Daisy tragó saliva. No llevaba bragas debajo de las medias. Éstas consistían en una red que la cubría desde la cintura a los dedos de los pies, y que no tapaban absolutamente nada.
Él arqueó una ceja después de retarla, luego la soltó y se sentó a los pies de la cama.
– Y quiero ver cómo te desnudas.
Eso era demasiado. Daisy se aclaró la garganta y le habló con toda la despreocupación que pudo fingir.
– ¿Quieres decir aquí mismo? ¿Con luz y todo?
– Así es. Desnúdate y hazlo despacio.
La joven se armó de valor decidida a mantenerse a su altura.
– ¿Luego te quitarás la toalla?
– Cada cosa a su tiempo.
Daisy se deslizó lentamente el maillot por las caderas, inclinándose hacia delante mientras lo bajaba para cubrir su desnudez ante él. El maillot se le deslizó a los tobillos. Ella lo apartó con el pie, examinó la desgastada alfombra y escuchó el ligero repiqueteo de la lluvia sobre el techo de la caravana.
– Oh, no, así no. -Él se rio entre dientes. -Yérguete. Y olvídate del maillot.
La ronca voz de Alex hizo que se estremeciera. Le temblaron las manos cuando acató su orden.
– Eres muy hermosa -susurró Alex cuando se exhibió ante él, desnuda salvo por las negras medias de red que realzaban, más que ocultaban, la parte inferior de su cuerpo.
Daisy decidió que ya le había dado tiempo más que suficiente para mirarla.
– Tiéndete en la cama -le dijo ella en voz baja.
Él vaciló sólo un momento antes de acostarse como le decía, apoyándose en los codos.
– ¿Así?
– Ah, no. De eso nada; túmbate por completo.
Para deleite de Daisy, él hizo lo que le pedía. Alex recostó la cabeza en dos almohadas apiladas para no perderse nada.
Ella se mordisqueó los labios. No estaba completamente segura de poder conseguirlo, pero sí decidida a intentarlo.
– Ahora levanta las manos hasta tocar la pared. Y no se te ocurra moverlas.
Él le dirigió una perezosa sonrisa que hizo que se le derritieran los huesos.
– ¿Estás segura?
– Muy segura.
Alex colocó los brazos como ella quería, haciéndola sentir muy orgullosa de sí misma. Se acercó a la cama. Él le recorrió los pechos y el vientre con una mirada ardiente, haciéndola ser consciente de que estaba casi desnuda. Cuando se acercó a él, cada célula del cuerpo de Daisy bullía de excitación y anticipación. Por un momento la imagen de los látigos guardados bajo la cama irrumpió en su mente, pero la ahuyentó.
Miró los brazos extendidos de Alex en aquella falsa pose de esclavitud. Era su cautivo. Si se quedaba de esa manera, cada parte de aquel cuerpo sería suya, para explorarlo a voluntad, incluyendo el imponente montículo que abultaba la toalla. Apartó los ojos de allí y se arrodilló en el borde de la cama.
– Recuérdalo -susurró ella. -No apartes las manos en la pared. No las muevas.
– Si separas un poquito las piernas, cariño, seré tan colaborador como quieras.
Daisy decidió que era un trato justo, y separó los muslos. Alex se recreó en lo que quedaba ahora a la vista. Tensó el brazo derecho, como si fuera a moverlo, pero luego se relajó.
Daisy inclinó la cabeza y comenzó a saborearle de nuevo, mordisqueando cada centímetro del torso masculino, y siguió bajando. La piel, firme y tensa, delineaba cada músculo. Le deslizó las manos por el pecho, disfrutando de la textura del vello y de la piel húmeda. No pudo resistirse a las tetillas color café y las capturó con los labios, haciendo que Alex se contorsionara debajo de ella. Extendiendo una mano, Daisy le agarró el bíceps y se lo apretó. Después deslizó los dedos hacia abajo, buscando el suave vello de su axila. Cuando se demoró allí, a Alex se le puso la piel de gallina y soltó un profundo gemido entrecortado. Ella levantó la cabeza lentamente y lo miró a los ojos.
– Voy a quitarte la toalla.
– ¿Ahora?
El crudo deseo en la mirada de Alex le recordó que estaba jugando con fuego. Pero no pensaba retroceder; bajó las manos a la toalla. Deshizo el nudo con un movimiento fluido y la abrió.
– Oh… -Era magnífico. Alargó la mano y lo tocó tímidamente con la punta del dedo. Alex dio un brinco y ella apartó la mano.
