Por un instante fugaz vi cómo tendría que ser nuestra vida juntos: necesitaría tener mi propia televisión, lo que significaba tener mi propio cuarto para ver la televisión… lo que significaba reformar la casa de Wyatt o al menos reconfigurarla… Acogí aquella idea con enorme alegría, porque me había estado preguntando cómo podía comunicárselo a él: su casa me gusta de verdad, o al menos la disposición básica, pero la decoración es rigurosamente la de un hombre que vive solo, lo cual la hace apenas habitable. Necesitaba poner mi sello.
– ¿No sabes quién es Buffy? -le pregunté susurrando, con los ojos muy abiertos y horrorizados. Gesticulé con todas mis fuerzas.
Wyatt casi gimotea:
– Por favor, dime sólo por qué has decidido que no puedes casarte conmigo.
Me invadió una sensación de bienestar. Hay algo satisfactorio en oír a un hombre crecido gimotear. Y aunque Wyatt no hiciera exactamente aquel sonido, se parecía mucho, y para mí eso ya era bastante, porque, creedme, no es el tipo de hombre lloricón.
– ¡Porque Blair Bloodsworth suena demasiado baboso! -Oh, Dios, estaba rodeada de palabras que empezaban por be-. La gente oiría ese nombre y pensaría, vale, tiene que ser una boba rubia, una de esas personas que hace ruido con el chicle y se retuerce el pelo con el dedo. ¡Nadie me tomaría en serio!
Se frotó la frente como si estuviera empezando a dolerle la cabeza.
– O sea, ¿que todo esto es porque Blair y Bloodsworth empiezan por be?
Alcé la mirada al techo.
– Se hace la luz.
– Eso no es más que un montón de bobadas.
– Y se ha fundido la bombilla. -¡Aaagh! ¿Cuándo parará la avalancha de palabras que empiezan por be? Siempre me sucede lo mismo. Cuando algo me resulta una bronca (¡aaagh, otra vez!) no puedo salir de la aliteración.
– Bloddsworth no es un apellido ñoño, sea cual sea el nombre de pila -dijo mirándome con el ceño fruncido-. Lleva blood [1] al principio, por el amor de Dios. Como las pelis de matanzas sangrientas. Eso no es nada ñoño.
– ¡Y tú qué sabes! Si ni siquiera sabes quiénes son Britney y Buffy.
– Y no me importa, porque no voy a casarme con ellas. Voy a casarme contigo. Pronto. Aunque creo que tendrían que examinarme la cabeza.
Me entraron ganas de darle una patada. Hacía que sonara como si fuera una cruz, cuando en realidad es superfácil llevarse bien conmigo; sólo tenéis que preguntar a alguno de mis empleados. Soy propietaria de un centro de fitness que yo misma gestiono, Great Bods, y mis empleados creen que soy genial porque les pago bien y les trato como es debido. La única persona con la que tengo problemas a la hora de congeniar -excepto la actual esposa de mi anterior marido, que intentó matarme- es Wyatt, y eso es sólo porque todavía estamos disputándonos nuestro sitio, me refiero a Wyatt y a mí. El problema es que los dos somos personalidades alfa, así que tenemos que marcar el territorio en nuestra relación.
Vale, y tampoco me llevaba bien con Nicole Goodwin, una zorra psicópata copiona a quien asesinaron en el aparcamiento de Great Bods, pero ella está muerta, o sea, que no cuenta. A veces, casi le perdono ser una zorra psicópata, porque su asesinato fue lo que devolvió a Wyatt a mi vida después de una ausencia de dos años -no me hagáis empezar a contar eso-, pero luego recuerdo lo coñazo que era Nicole incluso una vez muerta y supero ese desliz mental al instante.
– Déjame que te ahorre la cuenta del psiquiatra -dije entrecerrando los ojos, fijos en él-. La boda queda cancelada.
– La boda sigue en pie. Sea como sea.
– No puedo ir por la vida como Blair Bloodsworth. Aunque… -Me di unos golpecitos en la barbilla y me quedé mirando mi patio ensombrecido de noche; los perales Bradford, al final del patio, estaban iluminados con sartas de luces blancas que daban un toque especial a mi diminuto patio trasero. Era una visión bonita, que echaría de menos cuando me trasladara a casa de Wyatt, de modo que tenía que compensarme de alguna manera-. Podría mantener Mallory como apellido.
– De ninguna de las maneras -contestó rotundo.
– Las mujeres mantienen su nombre, es muy habitual.
– No me importa lo que hagan las otras mujeres. Tú vas a llevar mi apellido.
– Ya estoy establecida en el mundo de los negocios como Blair Mallory. Y me gusta ese nombre.
