Eligió al azar un plato de pollo y pasta y después cerró la carta y agarró su copa de vino. Sin querer, su mirada se deslizó un poco a la derecha. Josh estaba mirándola con unos ojos brillantes y cargados de humor y ella quiso reírse.
A regañadientes volvió a centrar su atención en Robert, que era un hombre muy agradable y mucho mejor que Josh. Al parecer, tendría que seguir recordándose eso una y otra vez hasta que empezara a sentir algo por él. Tenía que hacerlo.
Josh se recostó en su silla.
– Lo has hecho a propósito.
Marsha no levantó la mirada de la carta.
– No sé de qué estás hablando.
– Claro que sí. Eres una de las personas más inteligentes que conozco.
Ella dejó la carta sobre la mesa.
– Y deja que te diga cuánto te agradezco que digas «personas» y no «mujeres».
– De nada, pero ésa no es la cuestión. Sabías que Robert y Charity vendrían a cenar.
– ¿Ah, sí? -Marsha logró parecer inocente y petulante al mismo tiempo-. ¿Es que están aquí? No me había fijado.
– Tú has pedido esta mesa. Querías que estuviera frente a ella.
Marsha se atusó su melena blanca.
– Soy una mujer muy ocupada, Josh. No tengo tiempo para preocuparme por tu última conquista, por muy interesante que pueda ser.
– No juegues a hacer de celestina.
– ¿Tienes miedo de que funcione?
El verdadero problema era que no quería hacerle daño a su amiga. Marsha había sido buena con él y él se lo debía.
– Intentar juntar a dos personas nunca funciona. ¿Es que no ves los programas de testimonios?
– No -respondió ella-. Y tú tampoco. ¿Por qué no te gusta Charity?
Josh observó a la mujer en cuestión. A pesar del hecho de que había quedado para cenar, iba vestida romo una maestra conservadora, con un vestido sencillo abotonado hasta el cuello con una chaqueta suelta y de corte cuadrado que no revelaba nada. ¿Es que tenía falta de confianza en sí misma o sentía que tenía algo que ocultar?
Se vio deseando descubrirlo tanto como deseaba desabrocharle lentamente cada botón y dejar al descubierto la suave y cálida piel que se ocultaría debajo. Por otro lado, deseaba hablar con ella. Hablar únicamente.
Pero eso no sucedería, se recordó. Sexo, de acuerdo, pero ¿tener una relación sentimental? No, de ninguna manera.
– Me gusta -dijo él.
– ¿Pero?
– No es mi tipo.
– Tú no tienes un tipo preferido. Para eso tendrías que ser quisquilloso.
Él enarcó las cejas.
Marsha suspiró.
– Lo único que quiero decir es que no has salido en serio con nadie desde Angelique. Os divorciasteis hace dos años, ya es hora de que sigas adelante.
Su falta de citas con mujeres o la falta de interés en ellas no tenía nada que ver con Angelique, pero eso no se lo diría a Marsha.
– Agradezco tu preocupación, pero estoy bien.
– No, no lo estás. Estás solo. Y no finjas lo contrario. Soy mayor y tienes que respetarme.
– ¿Incluso aunque estés equivocada?
Ella le lanzó una implacable mirada.
– Entonces dime que me equivoco. Miénteme, si puedes.
Pero no podía y ella lo sabía.
– Charity está buscando algo que no puedo darle.
– ¿Como por ejemplo?
Él se encogió de hombros.
– Ella no es para mí.
– Eso no puedes saberlo hasta que hayas pasado algo de tiempo con ella.
– ¿Se te puede sobornar?
– ¿Cuánto dinero me ofreces? -Marsha sacudió la cabeza-. Dejaré de presionarte, al menos por ahora. Sabes que me importas, ¿verdad?
– Sí -él alargó la mano por encima de la mesa y le apretó la mano-. Tú siempre me has apoyado.
– Sólo quiero que seas feliz. A los hombres no les va bien solos. Necesitas tener a alguien en tu vida y creo que Charity también necesita a alguien. No ha dicho nada, pero si tuviera que adivinarlo, diría que está saliendo de una mala ruptura. Por eso lo entendería.
– ¿Lo del divorcio?
Marsha asintió.
Lo que su amiga no captaba era que el problema no era su divorcio, ya que éste no era más que un síntoma de algo que había salido mal.