La mirada de Daisy voló hacia la cara de Alex; la mueca que esbozaba parecía reflejar dolor.
– ¿Te he hecho daño?
– Tienes sesenta segundos -graznó él, -después moveré los brazos.
Un estremecimiento de placer atravesó como un relámpago el cuerpo de Daisy al darse cuenta de lo que pasaba.
– No lo harás hasta que te dé permiso -le dijo con severidad.
– Cincuenta segundos -repuso él.
Daisy se apresuró a acariciarlo otra vez, dejando que las indagadoras puntas de sus dedos vagaran por todas partes, acariciándolo aquí y allá. Deslizó la mano por los muslos separados de Alex y buscó más sitios donde tocarlo.
– Veinte segundos -gimió él.
– No cuentes tan rápido.
Él se rio entre dientes al tiempo que gemía, haciéndola sonreír. Pero la sonrisa de Daisy se desvaneció con rapidez. Después de tantos años de abstinencia, ¿cómo lograría su pequeño cuerpo alojar algo de ese tamaño? Cuando cerró su mano en torno a él, se le ocurrió que quizá sus partes privadas se habían atrofiado por falta de uso. Daisy lo acarició.
– ¡Se acabó el tiempo!
Sin previo aviso, se encontró de espaldas sobre la cama bajo el cuerpo de Alex.
– Es hora de que recibas un poco de tu propia medicina. Ponte en la misma postura que yo.
– ¿Cómo dices?
– Las manos contra la pared.
Daisy tragó saliva y pensó en los látigos. Quizás eso de jugar a mujer fatal se le había dado demasiado bien. Él la estaba creyendo mucho más experimentada de lo que era en realidad.
– ¿Alex?
– No quiero que hables, sino que obedezcas mis órdenes.
Lentamente Daisy levantó los brazos por encima de la almohada.
– Te he dicho que apoyes las manos contra la pared.
Hizo lo que le ordenaba y se sintió indefensa y excitada. Cuando sus nudillos rozaron el cabecero de la cama, Daisy estaba confundida por la inquietante mezcla de desasosiego y profundo deseo sexual. Quería rogarle que fuera suave con ella pero, a la vez, quería que la poseyera con todas sus fuerzas.
Permaneció cautiva bajo la mirada de Alex. El hecho de que no la hubiera atado de verdad no hacía que su cautiverio fuera menos real. Él era más fuerte que ella, más poderoso, podía hacerle lo que quisiera, estuviera Daisy de acuerdo o no. El deseo de la joven se incrementó todavía más cuando él le pasó la yema del dedo por el estómago, de un lado a otro de la cinturilla de las medias de red, hasta que Daisy quiso gritar. Alex siguió bajando hasta rozar los rizos oscuros.
– Separa las piernas, cariño. Ella lo hizo, pero al parecer Alex no quedó satisfecho con su acción porque le agarró los muslos y se los separó todavía más.
Las medias no suponían ninguna barrera para él, y Daisy se sintió demasiado expuesta, demasiado vulnerable. Apartó las manos de la pared.
– Ni se te ocurra -susurró Alex, deslizándole los dedos sobre la parte de su cuerpo que ella había revelado.
Daisy gimió y permaneció inmóvil mientras él separaba sus húmedos pliegues con los pulgares por debajo de la trama en forma de diamante. Entonces Alex inclinó la cabeza. La joven gritó y apretó los puños contra la pared cuando él la acarició con la boca, lamiéndola a través de la red. Un ronco murmullo de placer escapó de la garganta de Daisy. Sintió cómo él tensaba la red sobre ella, apretando profundamente las hebras contra su suavidad femenina.
Alex le separó más las rodillas con los hombros y le ahuecó los pechos con las palmas de las manos mientras la acariciaba con los labios. La lluvia tamborileaba en el vientre de metal que los cobijaba y el propio vientre de Daisy se estremeció en respuesta a lo que le estaba ocurriendo. Estaba perdida en un torbellino de sensaciones cuando sintió en las manos la vibración de un trueno a través de la pared que retumbó en cada nervio de su cuerpo. Daisy arqueó la espalda y se entregó a un clímax destructivo.
Él la sostuvo mientras se estremecía. Sólo cuando se recuperó sintió Daisy que Alex le tiraba con fuerza de las piernas. Daisy no comprendió lo que su marido estaba haciendo hasta que se acomodó sobre ella y experimentó esa penetración tan largamente esperada en la entrada de su cuerpo.
– Me has roto las medias -murmuró Daisy, deslizándole los brazos alrededor de los hombros y recreándose en la sensación de ese cuerpo masculino apretándola contra el colchón.
