Luego encontré la foto con su esposa.
Primero leí lo que había escrito en el reverso, porque la foto estaba boca abajo. La cogí. Con bonita caligrafía femenina, aparecía la inscripción: Wyatt y yo, Liam y Kellian Greeson, Sandy Patrick y su última monada.
Le di la vuelta y miré la cara de Wyatt. Reía a la cámara, cogiendo distraídamente por el hombro a una pelirroja muy guapa.
Noté una punzada de celos naturales. No quería verle con ninguna otra mujer, sobre todo con la que había estado casado. ¿Por qué no podía haber sido fea o desagradable, alguien que obviamente no encajara con él, en vez de ser tan guapa y…
…mi acosadora.
Me quedé mirando la fotografía sin creer lo que veían mis ojos. La fotografía debía tener fácilmente quince años, y ella parecía jovencísima, poco más que una adolescente, aunque yo sabía que sólo tenía un par de años menos que Wyatt. Llevaba el pelo muy diferente: un voluminoso peinado de los ochenta, adaptado a los noventa, y demasiado maquillaje, aunque mi intención no fuera criticar ni nada parecido. Y esas largas, largas pestañas que le quedaban como si llevara pestañas artificiales.
No cabía duda.
Me fui hacia el teléfono.
No había tono de llamada.
Esperé, porque a veces una unidad inalámbrica tarda unos segundos en dar el tono de llamada. No pasó nada.
Bien, no era la primera vez que no oía señal y no era algo tan importante, pero cuando una acosadora homicida anda detrás de ti y el teléfono no da tono de llamada, hay que asumir automáticamente lo peor. ¡Dios mío, estaba ahí! De algún modo había cortado la línea telefónica, y eso no podía ser tan fácil.
Entonces fue cuando me percaté de lo tranquila y silenciosa que estaba la casa. No se oía ningún zumbido de fondo de la caldera, ni de la luz, ni del frigorífico. Nada.
Miré el despertador digital. Estaba en blanco.
No había corriente. No lo había advertido antes porque el dormitorio tenía suficientes ventanas como para dejar entrar la luz necesaria para poder ver, incluso en un día lluvioso, y como había estado enfrascada en las fotos…
Pero había luz cuando Wyatt se fue, porque había oído la puerta del garaje. Y como no llevaba ni quince minutos fuera, no podía haberse ido hacía mucho rato. ¿Qué demostraba eso? ¿Alguna cosa? ¿Que había esperado a que él saliera de casa para entrar? Y ¿cómo sabía dónde vivía? Habíamos tenido mucho cuidado, nadie nos había seguido hasta allí.
Pero sabía dónde trabajaba él. Por lo tanto, no tendría más que haberle esperado ahí y seguirle a casa. Incluso era posible que lo hubiera hecho antes de que empezara a seguirme a mí. Seguirle a él era lo que la había conducido hasta mí.
Me puse de pie silenciosamente y cogí el móvil de donde lo había dejado, sobre la cama. Lo había subido al piso de arriba porque muchísima gente me llama al móvil si quiere hablar conmigo. La falta de corriente no le habría afectado, a menos que fuera un problema de toda la zona que dejara inutilizadas las torres de telefonía móvil, pero en tal caso no tendría nada de qué preocuparme. Era el hecho de que se limitara a la casa lo que me tenía cagada de miedo.
Estaba temblando cuando tecleé el número de Wyatt; notaba el pelo erizado sobre el cuero cabelludo. No tenía dudas al respecto, estaba espantada. Haciendo el menor ruido, me metí en el baño y cerré la puerta, y amortigüé el sonido de mi voz.
– ¿Qué pasa? -me dijo al oído.
– Es Megan -solté-. Es Megan. Estaba mirando fotos antiguas y… es ella.
– ¿Megan? -repitió. Sonaba estupefacto-. Eso no tiene…
– ¡No me importa lo que no tenga! -susurré frenéticamente-. ¡Es ella! ¡Es la acosadora! Y se ha ido la luz. Y ¿si está aquí? Y ¿si está en casa…?
– Ahora vuelvo -dijo sin vacilar lo más mínimo-. Y voy a llamar a la patrulla más próxima. Si crees que está en la casa entonces sal de ahí como sea. ¿Entendido? Ya son demasiadas veces, ya has tenido demasiados avisos y te has salvado por los pelos en demasiadas ocasiones. Si tienes que volver a salir por la ventana, hazlo.
– Vale -contesté, pero ya había colgado y la línea se quedó muerta.
Wyatt venía hacia aquí. Llevaba fuera unos quince minutos, que es lo que tardaría en regresar, a menos que condujera como alma que lleva el diablo. También era posible que hubiera un coche patrulla más cerca.
