– De nuevo, Heather puso los ojos en blanco, pero Daisy no In dejó pasar.

Consideró el dilema de Heather. Era bueno que la chica tuviera un ligue, incluso uno de doce horas. Necesitaba comportarse como una adolescente normal en lugar de parecer que hacía penitencia. Daisy era consciente de que Heather tenía razón: Brady se negaría.

– ¿Y si le enseñas el circo? Eso le gustaría. Y luego puedes sentarte junto a las camionetas donde tu padre pueda verte sin que por ello pierdas tu intimidad.

– Eso no funcionará. -Heather arrugó la frente con preocupación. -¿Por qué no hablas con mi padre y le dices que no me humille delante de Kevin?

– Hablaré con él.

– Que no diga ninguna estupidez delante de Kevin, Por favor, Daisy.

– Haré lo que pueda.

Heather ladeó la cabeza y pasó el dedo índice por el envase vacío. Hundió los hombros de nuevo, y Daisy notó que volvía a caer la sombra de la culpabilidad sobre ella.

– ¡Cuando pienso en lo que te hice me siento… una mierda! Quiero decir fatal. -Levantó la vista. -Sabes que siento muchísimo lo que hice, ¿verdad?

– Sí. -Daisy no sabía cómo ayudarla. Heather había intentado compensarlo de todas las maneras posibles. Lo único que no había hecho era decirle la verdad a su padre, y Daisy no quería que lo hiciera. La relación de Heather con Brady ya era muy difícil y eso sólo empeoraría las cosas.

– Daisy, jamás hubiera… Me refiero a lo que pasó con Alex, fue algo muy inmaduro. Él había sido muy amable conmigo, pero nunca había intentado ligármelo ni nada parecido, si es eso lo que te preocupa…

– Gracias por decírmelo. -Daisy se dedicó a recoger los restos de comida para que Heather no la viera sonreír.

La adolescente arrugó la nariz.

– Sin intención de ofender, Daisy, puede que sea muy sexy, pero es viejo.

Daisy casi se atragantó.

Heather miró a las cajas, donde Kevin estaba recociendo su pedido.

– Está buenísimo.

– ¿Alex?

Heather pareció horrorizada.

– ¡No, no! ¡Kevin!

– Ah, bueno. Alex no es Kevin, eso seguro.

Heather asintió con gravedad.

– Eso seguro.

Esta vez Daisy no pudo evitarlo. Se echó a reír y, para su deleite, Heather la imitó.

Cuando regresaron al recinto, Heather salió disparada para ensayar con Sheba. Daisy desempaquetó las compras que había hecho y apartó la comida de los animales, agradeciendo para sus adentros que Alex nunca protestara por los extras en la factura del supermercado. Ahora que sabía que sólo era un pobre profesor universitario había intentado controlar los gastos, pero antes ahorraría en su propia comida que en la de los animales.

Siguiendo la rutina diaria, se acercó a los elefantes y saludó a Tater. Él la siguió hasta las jaulas de las fieras.

Sinjun solía ignorar al elefantito, pero esta vez alzó la cabeza con orgullo y miró a su rival con arrogante condescendencia.

«Daisy me ama, molesto infante, no lo olvides.» Lollipop y Chester estaban atados fuera de la carpa y Tater se acomodó en el lugar de costumbre, donde le esperaba un fardo de heno limpio. Daisy se acercó a Sinjun y metió la mano entre los barrotes para rascarle detrás de las orejas. Como no era un cachorro, Daisy no lo arrullaba como hacía con los demás.

A Daisy le encantaba el tiempo que pasaba con los animales. Sinjun había mejorado bajo sus cuidados; su pelaje naranja oscuro tenía ahora un brillo saludable. Algunas veces, casi de madrugada, cuando todo estaba silencioso y desierto, Daisy abandonaba su confortable lugar junto a Alex y se acercaba a la jaula de Sinjun, le abría la puerta y dejaba que el enorme felino vagara libre un rato.

Mientras retozaban juntos en la hierba húmeda de rocío, Sinjun mantenía sus garras cuidadosamente enfundadas. Daisy se mantenía ojo avizor por si aparecía algún otro madrugador. En ese momento, mientras acariciaba al animal, sintió que la envolvía una sensación de letargo.

Sinjun la miró profundamente a los ojos.

«Díselo.»

«Lo haré.»

«Díselo.»

«Pronto, muy pronto.»

