Ella le sostuvo la mirada. Si Alex pensaba que se iba a acobardar, podía esperar sentado. Durante los años que había vivido con Lani había oído suficientes palabras obscenas para toda una vida y no pensaba dejar pasar aquel tema por alto.
– Estoy esperando.
– Responde a la pregunta.
– Después de que te disculpes.
– ¡Lo siento! -gritó él, perdiendo su rígido control. -O me dices la verdad ahora mismo o voy a estrangularte con las medias y a arrojar tu cuerpo en una zanja al lado de la carretera después de pisotearlo.
Como disculpa no valía mucho, pero Daisy no esperaba conseguir nada mejor.
– No soy virgen -repuso con suavidad.
Por un momento, Alex pareció aliviado, luego la miró con suspicacia.
– No eres virgen ahora, pero ¿lo eras cuando entraste en la caravana?
– Puede que lo fuera -masculló ella.
– ¿Puede que lo fueras?
– Vale, lo era.
– ¡No te creo! Nadie con tu aspecto llega a los veintiséis años sin echar…
Ella le dirigió una mirada fulminante.
– … sin hacerlo. ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué?
Ella jugueteó con el borde de la sábana.
– Mientras crecía vi cómo mi madre se liaba con un tío tras otro.
– ¿Y eso qué tiene que ver contigo?
– La promiscuidad no es nada agradable, y me rebelé.
– ¿Te rebelaste?
– Decidí ser todo lo contrario a mi madre.
Alex se sentó a los pies de la cama.
– Daisy, tener un amante de vez en cuando no te hubiera convertido en una mujer promiscua. Eres muy apasionada. Mereces tener una vida sexual.
– No estaba casada.
– ¿Y qué?
– Alex, yo no creo en el sexo fuera del matrimonio.
Él la miró anonadado.
– No creo en el sexo fuera del matrimonio -repitió ella. -Ni para las mujeres. Ni para los hombres.
– ¿Estás de coña?
– No pretendo juzgar a nadie, pero eso es lo que pienso. Si quieres reírte, adelante.
– ¿Cómo puedes pensar algo así en los tiempos que corren?
– Soy hija ilegítima, Alex. Eso hace que vea las cosas de otra manera. Probablemente me consideres una puritana, pero no puedo evitarlo.
– Después de lo que ha pasado entre nosotros esta noche, no me atrevería a llamarte puritana. -Él sonrió por primera vez. -¿Dónde aprendiste todos esos trucos?
– ¿Qué trucos?
– Lo de poner las manos contra la pared y cosas por el estilo.
– Ah, eso. -Daisy notó que se sonrojaba. -He leído algunos libros guarros.
– Bien hecho.
Ella frunció el ceño, preocupada.
– ¿No te ha gustado? Acepto críticas constructivas. Quiero aprender, puedes decirme la verdad.
– Me ha gustado.
– Pero quizá no he sido lo suficientemente imaginativa para ti. -Daisy pensó en los látigos. -Para ser sincera, no creo que pueda ser mucho más atrevida. Y deberías saber que el sadomasoquismo no es lo mío.
Por un momento Alex pareció confundido, luego sonrió.
– ¿Te dan miedo los látigos?
– Es difícil no pensar en ellos cuando los veo por todas partes.
– Supongo que tan difícil como me resulta a mí pensar que alguien tan interesado en el sexo fuera todavía virgen.
– No dije que estuviera interesada. Sólo estaba tratando de que nos entendiéramos. Y en lo que se refiere a mis creencias, poco antes de morir mi madre tenía amantes más jóvenes que yo. De verdad que lo odiaba.
Alex se levantó de la cama.
– ¿Por qué no me has dicho que eras virgen?
– ¿Hubiera cambiado algo?
– No sé. Tal vez. Sin duda alguna no hubiera sido tan rudo.
Daisy abrió los ojos con sorpresa.
– ¿Estabas siendo rudo?
Alex relajó las duras líneas de su boca. Se sentó al lado de ella y le pasó el pulgar por los labios.
– ¿Qué voy a hacer contigo?
– Tengo una idea, pero a lo mejor no te gusta.
– Dime.
– ¿Podríamos… no sé exactamente cuánto tiempo lleva recuperarse, pero… cuando lo hagas…?
– ¿Estás intentando decir que te gustaría repetir?
– Sí.
– Está bien, cariño. -Él sonrió, pero parecía preocupado. -Supongo que alguien que ha esperado tanto, tiene que recuperar el tiempo perdido.
