Daisy tenía los labios ligeramente entreabiertos y los mechones del pelo oscuro se extendían sobre el almohadón del sofá como cintas sedosas. Estaba tumbada boca abajo y a Alex se le secó la boca al ver ese dulce culito respingón cubierto sólo por la trama en forma de diamantes de las medias negras de red. La fina tira de lentejuelas que cubría la unión de las nalgas hacía que la visión fuera todavía más atrayente. Se obligó a apartar la mirada, se desnudó y entró en el cuarto de baño, donde se metió rápidamente bajo el agua fría.

El ruido de la ducha debió de despertar a Daisy, porque cuando Alex apareció envuelto en una toalla, la joven estaba delante del fregadero con la bata azul de Alex cubriendo el maillot. Las pequeñas manos femeninas asomaban por las mangas mientras cortaba un trozo de pan.

– ¿Quieres que te haga un bocadillo? -Daisy parecía de mejor humor que cualquiera de los días anteriores. -Me quedé dormida antes de cenar y estoy muerta de hambre.

Se le abrió el albornoz, revelando las curvas de los pechos bajo las lentejuelas llameantes del maillot. Alex deslizó la mirada sobre ella y en vez de agradecerle el ofrecimiento, le espetó:

– Como Sheba te atrape durmiendo con uno de sus maillots, te desnudará estés donde estés.

– Entonces tendré que asegurarme de que no me pille.

El renovado ánimo en la voz de Daisy hizo que Alex se sintiera mejor.

– No se puede esperar que lo aprendas todo de inmediato.

Daisy se volvió hacia él, pero cualquier cosa que fuera a decir murió en sus labios. Deslizó la mirada por el pecho de su marido hasta la toalla amarilla que le cubría las caderas.

Alex quiso gritarle, decirle que no lo mirara de esa manera a no ser que quisiera acabar en la cama con él. Casi sintió que perdía el control.

– ¿Quieres que… er… quieres tu bata? -preguntó ella.

Él asintió con la cabeza.

Ella tiró del cinturón, se la quitó y se la tendió.

Alex la dejó caer al suelo.

Ella se lo quedó mirando.

– ¿No acabas de pedírmela?

– Lo único que quería era que te la quitaras.

Daisy se humedeció los labios y él la estudió mientras esperaba una respuesta, llamándose estúpido en todos los idiomas que conocía, pues sabía que no podría resistirse a ella otra noche.

– No estoy segura de qué quieres decir exactamente -dijo ella con timidez.

– Quiero decir que no voy a poder mantener mis manos alejadas de ti durante más tiempo.

– Eso es lo que me temía. -Daisy respiró hondo y alzó la barbilla. -Lo siento, pero no puedo acostarme contigo. No estaría bien.

– ¿Por qué?

– Porque no sería sagrado. Hacer el amor significa algo más para mí. No lo hago con cualquiera.

– Me alegro de oírlo. -Impulsado por una fuerza que no podía resistir, Alex se acercó a ella.

Daisy dio un paso atrás, hasta tropezar contra el mostrador, sin apartar la mirada de los ojos de él.

– No puedo hacerlo sin que signifique algo.

– Espero que eso quiera decir que no tengo que preocuparme por ninguna enfermedad de transmisión sexual como las que le mencionaste a la camarera al poco de casarnos.

– ¡Por supuesto que no!

– En ese caso tampoco tienes que preocuparte por mí. Estoy perfectamente sano.

– Me alegro mucho por ti, pero… -¿No te ha dicho nadie que hablas demasiado?

Él plantó las manos en el mostrador atrapándola entre sus brazos.

– Tenemos que hablarlo. Es importante. Es… -Lo que realmente necesitamos es dejar de hablar. Rodeó la cintura de Daisy con las manos. -Ya hemos jugado suficiente al gato y al ratón, cara de ángel. ¿No crees que ha llegado el momento de actuar?

El olor de Daisy lo tentaba. La recorrió con la mirada; su cuerpo quedaba resaltado por el maillot de llameantes lentejuelas rojas y la suave respiración de la ¡oven le agitaba el vello del pecho.

– ¿Por qué quieres hacerlo con alguien a quien no respetas?

A Daisy se le cerraron los ojos cuando él inclinó la cabeza y le acarició el cuello con los labios.

– ¿Por qué no dejas que sea yo quien se preocupe de eso?

– Me consideras una ladrona.

– Bueno, he estado dándole vueltas a ese asunto.

