– ¿Estás bien? -preguntó susurrando para no despertar a mamá-. No has dormido mucho; menos de una hora.

– Sólo estaba pensando -respondí susurrando.

– ¿En qué?

– En todo lo que tengo que hacer.

– No tienes que hacer nada. Me lo dices a mí, y yo me ocuparé de todo.

Sonreí para mis adentros, que era la única manera en que podía sonreír ya que estaba oscuro y él no podía verme.

– Eso era más o menos lo que estaba pensando, intentando recordar todo lo que tengo que pedirte que hagas.

Soltó un débil resoplido.

– Debería haberlo imaginado.

Como estaba oscuro, encontré el valor para continuar:

– También estaba pensando en que no sé cómo puedes mirarme con la pinta que tengo y volver a desearme alguna vez. -Mantuve la voz muy baja, porque, ay, mi madre estaba justo ahí en la misma habitación; yo escuchaba su respiración con un oído, y no había cambiado, de modo que seguía durmiendo.

Wyatt se quedó un momento callado, justo lo suficiente para que yo empezara a notar el estómago revuelto -como si me hiciera falta con lo malita que ya estaba-, luego me pasó un dedo con delicadeza por el brazo.

– Siempre te deseo -murmuró, con voz tan cálida y oscura como la habitación-. El aspecto que tengas en un momento dado no tiene mucho que ver. Eres tú, no tu cuerpo; aunque me muero por tu culo, y tus tetas, y tu boca desvergonzada, y todas las partes que estén en medio.

– ¿Y qué hay de mis piernas? -le animé. Vaya, me estaba sintiendo mejor, estaba mejorando por minutos. Si seguía hablando, saldría andando de ese antro en media hora.

Wyatt se rió bajito.

– También me gustan. Sobre todo me gusta tenerlas alrededor de la cintura.

– Chis -siseé-. Mamá está justo ahí.

– Está dormida. -Levantó mi mano y me dio un beso cálido y húmedo en la palma.

– Eso te gustaría. -Fue el brusco comentario que llegó desde los pies de la cama.

Tras un momento de sorpresa, Wyatt empezó a reírse y dijo:

– Sí, señora, desde luego que sí.

Me encanta este hombre. Me alegró consideradamente esta charla nuestra a oscuras, fue un alivio, porque cansa mucho sentir lástima por una misma. Le apreté la mano y volví a dormirme de lo más contenta. ¿Y qué si me dolía aún la cabeza? Todo iba bien.

Sólo llevaba diez minutos dormida cuando entró una enfermera y encendió las luces para preguntar si estaba despierta. Qué os decía.

Capítulo 5

Wyatt se marchó poco después del amanecer para pasar por casa, ducharse y cambiarse de ropa, y luego irse al trabajo, donde imaginé que pasaría más tiempo del debido mirando cintas de aparcamientos en un intento de conseguir la matrícula del Buick. Él había dormido un rato más, pero como mucho alguna breve cabezada, pues otra cosa era difícil con una enfermera entrando cada poco rato para asegurarse de que no me moría de un derrame cerebral. No era el caso, qué alivio, pero tampoco me estaba permitiendo dormir mucho.

Mamá se despertó hacia las siete, salió de la habitación y volvió con una taza de un café que olía divinamente -pero que no me ofreció- y luego se puso de lleno con el móvil. Yo hice lo mismo y llamé a Lynn, a Great Bods, para informarle de mi último percance y organizamos para que me sustituyera al menos el siguiente par de días. Me dolía tanto la cabeza que imaginaba que como mínimo tardaría un plazo así en volver a funcionar.

Hablar y al mismo tiempo escuchar a escondidas es todo un arte que requiere práctica. Mamá es capaz de hacerlo sin esfuerzo. Cuando yo era una adolescente, conseguí ser tan buena como ella, por necesidad. Seguía siendo buena, pero había perdido práctica. Por las conversaciones que alcancé a oír, me enteré de que iba a cerrar un trato de una venta de una casa ese día y que tenía que enseñar una casa más, pero estaba posponiendo esta cita a última hora de la jornada.

También llamó a Siana, pero o bien no la mencionó por su nombre o yo me despisté del todo, porque me sorprendió ver entrar a Siana en la habitación hacia las ocho y media, con un par de vaqueros que le quedaban genial, una ajustada camiseta con tiras de lentejuelas y una blazer de cuero con un drapeado sobre los hombros. El hecho de que no fuera la ropa que vestía habitualmente para ir a trabajar me hizo saber que se había tomado el día libre. Siana es abogada -como ya he mencionado- y aún está en el rango inferior de un bufete lleno de fenómenos picapleitos, pero su actitud es del todo alto rango. No creo que vaya a quedarse mucho tiempo en la empresa porque le irá mucho mejor por cuenta propia. Siana ha nacido para tener su propio bufete y un éxito rabioso. ¿Quién no iba a contratarla? Tenía un gran talento, unos hoyuelos irresistibles y no sentía compasión por nada, cualidades todas magníficas y muy buscadas en un abogado.