Daisy abrió los labios, ansiosa por besarlo, pero él retiró la sábana y la avergonzó diciéndole que no haría nada hasta asegurarse de que estaba bien. Ignorando las protestas de la joven, Alex se deshizo de las medias e hizo justo lo que le había dicho. Cuando finalmente comprobó que no le había hecho daño, comenzó a seducirla de nuevo. La lluvia repiqueteaba contra las ventanas y, después de amarse, Daisy se hundió en el primer sueño reparador en meses.
Apenas había amanecido cuando él comenzó a agredirla verbalmente. Y todo porque él la había distraído antes de que ella hubiera tenido tiempo de explicarle un pequeño detalle.
– Pensé que sabías lo que decías. ¡Lo pensé! Dios mío, qué asno soy. Merezco estar casado contigo. ¿Cómo pude pensar que estabas bien informada sobre eso cuando no haces nada a derechas?
Después de la tierna magia de la noche anterior, aquel ataque era doblemente hiriente. Al principio, la cólera de Alex había sido fría y calmada, pero ahora era como si hubiera estallado una válvula a presión.
– ¿No podías terminar de explicármelo? -despotricó él. -No, claro que no. Hubiera sido demasiado lógico.
Ella parpadeó ante la dureza de sus ojos y se odió a sí misma con todas sus fuerzas por no ser el tipo de persona capaz de devolverle los gritos.
– Cuando me dijiste que tomabas la píldora, tenías que habérmelo contado todo, Daisy. ¡Tenías que haberme dicho que acababas de empezar a tomarlas, que no llevabas ni un mes con el tratamiento, que todavía existía alguna jodida posibilidad de que te quedaras embarazada! ¿No podías habérmelo explicado todo?
Ella se clavó las uñas en las pal mas de las manos para no llorar. Al mismo tiempo se maldecía a sí misma por permitir que le hiciera eso.
– ¡Contéstame de una puta vez!
El nudo en la garganta de Daisy se había vuelto tan grande que tuvo que obligarse a escupir las palabras.
– Me… dejé llevar por la p-pasión.
Parte de la tensión pareció abandonar el cuerpo de Alex. Él soltó un poco el acelerador y la miró con el ceño fruncido.
– ¿Estás llorando?
Ella alzó la barbilla y negó con la cabeza pero, al mismo tiempo, le resbaló una lágrima por la mejilla. Daisy no podía soportar la idea de volver a llorar delante de él. La joven siempre había odiado la facilidad con que se le saltaban las lágrimas.
Él bajó el tono de voz y recobró el control.
– Daisy, lo siento. -Miró por el espejo retrovisor y dirigió la camioneta al arcén.
– ¡No te atrevas a parar! -le dijo ella con fiereza.
Las ruedas levantaron la grava cuando Alex detuvo la camioneta, ignorando como siempre los deseos de Daisy. Intentó abrazarla, pero ella se apartó.
– ¡No soy una debilucha! -le espetó mientras se enjugaba las lágrimas con furia.
– No he dicho que lo fueras.
– ¡Pero lo piensas! Es cierto que lloro con facilidad, pero eso no quiere decir nada y no estoy tratando de manipularte con lágrimas. Quiero que te disculpes porque estás portándote como un imbécil, no porque esté llorando y te remuerda la conciencia.
– Definitivamente, estoy portándome como un imbécil.
– No puedo evitar llorar. Siempre he sido una persona muy emotiva. Bebés, anuncios sensibleros, baladas. Veo u oigo algo y lo siguiente que sé es que…
– Daisy estoy tratando de disculparme. Si quieres, puedes seguir llorando, pero cállate, ¿vale?
Ella sorbió por la nariz y buscó un pañuelo de papel en el bolso.
– Vale.
– No ha estado bien que te grite. Estaba enfadado conmigo mismo y me he desquitado contigo. Fui yo quien te impidió explicarte anoche. Fue culpa mía. Nunca había sido tan irresponsable antes y, la verdad, no lo entiendo. Supongo que simplemente… -Él vaciló.
Ella se sonó la nariz.
– ¿Te dejaste arrastrar por la pasión?
Él sonrió.
– Supongo que esa es una razón tan buena como cualquier otra. Pero si te quedas embarazada por culpa de mi estupidez…
El miedo que ella oyó en su voz hizo que quisiera llorar una vez más. Pero sólo sorbió por la nariz con seriedad.
– Estoy segura de que no ocurrirá. No es el momento apropiado. Tiene que venirme la regla en un par de días.
El alivio de Alex fue casi palpable y Daisy se sintió aún más dolida. No es que quisiera quedarse embarazada, porque no quería, pero no le gustaba que la idea lo repeliera.
Él se pasó las manos por el pelo.
– Supongo que me vuelvo irracional cuando surge este tema, pero no puedo evitarlo. No quiero tener hijos, Daisy.
– No tienes de qué preocuparte. Amelia me envió a su ginecólogo hace unas semanas.
