Más de una vez, Heather había intentado aliviar la culpa que sentía por lo que le había hecho a Daisy diciéndose a sí misma que se lo merecía. Que allí no había sitio para ella. Que no encajaba en el circo. Y que nunca debería haberse casado con Alex. Que Alex era suyo.

Se había enamorado de él hacía seis semanas, la primera vez que lo vio. Al contrario que su padre, Alex siempre tenía tiempo para hablar con ella. No le importaba pasar el rato con ella e incluso, antes de que llegara Daisy, había dejado que lo acompañara a hacer algunos recados. Una vez, en Jacksonville, habían ido juntos a una sala de exposiciones y le había explicado cosas sobre los cuadros. También la había invitado a hablar sobre su madre y en dos ocasiones la había consolado por algo que le había dicho su terco padre.

Pero a pesar de lo mucho que lo amaba, Heather sabía que aún la veía como una niña. Últimamente había estado pensando en que tal vez, si él se hubiera dado cuenta de que era una mujer, la habría mirado de forma diferente y no se habría casado con Daisy.

De nuevo sintió que le invadía la culpa. No había planeado coger ese dinero y esconderlo en la maleta de Daisy, pero había entrado en el vagón rojo y Daisy estaba ocupada con aquella llamada telefónica. El cajón de la recaudación estaba abierto y, simplemente, había ocurrido.

Estaba mal, pero no dejaba de decirse a sí misma que no era tan grave como parecía. Alex no amaba a Daisy, hasta Sheba lo decía. Daisy cargaría con la culpa del delito y él se desharía de ella ahora en vez de más adelante.

Pero el beso que había presenciado esa mañana le decía que Daisy no iba a dejarlo escapar con tanta facilidad. Heather todavía no podía creerse la manera en que se había abalanzado sobre él. ¡Alex no la necesitaba! No necesitaba a Daisy cuando podía tenerla a ella.

¿Pero cómo iba a saber él lo que ella sentía si nunca se lo había dicho? Apartó los libros a un lado y se levantó de un salto. No podía soportarlo más. Tenía que hacerle entender que ya no era una niña. Tenía que hacerle entender que no necesitaba a Daisy.

Sin darse tiempo a pensarlo dos veces, salió rápidamente de la caravana y se encaminó al vagón rojo.


Alex levantó la vista del escritorio cuando entró Heather. La jovencita llevaba metidos los pulgares dentro de los bolsillos de unos pantalones cortos de cuadros, que quedaban casi cubiertos por completo por una enorme camiseta blanca. Se la veía pálida e infeliz, como un hada con las alas cortadas. Sintió pena por ella. La trataban de una manera muy dura, pero a pesar de eso seguía luchando y a él le gustaba que lo hiciera.

– ¿Qué te pasa, cariño?

Ella no le respondió. En vez de eso deambuló por la caravana, tocando el brazo del sofá o cogiendo un archivador. Alex vio una imperceptible mancha naranja en la mejilla, donde había intentado tapar una espinilla, y sintió un atisbo de ternura. Algún día, muy pronto, Heather se convertiría en una auténtica belleza.

– ¿Problemas?

Ella levantó la cabeza de golpe.

– No.

– Bien.

Heather tragó saliva y se aclaró la garganta.

– Es sólo que pensé que tal vez quisieras saber… -La jovencita inclinó la cabeza y comenzó a mordisquearse una uña ya comida.

– ¿Saber qué?

– Vi lo que Daisy te ha hecho hoy -dijo Heather con rapidez. -Sólo quiero que sepas que sé que no puedes evitarlo y todo eso.

– ¿Y qué me hizo Daisy?

– Ya sabes a qué me refiero.

– Pues me temo que no.

– Ya sabes -ella clavó la vista en un punto sobre la mesa. -Te ha besado donde todos podían verlo y todo eso. Te ha humillado.

Tal y como Alex lo recordaba, había sido él quien la había besado a ella. No le gustaba la manera en la que todos miraban el vientre de su esposa y contaban los meses con los dedos. Tampoco le gustaba la manera en que la ridiculizaban a sus espaldas, en especial cuando sabía que él tenía la culpa.

– No sé qué tiene que ver eso contigo, Heather.

Ella se agarró las manos y habló atropelladamente.

