Yo llevaba toda la mañana bebiendo cosas calientes para aliviar mi garganta. Wyatt incluso había gorroneado una bolsita de té a alguien y me había preparado una taza; no sé cuál es la diferencia, pero el té sienta mejor que el café cuando tienes la garganta irritada. Un par de aspirinas también ayudaron a calmar el dolor, pero seguía sin poder proferir sonido alguno. Entonces él mencionó que iba a llevarme a Urgencias para que me examinaran, una idea que veté con un ¡NO! en la libreta que precisó una página entera.

Las cosas parecieron eternizarse un rato. Durante una pausa, Wyatt habló tanto con mi agente de seguros como con el suyo. También llamó a mi madre -algo que decididamente sumó varios puntos en su marcador- para darle el parte, y a la suya, para tranquilizarla y asegurarle de que yo estaba bien, igual que él.

Para la hora del almuerzo, estaba harta de tanto repasar el lugar de los hechos. Estaba cansada, y punto. Necesitaba ir de compras y nutrir mi ropero, pero por primera vez en mi vida no sentía el menor entusiasmo por hacer esas cosas. Me gustaban mis antiguas ropas, quería recuperarlas. Quería mis libros, mi música, mis platos. ¡Quería mis cosas! Y sólo ahora empezaba a hacerme a la idea de que mis cosas se habían esfumado, de verdad, de modo irrevocable.

Jenni, bendita ella, me había traído dos conjuntos de ropa interior y dos camisetas; no había ninguna necesidad de ir a comprar hoy, podía esperar a mañana. Tal vez mañana ya pudiera volver a hablar. Hoy sólo quería hacer cosas normales. Quería ir a trabajar.

Ya había hecho mi declaración por escrito para la policía; había visto el vídeo y había detectado a la zorra psicópata, aunque no había servido de mucho. No veía motivos para quedarme por ahí más rato.

Escribí una nota a Wyatt en la que le decía que me iba al trabajo. Se reclinó en la silla, con expresión adusta, al estilo teniente. -Creo que no es buena idea.

Escribí otra nota. Creo que es una idea genial. Sabe que allí puede encontrarme.

– Y por eso prefiero mandar a una de las agentes femeninas a que conduzca tu coche por ahí.

Entonces organizalo para mañana. Estoy cansada de esto. Quiero recuperar mi vida. La única cosa normal que puedo hacer ahora es ir a trabajar, o sea, que me voy al trabajo.

– Blair. -Se inclinó hacia delante, mirándome fijamente con sus ojos verdes-. Ha intentado matarte hace apenas unas horas. ¿Qué te hace pensar que no vaya a hacer lo mismo en Great Bods?

Oh, Dios, no había pensado en eso. Great Bods corría peligro, aunque de todos modos quizá pensara que yo sólo trabajaba allí, no que era la propietaria. Quiero decir, no contesto al teléfono con un «Hola, soy Blair y soy propietaria de Great Bods». Es probable que la mayoría de los socios no estén enterados de que yo soy la propietaria, porque no es el tipo de información que anuncias a todo el mundo. Podía ser la directora perfectamente, que por supuesto era el trabajo que yo hacía.

Lo único que me diferenciaba de otros empleados era que conducía un Mercedes, pero ni siquiera eso era una singularidad, porque Keir, uno de los instructores de preparación física, tenía un Porsche.

Me pellizqué el caballete de la nariz mientras pensaba. Tal vez no estuviera pensando con claridad -vaya, me pregunto por qué sería-, pero por lo visto no podía dejar a Lynn en la estacada otra vez. Tenía una vida fuera de Great Bods, y aunque lo hacía fenomenal como sustituía mía, no podía aprovecharme tanto de ella o acabaría perdiendo una ayudante de primera.

Puse todo eso por escrito, explicándoselo a Wyatt lo mejor que pude. Me estaba cansando de escribir tanto.

Para mi sorpresa, leyó la explicación y luego se limitó a estudiar mi rostro un rato. No sé que vio ahí: tal vez la necesidad verdadera de ir a trabajar o tal vez, pensándolo bien, estuvo de acuerdo conmigo en que el riesgo que corría en Great Bods no era tan grande.

– De acuerdo -dijo al final-. Pero voy a asignarte una persona a todas horas. Siéntate aquí y lo aclararé con el jefe Gray.

Podría haberme hecho una jugarreta, ya ha pasado en otras ocasiones, pero me quedé allí sentada. Cuando regresó, cogió la chaqueta del traje del colgador de detrás de la puerta y dijo:

– Vamos.

