Él lo pensó detenidamente.
– Supongo que es más o menos eso.
Ella giró la cabeza y miró con aire sombrío por la ventanilla. Hacer que ese matrimonio tuviera éxito iba a ser todavía más difícil de lo que pensaba.
CAPÍTULO 05
Cuando Daisy salió de la caravana por la tarde, se tropezó con una ¡oven, espigada y rubia, que llevaba un chimpancé sobre los hombros. La reconoció como Jill, de «Jill y Amigos», un número en el que participaban un perro y el chimpancé. Tenía la cara redonda, la piel perfecta y el pelo con las puntas abiertas, algo en lo que Daisy podría ayudarla si le daba la oportunidad.
– Bienvenida al circo de los Hermanos Quest -dijo la mujer. -Soy Jill.
Daisy le devolvió la cordial sonrisa.
– Yo soy Daisy.
– Lo sé. Heather me lo ha dicho. Éste es Frankie.
– Hola, Frankie. -Daisy levantó la cabeza hacia el chimpancé encaramado en los hombros de Jill, luego dio un salto atrás cuando él le enseñó los dientes y chilló. Ya estaba bastante nerviosa tras un día sin nicotina y la reacción del chimpancé sólo consiguió exacerbarla aún más.
– Cállate, Frankie. -Jill le palmeó la pierna peluda. -No sé qué le pasa. Le gustan todas las mujeres.
– Los animales no suelen ser demasiado cariñosos conmigo.
– Eso es porque te dan miedo. Ellos siempre lo notan.
– Supongo que será eso. Me mordió un pastor alemán cuando era pequeña y desde entonces les tengo miedo a todos los animales. -El pastor alemán no había sido el único. Recordó una excursión del colegio a un zoo de Londres cuando tenía seis años. Se había puesto histérica cuando una cabra había comenzado a mordisquearle el uniforme.
Una mujer con unos pantalones bombachos negros y una camiseta enorme se acercó y se presentó como Madeline. Daisy sabía que era una de las chicas que había entrado a la pista a lomos de uno de los elefantes. Su ropa informal hizo que Daisy se sintiera demasiado arreglada. Había querido tener buen aspecto en su primer día en la taquilla; para ello se había puesto una blusa de seda color marfil con unos pantalones gris perla de Donna Karan en lugar de los vaqueros y la camiseta del outlet que Alex había insistido en comprarle antes de llegar.
– Daisy es la novia de Alex-dijo Jill.
– Ya lo he oído -contestó Madeline. -Qué suerte la tuya. Alex está como un tren.
Daisy abrió la boca para decirles a esas chicas que era la esposa de Alex, no su novia, pero se echó hacia atrás cuando Frankie comenzó a gritarle.
– Calla, Frankie. -Jill le dio al chimpancé una manzana, luego miró a Daisy con el evidente placer de quien ama un buen cotilleo. -Alex y tú debéis ir en serio. Jamás había visto que trajera a una chica a vivir con él.
– A Sheba le va a dar un ataque cuando regrese. -Parecía que a Madeline le complacía tal posibilidad.
Frankie miró a Daisy fijamente, poniéndola tan nerviosa que le costó prestar atención a las dos jóvenes. Observó alarmada que Jill bajaba al chimpancé al suelo, donde se le agarró firmemente a la pierna.
Daisy dio otro paso atrás.
– No tendrás una correa por ahí, ¿verdad?
Jill y Madeline se rieron.
– Está amaestrado -dijo Jill, -no necesita correa.
– ¿Seguro?
– Sí. ¿Cómo os conocisteis Alex y tú? Jack Daily, el maestro de ceremonias, nos ha dicho que Alex no le ha contado nada de su amiguita.
– Soy algo más que su amiguita. ¿Estás segura sobre la correa?
– No te preocupes. Frankie no le haría daño ni a una mosca.
El chimpancé pareció perder interés en ella, y Daisy se relajó.
– No soy la amiguita de Alex.
– ¿No estáis viviendo juntos? -preguntó Madeline.
– Claro que sí. Soy su mujer.
– ¡Su mujer! -Jill soltó un chillido de placer que estremeció a Daisy hasta la punta de los pies. -¡Alex y tú estáis casados! Es genial.
Madeline miró a Daisy con resentimiento.
– Voy a fingir que me parece bien, aunque llevo más de un mes intentando ligármelo.
– Tú y medio circo -rio Jill.
– ¡Dai-syyyyy!
Vio que Heather la llamaba a voces desde el lado del patio.
– ¡Daisy! -gritó la adolescente. -Alex dice que te estás retrasando. Está bastante mosqueado contigo.
