– Marchaos -dijo Alex. -Haced lo que dice. Brady se volvió hacia él.

– No dejes que te corte las pelotas. Lo intentará, pero no dejes que llegue a ese extremo -dijo con amargura. Parecía como si hubiese perdido la fe en todo lo que creía.

– Lo intentaré -repuso Alex suavemente.

Daisy le dirigió una mirada suplicante, pero él estaba concentrado en Sheba y no se dio cuenta.

– Venga, Daisy. Vámonos de aquí. -Brady le pasó el brazo por los hombros y la llevó hacia la puerta trasera. Tras tantos meses aprendiendo a luchar, Daisy intentó resistirse, pero sabía que Alex era la única esperanza de Sinjun.

Una vez fuera, respiró hondo. Era una noche fría y comenzaron a castañetearle los dientes.

– Lo siento, Daisy. No pensé que llegaría tan lejos -susurró Brady, abrazándola.

Dentro se oyó la desdeñosa voz de Alex sólo un poco amortiguada por la lona de la carpa.

– Eres una mujer de negocios, Sheba. Si me vendes a Sinjun te compensaré generosamente. Todo lo que tienes que hacer es poner el precio.

Fue como si Brady y Daisy hubieran echado raíces en ese lugar; sabían que debían irse pero eran incapaces de hacerlo. Luego Brady cogió a Daisy de la mano y la hizo atravesar las sombras hasta la puerta trasera, donde no podían ser vistos pero tenían una vista parcial de la pista central.

Daisy vio cómo Sheba acariciaba el brazo de Alex.

– No es tu dinero lo que quiero. Ya deberías saberlo. Lo que quiero es doblegar tu orgullo.

Alex se apartó, como si no pudiera soportar su contacto.

– ¿Qué coño quieres decir?

– Si quieres al tigre, tendrás que suplicar por él.

– Vete al infierno.

– El gran Alex Markov tendrá que ponerse de rodillas y rogar.

– Antes prefiero morir.

– ¿No lo harás?

– Ni en un millón de años. -Alex apoyó las manos en las caderas. -Puedes hacer lo que te dé la gana con ese puto tigre, pero no me pondré de rodillas delante de ti ni de nadie.

– Me sorprendes. Estaba segura de que lo harías por esa pequeña boba. Debería haber imaginado que no la amas de verdad. -Por un momento Sheba levantó la mirada a las sombras de la cubierta, luego volvió a mirarlo. -Lo sospechaba. Debería haberme fiado de mi instinto. ¿Cómo podrías amarla? Eres demasiado despiadado para amar a nadie.

– Tú no sabes lo que siento por Daisy.

– Sé que no la amas lo suficiente como para ponerte de rodillas y suplicar por ella. -Lo miró con aire satisfecho. -Así que yo gano. Gano de todas maneras.

– Estás loca.

– Haces bien en negarte. Una vez me arrodillé por amor y no se lo recomiendo a nadie.

– Jesús, Sheba. No hagas esto.

– Tengo que hacerlo -la voz de la dueña del circo había perdido todo rastro de burla. -Nadie humilla a Sheba Quest sin pagarlo. Lo mires como lo mires, serás tú quien pierda hoy. ¿Estás seguro de que no quieres reconsiderarlo?

– Estoy seguro.

Daisy supo en ese momento que había perdido a Sinjun. Alex no era como otros hombres. Se sostenía a base de acero, valor y orgullo. Si se rebajase, el hombre que era se destruiría. Inclinó la cabeza e intentó darse la vuelta para marcharse, pero Brady le bloqueaba el paso.

– Sabes la ironía de todo esto, Daisy lo haría -dijo Alex con voz tensa y dura. -Ni siquiera se lo pensaría dos veces. -Soltó una carcajada que no contenía ni pizca de humor. -Se pondría de rodillas en menos de un segundo porque tiene un corazón tan grande que es capaz de responder por todos. No le importan ni el honor ni el orgullo ni nada por el estilo si el bienestar de las criaturas que ama está en peligro.

– ¿Y qué? -se burló Sheba. -No veo aquí a Daisy. Sólo te veo a ti. ¿Qué será, Alex, tu orgullo o el tigre? ¿Vas a renunciar a todo por amor o te aferrarás a ese orgullo que tanto te importa?

Hubo un largo silencio. Cuando las lágrimas comenzaron a deslizarse por la cara de Daisy, ésta supo que tenía que escapar. Pasó junto a Brady, pero se detuvo cuando oyó el fiero comentario de éste.

– Qué hijo de puta.

Se giró con rapidez y vio que Alex seguía de pie frente a Sheba, en silencio, con la cabeza alta, pero sus rodillas comenzaban a doblarse. Esas poderosas rodillas Romanov. Esas orgullosas rodillas Markov. Poco a poco, su marido se dejó caer en el serrín, pero Daisy supo que jamás había parecido más arrogante, ni más inquebrantable.

