– Alex está casado, Heather, y el matrimonio es un vínculo sagrado entre un hombre y una mujer. Nadie tiene derecho a intentar romperlo.
– ¡No es justo! No te lo mereces.
– No eres quién para juzgar eso.
– ¿De verdad eres tan santurrona?
– ¿Cómo voy a ser santurrona? -dijo Daisy con voz queda. -Soy una ladrona, ¿recuerdas?
Heather se llevó los dedos a la boca y comenzó a morderse las uñas.
– Todos te odian por haber robado ese dinero.
– Ya lo sé. Pero eso no es justo, ¿verdad?
– Por supuesto que es justo.
– Pero las dos sabemos que yo no lo hice.
Heather se puso tensa y permaneció un largo segundo en silencio antes de contestar.
– Sí que lo hiciste.
– Tú estuviste en el vagón rojo esa noche después de que Sheba comprobara la recaudación; antes de que yo cerrara el cajón.
– ¿Qué más da? ¡No robé el dinero y no puedes acusarme de nada!
– Hubo una llamada para Alex. Cogí el teléfono y mientras estaba distraída, metiste la mano en el cajón de la recaudación y robaste los doscientos dólares.
– ¡No lo hice! ¡No puedes demostrarlo!
– Luego te colaste en nuestra caravana y escondiste el dinero en mi maleta para que todos pensaran que había sido yo.
– ¡Mientes!
– Debería haberme dado cuenta de inmediato, pero estaba tan cansada por intentar acostumbrarme a todo esto que se me olvidó que habías estado allí.
– Mientes -repitió Heather, aunque esta vez con menos vehemencia. -Y como le vayas con el cuento a mi padre, lo lamentarás.
– No puedes amenazarme con nada peor que lo que ya me has hecho. No tengo amigos, Heather. Nadie quiere hablar conmigo porque piensan que soy una ladrona. Ni siquiera me cree mi marido.
La cara de Heather era la viva imagen de la culpa y Daisy supo que tenía razón. Miró a la adolescente con tristeza.
– Lo que has hecho está muy mal.
Heather bajó la cabeza y su fino cabello cayó hacia delante, cubriéndole el rostro.
– No puedes probar nada -masculló.
– ¿Es así como quieres vivir? ¿Actuando de manera deshonesta? ¿Siendo cruel con otras personas? Todos cometemos errores, Heather, y si quieres madurar tienes que aprender a asumirlos.
La adolescente hundió los hombros y Daisy vio en qué momento exacto se dio por vencida.
– ¿Vas a decírselo a mi padre?
– No lo sé. Pero tengo que decírselo a Alex.
– Pero él se lo dirá a mi padre.
– Es probable. Alex tiene un profundo sentido de la justicia.
Una lágrima cayó sobre el muslo de Heather, pero Daisy endureció el corazón para no compadecerla.
– Mi padre me dijo que si me metía en algún lío me enviaría de vuelta con tía Terry.
– Pues tal vez deberías haber pensado en eso antes de tenderme una trampa.
Heather no dijo nada y Daisy no la presionó. Finalmente, la joven se enjugó las lágrimas con el dobladillo de la camiseta.
– ¿Cuándo vas a decírselo?
– Aún no lo he pensado. Esta noche, quizás. O tal vez mañana.
Heather asintió bruscamente con la cabeza.
– Yo sólo… el dinero estaba allí y aunque no lo había planeado…
Daisy intentó tragarse la lástima que sentía recordándose a sí misma que, por las acciones de esa chica, su marido pensaba que era una ladrona y su matrimonio había fracasado antes de haber tenido siquiera una oportunidad.
– Lo que hiciste no estuvo bien. Tienes que enfrentarte a las consecuencias.
– Sí, supongo. -Heather intentó secarse las lágrimas con los dedos. -Me alegro de que te hayas dado cuenta. Es difícil…, sé que no lo merezco, pero quizá podrías hablar con Sheba en vez de con Alex. Prefiero que se lo diga ella a mi padre. Se pelean todo el rato, pero por lo menos se respetan y puede que no pierda el juicio si se lo dice ella.
Daisy se enderezó.
– ¿Tu padre es violento contigo?
– Bueno, supongo. Quiero decir que grita y todo eso.
– ¿Te pega?
– ¿Papá? No, nunca me ha pegado. Pero a veces se enfada tanto que casi preferiría que lo hiciera.
– Entiendo.
