– Mmm… -dijo.
Mi hipótesis consistía en que, si ella no trabajaba en el hospital, entonces por lógica la única manera de que supiera que yo estaba en un hospital era que hubiera llamado para preguntar si había ingresado. Pero, ¿por qué iba a ocurrírsele hacer eso a menos que hubiera sido la persona responsable de que yo estuviera ahí? Por lo tanto, por lógica, tenía que ser la conductora del Buick.
Le escribí otra nota. Recordaba con claridad haberle contado a esa enfermera que Wyatt era poli y que estaba repasando las grabaciones de seguridad del aparcamiento para intentar conseguir la matrícula del coche que casi me había atropellado. No, no le había dicho que era policía, no exactamente, pero ¿quién más iba a revisar cintas de seguridad y conseguir matrículas? Y cuando ella comentó que tenía que estar bien tener un novio policía, yo no la corregí, de modo que indirectamente se lo había confirmado.
En cualquier caso, Wyatt no había sido capaz de sacar ninguna información útil de la cinta, pero ella no lo sabía. Por lo tanto, había cambiado de coche, había cambiado a un Chevrolet blanco. Y ahora hacía un rato que no veía ningún Chevrolet blanco, o sea, que era posible que condujera otra cosa, lo que para mí significaba que o bien tenía acceso a un montón de coches usados o bien los alquilaba en una agencia.
Forester sonrió cuando acabó de leer mis notas.
– Piensa como un poli -dijo con aprobación, y yo me sentí tan orgullosa con el cumplido que me sonrojé.
Cuando regresamos a jefatura, insistió en que entrara con él, de modo que subimos en el ascensor hasta lo que yo pensaba que era la planta de los policías. Supongo que técnicamente todas las plantas lo eran, excepto aquellas en las que estaban las celdas, pero la planta a la que yo me refería era donde de hecho los polis realizaban su trabajo.
Me fui con toda naturalidad a la oficina de Wyatt, mientras Forester se acercaba a su escritorio. La puerta de Wyatt estaba abierta y él me indicó que entrara. Estaba hablando por teléfono, recorriendo el pequeño despacho de un lado a otro, sin la chaqueta y con las mangas de la camisa enrolladas como era habitual. Me detuve un momento en la puerta, admirando su culo mientras andaba, porque Wyatt tiene un culo de lo mejorcito, y yo aprecio el arte allí donde lo encuentro. En este caso, en sus pantalones.
Se le veía un poco sudoroso, pensé, como si no hubiera estado aquí en la oficina en todo ese rato. De hecho, parecía que acabara de volver. Hacía un buen día, lo bastante cálido como para que un hombre sudara con la chaqueta del traje puesta, por lo tanto había salido para presentarse en la escena de algún crimen, fuera donde fuera. Por eso Forester había venido conmigo al hospital en vez de él, porque estaba disponible y Wyatt no. De hecho, le habría tocado ir a Forester de cualquier manera, pero Wyatt se tomaba un interés especial por mis casos.
Advirtió que yo aún seguía en pie junto a la puerta y, para solventarlo, se sujetó el teléfono contra el hombro, sosteniéndolo con la cabeza inclinada, mientras me metía dentro de la oficina con una mano y cerraba la puerta con la otra. Yo podía oír la voz de un hombre que no paraba de rezongar al otro lado del teléfono. Sin soltar mi brazo, Wyatt cogió el teléfono con la mano derecha y lo sostuvo contra el muslo mientras inclinaba la cabeza y me daba un profundo beso.
Estaba claro que además olía un poco a sudor; desprendía un calor húmedo, y eso fue suficiente para que yo tuviera un recuerdo fugaz de nuestra sesión amorosa de la noche anterior y de la intensidad ardiente y sudorosa. Me agarré a sus costillas y puse un poco de mi parte en aquel beso. Vale, puse un mucho de mi parte: me fundí con su cuerpo, pegada a él, verificando de forma automática el estado del geiser Oíd Faithful. Se apartó de mí con un pequeño gruñido y los pantalones abultados. Su ardiente mirada verde prometió: Mas tarde. Luego me dio una palmadita en el trasero y volvió a ponerse el teléfono en el oído. Después de escuchar un segundo o dos, dijo:
– Sí, señor alcalde -mientras volvía a sentarse.