– Todos saben lo que sientes por ella y todo eso. Que no te gusta. Y cuando mi padre me dijo que no estaba embarazada ni nada, no pude entender por qué le casaste con ella. Luego recordé que los tíos os volvéis locos si tenéis una chica cerca y no podéis… ya sabes… mantener relaciones con ella, pero a veces os dicen que no conseguiréis nada a menos que os caséis con ellas. Así que me imaginé que fue por esa razón por la que te casaste con ella. Pero lo que quiero decir es que… si quieres que se vaya y todo eso…

Por primera vez desde que comenzó su acalorada perorata, lo miró directamente a los ojos y él vio desesperación en ellos. Heather hizo una mueca y soltó a borbotones el resto de las palabras.

– Sé que piensas que soy una niña, pero no lo soy. Tengo dieciséis años. Puede que no sea tan bonita como Daisy, pero ya soy una mujer y puedo hacer que… te dejaría mantener relaciones sexuales conmigo y todo eso, así no tendrías que hacerlo con ella.

Alex se quedó pasmado y no supo qué decir. Heather se había puesto colorada como un tomate -probablemente igual que él- y no hacía otra cosa que mirar el suelo.

Él se puso en pie lentamente. Se había enfrentado a sucios borrachos y camioneros con navajas, pero nunca a nada semejante. Heather había confundido su amistad con otra cosa y tenía que aclararlo de inmediato.

– Heather… -Alex se aclaró la garganta y rodeó el escritorio. Cuando se detuvo, Daisy apareció en la puerta detrás de Heather, pero la adolescente estaba tan absorta en lo que había dicho que no se dio cuenta. Daisy debió de notar que estaba ocurriendo algo importante porque se detuvo y esperó.

– Heather, cuando una jovencita se encapricha…

– ¡No es un encaprichamiento! -Heather levantó la cabeza con los ojos suplicantes y llorosos. -Me enamoré de ti a primera vista, y creía que quizá tú también me querías, pero que, como era tan joven y todo eso, no te decidías a dar el primer paso. Por eso he venido a decírtelo.

Alex deseó que Daisy le echara una mano, pero ella seguía inmóvil y en silencio, asimilando lo que acababa de oír. Por el bien de Heather, él tenía que hacerle ver la realidad de la situación.

– No me amas, Heather.

– ¡Sí te amo!

– Sólo crees que me amas. Pero eres una niña, es sólo un encaprichamiento absurdo. Lo superarás. Créeme, dentro de un par de meses los dos nos reiremos de esto.

Heather lo miró como si la hubiera abofeteado y Alex se dio cuenta de que había metido la pata. La chica respiró hondo y se le llenaron los ojos de lágrimas. Pensó con consternación en cómo podría reparar el daño.

– Me gustas, Heather, en serio. Pero sólo tienes dieciséis años. Yo soy adulto y tú eres todavía una niña. -Se dio cuenta por su expresión de que sólo estaba empeorando las cosas. Nunca se había sentido tan indefenso y le lanzó a Daisy una mirada suplicante.

Para irritación de Alex, su esposa puso los ojos en blanco, como si él fuera la persona más estúpida de la tierra. Luego se plantó delante de Heather como un vaquero en un duelo.

– ¡Sabía que te encontraría aquí, lagarta! ¡Piensas que porque eres joven y muy guapa puedes robarme al marido sin que yo te lo impida!

Heather la miró boquiabierta y dio un paso atrás. Alex clavó los ojos en Daisy con incredulidad. De todas las idioteces que la había visto hacer, y eran unas cuantas, ésta se llevaba la palma. Incluso un retrasado mental se habría dado cuenta de lo histriónico de sus palabras.

– ¡No me importa lo joven y guapa que seas! -exclamó Daisy. -¡No dejaré que arruines mi matrimonio! -y con aire dramático alargó el brazo y señaló la puerta con un dedo. -Ahora te sugiero que te largues de aquí antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.

Heather cerró la boca de golpe. Corrió a ciegas hacia la puerta y huyó de allí.

Pasaron varios segundos antes de que Alex se hundiera bruscamente en el sofá y preguntara:

– ¿La he cagado?

Daisy lo miró con algo parecido a la piedad.

– Para ser un hombre listo no pareces tener demasiado sentido común.

CAPÍTULO 12

Alex clavó los ojos en la puerta por donde acababa de desaparecer Heather, luego miró a su esposa.

– La tuya ha sido la peor actuación que he visto en mi vida. ¿De verdad has dicho que le vas a impedir que te robe el marido o me lo he imaginado?

– Heather se lo ha creído y eso es lo único que cuenta. Después de lo que le has dicho era necesario que alguien la tratara como a una mujer adulta.

– No pretendía herir sus sentimientos, pero ¿qué querías que hiciera? No es una adulta. Es una niña.