– Ya había asumido que volvería con mi tía tarde o temprano. Sé que necesita que le eche una mano con los niños y todo eso. He sido muy egoísta queriendo quedarme aquí, pero los niños son unos auténticos monstruos y, algunas veces, me sacan de quicio.
Daisy estaba recibiendo más información de la que quería y se sintió culpable.
La adolescente se levantó del banco con los ojos llenos de lágrimas.
– Siento haber sido tan imbécil y haberte causado tantos problemas. -Una lágrima se coló entre sus pestañas. -Si no quería acabar con tía Terry y los niños, debería haberme portado mejor. No debería haberlo hecho, pero estaba celosa por Alex. -Las palabras le salían entre pequeños hipidos. -Es demasiado mayor… y nunca se enamoraría de alguien como yo. Pero siempre ha sido agradable conmigo y supongo que… supongo que quería eso todo el rato, aunque… -respiró hondo, -aunque siempre supe que no resultaría. Lo siento, Daisy.
Con un sollozo, se giró y huyó. Daisy se acercó a Tater y el elefantito la rodeó con la trompa. Se apoyó contra él, sin saber muy bien qué hacer. Antes de enfrentarse a Heather, lo había tenido todo muy claro, pero ahora no estaba tan segura. Si no le decía a Alex la verdad sobre Heather, él continuaría creyendo que era una ladrona. Pero si se lo decía, Heather recibiría un gran castigo y Daisy no creía poder vivir saliéndose responsable de eso.
Desde la carretera vio cómo Alex se subía a la camioneta para dirigirse al pueblo. Un rato antes le había dicho que tenía que resolver un problema con la compañía que suministraba los donnickers y que podía tardar varías horas en volver. Daisy había pensado dedicar ese tiempo a desempaquetar las compras que llevaba semanas haciendo en secreto y que transformarían la fea caravana verde en algo parecido a un hogar. Pero su encuentro con Heather le había quitado el entusiasmo. Sin embargo era mejor ocuparse de eso que sentarse sin hacer nada.
Pero mientras se dirigía a la caravana, recuperó el ánimo. Por fin iba a dedicar su tiempo a algo para lo que sí valía. Estaba deseando ver la cara que pondría Alex cuando volviera.
CAPÍTULO 14
– ¿Qué coño has hecho aquí? -Alex se quedó paralizado bajo el umbral de la puerta.
– ¿A que queda genial? -Daisy contempló con satisfacción la transformación de la caravana en lo que ella consideraba un acogedor y encantador nidito de amor.
Unas fundas en tono crema salpicadas de pensamientos en colores púrpuras, azules y caramelo ocultaban el horroroso estampado a cuadros del sofá; los colines a juego hacían que los viejos muebles parecieran cálidos y confortables. Había instalado también unas [tequeñas barras de latón encima de las ventanas, sustituyendo aquellas horribles cortinas amarillentas por otras de muselina blanca adornadas con cintas azules y lavanda de diversas texturas y anchuras.
Un lazo de seda azul y violeta camuflaba la pantalla rota de la lámpara en la esquina, y varias cestas de mimbre contenían ahora las revistas y los periódicos que antes estaban esparcidos por todas partes. Un surtido de envases desaparejados, desde floreros y tazones de alfarería a jarras azules Wedgwood, llenaban el estante de encima de la cocina donde había clavado con chínchelas una cuerda de colores para que no se cayeran los utensilios cuando la caravana estuviera en movimiento. La mesa estaba dispuesta con mantelitos individuales en la misma gama de colores púrpura y violeta, así como la porcelana china, que aunque no hacía juego entre sí, poseía las mismas tonalidades. Había dos tazas blancas, dos copas de cristal, una de las cuales tenía una fisura, y unos platos de color añil. En el centro de la mesa, un recipiente de barro albergaba un ramillete de flores silvestres que Daisy había cogido en el borde del recinto.
– No he podido hacer más con la alfombra -le explicó aún jadeante por haber tenido que prepararlo con prisa. -Pero he quitado las peores manchas y no ha quedado tan mal. Cuando tenga algo de dinero, me ocupare de la cama. Quizá le ponga una de esas colchas indias y más almohadones. No soy buena costurera, pero creo que puedo…
– ¿De dónde has sacado el dinero para hacer esto?
– De mi sueldo.
– ¿Te has gastado tu dinero en esto?
– He buscado en tiendas de segunda mano y en los mercadillos de los pueblos que hemos visitado. ¿Sabías que nunca había entrado en un WalMart hasta hace dos semanas? Es asombroso lo que puede dar de sí un dólar si te lo propones… -En ese momento Daisy vio la expresión en la cara de Alex y su sonrisa se desvaneció. -No te gusta.
