– Siempre me ha gustado la nieve.

Los animales se movieron y uno de ellos bufó en sueños. Tater levantó la trompa de la rodilla de Daisy y la pasó por los hombros de Alex. El tono suave de Alex no disimuló su amargura.

– ¿No vas a perdonarme nunca? -Ella no dijo nada. -Te amo, Daisy. Te amo tanto.

Ella oyó el sufrimiento en su voz, vio la vulnerabilidad en su cara y, si bien sabía que era debido a lo culpable que se sentía, Daisy había sufrido demasiado dolor para encontrar placer en infligírselo a otro, en especial a alguien que era tan importante para ella.

– Tú no sabes cómo amar, Alex.

– Puede que eso fuera cierto antes, pero ya no lo es.

Tal vez fuera por lo cómoda que se sentía bajo el corazón de Tater, o tal vez fuera el dolor de Alex, pero Daisy sintió que la gélida barrera que rodeaba su corazón comenzaba a agrietarse. A pesar de todo, todavía 1c amaba. Se había mentido a sí misma cuando se dijo que no lo hacía. Él era su alma gemela y su corazón siempre le pertenecería. Con esa certeza llegó un conocimiento más profundo y amargo. Si volvía a caer víctima del amor que sentía por él, podría acabar destruida y, por el bien del bebé, no podía permitir que eso ocurriera.

– ¿Es que no lo ves? Sólo te sientes culpable.

– Eso no es cierto.

– Eres un hombre orgulloso. Has violado tu código del honor e intentas arreglarlo. Lo entiendo, pero no voy a dejar que mi vida se base en unas palabras que no sientes de verdad. Este bebé es demasiado importante para mí.

– El bebé también es importante para mí.

Ella hizo una mueca de dolor.

– No digas eso, por favor.

– Te probaría mi amor si pudiera, pero no sé cómo hacerlo.

– Tienes que dejarme ir. Sé que eso heriría tu orgullo y lo siento, pero vivir contigo así es demasiado duro para mí.

Él no dijo nada. Ella cerró los ojos e intentó ocultarse tras la helada barrera que la había mantenido en pie hasta entonces, pero Alex había provocado demasiadas grietas.

– Por favor, Alex -susurró entrecortadamente. -Por favor, deja que me vaya.

La voz de Alex apenas era un susurro.

– ¿Es eso lo que quieres de verdad?

Daisy asintió con la cabeza.

Jamás había pensado que lo vería tan derrotado, pero en ese momento la chispa que ardía en el interior de Alex pareció apagarse.

– Vale -dijo con voz ronca. -Que sea como tú quieras.

Si eso era lo que quería, ¿por qué le dolía tanto?

A su lado se movió una sombra, pero los dos estaban demasiado absortos en su sufrimiento para darse cuenta de que alguien más había escuchado la conversación.

CAPÍTULO 24

– ¡Alex!

Él alzó la cabeza del motor de la grúa con rapidez en cuanto oyó la voz de Daisy gritando su nombre y sonando exactamente igual que solía hacerlo. Se sintió esperanzado. Quizás aún no se había acabado todo. Tal vez Daisy no quiso decir lo que dijo dos noches atrás y no tendría que llevarla al aeropuerto esa misma tarde.

Arrojó al suelo la llave inglesa que estaba usando y se volvió para mirarla. Sus esperanzas se desvanecieron en cuanto vio la expresión de su esposa.

– ¡Sinjun no está! Han descargado a todos los animales y el no estaba entre ellos. También falta Trey.

Brady salió desde detrás de la grúa donde estaba intentando ayudar a Alex.

– Seguro que es cosa de Sheba. Me apuesto lo que sea.

La cara de Daisy palideció de ansiedad.

– ¿Te ha comentado algo?

– No, pero se ha comportado como una verdadera arpía estos dos últimos días.

Daisy miró a Alex y, por primera vez desde que la había ido a buscar al zoológico de Chicago, él sintió que lo miraba de verdad.

– ¿Sabías algo de esto?

– No, no me ha dicho nada.

– Sabe lo que sientes por ese tigre -dijo Brady. -Supongo que lo ha vendido a tus espaldas.

– Pero no puede hacer eso. ¡Es mío! -Daisy se mordió el labio como si se diera cuenta de que lo que había dicho no era cierto.

– Antes fui a ver a Sheba -dijo Brady, -pero había desaparecido. Fue Shorty quien trajo su RV, pero el Cadillac no estaba por ningún lado.

Daisy cerró los puños.

– Le ha hecho algo terrible a Sinjun. Lo sé.