– Te ha ofrecido su corazón, Alex, y tú lo has rechazado como si no valiera nada.

– No sólo me ha ofrecido su corazón. Un poco antes de que llegaras me dejó bien claro que su cuerpo también iba incluido en el lote.

– Está desesperada. Si hubieras aceptado, se hubiera desmayado del susto.

Él se estremeció.

– Una quinceañera no está en mi lista de perversiones favoritas.

– ¿Qué clase de perversiones…? -Daisy se mordió la lengua. ¿Cuándo iba a comenzar a pensar antes de hablar?

Alex le brindó una sonrisa enloquecedora que le puso la piel de gallina.

– Será más divertido que lo vayas averiguando poco a poco.

– ¿Por qué no me lo dices ahora?

– Espera y verás.

Daisy lo observó.

– ¿Incluye algo con…? No, claro que no.

– Estás pensando en los látigos otra vez.

– No, por supuesto que no -mintió.

– Bien. Porque no tienes por qué preocuparte de eso. -Alex hizo una pausa significativa. -Si lo hago bien no duele en absoluto.

Daisy abrió los ojos de par en par.

– ¡Deja de hacer eso!

– ¿El qué?

La expresión inocente de Alex no la engañó ni por un instante.

– Deja de plantar todas esas dudas en mi cabeza.

– No soy yo quien planta dudas en tu cabeza. Lo haces tú sólita.

– Sólo porque tú sigues diciendo esas cosas. No me gusta que me tomes el pelo. Sólo tienes que responderme sí o no. ¿Alguna vez le has dado latigazos a una mujer?

– ¿Sólo sí o no?

– Eso he dicho, ¿no?

– ¿Sin ninguna aclaración?

– Sin ninguna aclaración.

– Bueno, entonces sí. Sí, definitivamente le he dado latigazos a una mujer.

– Vale, será mejor que me lo aclares -dijo ella débilmente tragando saliva.

– Lo siento, cariño, pero ya te he respondido. -Con una amplia sonrisa, él se sentó detrás del escritorio. -Tengo mucho trabajo que hacer, quizá sea mejor que me digas para qué querías verme.

Pasaron varios segundos antes de que Daisy lograra recordar lo que la había llevado hasta allí.

– Se trata de Glenna.

– ¿Qué pasa con ella?

– Es un animal grande y su jaula es muy pequeña. Necesita una nueva.

– ¿Nada más? ¿Sólo quieres que compremos una jaula nueva? -replicó él con ironía.

– Es inhumano que la pobre viva en un lugar tan estrecho. Se la ve muy deprimida, Alex. Tiene esos deditos tan suaves, y los saca por los barrotes como si necesitara el contacto de otro ser vivo. Y ése no es el único problema que tenemos. Las jaulas son tan viejas que no son de fiar. La del leopardo se cierra sólo con un alambre.

Alex cogió un lápiz y tamborileó con él la gastada superficie del escritorio.

– Estoy de acuerdo contigo. Odio esa condenada exposición de fieras, me parece inhumana, pero las jaulas son caras y Sheba aún se está pensando si deshacerse de esos anímales o no. Por ahora tendrás que arreglártelas como puedas. -Alex desplazó la mirada a la ventana y la silla rechinó cuando se reclinó para ver mejor. -Vaya, mira ahí fuera. Parece que tienes visita.

Ella siguió la dirección de la mirada y vio a un elefantito con la correa colgando delante del vagón rojo,

– Es Tater. -Cuando ella lo miró, el elefante levantó su trompa y bramó como un trágico héroe que vagara por el mundo en busca de su amor perdido. -¿Qué hace ahí?

– Supongo que estará buscándote. -Alex sonrió. -Los elefantes crean fuertes vínculos familiares, y Tater parece haberlo establecido contigo.

– Es un poco grande para ser mi mascota.

– Me alegra oír eso, porque por mucho que me lo pidas jamás dormirá en nuestra cama.

Daisy se rio. Pero se abstuvo de recordarle que aún no estaba segura de si ella dormiría o no con él. Había demasiadas cosas por resolver entre ellos.


Sheba estaba de un humor de perros cuando se acercó a Alex. Esa mañana Brady le había dicho que Daisy no estaba embarazada. La idea de que esa mujer llevara a un Markov en su vientre era tan aborrecible que debería haberse sentido aliviada, pero por el contrario se le había puesto un nudo de angustia en la boca del estómago. Si Alex no se había casado con Daisy porque estaba embarazada, entonces lo había hecho porque quería. Lo había hecho porque la amaba.