Aunque suene raro, saber que confiaba en mi intuición me calmó un poco. Tal vez fuera porque no me sentía tan sola, porque la ayuda venía en camino.
Puse el móvil en modo silencioso y lo introduje en el bolsillo. Al menos esta vez no me pillaba con un pijama ligerísimo y sin zapatos. Una camiseta de manga larga y unos pantalones de chandal con bolsillos ofrecían mucha más protección. Bueno, aún no me había puesto los zapatos, pero como mínimo llevaba calcetines; y aunque hubiera llevado los zapatos puestos, me los habría quitado para no hacer ruido.
Lo más probable era que los nervios me estuvieran jugando una mala pasada, pero la última vez que me tranquilicé con este argumento, me quemó la casa. Yo parecía tener un sexto sentido que me permitía saber cuándo estaba cerca, y mi intención era seguir ese instinto.
Al menos ya no tenía que preguntarme por qué sucedía todo aquello, qué había hecho para que alguien quisiera matarme. Ahora lo sabía. Era Wyatt. Wyatt me quería e íbamos a casarnos, y ella no podía soportarlo.
Roberta me había dicho que cuando Megan solicitó el divorcio, Wyatt se largó sin más. No se había preocupado ni por intentar salvar su matrimonio ni por repensarse su decisión de hacerse policía. Ella no era lo bastante importante para él. Aquello tuvo que haberla corroído mucho durante todos esos años, el no haber sido suficiente mujer para el hombre que amaba. Yo podía entender cómo se sentía, pero no me daba lástima ni alguna otra estupidez por el estilo. Por favor, esa zorra psicópata había intentado matarme.
Se había vuelto a casar al cabo de un año más o menos, según me había contado Roberta. Su segundo matrimonio por lo visto tampoco había funcionado, ¿cómo podía, si estaba enamorada de Wyatt? Pero había esperado, porque él no había vuelto a casarse, y podía aferrarse a la idea de que, en lo más profundo, todavía la quería y tal vez un día volvieran a estar juntos; hasta que aparecí yo. Nuestro anuncio de matrimonio había salido en el periódico. ¿Tendría ella la costumbre de conectarse a internet y leer el diario local, o de introducir en Google el nombre de Wyatt de vez en cuando? Tal vez algún conocido de la ciudad se lo había dicho. Cómo lo había descubierto no importaba, pero su reacción a las noticias sí, y mucho.
Intenté pensar en lo que tenía a mi disposición para defenderme. Cuchillos, por supuesto, abajo en la cocina. Si estuviera en mi casa, bajaría segura a por uno, porque mi sistema de alarma me diría si alguien había entrado, pero Wyatt no tenía sistema de alarma. Tenía cerraduras, cerraduras con candados, y ventanas de panel triple que sólo permitían entrar a alguien que estuviera muy decidido a hacerlo. Por desgracia, ella lo estaba.
No tenía nada aquí arriba para protegerme, excepto la gran y pesada linterna que Wyatt guardaba en la mesilla. Salí del baño muy despacio, convencida de que iba a encontrarme cara a cara con una demente con un hacha en la mano, pero el dormitorio estaba vacío y en silencio. Cogí la linterna y la agarré con la mano derecha. Tal vez tuviera ocasión de arrearle en la cabeza. Una buena conmoción cerebral era lo que se merecía.
Entonces me dirigí al pasillo con cautela. También estaba vacío. Me quedé escuchando un momento, pero no se oían sonidos dentro de la casa. Fuera, oí los neumáticos de un coche al pasar sobre el pavimento mojado, aquel sonido mundano y reconfortante, pero no tanto como si el coche hubiera aminorado la marcha y hubiera entrado en el jardín. Wyatt no había tenido tiempo de llegar todavía, pero el coche patrulla también sería bien recibido.
Todas las puertas del pasillo estaban cerradas, a excepción de la puerta de la habitación principal, detrás de mí. No podía recordar haber cerrado la puerta al salir de la habitación de invitados donde había estado probándome los zapatos. No es algo que normalmente recuerdes. Pero nadie abrió de golpe una de esas puertas y saltó al pasillo para atacarme con un hacha, de modo que me adelanté poco a poco en dirección a la escalera.
Lo sé, lo sé. En todas las pelis de terror, al menos en algún momento la rubia tonta baja por la escalera después de haber oído un ruido, o se mete en el sótano oscuro. Algo. Bueno, ¿sabéis qué? Si estás arriba, lo normal es que estés atrapado. No son tantas las casas que tienen dos escaleras, una en cada lado de la casa. Al menos si estás en la planta baja hay más de una salida. Acababa de estar atrapada en un segundo piso durante un incendio y no quería repetir la experiencia. Quería estar en la planta baja.
