Nada que discutir al respecto. Lo único que no me hacía falta era darme una ducha con él. Me solté de sus brazos, tropezando casi con el esfuerzo, y levanté la mano como un guardia de tráfico. Sacando el mentón, le señalé primero a él y luego a mí misma, y sacudí la cabeza con energía.

– ¿No quieres ducharte conmigo? -preguntó inocentemente. Mecachis, sabía lo furiosa que estaba y se aprovechaba a posta de mi laringitis.

De acuerdo, a ver si lo entendía de una vez. Nos señalé a ambos otra vez, luego formé un círculo con el pulgar y el índice de la mano izquierda, y metí el anular de la mano derecha dentro y fuera del círculo con gran rapidez, después bajé las manos y negué con la cabeza aún con más energía que antes.

Él sonrió.

– No tienes idea de la pinta que tienes o no se te ocurriría que la idea de sexo pudiera pasarme por la cabeza en este momento. Lavémonos, luego iremos a comisaría y podrás responder a algunas preguntas y hacer una declaración. -Y se corrigió-. Escribir una declaración.

Me hacía una idea de mi aspecto, porque podía verle a él. Pero por eso no era menos consciente de sus intenciones. Era Wyatt, el señor Perpetuamente Cachondo. Sabía cómo funcionaba. Habíamos practicado sexo en la ducha unas cuantas veces.

Había tres baños en el piso superior pero, al típico estilo de decoración Wyatt, sólo el baño principal tenía toallas. Entré antes que él, saqué dos toallas y una manopla del armario de la ropa blanca, cogí el champú y el acondicionador de la ducha, una de sus camisas y un albornoz de su armario, y volví a salir.

– ¡Eh! ¿Adonde vas?

Indiqué en dirección a los otros baños, y le dejé para que se duchara él sólito. Le hacía falta meditar sobre la enormidad de sus pecados.

Pero tenía razón respecto a mi aspecto. Una vez a salvo tras la puerta cerrada del otro cuarto de baño, miré al espejo, y habría gemido de tener voz. Tenía los bordes de los párpados rojos e hinchados, estaba cubierta de hollín grasiento, y los bordes de la boca y orificios de la nariz estaban por completo ennegrecidos con aquella cosa negra. Tenía el pelo tieso de tantas cenizas y hollín, e iba a ser imposible retirar aquello con una sola pasada de champú y jabón; al menos, no con esta clase de jabón.

Regresé abajo y me quedé de pie pensando un momento. ¿Lavavajillas o detergente? Decidí que el lavavajillas resultaría menos corrosivo y aun así funcionaría con el aceite y la grasa. Saqué el frasco de debajo del fregadero de la cocina y volví arriba.

Media hora más tarde, pese a haber utilizado tan sólo agua tibia y haber cerrado el grifo mientras me enjabonaba, se acabó el agua caliente, pero claro, no me extrañó, con dos de nosotros duchándonos al mismo tiempo. El Palmolive había hecho un trabajo admirable lavando el hollín, aunque había dejado mi pelo de una textura parecida a la paja, de modo que iba a necesitar aplicarme champú y acondicionador, pero eso requeriría más agua. Mientras me lo secaba con una toalla, estudié mi cara en el espejo. Aún tenía los ojos enrojecidos, pero ya no había rastro del hollín. Quedaban todavía algunos puntos oscuros en mis manos y pies, pero no quería restregarme la piel hasta dejármela al rojo vivo. Podían esperar.

No tenía ropa interior, por supuesto, no había dejado ropa en casa de Wyatt ninguna de las noches que me había quedado a dormir aquí. Por ridículo que pareciera, me sentía desnuda y me puse la camisa de Wyatt y luego su albornoz encima. Por fin, con el pelo mojado envuelto en una toalla, bajé a esperar a ver si me traían la ropa que había pedido.

Wyatt estaba en la cocina. Recién afeitado, se había vestido de traje y corbata como hacía siempre para ir al trabajo. Había preparado una cafetera -bendito fuera por eso, pese a lo enfadada que estaba – y permanecía en pie con mi fajo de notas en la mano, dándoles un repaso.

Alzó la vista cuando aparecí en la puerta. La expresión en sus ojos era casi de incredulidad. Volvió a echar un vistazo a una de las notas.

Alcancé a verla desde el umbral de la puerta, porque había escrito todas las notas con grandes letras mayúsculas. Esa nota en particular proclamaba:


WYATT ES UN CAPULLO

Capítulo 21

Di un rodeo para eludirle y fui a servirme una taza de café mientras él continuaba considerando mis notas. Escogió otra, que sostuvo con el brazo estirado, mientras inclinaba la cabeza como si nunca antes hubiera visto una nota.

