– No puedo montar con nadie más -dijo en voz baja mirando por encima de la cabeza de Charity al negro cielo-. No puedo estar junto a otro ciclista sin perder el control. Me entra el pánico y no puedo respirar. Me pongo a temblar.
– ¿No es eso sólo ansiedad? ¿No puedes hablar con alguien o tomarte algo?
– Probablemente sí, pero no puedes ser ciclista profesional si estás débil o te medicas.
– Pero esto no se trata de estar débil.
– Claro que sí -se trataba de estar débil, roto y humillado. Se trataba del fracaso-. Por lo que tú ves y sabes, es un deporte individual, ¿verdad? Pero no es así del todo. Hay equipos. Corremos en grupo, formamos un pelotón, y ya no puedo hacerlo. No podría montar a tu lado sin apartarme. El deseo, el fuego, sigue dentro de mí, pero no puedo llegar a él ni tocarlo. Lo que fuera que había está enterrado en una pila de porquería muy dentro de mí y jamás podré desenterrarlo.
Pensó que en ese momento ella daría un paso atrás y que se daría la vuelta disgustada. Eso era lo que había hecho Angelique. Había arrugado sus perfectos labios, le había dicho que no le interesaba tener un marido tan cobarde porque quería un hombre de verdad y, con eso, se marchó.
Él le había mostrado su defecto más hondo, había expuesto su alma y ella se había marchado. Era lo que la gente hacía, se marchaban cuando estabas roto, y eso era algo que le había enseñado su madre.
Charity lo sorprendió al seguir mirándolo y después sacudió la cabeza.
– No te creo. Si ese fuego está aquí, encontrará un camino para salir.
«Ojalá», pensó él.
– ¿Quieres decirme cuándo? Tengo una vida que quiero recuperar.
– ¿Quieres decir que no estás satisfecho con tu vida como dios de una pequeña ciudad?
– Dejando a un lado el estatus de deidad, no quiero terminar así mi carrera -como un perdedor. Con miedo.
– No quiero ponerme demasiado metafísica contigo, pero tal vez haya una razón para lo que pasó.
– Si eso es verdad, entonces también lo es ese viejo refrán: la venganza es un arma de doble filo -se encogió de hombros-. No pasa nada, Charity. Éste no es tu problema. Vamos, venga, dime que todo se arreglará y que estaré bien.
– Eso no resolverá nada.
– Pero te sentirás mejor.
– Ya me sentí bien antes.
Ella comenzó a avanzar hacia el hotel y él caminó con ella.
– Te gusta que piensen que sales para tener relaciones sexuales con cincuenta mujeres distintas cada noche.
– Eso oculta la verdad -giró la cabeza hacia los edificios que tenía al lado-. Crecí aquí y la buena gente de Fool's Gold ha invertido mucho en mí. No quiero que sepan la verdad.
– No ha pasado nada malo. Tuviste una reacción natural ante una circunstancia horrible.
– Me asusté durante una carrera; no se puede decir que me enfrentara al fuego de un francotirador en una guerra.
– Eres demasiado duro contigo mismo.
– Eso no es posible.
– Oh, por favor. No seas tan hombre.
– Si no lo fuera, mi reputación sería todavía más interesante.
Charity se rió y el dulce sonido se dejó arrastrar por el aire de la noche. Era una persona de trato muy agradable, resultaba fácil estar con ella. Y no había salido corriendo, cosa que él agradecía, y por eso Josh creía que no le contaría a nadie lo que le había dicho.
Cuando estaban muy cerca del hotel, él se detuvo.
– Tú ve delante.
– ¿Por qué?
– ¿Quieres que la gente piense que hemos estado juntos?
– Sólo estábamos paseando.
– Vamos, Charity. Llevas aquí… ¿cuánto? ¿Tres semanas? ¿De verdad crees que dirán que sólo estábamos paseando?
– Probablemente no.
Él enarcó las cejas.
Ella sonrió.
– Definitivamente no. De acuerdo. Entendido. Yo iré primero.
Dio un paso al frente y se dio la vuelta.
– Te quieren. Lo entenderían.
– Quieren al tipo de los pósters.
– Tal vez te sorprenderían.
– No en un buen sentido.
– No sabía que eras un cínico.
– Soy realista -le dijo-. Y tú también.
– Creo que estás subestimando su afecto.
– No es un riesgo que esté dispuesto a correr.
Comenzó a decir algo y después sacudió la cabeza y cruzó la calle.
Él la vio irse. El contoneo de sus caderas lo obligó a posar la mirada en sus nalgas. Era bella de un modo discreto y sutil; la suya era una belleza de ésas que envejecían bien. En otra época, cuando él había sido de verdad Josh Golden, podría haberla tenido en un santiamén, aunque lo más irónico era que ni siquiera se habría detenido a fijarse en ella.
¡Qué gran sentido del humor tenía la vida!
Seis
Charity hizo todo lo que se le ocurrió para prepararse para la reunión con el comité del hospital. Era su primera oportunidad real de probarse a sí misma y quería que todo saliera a la perfección.
Había cargado la presentación en su nuevo portátil y después la había descargado en el de Robert, por si acaso. Había reunido información sobre los emplazamientos que se barajaban y había comprobado las recientes y grandes donaciones; se sentía segura con la información recopilada y preparada para actuar.
A las nueve y media exactamente del martes por la mañana, ocho personas entraron en la sala de juntas y Charity estuvo preparada para recibirlos.
La alcaldesa Marsha fue la primera en hablar, les dio la bienvenida a Fool's Gold y le aseguró a todo el mundo lo mucho que la ciudad deseaba recibir el nuevo recinto del hospital. Marsha repasó una serie de aspectos importantes, las amnistías fiscales, el increíblemente razonable precio de la tierra y las subvenciones que ya habían empezado a solicitar.