– Vale. Espero que lo entiendas. Cuando digo que no quiero tener hijos, quiero decir que no quiero tenerlos nunca. Sería un padre terrible y ningún niño se merece eso. Prométeme que jamás te olvidarás de tomar la píldora.
– No me olvidaré. Y, francamente, Alex, me estoy cansando de que me trates como si fuera estúpida.
Él miró el espejo retrovisor y metió la marcha antes de volver a la carretera.
– Usaré preservativos hasta el mes próximo, cuando ya no corras peligro de quedarte embarazada.
A Daisy no le gustó que Alex diera por hecho que continuaría acostándose con él.
– Te aseguro que no habrá necesidad.
Él la miró.
– ¿De qué?
– Actúas como si lo que sucedió anoche fuera a repetirse.
– Créeme. Volverá a repetirse.
Tanta seguridad la irritó.
– No estés tan seguro.
– No finjas que no te ha gustado. Estaba allí, ¿recuerdas?
– No estoy fingiendo. Fue maravilloso. Una de las cosas más maravillosas que me ha ocurrido en la vida. Lo que quiero decir es que tu actitud con respecto a hacer el amor deja mucho que desear.
– ¿Qué le pasa a mi actitud?
– Es insultante. Sólo hay que fijarse en tu vocabulario: las palabras que usas son, definitivamente, insultantes.
– No estoy de acuerdo.
– Se supone que hacer el amor es algo sagrado.
– Se supone que es tórrido, sudoroso y divertido.
– Eso también. Pero sigue siendo un acto sacrosanto.
– ¿Sacrosanto? -La miró con incredulidad. -¿Cómo es posible que alguien que creció rodeada de parásitos sociales y estrellas de rock haya salido así de puritana?
– ¡Lo sabía! Sabía que pensabas que soy puritana, pero anoche no fuiste lo suficientemente sincero como para admitirlo.
– Ya entiendo. Estás intentando sacarme de quicio a propósito. Oiga lo que diga te cabrearás igualmente conmigo, ¿no? -Alex le dirigió una mirada exasperada.
– No intentes hacerte el inocente conmigo. Eres demasiado borde para eso.
Alex volvió la cabeza y, para sorpresa de Daisy, parecía muy dolido.
– ¿De verdad crees que soy borde?
– No lo eres todo el rato -admitió ella. -Pero sí la mayor parte del tiempo. Casi siempre, en realidad.
– Cualquiera del circo te dirá que soy el gerente más imparcial que han conocido.
– Eres imparcial. -Hizo una pausa. -Con todos menos conmigo.
– He sido justo contigo. -Vaciló. -Bueno, tal vez no lo fui el día de la fiesta sorpresa, pero aquello me pilló desprevenido y… eso no me excusa, ¿verdad? Lo siento, Daisy. No debería haberte humillado de aquella manera.
Ella lo observó, luego asintió con la cabeza.
– Acepto tus disculpas.
– Y no fui borde anoche.
– Preferiría no hablar de lo que pasó anoche. Y quiero que me prometas que no intentarás seducirme de nuevo esta noche. Tengo que reflexionar y pienso hacerlo en el sofá.
– No sé qué tienes que pensar. No crees en el sexo fuera del matrimonio, pero estamos casados, así que, ¿cuál es el problema?
– Nuestro matrimonio es un «acuerdo legal» -señaló ella con suavidad. -Hay una sutil diferencia.
Él masculló una obscenidad especialmente desagradable. Antes de que pudiera recriminárselo, Alex giró a la derecha bruscamente y entró en el aparcamiento de camiones de una estación de servicio.
Esta vez la camarera era hosca y de mediana edad, así que Daisy no tuvo ningún problema en dejarlo solo para ir al servicio. Debería habérselo pensado mejor, pues cuando salió él había entablado conversación con una atractiva rubia que estaba sentada en la mesa de al lado.
Daisy sabía que él la había visto salir del baño, pero aun así vio cómo la rubia cogía su taza de café y se sentaba al lado de su marido. Sabía por qué Alex hacía eso. Quería asegurarse que ella no le daba importancia a lo que había sucedido entre ellos.
Daisy apretó los dientes. Tanto si Alex Markov quería admitirlo como si no, era un hombre casado, y ningún flirteo del mundo cambiaría eso.
Vio un teléfono público en la pared, no lejos de la mesa donde la rubia admiraba los músculos de su marido. En cuanto controló su temperamento, descolgó el teléfono y lo mantuvo apretado contra la oreja mientras contaba hasta veinticinco. Finalmente, se volvió hacia él y exclamó:
"Besar a un Ángel" отзывы
Отзывы читателей о книге "Besar a un Ángel". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Besar a un Ángel" друзьям в соцсетях.