Cogí el bolso y me levanté, y mi expresión se encargó de hacer la pregunta por mí.

– Seré tu guardaespaldas durante el resto del día -explicó. Aquello me puso bastante contenta.

Capítulo 23

Lynn mostró un tremendo alivio cuando me presenté en el trabajo, no sólo a la hora, sino un poco antes incluso. Wyatt no había mencionado que me faltaba la voz al telefonearla aquella mañana, y le preocupó tanto que yo ni siquiera pudiera susurrar, que al salir del trabajo se fue a una herboristería y volvió con una selección de infusiones que se suponía ayudaban a aliviar una garganta inflamada. Incluso se ofreció a quedarse hasta tarde y ayudarme, pero la envié a casa. Wyatt estaba allí si necesitaba que alguien hablara por mí.

En conjunto, fue un día normal y agradable en Great Bods. No había Malibus blancos aparcados al otro lado de la calle, ni psicópatas rubias arrojando bombas incendiarias a través de la entrada. Era el tipo de día que a mí me gustaba, justo el terreno intermedio que necesitaba para volver a sentir los pies sobre la tierra. De todos modos, me sentía haciendo equilibrios al borde de la desesperación, y no paraba de darme charlas de ánimo a mí misma, para levantarme la confianza. Sí, mi casa se había quemado, pero nadie había muerto. Sí, había perdido todas mis posesiones personales, pero, eh, el fuego no me había alcanzado el pelo. Sí, la brutalidad de mi desconocida acosadora y aspirante a asesina me espantaba, pero ahora sabía qué aspecto tenía y yo estaba francamente cabreada, o sea, que cuando volviera a verla mi intención era ir a por ella, a menos que Wyatt me encerrara en algún apestoso coche patrulla otra vez.


Me estaba costando mucho superar el resentimiento por eso.

Él merodeaba por allí como el poli que era, inspeccionando la calle constantemente, el aparcamiento, rodeando el edificio. Ordenó a una de las instructoras del segundo turno que contestara al teléfono por mí y eso resultó un regalo del cielo, porque cuando mencioné mediante papel y boli que estábamos buscando una ayudante para la ayudante de dirección, se excitó mucho y preguntó si podría prepararse para ese trabajo.

Bien, ¿quién sabe? Ella, se llamaba JoAnn, era de hecho mi instructora menos popular entre los socios, por su actitud puramente comercial. Por otro lado, también era una de las instructoras más inteligentes. No tenía experiencia administrativa en absoluto, pero me gustaba de veras su forma de desenvolverse por teléfono. Cuando no sabía qué hacer, sonaba como si en realidad lo supiera, digamos que como un político. Sin duda iba a hablarle a Lynn de ella.

Fueran las infusiones o el hecho de haber dado un descanso completo a mi voz, al final del día tragar parecía más fácil. Tenía tanta hambre que sentía náuseas, de modo que JoAnn fue a una hamburguesería y trajo una hamburguesa con patatas para Wyatt y un gran batido muy denso para mí: de fresas, mi favorito. El frío le sentó tan bien a mi pobre garganta como las infusiones.

Era jueves, casi había pasado una semana desde mi primer encontronazo con la chalada sobre ruedas. Recordé que en teoría hoy me tenían que quitar los puntos del nacimiento del pelo. Metí la mano por esa parte del cabello y los palpé: parecían secos y tiesos, y la piel que los rodeaba pinchaba con el crecimiento del pelo.

¿Sería muy difícil retirar los puntos? Ya me habían quitado puntos con anterioridad y no era doloroso, a lo sumo escocía un poco, por lo tanto no parecía gran cosa. Tenía unas tijeras de manicura en el despacho y pinzas en el botiquín de primeros auxilios. Necesitaba quitarme esos puntos. Necesitaba dejar atrás aquel episodio. Sí, había salido ganando un genial corte de pelo, pero en conjunto había sido un latazo.

Me llevé el equipo conmigo al baño de señoras, donde descubrí que el pelo no se mantenía apartado, pues se empeñaba en balancearse hacia delante con esa gran curva que Shay había moldeado. No tenía ninguna horquilla, pero sí un par de gomas en la oficina. Salí volando del lavabo y entré en el despacho, cogí una goma y volví a salir como una flecha. Wyatt me vio y gritó, «¡Eh!», pero le hice un ademán y continué con lo mío. Lo más probable era que pensara que tenía una necesidad urgente de ir al baño de señoras.

Pero al cabo de un rato entró mientras yo estaba dando un tijeretazo al tercer punto.

– ¡Santo Dios!