Lo cierto era que no había disfrutado mucho del matrimonio. Él era básicamente un chico hogareño. Angelique había querido salir la mayoría de las noches, pero los mejores momentos que él había pasado con ella habían sido aquéllos en los que habían estado solos. Quería volver a tener eso… una conexión, complicidad, la sensación de saberlo todo de alguien. Siempre había pensado que sería igual que todo el mundo, con una esposa y un par de hijos.
Pero mientras no solucionara lo que estaba mal dentro de él, mientras no volviera a estar completo, no podría estar con nadie. No estaba pidiendo dirigir el mundo, sino simplemente volver a ser el hombre que había sido antes.
– Ahora me callaré -le dijo Marsha.
– Ojalá fuera verdad.
Ella se rió.
Josh sintió cómo su mirada pasaba a Marsha por alto y se centraba en Charity, que hablaba intensamente con Robert.
Parecían estar bien juntos, como si fueran una pareja. A Charity le iría mucho mejor estando con alguien como Robert, un tipo normal sin mucho bagaje, sin los fantasmas que siempre lo tenían a él buscando una respuesta que jamás podría encontrar.
El resto de la semana de Charity pasó entre reuniones y planificaciones. Había logrado ponerse en contacto con un gran hospital que estaba pensando en expandirse y estaba decidida a convencerlos de que Fool's Gold era la mejor ubicación posible para ellos.
A última hora del viernes se encontraba cansada y extrañamente inquieta. Intentó ver la televisión y cuando eso no funcionó, bajó a la sala donde el hotel albergaba una pequeña librería de DVDS. Ninguno le llamó la atención, así que volvió a su habitación, se puso una sudadera de capucha verde y salió a la calle.
Eran poco más de las nueve, ya estaba oscuro y hacía algo de fresco, pero no tanto como los días anteriores. Por fin había llegado la primavera apartando a un lado las bajas temperaturas. Las farolas inundaban las aceras y la hacían sentirse segura, como las mujeres que veía saliendo y entrando. No había muchas, pero las conocía de vista y a algunas incluso de nombre.
Fue hasta la librería, pero Morgan ya se había marchado hacía tiempo. Solía verlo barrer los escalones delanteros y se detenía para charlar con él al menos un par de veces a la semana. Saber que ese hombre formaba parte del paisaje de Fool's Gold le hacía sentir que había tomado la decisión correcta al mudarse allí.
Cruzó la calle para caminar junto al parque e, incluso en la oscuridad, pudo distinguir las formas de las flores de primavera agitándose ligeramente con la suave brisa.
Al día siguiente por la noche tenía una cita con Robert. Irían a Margaritaville y, aunque agradecía la invitación, cuando él había mencionado el restaurante lo único que había podido pensar era que Josh le había advertido que no se pasara con los margaritas.
No era culpa de Robert, se recordó. Josh era un hombre que excedía la realidad, era como una fuerza de la naturaleza. Alguien normal y simpático podría pasar desapercibido fácilmente, pero estaba decidida a no permitir que eso sucediera con Robert.
Siguió caminando junto al parque. Al otro lado de la calle se encontraba la tienda de deportes. Captó un rápido movimiento y se detuvo al ver a alguien montando en bici delante de la tienda y desapareciendo por la parte trasera. El ciclista guardaba un parecido increíble con Josh, pero él le había dicho que nunca montaba en bici.
Charity cruzó la calle. Tenía que haberse confundido. ¿Por qué iba a decirle que ya no montaba en bici si en realidad lo hacía? ¿Acaso era para tanto? Tenía que ser otra persona, pero quería asegurarse.
Cuando rodeó la parte trasera del edificio, vio un pequeño cobertizo entre unos árboles. La puerta estaba abierta y pudo ver a un hombre terminando de ponerse unos vaqueros. Se metió una sudadera por la cabeza y se puso unas botas.
La bombilla que colgaba del techo no daba mucha luz, pero sí la suficiente para poder identificar al hombre. Josh alzó la mirada y la vio.
Charity le dijo lo primero que se le ocurrió:
– Me dijiste que ya no montabas en bici.
– No sabía que ibas a espiarme -él salió del cobertizo, cerró la puerta con llave y caminó hacia ella.
Estaba sonrojado y cubierto de sudor y tenía la respiración acelerada, como si acabara de terminar de hacer un esfuerzo físico extenuante. Nada tenía sentido, pero el hecho más interesante era que su curiosidad parecía ser suficiente distracción como para poder controlar la reacción que tenía ante él. El cosquilleo seguía allí, pero quería saber qué estaba pasando casi tanto como quería ronronear y frotarse contra él cual gatita mimosa.