– Suplícamelo -susurró Sheba.

– ¡No! -la palabra surgió de lo más profundo del pecho de Daisy. ¡No dejaría que Sheba le hiciera eso, ni siquiera por Sinjun! ¿De qué serviría salvar a un magnífico tigre si con ello destruía a otro? Atravesó la puerta a toda velocidad y entró en la pista, haciendo volar el serrín mientras corría hacia Alex. Cuando llegó hasta su marido lo cogió del brazo y tiró de él para que se pusiera en pie.

– ¡Levántate, Alex! ¡No lo hagas! No se lo permitas.

Él no apartaba la mirada de Sheba Quest. Sus ojos parecían llamas ardientes.

– Tú me lo dijiste una vez, Daisy. Nadie puede humillarme. Sólo yo puedo rebajarme.

Alex levantó la cabeza, con la boca fruncida en un gesto de desprecio. Aunque estaba de rodillas, jamás había parecido tan regio. Era el zar en persona. El rey de la pista central.

– Te lo ruego, Sheba -dijo con firmeza. -No permitas que le ocurra nada a ese tigre.

Daisy se aferró al brazo de Alex y se dejó caer de rodillas a su lado.

Brady soltó una exclamación.

Y Sheba Quest curvó los labios en una media sonrisa. La expresión que tenía en la cara era una irritante combinación de admiración y satisfacción.

– Qué hijo de perra eres. Al final será verdad que la amas después de todo.

Miró a Daisy, arrodillada al lado de Alex.

– Por si aún no te has dado cuenta, Alex te ama. Tu tigre estará de vuelta mañana por la mañana. Ya me lo agradecerás en otro momento. Ahora, ¿tengo que seguir haciendo yo el trabajo sucio o piensas que puedes encargarte tú sola de esto sin volver a joderlo todo?

Daisy clavó la mirada en ella, tragó saliva, y asintió con la cabeza.

– Bien, porque ya estoy harta de que todos estén preocupados por ti.

Brady comenzó a maldecir por lo bajo.

Alex entrecerró los ojos.

Y Sheba Quest, la orgullosa reina de la pista central, pasó majestuosamente junto a ellos con la cabeza en alto y su brillante pelo rojizo ondeando como un estandarte del circo.

Brady la alcanzó antes de que llegara a la puerta trasera, pero antes de que él pudiera decir algo, ella se volvió y le clavó el dedo índice en el pecho con tanta fuerza como pudo.

– ¡Y que nunca vuelva a oírte decir que no soy buena persona!

Lentamente, una picara sonrisa reemplazó la mirada atontada en la cara de Brady. Sin decir palabra, se inclinó y se la cargó al hombro.

Arrodillados todavía en el serrín de la pista, Daisy sacudió la cabeza con desconcierto y miró a Alex.

– Sheba lo tenía planeado todo. Sabía que Brady y yo no podríamos resistirnos a escuchar a escondidas. De alguna manera sabía cómo me sentía y ha preparado toda esta charada para que vea que es verdad que me amas.

Los ojos que cayeron sobre ella eran tan duros y fríos como el ámbar, y además estaban furiosos.

– Ni una palabra. -Ella abrió la boca. -¡Ni una palabra!

El orgullo de Alex había quedado maltrecho y no se lo estaba tomando demasiado bien. Daisy supo que tenía que actuar con rapidez. Después de haber llegado hasta ahí, no iba a perderlo ahora.

Le empujó en el pecho con todas sus fuerzas y, pillado por sorpresa, Alex cayó en el serrín. Antes de que pudiera incorporarse, ella se sentó a horcajadas sobre él.

– No seas tonto, Alex. Te entiendo. -Le metió los dedos entre los oscuros cabellos. -Te lo ruego. Hemos llegado demasiado lejos para que hagas el tonto ahora; ya lo he hecho yo por los dos. Aunque en parte fue por tu culpa, que lo sepas. Me has repetido tantas veces que no sabías amar que, cuando realmente lo hiciste, pensé que sólo te sentías culpable. Debería haberlo sabido. Debería…

– Deja que me levante, Daisy. Ella sabía que podía quitársela de encima con facilidad, pero también sabía que no lo hacía por el bebé. Y porque la amaba.

Se inclinó hacia él. Le rodeó el cuello con los brazos y apretó la mejilla contra la suya. Extendió las piernas sobre las de él y apoyó los dedos de los pies encima de sus tobillos.

– Creo que no. Ahora estás un poco furioso, pero se te pasará en un par de minutos, en cuanto lo reconsideres todo. Hasta entonces, no pienso dejarte hacer nada que puedas lamentar más tarde.