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que sintiera la nueva vida que crecía en su vientre? No podía estar embarazada de más de seis semanas, así que aún pasaría un tiempo. No se había saltado ni una sola píldora, por lo que al principio había atribuido los síntomas al cansancio. Pero la semana anterior, tras vomitar en el cuarto de baño, se había comprado un test de embarazo y había descubierto la verdad.

Jugueteó con una de las orejas de Sinjun. Sabía que tenía que decírselo a Alex, pero aún no estaba preparada. Sabía que su marido se enfadaría -Daisy no se encañaba al respecto, -pero en cuanto se acostumbrara a la idea, ella misma se aseguraría de que aquello lo hiciera feliz. «Y le haría feliz», se dijo a sí misma firmemente. Alex la amaba. Aunque todavía no lo hubiera admitido. Y amaría a su bebé.

Si bien él todavía no había dicho las palabras que ella necesitaba escuchar, Daisy sabía que Alex albergaba profundos sentimientos hacia ella. ¿Qué otra cosa si no provocaría la ternura que veía reflejada en sus ojos de vez en cuando o la satisfacción que parecía irradiar de él cuando estaban juntos? A veces le resultaba difícil recordar lo raro que solía ser que él se riera cuando lo había conocido.

Sabía que a Alex le gustaba estar con ella. Al vivir en una pequeña caravana y gracias a los interminables kilómetros que hacían en la camioneta casi todas las mañanas, pasaban más tiempo juntos que la mayoría de los matrimonios y, a pesar de ello, todavía la buscaba durante el resto del día para compartir con ella cualquier cosa, para comentarle cualquier problema que hubiera surgido en la localidad en la que estaban o simplemente darle una rápida palmadita posesiva en el trasero. La comida diaria entre la matinée y las funciones nocturnas se había convertido en un ritual importante para los dos. Y por la noche, tras el trabajo, hacían el amor con una pasión y una libertad que nunca hubiera creído posible.

Ya no podía imaginar la vida sin él. Por otro lado Alex había dejado de mencionar el divorcio, señal de que tampoco él podía imaginárselos separados. Por ese motivo Daisy aún no le había contado lo del bebé. Simplemente quería darle un poco más de tiempo para que se acostumbrase a amarla.


A la mañana siguiente todo se fue al garete. Alex se despertó un poco después de que ella hubiera salido de la cama y la descubrió en el descampado detrás de las caravanas jugando con Sinjun. Dos horas más tarde todavía seguía cabreado con ella.

Esa mañana le tocaba conducir a Daisy. Habían comenzado a turnarse cuando Alex se dio cuenta de que ella no iba a destrozar la camioneta y de que le encantaba conducir.

– Debería haber conducido yo esta mañana -dijo él. -Así habría tenido las manos ocupadas y no tendría que pensar en dónde meterlas para no estrangularte.

– Ya está bien, Alex, relájate.

– ¿¡Que me relaje!? ¿Estás de coña?

Daisy lo fulminó con la mirada. Él la miró furioso.

– Prométeme que no volverás a soltar a Sinjun.

– No estábamos en un pueblo y no había ni un alma en los alrededores, así que deja de preocuparte.

– Eso no parece una promesa.

Daisy contempló los campos de Indiana que se extendían a ambos lados de la carretera.

– Te has fijado que Jack y Jill pasan mucho tiempo juntos últimamente. ¿No sería gracioso que se casaran? Lo digo por esa serie de televisión que se llama así.

– No intentes cambiar de tema y prométeme que no volverás a ponerte en peligro. -Tomó un largo sorbo de café de la taza que agarraba firmemente con la mano.

– ¿De verdad crees que Sinjun me haría daño?

– No es un gato doméstico, por mucho que te empeñes en creer lo contrario. Los animales salvajes son imprevisibles. No vuelvas a dejarlo suelto, ¿me has entendido? De ninguna manera.

– Te he hecho una pregunta. ¿Crees que me haría daño?

– No a propósito. Es evidente que está loco por ti, pero la historia del circo está llena de animales dóciles que se volvieron contra sus domadores. Y Sinjun ni siquiera es dócil.

– Está conmigo y odia la jaula. De verdad. Ya te he dicho que nunca lo dejo salir si estamos cerca de una zona habitada. Y ya viste por ti mismo que no había nadie cerca esta mañana. Si hubiera habido alguien, no le hubiera abierto la puerta.

– Como no volverás a dejarlo libre, nada de esto tiene importancia. -Alex se terminó el café y colocó la taza en el suelo de la camioneta. -¿Qué ha sucedido con la mujer con la que me casé? ¿La que creía que la gente civilizada no se levantaba antes de las once?