– Vamos a tener el mismo apellido. Y punto.
Le sonreí con dulzura.
– Oh, que amable por tu parte, cambiar tu apellido por Mallory. Gracias. Es una solución tan perfecta, y sólo un hombre realmente seguro de su masculinidad podría hacer eso…
– Blair. -Se puso en pie, elevándose sobre mí, con las cejas oscuras formando una uve sobre la nariz. Mide metro ochenta y ocho, de modo que cuando se eleva por encima de alguien, lo hace muy bien.
Para no quedarme por debajo, me levanté también, devolviéndole una mirada ceñuda. Vale, todavía quedan esos… centímetros de diferencia, pero me puse de puntillas y empujé la barbilla hacia arriba hasta que casi quedamos con las narices pegadas:
– Que esperes que yo cambie mi nombre mientras tú conservas el tuyo es arcaico…
Wyatt mantenía la mirada entrecerrada y la mandíbula apretada, y sus labios formaban una línea delgada y dura que apenas se movió cuando escupió las palabras como si fueran balas:
– En el reino animal, el macho marca su territorio con una meada. Yo, en cambio, lo único que te pido es que cambies tu apellido para ponerte el mío. Tú eliges.
Casi se me ponen los pelos de punta, lo cual es una expresión de verdad estúpida, porque ¿cómo podrían erizarse si no? No es que puedan formar bucles.
– ¡No te atrevas a mearte encima de mí! -grité llena de furia. Wyatt puede sacarme de quicio más deprisa que cualquier otra persona, lo cual supongo que nivela un poco las cosas. Ése fue el motivo de que la imagen mental tardara unos pocos segundos en calar, antes de que mi chillido se convirtiera de forma abrupta en una risotada.
Él estaba tan furioso y frustrado que tardó un segundo más que yo, pero cuando estalló en carcajadas, su mirada fue a parar a donde la bata ya se había soltado por completo, y su expresión cambió mientras estiraba el brazo para alcanzarme.
– No te molestes -gruñó cuando yo busqué el cinturón para volver a atarlo.
El sexo con Wyatt tiende a ser apasionado. La química nos sale por todos los poros, o por donde sea que salga la química. Me gusta un montón, porque significa que puedo contar casi seguro con un orgasmo o dos, pero además significa que, aunque llevemos ya un par de meses con nuestra relación, la urgencia no ha aflojado para nada, y él es capaz de darme un revolcón donde quiera que estemos, a menos que sea en público, por supuesto.
No me despojó de la bata ya que no se interponía en su camino, sólo me arrancó las bragas. La bata me libró de que la alfombra me marcara el trasero, porque me tumbó sobre el suelo del comedor, me separó las piernas y se colocó entre ellas. Sus ojos verdes relucían llenos de lujuria, de actitud posesiva, deleite triunfal y algunas otras cosas masculinas indefinibles mientras cargaba todo su peso sobre mí.
– Blair Bloodsworth -dijo en tono agresivo, mientras bajaba la mano para posicionar su pene-. No hay negociación.
Contuve la respiración mientras me penetraba, con su miembro duro y grueso, de un modo tan excitante que yo casi no podía aguantarlo. Clavé mis uñas en sus hombros y ceñí mis piernas a sus caderas, intentando mantenerle quieto pese a que mis pulsaciones iban a trompicones y los ojos se me cerraban. Enganchó su mano izquierda a mi rodilla y me separó todavía más la pierna, para poder penetrar hasta el fondo. Se estremeció con una respiración entrecortada y áspera. Por demoledor que fuera un polvo con Wyatt, él siempre estaba ahí conmigo.
– De acuerdo -dije con voz entrecortada y con mi última fibra de cordura-. ¡Pero serás mi dueño! Para el resto de nuestras vidas, vas a ser mi dueño. -¿Y decía que nada de negociaciones? Vaya imbécil. ¿Qué se pensaba que habíamos estado haciendo?
Gruñó algo ininteligible, balanceándose contra mí mientras inclinaba la cabeza para besarme el cuello, y vi literalmente las estrellas.
Los dos estábamos sudorosos, agotados y muy contentos veinte minutos después cuando levantó la cabeza y me apartó un mechón de pelo de la cara.
– Un mes -dijo-. Te daré exactamente un mes a partir de hoy. O estamos casados para entonces o lo hacemos a mi manera, tanto da dónde sea o quién pueda venir. ¿Entendido?
¡Ja! Reconozco un desafío nada más escucharlo. Además, sé que no estaba de broma. Tenía que espabilarme y pasar a la acción.
Capítulo 2
Lo primero que hice a la mañana siguiente fue llamar a mi madre.