– ¿Por qué no vas a ir a trabajar? -le pregunté.

– Voy a sustituir a mamá para que pueda cerrar un trato de venta de una casa. -Se acomodó comiendo una manzana en la silla en la que Wyatt había pasado la noche.

Observé la manzana. El hospital no me había traído nada para comer, sólo un poco de hielo machacado; era evidente que me mantenían sin comer hasta que algún médico en algún lugar decidiera que no necesitaba cirugía cerebral de urgencia. Dicho doctor se estaría atiborrando de dulces, y yo me moría de hambre. ¡Eh! Llena de sorpresa, me di un rápido repaso. ¡Aja! La náusea había disminuido. Tal vez mi estómago no pudiera con un desayuno a base de huevos, beicon y tostadas, pero seguro que aceptaba un yogur y un plátano.

– Deja de mirar así mi manzana -dijo Siana apaciblemente-. No puedes comer. Y sentir envidia por las manzanas es una cosa muy fea.

Me puse a la defensiva de manera automática.

– No me da ninguna envidia la manzana. Estaba pensando más bien en un plátano. Y no tenías por qué faltar al trabajo, en cualquier momento a lo largo de la mañana tendrán que darme el alta. Sólo era cuestión de pasar aquí la noche.

– «Pasar ia noche» no quiere decir lo mismo para los médicos que para la gente real -dijo mamá, menospreciando por completo la realidad de toda la profesión médica-. Sea como sea, el doctor que te atendió porque estaba de guardia no será quien te dé el alta. Finalmente otro doctor mirará los resultados de tus pruebas y finalmente te examinará a ti, y si hay suerte estarás en casa a última hora de la tarde.

Probablemente tenía razón. De hecho, estaba ingresada en un hospital por primera vez en mi vida, aunque había visitado urgencias unas cuantas veces y descubierto que ahí el tiempo tenía un significado diferente. «Unos pocos minutos» significaba invariablemente un par de horas, lo cual estaba bien, no sé si me entiendes, pero si alguien esperaba mucho rato así a que le vieran, literalmente «en pocos segundos», era inevitable que acabara frustrado y enfadado.

– A pesar de ello, no necesito una niñera. -Me sentí moralmente obligada a hacer aquel comentario, aunque todos sabíamos que no quería quedarme sola, que no iban a dejarme sola y que discutir no llevaba a ninguna parte. Aunque a veces me gustan las discusiones que no llevan a ninguna parte.

– Tendrás que conformarte -dijo Siana, sonriendo y mostrando sus hoyuelos-. De cualquier forma, me ha parecido que mi empresa necesitaba pasar un día sin mí. Se están acostumbrando mal y no me valoran como es debido, y eso no me gusta. -Dio otro mordisco a la manzana, y luego tiró el corazón a la basura-. He apagado el móvil. -Parecía complacida consigo misma, y eso significaba que la gente que no la había valorado como era debido probablemente intentaría contactar con ella varias veces a lo largo del día.

– Tengo que irme -dijo mamá, inclinándose para besarme en la frente. Tenía un aspecto genial, pese a una noche sin apenas dormir y preocupándose por mí-. Pero me pasaré por aquí durante el día. Veamos, necesitas ropa para vestirte cuando te den el alta. Me acercaré a coger la ropa antes de pasar por mi casa; luego la traeré a la hora de comer. Es imposible que te den el alta antes del almuerzo. Estoy siguiendo la pista de un obrador de tartas nupciales, también, y ya he localizado una pérgola, y luego por la tarde iré a casa de Roberta -Roberta es la madre de Wyatt- para devanarnos los sesos sobre procedimientos de emergencia en caso de que haga mal tiempo. Todo está controlado, o sea, que no te preocupes por nada.

– Tengo que preocuparme, como corresponde a la novia. Es imposible que desaparezcan todas las señales del accidente para entonces. -Aunque las costras desaparecieran… uuuuh, costras, cómo suena, quedarían marcas rosas en la piel.

– Tendrás que usar mangas largas o cualquier cosa que te tape, porque ya estaremos en octubre. -El clima de Carolina del Norte en octubre suele ser estupendo, pero puede volverse gélido de un instante al otro. Me examinó la cara con los ojos entrecerrados-. Creo que para entonces tendrás bien el rostro; no tiene tantos rasguños. Y si no, para eso está el maquillaje.

