– Qué suerte tienes de que estuvieran en la bolsa -me dijo en voz baja.

Acabé de escribir el talón y lo arranqué, luego negué con la cabeza y anoté: No los llevaba ahí. Tuve que volver para cogerlos.

Por supuesto, Wyatt me vio sacudir la cabeza y se acercó hasta nosotras en dos zancadas para ver lo que había escrito. Me observó con incredulidad por un momento, y luego juntó las cejas.

– ¿Pusiste en peligro tu vida por un par de zapatos? -bramó.

Le dediqué una mirada de exasperación y escribí: Eran mis ZAPATOS DE BODA. En ese momento aún pensaba que iba a casarme contigo. Me lo he repensado ahora.

– Vaaaaale -dijo Jenni mientras cogía el talón y giraba sobre sus talones-. Yo me largo de aquí.

Ninguno de los dos le prestamos la menor atención mientras salía por la puerta. Wyatt soltó, furioso:

– ¿Volviste a entrar en una puta casa en llamas para recuperar un par de zapatos? No me importa si están revestidos en oro…

Cogí la libreta y escribí: Técnicamente, no. Todavía estaba EN mi habitación cuando me acordé de los zapatos y me fui hasta el armario para cogerlos. Entonces dejé el boli con un golpe, cogí mis ropas nuevas y demás parafernalia y me lo llevé todo al piso de arriba. Y tampoco esta vez a la habitación principal.

Encerrada a salvo en el baño que había usado antes, bendije mentalmente a Jenni por acordarse de las cosas pequeñas. Me cepillé los dientes, me puse crema hidratante -mi piel la necesitaba terriblemente después de haber estado expuesta a todo ese calor y hollín, y haberla restregado con lavavajillas- y me sequé el pelo. Cuando acabé de vestirme, volví a sentirme humana. Muy cansada, pero humana.

Wyatt aún me esperaba cuando volví a bajar, aunque la verdad, no creía en serio que fuera a marcharse sin mí. Aún mantenía una expresión adusta, pero me dedicó un escrutinio y luego soltó de forma abrupta:

– Tienes que comer algo.

Mi estómago se animó. Mi garganta dijo que de comer ni hablar. Y yo negué con la cabeza mientras me señalaba la garganta.

– Entonces, leche. Puedes beber un poco de leche. -Wyatt siempre tenía leche a mano, para los cereales-. O gachas de avena. Siéntate y prepararé un par de tazones.

Lo dijo con decisión, y lo más probable era que tuviera razón; los dos necesitábamos comer después de la noche que habíamos soportado. Tenía la impresión de que hacía días que se había llevado el contestador a comisaría para que lo analizaran, cuando en realidad no habían pasado ni doce horas. El tiempo vuela cuando estás saltando desde un segundo piso de un edificio en llamas, trepando vallas, y buscando zorras psicópatas con la intención de destriparlas, para acabar encerrada en un apestoso coche patrulla durante horas mientras ella se burla de ti.

Se quitó la chaqueta del traje y preparó con eficiencia dos tazones de papilla instantánea de avena, añadiendo azúcar y leche suficientes al mío para que quedara más caldosa. Me metí una cucharada con cautela; estaba buena y caliente, y lo bastante blanda como para poder tragarla, aunque me hiciera toser. Toser era un rollo. Insistí de todos modos, hasta que conseguí comer la mitad del tazón, pero las toses que seguían a cada bocado eran demasiado bruscas para mi garganta, que ya parecía papel de lija, o sea, que me rendí tras medio cuenco. Tal vez debería seguir una dieta a base de batidos, yogur y postre de gelatina durante unos cuantos días.

Limpiamos juntos la mesa, aunque tampoco es que hubiera mucho que recoger: dos tazones, dos cucharas, dos tazas de café, y cuando todo estuvo dentro del lavaplatos, cogí mi bolso -sí, había retirado el cuchillo-, le miré, y simulé que giraba la llave en el contacto del coche.

– Aún están en el coche -dijo, refiriéndose a mi Mercedes. Él iba a conducir su coche del cuerpo de policía, el Crown Vic. Me asqueaba cómo había acabado su Avalanche; había visto cómo empezaba a arder uno de los neumáticos delanteros, por lo tanto supe desde el principio que el daño sería irreparable pese a que los bomberos acudieron de inmediato a rociarlo con agua. A esa distancia, el calor quemaba la pintura, fundía los faros y la parte delantera del motor, hacía todo tipo de cosas desagradables. Wyatt se había tomado con calma la pérdida de la furgoneta, pero, dado que había estado en un montón de incendios, supongo que había sabido a ciencia cierta que sería imposible salvarla.