Alex quiso consolarla, pero sospechaba que Daisy tenía razón.

– Haré algunas llamadas a ver si averiguo algo. ¿Por qué no habláis con los empleados por si alguien sabe algo?

Pero nadie sabía nada. Durante las dos horas siguientes hablaron con todos y sólo descubrieron que nadie había visto a Sheba desde la tarde anterior.

Daisy estaba cada vez más histérica. ¿Dónde estaba Sinjun} ¿Qué había hecho Sheba con él? Había descubierto bastantes cosas sobre el tráfico ilegal de animales viejos del circo, sabía que era improbable que el tigre acabara en un zoo. ¿Qué le ocurriría a su tigre?

Se hizo tarde para llevar a Daisy al aeropuerto. Alex había insistido en que ella se quedara con su padre hasta decidir lo que quería hacer, pero ahora eso no tenía importancia. Pasó junto al Lexus gris con matrícula de Connecticut -otra muestra más de lo culpable que se sentía Alex- y se sentó en la parte trasera de la camioneta que la había trasladado durante todo el verano hasta llegar a esa desolada noche de octubre. Desde allí, observó el recinto.

Pasó la primera función y luego la segunda. La gente llegó y se fue. Aquel lugar era la última parada antes de poner rumbo a Tampa. De nuevo los empleados del circo habían ido al pueblo junto con algunas de las showgirls y el recinto estaba desierto. Tenía frío, pero esperó a que Alex se hubiera cambiado de ropa y se marchara a atender a Misha para regresar a la caravana.

Desde la puerta vio su maleta, que yacía olvidada encima de la cama. Se acercó a ella mientras se quitaba la vieja sudadera gris. Tras terminar de desnudarse en silencio, comenzó a recolocar la ropa vacilando ante el desordenado cajón donde Alex guardaba la suya. Se arrodilló, deprimida, y abrió el último cajón. Apartó a un lado los vaqueros de Alex para ver lo que sabía que estaba oculto debajo: un sonajero barato de plástico, un patito amarillo, una caja de galletas con forma de animales, un babero con la imagen de un conejo y un ejemplar de un libro del doctor Spock.

Había descubierto todo esos objetos unos días antes cuando estaba buscando otra cosa; Alex nunca los había mencionado. En ese momento tocó el sonajero con la punta de un dedo e intentó imaginar por qué razón había comprado todo eso. Si pudiera permitirse creer que…

No. No podía pensar eso, tenía demasiado que perder.

Cerró el cajón y, cuando regresaba a la camioneta, vio el Cadillac de Sheba aparcado al lado de la RV y oyó gritos en el interior del circo. Alex también los había oído y se acercó a la vez que ella. Se encontraron en la puerta trasera.

– Quizá sería mejor que esperaras aquí -dijo él.

Daisy lo ignoró y entró.

El circo estaba iluminado por un solo foco, que arrojaba una luz difusa sobre la pista, dejando el resto en penumbra. Daisy se vio envuelta por los familiares olores a serrín, animales y palomitas de maíz. Iba a echarlo mucho de menos.

Brady y Sheba estaban discutiendo al lado de la pista. Brady la asía del brazo claramente furioso.

– Daisy no te ha hecho absolutamente nada. ¿Por qué la has tomado con ella?

Sheba se zafó de él.

– Hago lo que me da la real gana, y ningún carnicero como tú va a mangonearme.

– ¿No te cansas de ser una arpía?

Lo que fuera que Sheba iba a decir murió en sus labios.

– Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí.

Daisy dio un paso adelante para enfrentarse a ella.

– ¿Qué has hecho con Sinjun?

Sheba se tomó su tiempo para contestar, jugando con ella al gato y al ratón para demostrar su poder.

– Sinjun ha salido rumbo a su nuevo hogar. Los tigres siberianos son animales muy valiosos, ¿lo sabías? Incluso los más viejos. -Se sentó en la primera fila de asientos y cruzó las piernas en una postura que parecía demasiado estudiada. -Ni siquiera yo sabía lo que ciertas personas pueden llegar a pagar por ellos.

– ¿De qué personas hablas? -inquirió Alex, deteniéndose junto a Daisy. -¿Quién lo ha comprado?

– Por ahora nadie. El caballero en cuestión no lo recogerá hasta mañana por la mañana.

– Entonces, ¿dónde está?

– Está a salvo. Trey está con él.

A Alex se le acabó la paciencia.

– ¡Déjate de rodeos! ¿A quién vas a vendérselo?

– Había varias personas interesadas, pero Rex Webley ofreció el mejor precio.

– Jesús. -La expresión de la cara de Alex hizo que Daisy se estremeciera de inquietud.