Aún no me había mirado en ningún espejo y no había evaluado los daños por mí misma, de modo que pregunté:

– ¿Y qué tal el pelo? ¿Cómo lo tengo?

– Ahora mismo, no tiene buena pinta -contestó Siana-. He traído champú y un secador de mano.

La adoro. Conoce a la perfección mis prioridades.

Mamá evaluó los puntos que me habían puesto en el nacimiento del pelo -mi anterior nacimiento del pelo- y el trozo afeitado.

– Tiene remedio -pronunció-. Un cambio de peinado tapará la parte afeitada que, hay que reconocerlo, es grande.

¡Conforme! Las cosas mejoraban.

Una enfermera más o menos de mi edad entró tan campante en la habitación, impecable con una bata rosa, que iba genial a su cutis. Era una mujer guapa, muy guapa, con rasgos casi clásicos, pero el tinte que se había dado en el pelo era un verdadero crimen. En lo que se refiere a teñirse el pelo, estos crímenes siempre tiene algo que ver con el método «háztelotúmisma». Este teñido en concreto era una especie de marrón uniforme que me obligó a preguntarme cuál sería su color verdadero de pelo, porque ¿quién se tiñe el pelo de marrón? Mi propia crisis capilar me volvía muy consciente del cabello de la gente; no es que en realidad no lo fuera en el pasado, pero mi nivel de atención se había elevado. Cuando sonrió y se acercó un poco más para tocarme el pulso, estudié sus cejas y pestañas. No había duda en este caso: sus cejas eran marrones, y sus pestañas extralargas llevaban máscara. Tal vez tuviera canas prematuras. Sentí envidia de aquellas pestañas y di mi aprobación a la máscara, lo cual me recordó que a esas alturas mi propia máscara me habría dejado ojos de mofeta.

– ¿Cómo se encuentra? -me preguntó mientras mantenía los dedos en el puso y la mirada en el reloj de pulsera. También ella era capaz de realizar tareas múltiples, como contar y hablar al mismo tiempo.

– Mejor. Y también estoy hambrienta.

– Eso es buena señal. -Sonrió y me dedicó una rápida mirada-. Veré qué puedo hacer para que le traigan algo de comer.

Sus ojos eran esa fantástica mezcla de verde y almendra; pensé que tendría que estar estupenda cuando se arreglara para salir de noche por la ciudad. Era calmada y serena, pero también había una chispa controlada de fuego en ella que me hizo pensar que probablemente todos los médicos solteros, y tal vez unos cuantos casados, irían de culo para ligársela.

– ¿Alguna idea de a qué hora hará la ronda el doctor? -pregunté.

Me dedicó una sonrisa picara y negó con la cabeza.

– La hora puede variar en función de si tiene o no urgencias. ¿No me diga que no está contenta con nuestra hospitalidad?

– ¿Quiere decir aparte de la cuestión de que no haya comida? ¿Y que me despierten cada vez que echo un sueñecito para asegurarse de que no estoy inconsciente? ¿Ya que me afeitan el pelo veintiocho días antes de mi boda? Aparte de eso, lo estoy pasando muy bien.

Se rió en voz alta.

– ¿Así que veintiocho días? Yo estuve completamente desquiciada los dos últimos meses previos a la boda. ¡Vaya momento para tener un accidente!

Mamá acababa de sacar las llaves de mi bolso y las agitó mientras salía de la habitación. Le devolví el saludo, luego reanudé la conversación.

– Podría ser peor, podría estar mal herida en vez de tener sólo uno rasguños y un pequeño corte.

– Los médicos deben pensar que tu estado es un poquito peor que eso, o no estarías aquí. -Sonó un poco a regañina, pero las enfermeras probablemente se topan todo el tiempo con pacientes respondones; en honor a la verdad, yo no me mostraba exactamente respondona, más bien me dominaba una urgencia irrefrenable. Quedaban veintiocho días, y el reloj seguía marcando la hora.

Puesto que seguramente ya había consultado mi gráfica, no vi la necesidad de decirle que pasar la noche en observación en el hospital no indicaba una herida seria. Tal vez ella quería que me preocupara un poco para que no siguiera dando la lata, ni a ella ni a las otras enfermeras, sobre cuándo iba a marcharme a casa. Yo no estaba en plan pesada, nada de eso; si no tuviera tantas cosas que hacer, no me hubiera importado estar tumbada en la cama de un hospital, dejando que la gente me trajera lo que necesitara. La náusea se había aliviado, pero el martilleo en mi cabeza, no. Tuve que ir dos veces al baño, y no fue nada divertido, pero tampoco era tan malo como me había temido.