Di un brinco, algo nada recomendable cuando tienes unas tijeritas afiladas apuntando a una laceración recién cicatrizada. Miré su reflejo en el espejo con el ceño fruncido, luego volví a inclinar un poco la cabeza para ver con exactitud dónde estaba el siguiente punto.

– Oh, joder -refunfuñó, y se acercó hasta mi lado-. Para, antes de que te claves esa cosa. Iba a preguntarte qué estabas haciendo, pero puedo verlo, aunque no sé por qué. ¿No se suponía que debías ir al médico para que lo hiciera él?

Respondí con un gesto de asentimiento, y fui otra vez a por el punto.

Agarró mi mano con la suya.

– Dame eso a mí. Dios. Ya lo hago yo.

Dejé que se quedara con las tijeras, pero sonreí con suficiencia y negué con la cabeza.

– ¿Crees que no puedo? -preguntó, sintiéndose desafiado.

Volví a negar con la cabeza, convencida de que no podía.

En cuestión de segundos se enteró, al percatarse de que era imposible meter sus grandes dedos por los pequeños agujeros del asa de las tijeras. Frustrado, se las quedó mirando, y yo se las quité con gesto triunfal y me puse a trabajar otra vez. Vale, ya sé que sólo era una victoria mínima, sin embargo me sentó muy bien. Últimamente no había tenido muchas victorias, y sentía la carencia.

Así que corté los puntos, y él usó las pinzas para retirar con delicadeza los trozos de hilo. Pequeñas gotas de sangre se formaron aquí y allá, de modo que cogí una gasa antiséptica del botiquín y las sequé. No volvieron a aparecer, y así quedó la cosa. Tras quitarme la goma que había usado para sostenerme el pelo, volví a menear la melena y sonreí radiante.

– No era para tanto -dijo él entre dientes. Luego se convirtió otra vez en poli y abrió la puerta de cada cubículo de golpe, uno a uno, hasta que hubo inspeccionado los seis. Supongo que no podía evitarlo.

Cerré puntualmente a las nueve, y JoAnn se quedó para conocer las cuestiones de seguridad que requería el cierre del lugar por la noche. Con su ayuda, todo fue, bien, el doble de rápido -vaya- y estuvimos listos para marcharnos a las nueve y veinte. Wyatt estudió el exterior antes de salir.

Seguí la ruta larga otra vez, con Wyatt siguiéndome de cerca. Pero no iba a casa, pensé con una punzada. Nunca volvería allí o al menos nunca volvería a ser mi hogar. Tendría que ir a ver la casa; algo en mí me exigía hacerlo. Supongo que es como ver un funeral de cuerpo presente, ver el cadáver para crearte un recuerdo final, una clausura. Aunque crees que tu cerebro va a entender la muerte y en el momento que llega no hace falta nada más, pues no es así. Hay que ver a esa persona muerta y reemplazar el recuerdo vivo por el recuerdo muerto. O algo parecido.

Si Wyatt y yo nos casábamos, su casa sería mi hogar desde ese mismo día. Pero, si no lo hacíamos, tenía que saberlo lo antes posible para poder organizar otras cosas. Cuando volviera a hablar, teníamos que mantener una buena conversación.

¡Dios, había que ponerse las pilas! Si nos casábamos, sería dentro de veintidós días. ¡Sólo tres semanas! ¡Y ni siquiera había escogido la tela para el vestido! Además, aún tenía que hablar con Monica Stevens y con Sally, y conseguir que Jazz y Sally volvieran a juntarse, y de algún modo buscar sustitutos a todas las cosas que había perdido. ¡No me quedaban semanas suficientes!

Como consejo de amiga, no recomiendo a nadie organizar una boda mientras tengas que enfrentarte a un acosador homicida. Las cosas se complican demasiado, así de sencillo.

Wyatt me había dado instrucciones sobre cómo librarme de alguien que te sigue, por lo que antes de llegar a un lugar que ya habíamos acordado por adelantado -una gasolinera en un rincón a mano izquierda- él giró y me dejó sola. El corazón se me aceleró ante la noción repentina de vulnerabilidad, pero no vi ningún vehículo sospechoso detrás, y con eso me refería a algún Chevrolet blanco. No obstante, tenía coches detrás, lo cual quería decir que no estaba libre de peligro. Ella podría haber cambiado de coche y conducir ahora algo del todo diferente. Maclnnes y Forester estaban inspeccionando el registro de alquiler de Malibus último modelo, pero no era exactamente una labor fácil y por el momento no habían dado con nada. Y mientras tanto, ella podría ir conduciendo un Mazda.