Tal vez con el tiempo podría mantener una conversación completa con él sin tener que oír a sus hormonas canturrear.
– No estaba espiando -dijo ella aún confundida por lo que Josh estaba haciendo-. Te he visto pasar y me ha parecido que eras tú -ahora todas las piezas encajaban-. ¿Es esto lo que haces todas las noches? ¿Montas en bici? ¿Vuelves al hotel cansado y sudoroso por el ejercicio? Bueno, es que todos piensan que vienes de practicar sexo.
– ¿Y tú también lo piensas?
– No soy yo la que tenía una chica esperándome en mi habitación.
Él le lanzó una impresionante sonrisa y ella sintió cómo le temblaban las rodillas.
– La gente hablaría si lo hicieras, aunque de un modo distinto a como hablan de mí.
– Seguro que es verdad -lo observó bajo la farola. Estaba muy guapo, aunque siempre lo estaba-. Todo el mundo me dijo que en Fool's Gold no existían los secretos.
– Pues entonces éste es el único.
– ¿Por qué sales a montar por la noche?
Josh se quedó mirándola como si estuviera juzgándola… no, no estaba juzgándola. Estaba como tanteando, valorando… pero ¿qué? ¿Si podía confiar en ella? ¿Si de verdad estaba interesada en saberlo? Charity sintió la necesidad de decirle que creyera en ella, que jamás le daría la espalda. Pero eso lo pensaban sus hormonas, se dijo, mientras seguía esperando que él se explicara.
– Monto por la noche porque hacerlo durante el día no es una opción.
Josh no había estado seguro de si decírselo o no, pero ahora que había empezado ya no había vuelta atrás.
Tal vez quería que alguien conociera su secreto, o tal vez era por el modo en que a Charity le sentaban los vaqueros, la sudadera de capucha y el pelo recogido hacia atrás en una coleta, porque todo ello la hacía parecer menos correcta y más cercana. Y no es que se hubiera visto intimidado por ella, jamás lo había intimidado una mujer, pero tal vez era por esa forma de mirarlo como si de verdad quisiera comprenderlo.
De todos modos, ella no debía de tener muy buena opinión de él, así que contárselo no cambiaría nada.
– ¿Cuánto sabes de mí? -le preguntó él.
Charity resopló.
– Por favor, no me digas que esto trata de tu ego porque si es así…
– No me refiero a eso. ¿Cuánto sabes sobre mi carrera como ciclista y por qué la dejé?
– Te retiraste, tú me lo dijiste. Es un deporte para los jóvenes.
– ¿Nada más?
– ¿Es que hay algo más?
– Siempre hay algo más.
Josh fue hacia la acera y ella lo siguió.
– Monto por las noches porque no quiero que nadie sepa que sigo haciéndolo. Si la gente me ve, hará preguntas. Querrán que participe en carreras benéficas o que me plantee volver y no puedo hacerlo.
– ¿Por qué no? ¿Estás lesionado?
– Un chico se cayó durante mi última carrera. Era un compañero de equipo. Se suponía que yo tenía que cuidar de él, pero se golpeó y murió.
– ¿Y te culpas por eso?
– En parte.
– ¿Fue culpa tuya?
Él dejó de caminar y se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros.
– ¿Alguna vez has visto a un pelotón caer? Un tipo se tambalea, se choca contra otro y ahí acaba todo para todos. Lo único que puedes hacer es salvarte. Yo me salvé y Frank no.
Una vez más vio a su amigo volando por el aire y oyó el desagradable sonido del cuerpo del chico chocando contra la carretera.
Ella lo miró con sus ojos marrones cargados de preguntas.
– Pero tú no tuviste nada que ver con la caída, ¿verdad?
– No.
– Y no fuiste tú el que provocó su caída.
Él negó con la cabeza.
– Entonces no se puede decir que lo mataras tú.
Estaba afirmando más que preguntando.
«Impresionante», pensó, sorprendido de que ella ya hubiera dado en el clavo. Algunos amigos habían ido a hablar con él para intentar que volviera a reunirse con ellos; le habían dicho que no era culpa suya, que nadie lo culpaba y todos pensaban que se trataba de una cuestión de culpabilidad.
En cierto modo tenían razón, la culpabilidad estaba ahí. Fuerte. Poderosa. Lo perseguía y hacía todo lo posible por consumirlo, pero ése no era el verdadero problema.
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