– He tenido una discusión con Wyatt y, como he perdido, nos casamos antes de un mes.
– Blair Elizabeth, ¿cómo ha sucedido algo así? -preguntó tras una pausa llena de consternación, y supe que su pregunta hacía referencia a la primera parte de mi frase.
– Una batalla estratégica -contesté-. Hasta anoche no me había percatado, seré estúpida, de que mi nombre de casada va a ser Blair Bloodsworth, de modo que le dije que quería mantener Mallory como apellido, y él se subió por las paredes. Y la cosa quedó en que o bien él me mea encima, marcándome así como territorio suyo, o bien yo me pongo su apellido.
Mamá paró de reírse lo suficiente como para decir:
– De manera que ahora él es tu dueño. -Antes de sucumbir de nuevo a las risas. Adoro a mi madre. No tengo que explicarle nada, me entiende de inmediato, tal vez por lo mucho que nos parecemos. Conociendo lo obstinado que es Wyatt y su tortuosidad mental, junto a otras características como su actitud posesiva, etc., el resultado de nuestra discusión de la noche anterior nunca había estado en duda, a menos que quisiera romper con él, lo cual no quería, por lo tanto había tenido que ingeniármelas para conseguir las mejores condiciones posibles. Era mi dueño. Una deuda eterna estaba bien.
– Pero… me dio un ultimátum. O nos casamos en el plazo de un mes o lo hacemos en las condiciones que ponga él.
– Y ¿cuáles serían?
– Con suerte, una boda en el juzgado. Si no, Las Vegas.
– ¡Puaj! Después de Britney, no. Es una horterada. ¿Lo veis? Como si yo fuera su clon.
– Eso dije yo, pero lo convirtió en un desafío. Tengo que acelerar los planes.
– Primero de todo hay que tener planes. «Casarse» no es exactamente un plan. Es un resultado final.
– Lo sé. Yo intentaba ser considerada con las agendas de todo el mundo, pero ha quedado descartado. Nos casamos dentro de veintinueve días, puesto que este desafío comenzó oficialmente anoche, y la gente tendrá que reprogramar lo que sea que tenga programado o se lo perderá.
– ¿Por qué veintinueve y no treinta? ¿O treinta y uno? -Alegará que puesto que hay cuatro meses con treinta días, eso ya lo constituye en un mes legal. -Febrero tiene veintiocho.
– O veintinueve, pero es un mes que no se aclara, o sea, que no cuenta.
– Lo capto. Vale, de aquí a veintinueve días. Significa que vas a casarte el trigésimo día. ¿Lo contará así?
– Tiene que concederme los treinta días completos, por lo tanto, sí. -Cogí la libreta y el boli que había estado usando la noche anterior y empecé a escribir unas notas-. Vestido, flores, pastel, adornos, invitaciones. Sin damas de honor. Sin esmoquin para él, sólo un traje. Es factible. -Una boda no tiene que ser lujosa para ser memorable. Yo podía pasar sin lujos, pero me negaba a que no fuera bonita. En un principio, había pensado en una dama de honor para mí y tal vez algún amigo para acompañar al novio, pero estaba recortando cuanto podía.
– La tarta será el problema; el resto del refrigerio se puede conseguir en cualquier sitio, pero la tarta…
– Lo sé -dije. Las dos respiramos hondo. Una tarta nupcial es una obra de arte, lleva tiempo. Y la gente que hace buenas tartas nupciales por lo general está comprometida con meses de antelación.
– Yo me ocuparé de eso -dijo mamá-. Pediré refuerzos, hablaré también con Sally para que nos ayude; necesita una distracción ahora, para dejar de pensar en Jazz.
Qué tema tan triste. Sally y Jazz Arledge estaban a punto de ver cómo se iba al garete su matrimonio de treinta y cinco años si no conseguían superar sus problemas. Sally era la mejor amiga de mamá, de modo que la apoyábamos unánimemente, pese a sentir lástima por Jazz, por lo perdido que se le veía. Sally había intentado atropellar a Jazz con el coche, con la intención tal vez de romperle las piernas; y la verdad, él tendría que haberle dejado hacer, en vez de apartarse de un brinco, porque entonces ella habría considerado que estaban en paz y que podía perdonarle por deshacerse de las inestimables antigüedades de su dormitorio, pero supongo que el instinto de supervivencia le hizo meter la pata y finalmente él saltó y se quitó de en medio, con lo cual Sally chocó contra la casa en vez de contra él, y el airbag se desplegó y le rompió la nariz, empeorando aún más la situación. Jazz tenía problemas muy, pero que muy serios.
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