Daisy ladeó la cabeza, y otra punzada de culpabilidad golpeó a Alex cuando vio que los ojos violeta de su esposa brillaban con deleite y su boca suave se curvaba en una sonrisa tonta.

– ¡Me crees! ¡Sabes que no fui yo quien robó el dinero!

Él no había dicho eso. Pero ya no estaba enfadado. Aunque no podía perdonarle lo que había hecho, entendía lo que era la desesperación y no quería seguir juzgándola.

– Creo que eres endemoniadamente sexy. -Le rozó el labio inferior con el pulgar y lo encontró húmedo bajo su caricia. -¿Utilizas algún anticonceptivo o quieres que me encargue yo?

Los ojos de Daisy llamearon.

– Tomo la píldora, pero…

– Bien.

Alex inclinó aún más la cabeza y cubrió los labios de ella con los suyos. Los dos se estremecieron. ¡Santo Dios, qué dulces eran! Daisy debía de haberse comido una de las ciruelas maduras que había en una bolsa sobre el mostrador, porque él podía saborear la fruta en su boca.

La joven entreabrió los labios, pero el movimiento fue titubeante, como si aún no hubiera tomado una decisión. A él le resultó muy excitante esa aceptación tímida e insegura. En ese momento decidió que no le daría más tiempo para pensar, y la estrechó contra su cuerpo.

Fuera del pequeño mundo de la caravana, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia, que golpearon el techo metálico con un ligero y agradable repiqueteo. El sonido era hipnótico y tranquilizador. El ruido de la lluvia los aislaba, los apañaba del resto del universo y los llevaba a un lugar íntimo y acogedor.

Daisy suspiró contra los gentiles y pacientes labios de su marido. La medalla esmaltada que colgaba del cuello de Alex se rozaba contra ella y, cuando él le pasó la punta de la lengua por la sensible superficie interior del labio inferior, una oleada de calor le atravesó las venas. En ese momento todos sus principios morales se evaporaron, y cualquier idea que hubiera tenido de re ' chazarlo se esfumó. Ella había deseado eso desde el principio y ya no podía reprimir la fuerza que la impulsaba hacia él.

Se rindió y separó los labios, dejándole entrar.

Alex se tomó su tiempo y, cuando le invadió la boca, el beso fue completamente arrebatador. Daisy respondió con fervor y él le permitió indagar todo lo que quiso.

Ella introdujo la lengua entre los labios de Alex, besando las comisuras de esa boca dura, explorando el interior una y otra vez. Rodeó los hombros de su marido con los brazos y se puso de puntillas para mordisquearle la oreja. Le dejó la marca de los dientes en la curva de la mandíbula antes de regresar de nuevo a su boca.

Entraba y salía.

Se retiraba e indagaba.

Y dentro otra vez.

Daisy se sentía cada vez más excitada, una excitación alimentada por la respiración entrecortada de Alex y por la sensación que le provocaban sus manos, estrechándola con fuerza: una en la cintura, otra magreándole las nalgas. ¿Cómo podía haber tenido miedo de él? La imagen de los látigos guardados bajo la cama apareció en su mente, pero ella la ignoró. Alex no le haría daño. No podría.

Daisy lamió el dulce camino entre el cuello y el pecho de su marido y hurgó con la punta de la lengua en el vello oscuro que le cubría el torso hasta llegar a la piel de debajo. La respiración de Alex era ahora más rápida y, cuando habló, su voz sonó ronca.

– Si es así como besas, ángel, no quiero ni pensar en cómo… -gimió cuando ella encontró la tetilla.

Daisy le subió los brazos al cuello y uno de los dedos se le quedó atrapado en la cadena de oro que sostenía la medalla esmaltada. Esos besos ardientes y esas caricias tentadoras eran tan deliciosos que no tenía suficiente. El cuerpo de Alex era ahora suyo para explorarlo a placer, y ella ansiaba conocer cada centímetro de él.

– Quiero quitarte la toalla -susurró.


Alex le hundió los dedos en el pelo. Ella alargó el brazo hacia el nudo, pero él le atrapó la mano.

– No tan rápido, cariño. Primero enséñame tú algo.

– ¿Qué quieres ver?

– Lo que tú quieras.

– Con este maillot no dejo nada a la imaginación

– Aun así quiero verte más de cerca.

Daisy sabía que el sexo podía ser excitante, pero no había esperado el sensual tono provocador en la voz di Alex. De repente pensó que quizá debería decirle que era virgen, pero entonces él creería que era un bicho raro. Y lo cierto es que Alex nunca lo sabría si ella no se lo decía. Al contrario de lo que decían los libros románticos, los frágiles hímenes no sobrevivían a veintiséis años de exámenes médicos y ejercicio físico.