Yo estaba sentada recatadamente sobre un lado del escritorio y Wyatt permanecía recostado hacia atrás en su propia silla cuando Forester llamó a la puerta un momento después. Bien, no supe que era Forester hasta que me levanté a abrir la puerta, pero era él. Wyatt le hizo un ademán para que entrara también. Forester tenía los ojos muy brillantes y llenos de expectación.
Al final Wyatt fue capaz de librarse del teléfono y lo colgó con un golpe seco, con la atención ya centrada en Forester.
– ¿Qué habéis encontrado?
– Ella aparece en la grabación, pero no entre las fotos de los empleados. Debido a ciertos comportamientos y a la falta de foto identificativa, Lawless, el jefe de seguridad, cree que no es una empleada del hospital. Por lo tanto, no tenemos su identidad, con lo cual volvemos a empezar de cero… casi. -Forester me dirigió una mirada fugaz-. Blair ha dado con una teoría que en mi opinión tiene sentido, aunque tenemos tan poca información que no creo que dispongamos de material suficiente para cotejarla. -Dejó mis notas sobre el escritorio de Wyatt.
Wyatt se apresuró a leerlas por encima, me dirigió una rápida ojeada y dijo:
– Estoy de acuerdo, lo más probable es que condujera el Buick, lo cual significa que aquel incidente no fue un repentino ataque de furor al volante, sino una tentativa intencionada de asesinato. Pero podemos verificar la información de las agencias por las fechas. Las agencias de alquiler coinciden en muchos de los modelos de coches que alquilan, pero no todas tendrán Buicks disponibles. Descubre cuáles los tienen. Si está usando coches de alquiler, tuvo que devolver el Buick beige el viernes pasado y haber alquilado el Chevrolet blanco el mismo día, pero dudo mucho que usara la misma agencia. Creo que iría a otra. Puñetas, hay un montón en el aeropuerto, una tras otra. Si es lista, habrá devuelto el Chevrolet blanco para alquilar otro modelo el miércoles, antes de provocar el incendio. Y puesto que Blair sobrevivió a eso, yo diría que también devolvió ese vehículo ayer. Por lo tanto, ahora ya estará conduciendo otro modelo, y nosotros no disponemos de la más mínima pista sobre lo que tenemos que buscar.
Forester estaba tomando notas, escribía con rapidez y se paró en una ocasión para rascarse la barbilla.
– Puedo conseguir que las agencias de alquiler me den los nombres de todas las mujeres que alquilaron vehículos en esas fechas concretas. Si alguna de ellas se presentó en dos ocasiones, yo diría que tendremos a la persona que nos interesa.
Wyatt hizo un gesto afirmativo.
– Ponte a ello. No nos queda mucho tiempo hoy si se diera el caso de que alguna de las agencias pusiera pegas y tuviéramos que pedir una orden judicial. -Para investigaciones rutinarias como ésa, la mayoría de jueces no se tomarían la molestia de firmar una orden durante el fin de semana. Habría que esperar hasta el lunes.
Forester dirigió una mirada a la puerta, y por ella apareció una de las agentes femeninas con los ojos muy excitados fijos en mí.
– Señorita Mallory -dijo efusiva, alzando la voz lo suficiente como para atraer la atención de todo el mundo en la planta-. ¡Qué emoción conocerla! ¿Me firmaría su autógrafo aquí, por favor? Quiero pegarlo en el vestuario de mujeres.
Me tendió una hoja de papel con los bordes irregulares, mientras un gentío se formaba tras ella, asomándose desde la puerta al interior de la oficina. Yo casi podía notar el regocijo general que se acumulaba ahí.
Cogí automáticamente la hoja de papel, la miré y la reconocí de inmediato. Era una de las notas que había escrito mientras permanecía encerrada en el coche patrulla de DeMarius Washington, una de las hojas que había pegado a la ventanilla con chicle. Pero ¿qué hacía ahí?
Recordé por un momento a DeMarius hojeando las notas y sonriendo, y a Forester haciendo lo mismo. Uno de ellos debió de birlar esta hoja en concreto en vez de meterla en mi bolso con las otras.
– Veamos eso -dijo Wyatt, resignado. Reconocía una encerrona nada más verla.
Forester, muy servicial, me quitó la nota de la mano y la puso encima del escritorio de Wyatt, mientras todo el mundo reunido al otro lado de la puerta estallaba en una risa escandalosa.