Daisy creyó sentir que él se relajaba, pero no se movió, porque Alex era un tramposo redomado y esa podía ser una de sus tácticas para pillarla con la guardia baja.

– Levántate ya, Daisy.

– No.

– Acabarás lamentándolo.

– Tú no me harías daño.

– ¿Quién ha dicho nada sobre hacer daño?

– Estás furioso.

– Soy muy feliz.

– Estás muy furioso por lo que Sheba te ha obligado a hacer.

– Ella no me obligó a hacer nada.

– Te aseguro que sí. -Daisy alzó la cabeza para dirigir una amplia sonrisa a aquella cara ceñuda. -Lo ha hecho muy bien. De veras. Si tenemos una niña podemos llamarla como ella.

– Sobre mi cadáver.

Daisy inclinó de nuevo la cabeza y esperó, acostada sobre él como si fuera el mejor colchón anatómico del mundo.

Alex le rozó la oreja con los labios.

– Quiero casarme antes de que nazca el bebé -susurró Daisy acurrucándose más contra él. Sintió la mano de Alex en su pelo.

– Ya estamos casados.

– Quiero hacerlo de nuevo.

– Dejémoslo sólo en hacerlo.

– ¿Te vas a poner vulgar?

– ¿Te levantarás si lo hago?

– ¿Me amas?

– Te amo.

– No suena como si me amases. Suena como si estuvieras rechinando los dientes.

– Estoy rechinando los dientes, pero eso no quiere decir que no te quiera con todo mi corazón.

– ¿De veras? -Daisy alzó de nuevo la cabeza y le brindó una sonrisa radiante. -Entonces, ¿por qué tienes tantas ganas de que me levante?

Alex esbozó una sonrisa picara.

– Para poder probarte mi amor.

– Empiezas a ponerme nerviosa.

– ¿Temes no ser lo bastante mujer para mí?

– Oh, no. Definitivamente eso no me pone nerviosa. -Daisy inclinó la cabeza y le mordisqueó el labio inferior. En menos de un segundo, él lo convirtió en un beso profundo y sensual. A Daisy se le saltaron las lágrimas porque todo era maravilloso.

Alex comenzó a besarle las lágrimas y ella le acarició la mejilla.

– Me amas de verdad, ¿no?

– Te amo de verdad -dijo él con voz ronca. -Y esta vez quiero que me creas. Te lo ruego, cariño.

Ella sonrió a través de las lágrimas.

– Te creo. Vámonos a casa.

EPÍLOGO

Daisy y Alex se casaron por segunda vez diez días después en un campo al norte de Tampa. La ceremonia tuvo lugar al amanecer porque la novia insistió en contar con la presencia de un invitado que los demás hubieran preferido que olvidara.

Sinjun descansaba a los pies de Daisy, y ambos estaban unidos por una larga correa plateada. Un extremo rodeaba el cuello del tigre y el otro envolvía la muñeca de la joven. Como resultado de la presencia del felino, el número de personas que asistían a la ceremonia nupcial a las seis de esa mañana de octubre era bastante reducido. Y parecían bastante nerviosas.

– No sé por qué no pudo dejarlo en la jaula -le susurró Sheba a su marido, el hombre con quien se había casado unos días antes en una ceremonia celebrada en la pista central que finalizó con una actuación en el trapecio de los hermanos Tolea.

– A mí me vas a hablar de mujeres tercas -repuso él. -Estoy casado con una.

Ella le dirigió una mirada de complicidad.

– Tienes suerte.

– Sí-asintió Brady, -tengo suerte.

Al lado de ellos, Heather acarició la trompa de Tater mientras miraba a Daisy con aire crítico. Si ésa fuera su boda, decidió, llevaría puesto algo más bonito que unos viejos vaqueros, sobre todo -y Heather lo sabía de buena tinta- cuando no podía abrocharlos en la cintura. De hecho, se había puesto una de las enormes camisas azules de Alex para ocultarlo.

De todas formas, Daisy estaba muy guapa. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, y se había puesto una tiara de brillantes en forma de margaritas en el pelo. Alex se la había regalado por sorpresa, junto con un anillo de diamantes tan grande que era una suerte para todos que aún no hubiera salido el sol o se habrían quedado ciegos.

Ese verano había habido tantos cambios en la vida de Heather que todavía le costaba asimilarlos. Sheba no iba a vender el circo de los Hermanos Quest y a Heather le parecía genial que su padre y ella estuvieran intentando tener un bebé. Sheba era una madrastra la mar de guay. Le había dicho a Heather que podía empezar a salir con chicos ese año, aunque su padre había añadido que lo haría sobre su cadáver, y se había convertido en una persona casi tan cariñosa como Daisy.