Daisy se sintió avergonzada. No quería que aquellas chicas supieran que Alex y ella no se habían casado por amor.
– Es un impaciente. Supongo que será mejor que me vaya. Encantada de haberos conocido. -Se dio la vuelta con una sonrisa, pero sólo había dado unos pasos, cuando sintió un golpe en la espalda.
– ¡Ay! -Se volvió con rapidez y vio una manzana mordida en el suelo al lado de ella. Más allá, Frankie gritaba con deleite mientras Jill le dirigía una mirada avergonzada.
– Lo siento -gritó. -No sé por qué actúa de esta manera. Deberías estar avergonzado, Frankie, Daisy es nuestra amiga.
Las palabras de Jill mermaron el deseo de Daisy de estrangular a la pequeña bestia, así que se despidió de las dos mujeres con la mano y se dirigió hacia la caravana de la taquilla. Se corrigió mentalmente al recordar que se suponía que tenía que llamarlo El vagón rojo. Poco antes, Alex le había contado que las taquillas del circo se llamaban siempre así, fueran del color que fuesen.
Heather se puso a su lado y ajustó su paso al de ella.
– Quería pedirte perdón por haber sido grosera contigo ayer. Estaba de mal humor.
Daisy sintió que por fin veía a la persona que se ocultaba tras aquella fachada de hostilidad.
– No pasa nada.
– Alex está muy cabreado. -Daisy se sorprendió al oír un atisbo de simpatía en la voz de Heather. -Sheba dice que es el tipo de hombre que nunca está demasiado tiempo con una mujer, así que estate preparada para… ya sabes.
– ¿Qué?
– Ya sabes. Para que pase de ti. -Soltó un suspiro de pesar. -Debe de ser una pena ser su novia tan poco tiempo.
Daisy sonrió.
– Yo no soy su novia. Soy su mujer.
Heather se paró en seco y se puso pálida.
– ¡No es cierto!
Daisy también se detuvo y, cuando vio la reacción de la chica, le tocó el brazo con preocupación.
– Alex y yo nos casamos ayer por la mañana, Heather.
Heather se zafó de ella.
– No te creo. ¡Mientes! Sólo lo dices porque yo no te gusto.
– No estoy mintiendo.
– Alex no se ha casado contigo. ¡No lo ha hecho! ¡Sheba me dijo que él jamás se casaría!
– Pues Sheba se ha equivocado. Para asombro de Daisy, a Heather se le llenaron los ojos de lágrimas.
– ¡Puta! ¡Te odio! ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Odio que te hayas burlado de mí! -Dio varios pasos hacia atrás antes de volverse y correr hacia las caravanas. Daisy la siguió con la mirada, intentando comprender la razón de la hostilidad de la chica hacia ella. Sólo se le ocurrió una explicación. Heather debía de estar enamorada de Alex. Daisy experimentó una inesperada punzada de compasión. Recordaba demasiado bien lo que se sentía al ser una adolescente sin ningún control sobre las acciones de los adultos que la rodeaban. Con un suspiro, se encaminó al vagón rojo.
A pesar del nombre que recibía, la taquilla era blanca; estaba salpicada por un puñado de estrellas de colores y un letrero donde se leía: HERMANOS QUEST. En contraste con el alegre exterior, el interior era aburrido y desordenado. Un maltrecho escritorio de acero se asentaba frente a un pequeño sofá repleto de montones de periódicos. Había sillas que no hacían juego, un viejo archivador y un flexo verde con la pantalla abollada. Alex estaba sentado detrás del escritorio, con un móvil en una mano y un portapapeles en la otra. Una sola mirada a su cara tempestuosa le dijo a Daisy que Heather había tenido razón en una cosa: Alex estaba realmente enfadado.
Su marido acabó la conversación bruscamente y se levantó, hablándole con esa calmada y espeluznante voz que ella estaba empezando a temer cada vez más.
– Cuando digo que estés en un sitio a una hora, quiero que estés allí a esa hora.
– Pero sí apenas llego media hora tarde.
Su voz se hizo todavía más áspera.
– No sabes nada sobre la vida real, ¿verdad, Daisy? Esto es un trabajo, no es como tener cita en la peluquería. De ahora en adelante, te quitaré cinco dólares del sueldo por cada minuto de retraso.
A Daisy se le iluminó la cara.
– ¿Vas a pagarme?
Él suspiró.
– Por supuesto que voy a pagarte. Es decir, si realmente llegas a hacer algo. Pero no creas que vas a poder comprarte diamantes. Los sueldos en el circo son muy bajos.