Escrito en letras mayúsculas muy grandes, que yo había repasado varias veces para que quedaran más resaltadas, aparecía lo que yo pretendía que fuera un coup de grace asestado a todos los gilipollas que no me habían dejado salir de aquel apestoso coche patrulla:
EL TAMAÑO SÍ IMPORTA
Capítulo 28
– El tamaño sí importa, ¿aja? -gruñó Wyatt cogiéndome por la cintura cuando aquella tarde entró en casa apenas cinco minutos más tarde que yo. Me había escapado de su oficina en medio de aullidos de risa y me había ido derecha a la tercera tienda de tejidos donde -tachan tachan- encontré mi tela. Me puse tan contenta y sentí tal alivio que ni siquiera había discutido el precio, que era excesivo, pero claro, no consigues tejidos de calidad a dólar noventa y nueve el metro. Mi botín descansaba ahora a salvo en el maletero del coche de alquiler, e iba a llevarlo a casa de Sally por la mañana. Ella tenía intención de trabajar en el vestido todo el fin de semana.
Ahora tenía que ocuparme de Wyatt.
– Pues claro -conseguí soltar jadeante entre besos voraces. ¿Qué? ¿Esperabas que mintiera?
– Entonces, qué bien que mis medidas sean las adecuadas para tenerte contenta. -Me desabrochó instantáneamente los vaqueros y ya me los estaba quitando.
Y lo dejó claro, oh, por supuesto que sí. Él lo sabía, también, y me lo demostró una y otra vez. Al menos en esta ocasión me llevó al sofá, en vez de clavarme sin más al suelo como en más de una ocasión.
Y luego se demoró, acariciándome aquí y allá, observando mi cuerpo mientras me sujetaba las caderas con sus fuertes manos.
– Se nota la diferencia -dijo con voz ronca-. Nada de control de natalidad. Esto es otra cosa.
Así era. No una diferencia física, sino mental. Puesto que el cerebro es la zona erógena más importante… guau. Todo quedaba realzado, intensificado, y eso que entre nosotros el sexo ya era bastante intenso por lo general.
Luego se quedó echado pesadamente sobre mí, acariciándome la cadera distraídamente como hacía a menudo. Aturdida, me percaté de que no se había desvestido, aunque se las había ingeniado para quitarme la ropa de cintura para abajo. Todavía llevaba la chapa enganchada al cinturón, que me rozaba muy cerca de donde yo no quería que me rozara; muchísimas gracias. Y noté también esa gran automática negra pegada de forma alarmante a mi muslo interior izquierdo.
Me retorcí debajo de él.
– Aún vas armado -protesté.
– Sí, pero no está cargada.
Le empujé los hombros.
– La placa… cuidado, ¡ay!
Deteniéndose varias veces para besarme, se apoyó en el cojín en el que yo estaba tendida y se apartó de mí con cuidado. Desde el punto de vista logístico, esto no había estado muy bien organizado, y ahora teníamos que ocuparnos de las cuestiones prácticas, ya sabéis a qué me refiero. Gracias a Dios el sofá no era de cuero.
Después de limpiar un poco, preparamos juntos la cena. Antes, él tenía costumbre de salir a cenar, pero desde que estábamos juntos yo llenaba su congelador de material precocinado que sólo había que calentar. Esa noche elegimos lasaña, a la que añadimos una ensalada. Los acompañamientos de ensalada eran algo que yo había introducido en su frigorífico. Le estaba dando clases sobre comida de chicas.
Tras la cena, había llegado el momento de hacer de tripas corazón. Había estado pensando y escurriendo el bulto, y pensando un poco más, desde el martes por la noche, y no podía posponerlo más. Estábamos manteniendo relaciones sin protección alguna, por el amor de Dios, y aunque prácticamente era imposible que me quedara embarazada, aun así…
– Eso que dijiste -empecé mientras cargábamos el lavaplatos.
– Estaba cachondo. Los hombres somos capaces de decir cualquier cosa a cambio de sexo.
Le fruncí el ceño.
– El martes por la noche, cuando te enfadaste tanto.
Se puso derecho y me prestó toda su atención.
– Has tenido tiempo de pensarlo bien, ¿aja? Vale, adelante, y así podré disculparme una vez más y podremos pasar página.
No era exactamente el tono serio que yo quería. Mi ceño se transformó en una mirada iracunda.
– No es algo de lo que disculparse, es algo que tenemos que plantearnos, sin bromas, para tomar una decisión.
Se cruzó de brazos y esperó.
Confié en que mi voz aguantara toda la explicación. Después del descanso de la mañana, me había vuelto la voz con ese espantoso graznido, que como mínimo tenía sonido. Suspiré y comencé.
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