– No he dicho eso.
– No hace falta que lo digas. Se te ve en la cara.
– No es que no me guste. Es que no tiene sentido que desperdicies tu dinero en este lugar.
– No creo que sea un desperdicio.
– Es una caravana, por el amor de Dios. No vamos vivir aquí tanto tiempo.
Ésa no era la verdadera razón de la reticencia de Alex. Daisy lo observó y llegó a la conclusión de que tenía dos opciones: podía marcharse enfadada o podía obligarle a ser sincero con ella.
– Dime exactamente qué es lo que no te gusta.
– Nada.
– Sí, algo no te gusta. Sheba me dijo que habías rechazado una caravana mejor que ésta. -Él se encogió de hombros. -¿Acaso sólo querías hacerme las cosas más difíciles?
Alex fue a la nevera y cogió una botella de vino que había comprado el día anterior; una botella que ella había considerado demasiado cara para su presupuesto.
Daisy se negó a dejar pasar el tema.
– ¿Querías seguir viviendo en este lugar tal y como estaba?
– Estaba bien -repuso él sacando un sacacorchos del cajón.
– No te creo. Te gustan las cosas bonitas. He observado cómo miras el paisaje cuando viajamos y siempre me señalas los escaparates cuando ves algo bonito. Ayer, cuando paramos en aquel quiosco al lado de la carretera, dijiste que la cesta con frutas te recordaba a un Cézanne.
– ¿Quieres una copa de vino?
Ella negó con la cabeza y lo estudió. Finalmente se dio cuenta de lo que pasaba.
– He traspasado la línea otra vez, ¿verdad?
– No sé a qué te refieres.
– Me refiero a esa línea invisible que has trazado en tu mente entre un matrimonio de verdad y otro que no lo es. La he cruzado otra vez, ¿no?
– Lo que dices no tiene sentido.
– Claro que lo tiene. Has hecho una lista mental de reglas y preceptos para nuestro matrimonio. Se supone que debo acatar tus órdenes sin rechistar y que debo mantenerme apartada de ti, salvo para acostarnos juntos, claro. Pero lo más importante de todo es que no debemos crear vínculos emocionales. No me está permitido preocuparme por ti, ni por nuestro matrimonio, ni por nuestra vida en común. Ni siquiera puedo ocuparme de que esta fea caravana resulte acogedora.
Por fin consiguió que Alex reaccionara. Él posó con un gesto brusco la copa de vino sobre el mostrador.
– ¡No quiero que hagas un «nidito de amor», eso es todo! No es una buena idea.
– Así que tengo razón -dijo ella en voz baja.
Alex se pasó la mano por el pelo.
– Eres una maldita romántica. Algunas veces, cuando te veo observándome, tengo la sensación de que no me ves cómo soy en realidad, sino como tú quieres que sea. Eso es lo que haces con este acuerdo… este vínculo legal que hay entre nosotros. Vas a moldearlo hasta que se ajuste a tus ideas.
– Es un matrimonio, Alex, no un simple vínculo legal. Hemos hecho unos votos sagrados.
– ¡Durante seis meses! ¿No entiendes que estoy preocupado por ti? Intento protegerte para no hacerte daño.
– ¿Protegerme? Ya entiendo. -Daisy respiró hondo. -¿Por eso cuentas mis píldoras anticonceptivas?
La expresión de Alex se volvió fría y distante.
– Eso no significa nada.
– Al principio no entendía por qué sobresalían del estante del botiquín cuando siempre las dejaba al fondo. Luego me di cuenta de que las contabas.
– Sólo me aseguraba de que no te olvidabas ninguna, eso es todo.
– En otras palabras, me has estado espiando.
– No pienso disculparme. Sabes lo importante que a para mí no tener hijos.
Ella lo miró con tristeza.
– No hay nada entre nosotros, ¿verdad? Ni respeto, ni afecto, ni confianza.
– Existe afecto, Daisy. Por lo menos por mi parte. Vaciló. -Y también te has ganado mi respeto. Nunca pensé que te tomarías el trabajo tan en serio. Eres muy valiente, Daisy.
La joven se negó a sentirse agradecida por aquellas palabras.
– Pero no confías en mí.
– Creo que tienes buenas intenciones.
– Aun así crees que soy una ladrona. Eso no habla bien de mis buenas intenciones.
– Estabas desesperada cuando cogiste ese dinero. Estabas cansada y asustada o no lo habrías hecho. Ahora lo sé.
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