A ella no le importó. La idea de recibir un sueldo era emocionante.
– Enséname qué tengo que hacer. Te prometo que no volveré a retrasarme.
Alex la llevó a la ventanilla que había en el lateral de la caravana y le explicó el procedimiento con voz suave. Era muy sencillo y Daisy lo aprendió de inmediato.
– Comprobaré hasta el último penique -dijo él, -así que no cojas nada, ni siquiera para tabaco.
– Yo no haría eso.
Él no pareció convencido.
– Y asegúrate de no perder de vista el cajón de la recaudación ni un minuto. El circo está al borde de la ruina, no podemos permitirnos el lujo de perder dinero.
– Por supuesto que no lo haré. No soy estúpida.
Ella contuvo el aliento presintiendo que él lo negaría, pero Alex se concentró en destrabar la bisagra de la ventanilla. La acompañó mientras despachaba a los primeros clientes para asegurarse de que lo hacía bien, y cuando vio que no tenía ningún tipo de problema le dijo que se iba.
– ¿Vas a la caravana? -preguntó ella.
– Iré cuando tenga que vestirme. ¿Por qué?
– Lo he dejado algo revuelto. -Tenía que volver a la caravana antes de que él viera el desorden que había. Al comenzar con la limpieza, debería haber dejado los armarios para el final, pero había querido fregar a fondo, Así que había vaciado los estantes para limpiarlos primero. Ahora los armarios estaban limpios, pero no le había dado tiempo de volver a colocar las cosas y no había ni una sola superficie en la caravana que no estuviera cubierta por algo: ropa, herramientas o un alarmante montón de látigos.
– Te juro que lo recogeré todo en cuanto acabe aquí -le dijo atropelladamente, -así que no te preocupes si ves las cosas fuera de su sitio.
Él asintió con la cabeza y la dejó sola. Las siguientes horas pasaron sin incidentes. A Daisy le gustaba conversar con las personas que iban a comprar las entradas, y en varias ocasiones, cuando las familias le parecían pobres, se inventó un sinnúmero de asombrosas razones para decirles que habían ganado entradas gratis.
Ya se había propagado el rumor de que era la mujer de Alex, y muchos de los empleados del circo se inventaron excusas para pasar por allí y satisfacer su curiosidad sobre ella. Tanta cordialidad extrañó a Daisy. Reconoció a algunos de los hombres que se ocupaban de los tenderetes, a algunos payasos y a varios miembros de la familia Lipscomb, que realizaba un número ecuestre. Se dio cuenta de que algunas de las chicas tenían que disimular para ocultar los celos que sentían porque ella hubiera logrado pescar a Alex Markov; Daisy apreció el gesto. Por primera vez, sintió un atisbo de esperanza. Tal vez las cosas resultaran bien después de todo.
Quizá la persona más interesante que se presentó ante ella fue Brady Pepper, el padre de Heather. Apareció con sus ropas de trabajo: un mono blanco ceñido a la cintura por un ancho cinturón de color oro con unas cintas doradas que adornaban el escote y los tobillos.
Una chica llamada Charlene ya le había dicho que Brady y Alex eran los hombres más atractivos del circo, y tuvo que darle la razón. Brady Pepper le recordaba a una versión más baja de Sylvester Stallone, lleno de músculos, actitud arrogante y acento neoyorquino. Tenía un atrayente aspecto de tío rudo, aunque por la manera que tuvo de examinarla de arriba abajo Daisy supo que era un redomado mujeriego. Se recostó en la esquina del escritorio con las piernas extendidas; la perfecta imagen de un hombre que se sentía a gusto con su cuerpo.
– Así que procedes del circo, ¿no?
Él le hizo la pregunta con el tono agresivo y casi acusatorio que muchos neoyorquinos empleaban para preguntar cualquier cosa y Daisy tardó un momento en darse cuenta de a qué se refería.
– ¿Yo? Oh, no. Mi familia no forma parte del circo.
– Eso lo hará todo más difícil para ti. En el circo de los Hermanos Quest no eres nadie si no puedes justificar tu ascendencia circense en un mínimo de tres generaciones. Simplemente pregúntale a Sheba.
– ¿A Sheba?
– Es la dueña del circo. Bathsheba Cardoza Quest. Es una de las voladoras más famosas del mundo. Trapecista -dijo él cuando vio su expresión confusa. -Ahora entrena a los hermanos Tolea, que actúan con nosotros. Son rumanos. También hace la coreografía de otros números, supervisa el vestuario y otras cosas por el estilo.
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