Qué hay de malo en eso?
Me metí en casa, luego cerré la puerta y volví a conectar la alarma. Aunque sabía que había cerrado el coche, me di la vuelta y dirigí el control remoto a través de la ventana de la puerta trasera para volver a dar al botón de «cerrar», sólo para estar segura. Se suponía que el hogar era un santuario, un lugar donde podías relajarte y dormir segura.
Sin embargo, mi percepción de seguridad en esta casa había quedado malograda después de que la esposa de Jason intentara matarme, y nunca la había recuperado del todo. Cuando nos casemos, estaré contenta de trasladarme a casa de Wyatt. ¿Y por qué no me instalaba ya con él? Bien… porque… Primero, no quería que él diera por sentado lo de tenerme allí; Wyatt debería sentir que había logrado algo cuando por fin me tuviera en su casa. Que no me diera por cosa hecha era la segunda razón. Y número tres, cuando estuviéramos casados y me viera sentada a la mesa junto a él, debería sentirse como si hubiera librado una gran batalla y logrado algo, a saber, ganarme a mí. Me apreciaría como un tesoro, y me gusta sentirme un tesoro.
Es lo mismo que hace que los jóvenes cuiden más un coche por el que han tenido que trabajar y que han comprado con su propio dinero, que el que les regala su familia. Es la naturaleza humana. Quería ser el coche por el que Wyatt había tenido que pagar.
Estaba deseosa de dejar atrás mi casa, pero a la vez me daba mucha pena. Era mi hogar, o al menos lo había sido; había decorado cada centímetro de esa vivienda y había quedado bonita, si se me permite dar una opinión. Tendría que poder venderla sin problemas. De hecho, debería ocuparme ya de eso y ponerla en el mercado, al menos para poner las cosas en marcha.
Parte del mobiliario podríamos aprovecharlo en casa de Wyatt: nuestra casa. Tenía que acostumbrarme a pensar en ella como nuestra, y Wyatt tendría que poner mi nombre en la escritura junto al suyo. Yo no pensaría en serio en la casa como «nuestra» hasta que llevara mi sello: volver a pintarla, decorarla y reformarla. Gracias a Dios, él había comprado la casa una vez divorciado, porque de ninguna manera podría vivir allí si su ex mujer también hubiera habitado entre las mismas paredes. Ni de coña. Ése fue el mayor error de Jason después de nuestro divorcio: cuando volvió a casarse, metió a su nueva mujer directamente en la casa donde había vivido conmigo. Eso la volvió loca, literalmente, aunque pienso que ya estaba un poco mal de la cabeza cuando se casaron.
Ya me había duchado y estaba recorriendo el apartamento colocando mentalmente algunos de los muebles en las diversas habitaciones de la casa de Wyatt, cuando él llegó. Me encontraba en el piso de arriba -podría trasladar todos los muebles de mi habitación, porque él tenía dos dormitorios completamente vacíos- cuando oí abrirse la puerta, luego el pitido del sistema de alarma, seguido de otros pitidos mientras cerraba la puerta y reprogramaba el sistema.
Mi corazón se reanimó. ¡Wyatt estaba aquí! Pasara lo que pasara, el mero hecho de estar cerca de él era tan estimulante como una dura tanda de ejercicios. Nos pelearíamos, porque estábamos enfadados uno con el otro, pero haríamos las paces con una palpitante sesión de sexo. Hacía casi una semana que no teníamos relaciones sexuales, y yo me sentía casi capaz de quitarle los pantalones a mordiscos.
Bajé la escalera. No estaba desnuda, porque sólo lo estoy en la cama o cuando me doy un baño. A Wyatt probablemente le gustaría verme desnuda por casa a todas horas, pero no era práctico, así de sencillo. Llevaba una camiseta floja sin mangas -sin sujetador, por supuesto- de color rojo cereza y esos pantalones blancos de pijama tan monos, con pequeñas cerezas por todos lados. Cuando peleo, quiero estar guapa, por si acaso me enfurezco tanto que al final no hay sexo, y entonces él tendría que lamentarlo en serio.
Wyatt había ido a la cocina por un vaso de agua y la chaqueta del traje estaba colocada sobre el respaldo de la silla. Tenía la camisa de etiqueta mustia y arrugada tras haberla llevado todo el día con el buen tiempo, y aún llevaba el arma -una gran automática negra- en la cadera derecha. Se me encogió el corazón sólo mirarle. Era alto, musculoso, y tenía un aspecto peligroso, ¡y era mío!
Tal vez podíamos saltarnos lo de la pelea y pasar directamente al sexo. Le dije:
– Un caso difícil el de hoy, ¿aja?