– Se casó con un tipo del circo.

Daisy oyó aquella profunda y entrecortada risa, y devolvió la atención a la carretera. Sabía que a Alex le preocupaba que hubiera dejado suelto a Sinjun y esperaba que no se diera cuenta de que no le había prometido nada.


Heather cerró la puerta de la Airstream de su padre y salió al fresco de la noche. Llevaba puesto un camisón amarillo de algodón con un dibujo de Garfield, y los pies desnudos se le hundieron en la hierba húmeda. El circo ya había sido desmontado, pero ella se sentía demasiado mal consigo misma como para prestar atención a la familiar visión. Clavó la mirada en su padre, que estaba sentado junto a la puerta del Airstream en una silla azul y blanca mientras fumaba el único cigarrillo que se permitía a la semana.

Por una vez no había ninguna mujer rondándolo. Ni las showgirls ni las jóvenes del lugar que siempre le perseguían. La idea de que su padre practicara el sexo le repelía, pero sabía que era irremediable. Por lo menos era discreto, que era más de lo que podía decir de sus hermanos. Su padre siempre les reñía por decir obscenidades cerca de ella.

Brady todavía no la había visto y la brasa del cigarrillo brilló cuando dio otra calada. Heather apenas había comido nada en la cena, pero sentía como si fuera a vomitar sólo de pensar en lo que tenía que hacer esa noche. Ojalá pudiera taparse las orejas y ahogar por completo la voz de su conciencia, pero cada día era más fuerte. La atormentaba de tal manera que ni siquiera podía dormir por la noche y no lograba retener la comida en el estómago. Guardar silencio se había convertido en un castigo peor que decir la verdad.

– Er… ¿puedo hablar contigo un momento, papá? -hizo la pregunta como si tuviera una rana enorme en la garganta y croara en vez de hablar.

– Pensaba que estabas dormida.

– No puedo dormir.

– ¿Otra vez? ¿Qué te pasa últimamente?

– Es que… -Heather se retorció las manos. Brady se iba a enfadar cuando se lo dijera, pero no podía seguir así, sabiendo que le había jodido la vida a Daisy y sin hacer nada para remediarlo.

– ¿Qué te pasa, Heather? ¿Todavía te preocupa que se te haya caído el aro esta noche?

– No.

– Bien, porque no deberías preocuparte por eso. Aunque deberías concentrarte más. Cuando Matt y Rob tenían tu edad…

– ¡No soy ni Matt ni Rob! -Estalló. -¡Siempre Matt y Rob! ¡Matt y Rob! ¡Ellos son perfectos y a mí todo me sale mal!

– No he dicho eso.

– Es lo que piensas. Siempre me comparas con ellos. Si hubiera venido a vivir contigo después de morir mamá en vez de quedarme con tía Terry, ahora lo haría mejor.

Brady no se enfadó sino que se frotó el brazo y ella supo que le molestaba la tendinitis.

– Heather, hice lo que era mejor para ti. Ésta no es una vida fácil.

– Me gusta vivir así. Me gusta el circo.

– No me entiendes.

Heather se sentó en una silla a su lado porque era más fácil hablar si estaba a la misma altura que él. Ése había sido el mejor y el peor verano de su vida. El mejor gracias a Daisy y a Sheba. Aunque no se llevaban bien entre sí, las dos se preocupaban por ella. Si bien nunca lo reconocería ante Daisy, le gustaba que le riñera por decir palabrotas, fumar y hablar de sexo. Daisy era graciosa y no tenía ni pizca de arrogancia, siempre te estaba acariciando el brazo y cosas por el estilo.

Sheba se preocupaba por ella de otra manera. La defendía cuando sus hermanos se comportaban de manera aborrecible, y se aseguraba de que comiera cosas sanas en vez de comida basura. La ayudaba a ensayar y nunca le gritaba, ni siquiera cuando no lo hacía bien. Sheba tenía buen corazón, siempre la peinaba o le corregía la postura, o le daba una palmadita de ánimo cuando terminaba la actuación.

Conocer a Kevin la semana anterior también había sido genial. Habían prometido escribirse. Aunque no la había llegado a besar, estaba segura de que había querido hacerlo.

Todo lo demás había sido horrible. Se había humillado ante Alex y aún se ruborizaba cuando pensaba en ello. Su padre siempre parecía disgustado con ella. Pero lo peor de todo era lo que le había hecho a Daisy, algo tan horrible que su conciencia no le dejaba vivir ni un minuto más sin confesarlo.