No te preocupes por la furgoneta, había dicho. ¿De verdad te encuentras bien?

Maldición. No era fácil seguir enfadada con un hombre que te quiere tanto como tú le quieres a él.

Y luego el muy ladronzuelo me debilitó aún más cuando me acercó a él para darme un beso largo y ansioso. Cuando alzó la cabeza me miró a la cara, casi medio sonrió, y luego volvió a besarme.

– Oh, sí -dijo-. La boda sigue en pie.

Capítulo 22

Wyatt permaneció detrás de mí durante todo el trayecto hasta jefatura, aunque no había muchas posibilidades de que me hubieran seguido a su casa. Nadie nos había seguido allí cuando dejamos el lugar del incendio, y su número de teléfono no aparecía en el listín telefónico, por lo tanto, localizarle no era tan fácil como había sido localizarme a mí. Mis números siempre habían estado en la guía, pues nunca había intentado ocultarme de nadie. Por supuesto, si alguien sabe dónde trabajas, siempre sabe dónde y cuándo puede encontrarte.

Lo cual hacía que me preguntara si todo esto no estaría conectado de algún modo con Great Bods. La mujer que descubrí entre la multitud era alguien que había visto con anterioridad. No era una total desconocida, tenía alguna conexión conmigo. Simplemente yo no podía acordarme de a quién correspondía la cara. No conozco personalmente a todos los socios de Great Bods, pero sí reconozco sus caras, por lo que, pensándolo bien, aquello eliminaba a Great Bods como conexión. Cuando alguien te resulta familiar pero no sabes de qué, se debe a que no está en el lugar acostumbrado. Aunque trasladara ese rostro a Great Bods, seguía sin provocar un «¡aja!» de reconocimiento, y eso significaba que no era en el trabajo donde la había visto.

Por lo tanto, lo más probable era que ella trabajara en los demás puntos de contacto habituales: la tienda de ultramarinos, el centro comercial, correos, el banco, tal vez incluso en las oficinas de UPS o FedEx. Sin embargo, por más que lo intentara, no podía ubicarla.

Cuando salimos de los ascensores a la agitada y ruidosa sala de la brigada, las cabezas se volvieron en nuestra dirección y la mayoría de rostros esbozaron amplias sonrisas. Bien, las personas esposadas a las sillas no sonrieron, y tampoco la gente que estaba allí presentando quejas y otras cuestiones, pero los polis sí que lo hicieron.

Yo me sentí un poco dolida. ¿Qué tenía de gracioso que mi casa se hubiera achicharrado?

Dirigí una ojeada rápida a Wyatt para ver si se percataba de todas aquellas sonrisas. Tenía la mirada puesta en la puerta de su despacho, donde había un cartel. No se detuvo hasta que nos acercamos lo suficiente como para leerlo: ¡WYATT ES UN CAPULLO Y YA NO HAY BODA! No era una de mis notas, pero estaba claro que incorporaba elementos de dos de ellas.

Me giré en redondo y lancé una mirada fulminante a toda la sala. Algunos de los polis estaban a punto de atragantarse de la risa. Estaban burlándose de mis notas.

– Ninguno de vosotros -anuncié a viva voz- me dejó salir de ese coche. -O más bien, intenté anunciar, porque había olvidado que no podía hablar. No surgió ni un solo sonido de mi boca. Estar ahí de pie con la boca abierta era humillante.

Pero mi intención era hacer una lista de gente despreciable, y pensaba ponerles a todos ahí.

Wyatt alargó el brazo y retiró con calma el letrero.

– La boda sigue en pie -dijo, y se oyeron algunos aplausos porque, como hombres que eran en su mayoría, dieron por supuesto que me había bajado los humos con un buen revolcón. Le miré llena de ira, pero se limitó a sonreír mientras abría la puerta y me hacía entrar.

– Necesito la cinta del lugar de los hechos -dijo por encima del hombro antes de cerrar la puerta.

Su despacho no era muy grande y estaba atiborrado de archivadores y papeleo burocrático. La visión de tantos papeles me animó un poco. Si me dejaba a solas aquí, podría continuar con mis lecturas clandestinas.

Me senté enfurruñada en una de las sillas para las visitas mientras él se acomodaba en el gran sillón de cuero situado tras el escritorio.