Alzó la vista, con sus ojos verdes entrecerrados y centelleantes de mal genio.
– No especialmente. Pero han sido muchos.
Era evidente que estaba soberanamente cabreado. Wyatt no se enfurruñaba, más bien mostraba ese rasgo agresivo dominante en él. Cuando estaba enojado, estaba dispuesto a pelear, y eso me gustaba. Más o menos. Al menos él no hacía mohines. Yo no paro de hacerlos, y con una que se enfurruñe en casa ya basta.
Dejó el vaso con un golpe seco y a continuación invadió mi espacio con su formidable figura.
– La próxima vez que se te ocurra otra idea delirante y pienses que alguien te está siguiendo, no te pongas borde conmigo porque no las paso canutas para encontrar a tus acosadores imaginarios. Si algo te pone paranoica en mis ratos libres, bien, llámame, pero si estoy en el trabajo ocupándome de delitos de verdad, no voy a malgastar recursos públicos ni tiempo en tonterías. -Apretaba los dientes, algo que no auguraba nada bueno.
Retrocedí un paso, tambaleándome mentalmente un poco. ¡Guau!, no escatimaba munición conmigo. Pese a que yo ya me esperaba algo y tenía que admitir a mi pesar que él llevaba bastante razón en su planteamiento, había tantas cosas ofensivas en aquel primer aldabonazo suyo que por un momento pestañeé, intentando decidir por donde empezar.
¿Imaginarios? ¿Paranoica? ¿Delirante?
– ¡No estoy imaginando cosas! Alguien me ha seguido en un Chevrolet blanco, dos días seguidos. -Alcé la voz llena de indignación, porque aunque me preguntaba si mis experiencias recientes me habían vuelto paranoica, al menos tenía la certeza de que había tenido detrás un Chevrolet blanco, o tal vez un par de Chevrolets diferentes.
– Pero, puñetas, ¡cualquiera que se mueva en coche por esta ciudad lleva probablemente un Chevrolet blanco detrás en un momento u otro! -soltó-. Me venía uno detrás de camino hacia aquí, pero no he asumido de inmediato que fuera el mismo vehículo que has visto tú hoy. ¿Tienes idea cuántos Chevrolets hay, sólo en este condado, y eso sin tener en cuenta los condados vecinos?
– Seis o siete por hectárea, probablemente -contesté de muy mal genio después de tanta provocación. Wyatt tenía razón. Si callara un minuto le diría que tenía razón. Mecachis, no es nada fácil hacer las cosas bien.
– ¡Exactamente! Así que si viste un coche blanco detrás ayer, y otro hoy, conducidos por personas diferentes, ¿cómo diablos llegas a la conclusión de que se trata del mismo coche?
– ¡Lo sé! Lo sé, ¿vale? -Intenté no ponerme a gritar, porque los vecinos tenían niños en edad escolar que a esas horas estarían durmiendo en la cama, y retrocedí un par de pasos más para apoyarme en el armario de la cocina con los brazos cruzados debajo de mis pechos. También respiré hondo un par de veces-. Entiendo tu punto de vista, lo que dices tiene sentido. -Me daba rabia admitirlo, pero seamos justos-. Sé que sin una matrícula ni algo concreto, no puedes hacer nada, no es posible que puedas investigar…
– ¡Blair! -chilló, era evidente que no le importaban los niños de mis vecinos-. ¡Joder! Apúntate esto, para que no lo olvides: Nadie. Te. Está. Siguiendo. ¡No hay nada que investigar! No voy a hacer lo que tú digas y gastar presupuesto municipal porque estés nerviosa. Desde el punto de vista personal, sí, acepté esta relación a sabiendas de que exigías demasiadas atenciones, pero deja mi puto trabajo fuera de esto, ¿vale? Trabajo para la policía de esta ciudad. No soy tu poli privado, al que puedes llamar para que indague cualquier cosilla que se te meta entre ceja y ceja. Estas triquiñuelas tontas no tienen gracia. ¿Entendido?
Vale. Vale. Abrí la boca para decir algo pero, curiosamente, mi mente se había quedado en blanco. Era como si tuviera los labios entumecidos, así que volví a cerrarlos. Había entendido. Vaya si había entendido.
De hecho, me parecía que ya no había nada más que decir.
Miré por la cocina, y afuera, a mi pequeño patio, con los árboles con luces blancas colgadas, para que pareciera un país de hadas. Un par de luces se habían fundido, tendría que reemplazarlas. Las flores del jarrón colocado encima de la mesa del rincón donde comíamos se estaban marchitando, tendría que cogerlas frescas mañana. Miré a cualquier sitio menos a Wyatt, porque no quería ver en sus ojos lo que temía ver. No le miré porque… simplemente no podía.
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