Di otro paso. Podía ver parte de la sala de estar ahora, y la entrada a la cocina. Ni rastro de la maniaca. Un paso más. Un destello azul en la parte inferior de la escalera llamó mi atención. La cosa azul, fuera lo que fuera, no se estaba moviendo, sólo estaba ahí quieta. Y no había nada azul ahí cuando subí la escalera.
No obstante, me resultó familiar. Fuera lo que fuera, lo había visto antes. Pero, lo juro, parecían dos tubos azules sobresaliendo, con diseños peculiares.
Mis botas. Mis botas azules, las que no habían llegado antes del incendio.
Ella las tenía; había recogido mi paquete. Y ahora estaba aquí, en esta casa. No eran imaginaciones mías.
No iba a bajar la escalera, de ningún modo. Iba a seguir el consejo de Wyatt y escapar por la ventana…
Entonces salió de la cocina sosteniendo con firmeza una pistola con ambas manos, apuntándola directamente hacia mí. Llevaba unos zapatos de suela blanda que no hacían más ruido que mis calcetines. Apuntando sin vacilar, inclinó la cabeza en dirección a las botas.
– ¿En qué pensabas? ¿En largarte con los del rodeo o algo así?
– Hola, Megan -dije.
La sorpresa brilló en sus ojos. No contaba con eso. Esperaba matarme y largarse a continuación, porque, ¿quién iba a sospechar de ella? No vivía aquí; hacía muchos años que no vivía por estos barrios, y no había contactado con nadie que conociera aquí. Nadie debería poder relacionarla con esto.
– Ya se lo he dicho a Wyatt -le expliqué.
Una mirada desdeñosa apareció en su rostro.
– Sí, de acuerdo. No hay luz. No funciona ninguno de esos inalámbricos.
– No, pero el móvil que llevo en el bolsillo sí. -Indiqué el bulto-. Hay una caja de zapatos llena de fotos ahí arriba. Las estaba repasando y me topé con esa instantánea tuya con Wyatt y otras dos parejas. Con un tipo llamado Sandy y su última monada -añadí, para que supiera que no me lo estaba inventando. Escaparse sin que la acusaran de asesinato era una parte primordial de su plan, sospeché. Saber que no iba a conseguirlo, por mucho que se empeñara, podría hacerle repensarse toda la cuestión de mi asesinato.
Vi dolor parpadeando en su expresión mientras recordaba la fotografía.
– ¿La guardaba?
– No sé si la guardaba o si nunca se ha tomado la molestia de tirarla. En cuanto te reconocí, le he llamado. -Me encogí de hombros-. De cualquier modo, ya estaban trabajando desde el enfoque de los coches de alquiler. Wyatt habría reconocido tu nombre.
– Dudo que tan siquiera sepa mi apellido -dijo con amargura.
– Bueno, mira, eso no es culpa mía -comenté.
– No me importa si es culpa tuya o no. No tiene que ver contigo, tiene que ver con él, y con que él descubra lo que es querer tanto a alguien como para que duela, y no ser capaz de retener a esa persona. Tiene que ver con sufrir en vida eternamente, un dolor del que no puedes escapar.
– Aja. Suena a que tendrías que poner fin de una vez a todo este sufrimiento. Detesto a los lloricas, ¿tú no? A todo el mundo le suceden cosas malas. Una relación fallida no es lo mismo que ver morir a alguien, de modo que supéralo.
– ¡Cállate! -Se acercó al pie de la escalera sin dejar de apuntar la pistola con ambas manos igual de firmes-. Tú no sabes qué es eso. Cuando nos casamos, yo ya sabía que no me quería igual que yo a él, pero pensé que al menos tenía una oportunidad, pero nunca llegué a aprovecharla. Un atleta profesional pasa mucho tiempo fuera, y tenía que compartirle con el equipo, tanto antes de la temporada como después. Tenía que compartirle con la familia, porque venía aquí siempre que podía. Incluso tenía que compartirle con Sandy Patrick y sus monadas, porque era el mejor amigo de Wyatt. ¿Tienes idea de cuántas veces pudimos disfrutar los dos a solas?
Me encogí de hombros.
– ¿Dos? Sólo es una suposición. No sé cuánto tiempo estuvisteis casados. Nunca habla de ti. -No, no me caía bien, no sentía lástima por aquella mujer; ella me importaba un bledo, lo único que quería era mantenerla hablando el rato suficiente como para que Wyatt regresara.
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