– «Necesito una escopeta». Vaya, esta idea probablemente tendrá a todos mis hombres en máxima alerta.

A mí me parecía una gran idea; necesitaba una escopeta en aquel preciso instante. Acribillarle el culo a perdigonazos me ayudaría a sentirme mucho mejor. Dándole la espalda, me deleité con aquella fantasía mientras daba mi primer trago al café, que supuso mucho más trabajo de lo que había esperado. Mi garganta no quería cooperar, no quería ocuparse de lo de tragar. Una vez que lo conseguí, fue un gusto bañar mi garganta irritada con aquel calor. Beber cosas calientes por regla general va bien cuando tienes la garganta irritada, y yo quería recuperar mi voz. Tenía muchas cosas que decir.

Necesitaba escribir una lista con todo lo que quería decir para que no se me olvidara nada. También necesitaba retomar en serio la lista de transgresiones de Wyatt, porque esta vez iba a quedar muy bien.

Noté que sus brazos me rodeaban desde atrás, y luego Wyatt me acercó a él con delicadeza, apoyando su barbilla en lo alto de mi cabeza envuelta en la toalla.

– Estuviste hablándome por el móvil, y ahora de repente no consigues proferir un solo sonido. ¿De verdad te pasa algo en la garganta o sólo es que no quieres hablarme?

Di un trago al café con cuidado. ¿Qué se suponía que debía hacer, responderle?

Pensé en clavarle el codo en las costillas, pero todo ese entrenamiento policial que había recibido hacía que fuera peligroso entrar en el terreno físico con él. Además, nunca me dejaba ganar; me costaba creer que fuera tan altanero, porque dejarme ganar de tanto en tanto sería la manera caballerosa de hacer las cosas. Aparte, lo único que yo llevaba puesto era su camisa y albornoz, ambos demasiado grandes para mí. Si empezábamos a pelear, se me saldría el albornoz en un visto y no visto, y la camisa se me subiría hasta el cuello, que era justo lo que sucedía cuando nos enzarzábamos en una pelea.

En vez de eso, consciente de que esto le preocuparía y le fastidiaría más, dejé la taza y retiré con calma los brazos que me abrazaban. Y después de echarme un poco más de café, me la llevé a la mesa, donde me senté, y luego, momentáneamente, me distraje al ver mi gran bolso descansando en medio de la mesa. No había advertido antes que tenía el bolso ahí, de tan concentrada que estaba en pelearme con él, lo cual dice mucho del efecto horrible que Wyatt ejerce sobre mí. No me había olvidado del bolso -ni de mis zapatos- mientras luchaba por salvar la vida, pero en cuanto él hacía acto de presencia, yo perdía toda la concentración. Qué miedo me daba aquello.

Me pregunté durante un breve instante si Wyatt habría dejado el cuchillo ahí dentro o si me habría desarmado. Más tarde lo comprobaría. Justo en aquel momento tenía que emitir un comunicado, así que acerqué la libreta y empecé a escribir. Después de acabar la nota, la hice girar y la empujé al otro lado de la mesa.

Se sirvió más café y se acercó a la mesa, frunciendo un poco el ceño mientras leía. Ambas cosas. Tosí mucho después de inhalar humo, luego forcé la garganta aún más de tanto gritar para que ALGUIEN me hiciera caso cuando la vi entre el gentío. Aparte no pienso hablarte, ¡y no hay boda!


– Sí -dijo con ironía-. Ya leí la nota sobre la boda. -Alzó la vista, con sus ojos verdes entrecerrados y centelleantes, concentrados en mí con suma atención-. Dejemos claro una cosa entre nosotros. Haré lo que sea para protegerte, para mantenerte a salvo, por mucho que te cabree. Meterte en un coche patrulla y retenerte ahí era la mejor manera de tenerte alejada de líos y peligros. No voy a disculparme por haberlo hecho. Nunca. ¿Lo entiendes?

Tenía una gran habilidad para volver las tornas, había que reconocérselo. Podía exponer su punto de vista y formular una frase de tal manera que sólo alguien mezquino e insignificante estaría en desacuerdo con él. No pasa nada, no me importa ser mezquina e insignificante. Estiré el brazo y volví a acercar la libreta.

Ya no soy tu problema. En cuanto alguien venga aquí y me traiga algo de ropa, me largo.

– Eso es lo que tú te crees -dijo con calma después de leer la nota-. Tu culito va a quedarse aquí mismo donde yo pueda vigilarlo. No puedo permitir que te instales con nadie de tu familia, pues les estarías poniendo en peligro al hacerlo. Alguien intenta matarte, y no le importa que otras personas salgan malparadas con tal de cogerte a ti.