Alex le rozó la sien con los labios.
– Te compraré un nuevo par. Te lo juro. -Y embistió con suavidad.
Y no consiguió nada.
Ella se puso rígida. Sus peores temores se estaban haciendo realidad. Su cuerpo se había atrofiado por tantos años sin usar.
Alex se retiró un poco y le sonrió, pero ella podía sentir la tensión de su cuerpo y notaba lo cercano que estaba de perder el control.
– Pensé que estabas lista, pero imagino que no es suficiente. -Cambió de posición sobre ella y comenzó a acariciarla.
La voz de Alex pareció llegar de muy lejos.
– Eres muy estrecha, cariño. Ha pasado mucho tiempo para ti, ¿no?
Ella le hundió las uñas en los hombros.
– Sí… puede ser… -la joven soltó un jadeo cuando las nuevas sensaciones crecieron vertiginosamente en ni interior -que esté un poco cerrada.
Él gimió y se volvió a colocar sobre ella.
– Volvamos a intentarlo. -Dicho eso intentó penetrarla otra vez.
Daisy gritó y se arqueó sin saber si quería apartarse o acercarse más a él. Su cuerpo se abrió suavemente con un ardiente dolor. Él la sujetó por las nalgas y la penetró profundamente al tiempo que le cubría la boca con la suya, devorándola. Su posesión era rápida e intensa, pero la tensión que ella sentía en él le decía que Alex seguía controlándose. No supo por qué hasta que escuchó su murmullo.
– Deja de contenerte, cariño. Deja de contenerte.
Daisy supo en ese momento que él la estaba esperando y esas palabras suaves la hicieron llegar otra vez al clímax.
Cuando volvió en sí, la piel de Alex estaba húmeda y su cuerpo tenso de deseo bajo las manos de Daisy. Pero era un amante fuerte y generoso.
– Otra vez, cariño. Otra vez.
– No, yo…
– ¡Sí! -Con firmeza, la condujo de nuevo al éxtasis.
Fuera de la caravana retumbó un trueno y, dentro, ella hizo lo que le pedía. Y, esta vez, él la siguió.
El tiempo transcurrió mientras yacían inmóviles, con los cuerpos entrelazados, con el todavía enterrado en su interior.
Daisy no lo olvidaría jamás. A pesar de todas las cosas horribles que la habían conducido a ese momento, no podía haber tenido una iniciación más maravillosa, y siempre le estaría agradecida a Alex por ello.
Apretó los labios contra el pecho de su marido mientras le acariciaba con las palmas de las manos. Después de tanto tiempo, por fin había pasado.
– Ya no soy virgen.
Daisy sintió que Alex se ponía rígido debajo de sus manos. Sólo entonces se percató de que había dicho su secreto en voz alta.
CAPÍTULO 11
– ¿Qué has dicho? -Alex se incorporó sobre ella con rapidez.
Daisy quiso morderse la lengua. ¿Cómo podía habérsele escapado aquello? Había estado tan somnolienta y feliz que había pensado en voz alta.
– N-nada -tartamudeó, -no he dicho nada.
– Te he oído claramente.
– Entonces, ¿para qué preguntas?
– Has dicho que ya no eres virgen.
– ¿En serio?
– Daisy… -la voz de Alex tenía un ominoso tono de advertencia. -¿Lo has dicho literalmente?
Ella intentó adoptar un tono de superioridad.
– No es asunto tuyo.
– Bobadas. -El saltó fuera de la cama, agarró los vaqueros y se los puso como si fuera obligatorio poner algún tipo de barrera entre ellos. Se giró para enfrentarse a ella. -Dime, ¿a qué estás jugando?
Daisy no pudo evitar fijarse en que él no se había subido la cremallera de los vaqueros y tuvo que obligarse a apartar la vista de la tentadora V de aquel duro y plano vientre.
– No quiero hablar de eso.
– ¿No esperarás en serio que crea que eras virgen?
– Claro que no. Tengo veintiséis años.
Él se pasó la mano por el pelo y se paseó de un lado a otro del estrecho espacio que había a los pies de la cama. Parecía como si no la hubiera oído.
– He notado que eras muy estrecha. He creído que era porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuviste con alguien, pero nunca hubiera imaginado… ¿Cómo coño has llegado a los veintiséis años sin echar un polvo?
Ella se incorporó bruscamente.
– No es necesario usar esa clase de lenguaje. ¡Quiero que te disculpes ahora mismo!
Él la miró como si se hubiera vuelto loca.
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