Echando la cabeza hacia atrás, Daisy observó cómo Alex se la comía con los ojos y, mientras permanecía delante de él, sólo cubierta por el maillot, encontró que la idea de jugar a ser una experimentada mujer fatal era demasiado excitante para ignorarla. Había leído montones de libros al respecto, pero ¿sería capaz de conseguirlo? ¿Qué podía hacer para provocarlo aún más?

Le dio la espalda, intentando ganar tiempo para pensar, y entonces vio que las cortinas azules que colgaban en la ventana de la cocina no estaban cerradas del todo. Dudaba que alguien se paseara por ahí fuera con ese tiempo, pero por si acaso se apresuró a cerrarlas. Apoyando una mano en el mostrador, se estiró por encima para alcanzar la cortina.

Oyó un sonido ahogado, casi como un gemido.

– Una buena elección, cariño.

No supo de qué estaba hablando Alex hasta que lo sintió detrás, acariciándole las nalgas. Él le amasó la carne por encima de las mallas de red en forma de diamante.

A Daisy se le tensaron los pezones y su piel comenzó a arder de una manera extraña. Comenzó a sentirse nerviosa. No importaba lo que había querido que pensara él, ni siquiera sabía hacer el amor de la manera básica, así que mucho menos podía probar a hacerlo de forma exótica.

Alex le deslizó un dedo bajo la tira de lentejuelas y le dibujó la hendidura entre las nalgas. Daisy se mordió los labios para no gritar de placer. El dedo se deslizó más abajo.

Incapaz de resistirlo más, Daisy se enderezó y se giró hacia los brazos de Alex.

– Quiero volver a besarte.

Él gimió.

– Tus besos son más de lo que puedo manejar ahora mismo. -Alex se ajustó el nudo de la toalla y Daisy se dio cuenta de que la tenía abultada. De hecho estaba muy abultada.

Ella se quedó mirándolo fijamente y sintió que se le secaba la boca.

– S-sigo queriendo besarte.

– Hagamos un trato. Ábrete el corchete del maillot y nos besaremos todo lo que quieras.

Daisy levantó la vista a regañadientes y llevó los brazos a la espalda para hacer lo que le pedía. Cuando terminó, el corpiño comenzó a caer, pero ella lo sostuvo contra sus pechos.

Alex inclinó la cabeza y la besó al tiempo que le agarraba las muñecas y se las apañaba del pecho. Mientras el indagaba con la lengua en su boca, el maillot se le bajó hasta la cintura. Alex la empujó contra la pared, al lado de la mesa, le levantó las muñecas y se las sujetó a ambos lados de la cabeza.

– No es justo -susurró ella contra sus labios mientras la apretaba contra la pared. -Eres más fuerte que yo.

– Ahora es mi turno -respondió él con un susurro.

Y lo fue.

Manteniéndole las muñecas inmovilizadas, Alex usó la boca para excitarla. Le mordisqueó la oreja y el cuello. Le recorrió con rapidez la clavícula y la base de la garganta. Y luego se echó hacia atrás para poder mirarla de arriba abajo.

Aquella posición hacía que los pechos de Daisy quedaran elevados. Él jugueteó con uno y luego con el otro, haciendo que le ardiesen con tal ferocidad que ella apenas podía soportarlo.

– Para -le dijo la joven sin aliento. -Suéltame.

Él le soltó de inmediato las muñecas.

– ¿Te hago daño?

– No, pero vas muy rápido.

– ¿Muy rápido? -la miró con una sonrisa torcida. -¿Estás criticando mi técnica?

– Oh, no. Tu técnica es maravillosa -repuso ella con rapidez, en tono serio y ansioso, y él sonrió. Avergonzada, Daisy evitó mirarlo a los ojos y clavó la vista en su boca. Luego se dio cuenta de que si iba a hacer el amor con ese hombre feroz y orgulloso, tenía que ser tan fuerte como él.

Levantó la cabeza y le sostuvo la mirada.

– No quiero que seas tú quien lleve la voz cantante. No ahora. Quizá después, pero aún no.

– ¿Me estás diciendo que quieres mandar un rato?

Ella asintió con la cabeza. Puede que estuviera nerviosa, pero nada iba a impedir que explorara los maravillosos misterios ocultos bajo la toalla.

– Sólo te pongo una condición, ángel. -Alex enganchó un dedo en el maillot que se enredaba en la cintura de la joven. -Quítatelo todo excepto las medias.