– ¿Quién es Rex Webley? -preguntó.

– No digas ni una sola palabra Sheba, esto es algo entre tú y yo -intervino Alex, antes de que ella pudiera contestar.

Sheba le dirigió una mirada condescendiente antes de volverse hacia Daisy.

– Webley tiene un coto de caza ilegal en Texas.

Daisy no lo entendió.

– ¿Un coto de caza ilegal?

– Hay gente que le paga a Webley para ir a cazar ciertos animales allí -dijo Brady con disgusto.

Daisy pasó la mirada de Sheba a Brady.

– ¿Para cazarlos? Pero nadie puede cazar tigres. Son una especie en peligro de extinción.

Sheba se levantó y entró en la pista con decisión.

– Eso hace que sean más valorados por los hombres ricos que ya están aburridos de cazar piezas comunes y a los que les importa un comino la ley.

– ¿Has vendido a Sinjun para que lo cacen y lo maten? -dijo Daisy con voz horrorizada cuando por fin comprendió lo que Sheba le estaba diciendo. Un montón de imágenes horribles cruzó por su cabeza.

Sinjun no tenía el temor que un tigre normal siente hacia la gente. No se daría cuenta de que esos hombres querían lastimarle. En su mente vio su cuerpo abatido por las balas. Lo vio sobre la tierra con su pelaje negro y naranja manchado de sangre. Se acercó rápidamente a Sheba.

– ¡No te lo permitiré! Te denunciaré a las autoridades. Te detendrán.

– No, no lo harán -repuso Sheba. -No es ilegal vender un tigre. Webley me ha dicho que su intención es exhibir a Sinjun en su rancho de caza. Eso no va contra la ley.

– Sólo que no va a exhibirlo, ¿verdad? Lo va a matar. -Daisy se sintió mareada. -Iré a las autoridades. Lo haré. Detendrán todo esto.

– Lo dudo -dijo Sheba. -Webley lleva años sorteando la ley. Tendrías que tener un testigo que jurara que vio cómo lo mataban, lo que no ocurrirá ni en sueños. Y en cualquier caso, sería demasiado tarde para hacer nada, ¿no?

Daisy nunca había odiado tanto a otro ser humano.

– ¿Cómo puedes hacer esto? Si tanto me odias, ¿por qué no me haces daño a mí? ¿Por qué tienes que tomarla con Sinjun?

Alex entró en la pista y se enfrentó a Sheba.

– Te pagaré el doble que Webley -ofreció.

– Esta vez no conseguirás nada con tu dinero, Alex. No comprarás a Sinjun como hiciste con Glenna. Puse una condición cuando apalabré la venta.

Daisy lo miró con rapidez. Alex no le había dicho que había sido él quien había comprado a Glenna. Sabía que había hecho los arreglos necesarios para que fuera instalada en el zoo Brookfield, pero no que había sido su dinero el que lo había hecho posible. La gorila tenía un nuevo y precioso hogar gracias a él.

– ¿Por qué haces esto? -preguntó él. -La gente de Webley no recogerá a Sinjun hasta el amanecer. -La expresión de Sheba se volvió astuta. -Será entonces cuando firme los papeles, pero siempre puedo cambiar de idea.

– Ah, así que llegamos al meollo del asunto, ¿verdad, Sheba? -susurró Alex con voz apenas audible.

Sheba miró a Daisy, que todavía estaba fuera de la pista al lado de Brady.

– Eso te gustaría, ¿verdad, Daisy? Que detuviera todo esto. Puedo hacerlo, ya lo sabes. Con una simple llamada telefónica.

– Claro que puedes -siseó Alex. -¿Qué tengo que hacer para que hagas esa llamada?

Sheba se volvió hacia él y fue como si Brady y Daisy hubieran dejado de existir, quedando sólo ellos dos frente a frente en medio de la pista; algo para lo que ambos habían nacido. Sheba acortó la distancia que había entre ellos moviéndose sinuosamente, casi como una amante, pero no existía ni pizca de amor entre ellos.

– Ya sabes lo que tienes que hacer.

– Dímelo de todas maneras.

Sheba se giró hacia Daisy y Brady.

– Dejadnos solos. Esto es entre Alex y yo.

– ¡Esto es una locura! Eso es lo que es. ¡Si hubiera sabido lo que estabas maquinando, juro por Dios que te hubiera sacudido hasta que olvidaras tal gilipollez! -explotó Brady.

Sheba ni siquiera se inmutó ante aquel arrebato de ira.

– Si Daisy y tú no os vais de aquí, será el final del tigre.