– Asombroso -dijo con un gesto caprichoso en los labios, como si quisiera sonreír.

Yo alcé ambas manos con un impaciente gesto de «¿El qué?».

– Te lo contaré más tarde -dijo arrojando el letrero sobre el escritorio-. Tenemos mucho trabajo que hacer.

No bromeaba al respecto. Primero yo tenía que hacer una declaración sobre lo que había sucedido anoche, o más bien, de madrugada. Wyatt no tomaba declaraciones, eso era cosa del oficial Forester y, para ser precisos, yo haría la declaración por escrito, por supuesto.

El oficial todavía estaba en ello, pero el jefe de bomberos no había dudado en calificar el incendio de provocado; era evidente que no había habido intentos de disimularlo. Los perros del cuerpo le habían alertado de la gasolina rociada por toda la parte delantera y la derecha de mi vivienda. En cuanto prendió fuego, las llamas bloquearon de inmediato la salida por ambas puertas. Quedaban los ventanales dobles del comedor, pero al arrojar la bomba incendiaria por la ventana del salón y extender el fuego por toda la sala, mi ruta desde arriba había quedado bloqueada. Para asegurarse todavía más, la verja también había sido bloqueada. Si por casualidad hubiera conseguido salir al patio, la intención de la pirómana era dejarme atrapada ahí. Por lo rápido que el fuego se había propagado a los perales de los Bradford a través del pequeño patio, si yo no hubiera sido capaz de trepar por la verja, hubiera muerto ahí.

Lo más probable es que ella no contara con que yo fuera capaz de escapar desde el piso de arriba. El humo asciende, y lo cierto es que cuentas con muy poco tiempo para salir de un edificio en llamas sin que el humo te alcance. Lo sé porque vi un documental sobre incendios en casas y lo rápido que se propagaban. Al taparme la boca y la nariz con la toalla húmeda, había dispuesto de un par de minutos valiosísimos. La otra toalla húmeda cubriéndome la cabeza y los hombros probablemente había impedido que me quemaran las chispas y las cenizas calientes. El resto, salir por la ventana del dormitorio del segundo piso y trepar la valla, tenía mucho que ver con estar enfadada y desesperada, y también con tener un tronco superior bastante fuerte.

Nunca sabes cuando te va a servir lo de haber sido animadora.

Para conseguir una secuencia temporal de los hechos, mi declaración se coordinó con mi llamada al 911, de la cual tenían copia. Por este motivo, todo el mundo en el edificio me oyó decir a la operadora del 911 que el departamento de bomberos podía determinar cuál era mi vivienda, porque le salían llamas por las ventanas. Por alguna razón, todos tuvieron que oírlo más de una vez también.

Luego tuve que ver el vídeo de la multitud en el lugar de los hechos.

Permanecí sentada en el despacho de Wyatt mirando con él y los oficiales Forester y Maclnnes la filmación en un pequeño monitor. Wyatt había pedido grabar el vídeo incluso antes de hablar conmigo, de modo que tuve que verme a mí misma -y no recordaba haberme visto nunca con un aspecto tan horrible- entrando y saliendo en el encuadre mientras la cámara filmaba al gentío de izquierda a derecha y luego repetía la panorámica. Pero lo que no vi fue a la rubia con la capucha.

Me sentí muy decepcionada. Escribí: No la veo. No está ahí. -Sigue mirando -dijo Wyatt-. Filmaron a la multitud más de una vez.

De modo que lo vimos fotograma a fotograma. Al final, la cámara la captó de refilón, volviendo la cara hacia otro lado, con la capucha subida y un rizo de pelo muy rubio escapándose de debajo de la sudadera y cruzando su clavícula, tal vez también la mitad de su maxilar derecho. Se la veía detrás de un tío con camisa roja casi todo el rato, por lo que no había manera de ampliar la imagen para verla mejor.

Revisé mentalmente mis recuerdos y analicé el instante en que me percaté de que ella era la acosadora, cuando se quedó mirándome fijamente con aquella maldad no disimulada. La grabación debió de haberse hecho segundos antes o segundos después, probablemente después, porque había vuelto el rostro como si fuera a marcharse. Maclness dijo que era probable que hubiera detectado la cámara.

– El tío de la camisa roja puede ser un punto de partida -determinó Wyatt-. Tal vez recuerde algo de ella, puede que incluso la conozca.

– Aún estamos sondeando al vecindario -dijo Forester-. Llevaré esta foto a los compañeros. Alguien le reconocerá.