¡Maldito, maldito, maldito! Tenía toda la razón en eso.

A continuación escribí: Pues me iré a un hotel.

– Y un cuerno vas a irte. Te quedas aquí.

Era obvio que había que dejar alguna cosa clara al respecto, y así lo hice. ¿Y si ella logra seguirme hasta aquí? Tú correrás tanto peligro como cualquier otra persona con quien yo esté. Y tienes que ausentarte muchas noches.

– Me ocuparé de esa cuestión -dijo tras hacer una pausa justo para leer lo que había escrito, por supuesto no lo suficiente como para reflexionar bastante-. Tienes que confiar en mí en esto. Un pirómano deja pistas. Además el procedimiento habitual es grabar en vídeo a los mirones de la escena de un crimen o de un incendio provocado. Mientras me dirigía allá en coche, transmití a todo el mundo la idea de que probablemente se tratara de un incendio provocado. Uno de los agentes ya tenía filmado el gentío mucho antes de que tú la localizaras. Lo único que tienes que hacer es decirnos quién es y nosotros continuaremos con el trabajo.

Qué alivio. Wyatt no tenía ni idea del alivio tan grande que suponía eso para mí, porque él no había estado en la casa conmigo. De todos modos, habría sentido un alivio aún mayor si ella ya estuviera detenida, y todavía mayor si no me hubiera tenido encerrada en aquel apestoso coche patrulla.

Escribí: Conozco esa cara, la he visto en algún sitio, pero no puedo situarla. Está fuera de contexto.

– Entonces alguien más de tu familia o incluso uno de tus empleados podría reconocerla. Por supuesto, la viste mientras te seguía, por lo tanto puede que te resultase familiar por eso.

Sonaba lógico, pero… equivocado. Negué con la cabeza. No había distinguido tantas cosas cuando me seguía, sólo que la persona al volante era una mujer.

El sonido de un coche en la calzada atrajo nuestra atención y Wyatt se levantó. El sonido continuó hasta llegar a la parte trasera, lo cual significaba que se trataba de algún familiar o amigo que entraba por ahí; cualquier otra persona hubiera ido a la entrada principal. Wyatt abrió la puerta que daba al garaje y dijo:

– Es Jenni.

Wyatt había llamado a mamá hacía menos de una hora, así que me sorprendía que alguien hubiera llegado hasta aquí tan pronto con la ropa. Jenni entró con paso enérgico en la cocina y con una bolsa de WalMart en cada mano.

– Tu vida sí que es interesante -comentó sacudiendo un poco la cabeza mientras dejaba las bolsas encima de la mesa.

– Ni un momento de aburrimiento -corroboró Wyatt con ironía- Además, tiene una laringitis colosal, por inhalación de humos, y por eso escribe notas.

– Ya veo -dijo Jenni cogiendo la que decía HOMBRES GILIPOLLAS. La estudió durante un momento-. Y está muy enfadada, también. No es habitual en ella ser redundante. -Estaba de espaldas a Wyatt, de modo que él no pudo ver el guiño travieso que me lanzó.

Su única respuesta fue un resoplido.

– Vamos a lo nuestro -dijo Jenni con jovialidad mientras abría las bolsas-. Ya estaba levantada y vestida cuando llamó mamá, así que me fui directa a WalMart. Sólo he traído cosas básicas, pero es todo lo que necesitas por ahora, ¿de acuerdo? Vaqueros, dos bonitas camisetas, dos conjuntos de ropa interior, secador de mano y cepillo moldeador, máscara, brillo, y pasta y cepillo de dientes. Y crema hidratante. Oh, y un par de mocasines. No puedo dar fe de su comodidad, pero son muy monos.

Busqué en la bolsa el recibo de la compra, aprobando con movimientos de cabeza cada uno de los artículos, y saqué mi talonario para reembolsarle el importe. Como Jenni estaba de pie, alcanzó a ver mis zapatos de la boda dentro de la bolsa y soltó un resuello.

– Oh. Santo cielo. Dios. -Sacó un zapato con reverencia y lo mantuvo en equilibrio sobre una mano-. ¿Dónde los has conseguido?

Dejé un momento el cheque que estaba preparando y pasé a escribir en la libreta, anotando obedientemente el nombre del comercio. No me preguntó cuánto habían costado, y yo no le ofrecí esa información voluntariamente. Algunas cosas son intranscendentes. Eran mis zapatos de boda, y el precio no era un factor en la decisión de compra.