Marsha y Charity habían pasado la mayor parte del día repasando lo que dirían, así que Charity estaba preparada para cada uno de los aspectos mencionados por Marsha. La alcaldesa terminó con un chiste sobre los campos de golf de la zona, que era la señal para que Charity supiera que había llegado su turno.
Gracias a su investigación sabía que de los ocho miembros del comité, el verdadero puntal del equipo era el doctor Daniels. Como médico acostumbrado a tratar situaciones imposibles, le gustaba ir al grano, tomar una decisión y seguir adelante. Había accedido a entregarle al comité parte de su tan importante tiempo y por ello quería que la situación se solucionara rápidamente. Charity tenía planeado utilizar eso en su provecho.
Pasó unas carpetas y abrió su ordenador.
– Sé que están todos muy ocupados -comenzó a decir-, así que primero quiero darles las gracias por haberse tomado la molestia de venir a Fool's Gold. Mi objetivo es darles la información que necesitan para tomar la decisión correcta en lo que concierne a la expansión de su hospital -se detuvo para sonreír-. Y quiero explicarles por qué Fool's Gold es el lugar correcto en el momento correcto. Además de ofrecerles viviendas excelentes para sus trabajadores, escuelas de calidad superior para sus hijos y una cálida y simpática comunidad llena de trabajadores cualificados, queremos que estén aquí. Estamos decididos a hacer lo que sea necesario para convencerles de que este lugar es donde tiene que estar su hospital.
Comenzó con su presentación en PowerPoint y cliqueó sobre varias fotografías espléndidas de la zona. El punto clave de la reunión llegó después, con muchas estadísticas sobre empleos cualificados, pacientes potenciales y temas sobre calidad de vida. Además, dirigiéndose al doctor Daniels, soltó un pequeño rollo publicitario.
– Necesitamos desesperadamente una unidad especial de atención de traumatismos -dijo mientras cliqueaba para mostrar otra fotografía-. Puede que no tengamos las heridas de bala de una ciudad infestada de bandas, pero tenemos accidentes de esquí y de excursionismo por la montaña y accidentes de coche sobre todo durante el invierno y las temporadas de turistas. El año pasado hubo tres caídas de escaladores. Dos murieron antes de poder llegar a la unidad de traumatismos de San Francisco. Si hubiéramos tenido una propia, esos dos jóvenes hoy seguirían vivos.
A continuación, pasó a comentar el número de nacimientos que se producían al año para ilustrar la necesidad de un nuevo centro de maternidad y para cuando llegó el mediodía, ya había repasado todos los detalles que Marsha y ella habían visto necesarios.
– Por favor, acompáñenme, nos servirán el almuerzo abajo -dijo señalando la puerta-. A la una en punto les ofreceremos una visita por la zona y a las dos ya podrán ponerse en camino para volver a casa, tal y como les prometimos.
Todo el mundo se levantó y fue hacia la puerta. El doctor Daniels, un guapo cuarentón, se detuvo.
– Ustedes sí que nos han escuchado. Les dijimos al resto de ciudades que hemos visitado que queríamos terminar a las dos y en uno de los sitios nos entretuvieron hasta las cinco y en el otro hasta las cuatro y media.
Charity se encogió de hombros.
– Por supuesto que hay más cosas que me gustaría que vieran, pero respetamos su tiempo. Tenemos mucho que ofrecer, doctor Daniels, y espero que nos den la oportunidad de mostrárselo.
– Ya lo veo, ha sido una presentación excelente. Estoy impresionado.
– En ese caso, he hecho mi trabajo.
Josh abandonó el hotel un poco después de las siete de la tarde. Era pronto para que saliera a montar en bici porque los días estaban haciéndose más largos, pero estaba inquieto. Por lo general le gustaba estar en el hotel, pero últimamente se había sentido encerrado. Siempre podía mudarse a una de las casas que tenía en propiedad ya que, por lo general, siempre quedaba alguna de alquiler disponible, pero ¿qué haría en una casa propia?
Caminó por el centro de la ciudad y se detuvo enfrente del Bar de Jo, un lugar que llevaba años allí. Durante la última década había habido una docena de propietarios, la ubicación era buena, pero los dueños nunca habían parecido sacarle partido. Pero entonces, tres años antes, había aparecido Josephine Torrelli y lo había comprado. Había contratado unos obreros, había tirado abajo el local y lo había reconstruido hasta transformarlo en un bar tranquilo y agradable que solía servir principalmente a mujeres. Había un par de grandes pantallas de televisión que mostraban reality shows y teletiendas para el gran público femenino. Por su parte, los chicos tenían un par de televisiones situadas junto a la larga barra y cerveza a buen precio.
Corrían muchos rumores sobre Jo. Algunos decían que era hija de una antigua estrella con dinero que gastar y, ciertamente, sí que había tenido que gastarse mucho en la remodelación. Otros decían que estaba huyendo de un marido maltratador y utilizando un nombre falso. Otros cuantos creían que era una princesa de la mafia decidida a alejarse de su familia de la Costa Este.
Josh sospechaba que la historia más probable era ésa última. Jo, una mujer bella de treinta y tantos años, parecía saber demasiado sobre la vida como para haber crecido en un barrio residencial. Él sabía que guardaba una pistola cargada detrás de la barra y cuando se inició una pelea en el bar el año anterior, se había mostrado más que preparada para usarla, lo cual también le daba credibilidad a la historia del marido maltratador, pensó él mientras cruzaba la calle y entraba en el bar.
El lugar estaba bien iluminado sin romper el ambiente sutil y tenue del lugar. En las televisiones pequeñas se podía ver béisbol: los Giants en una y los Oakland en otra. Unos cuantos fans intransigentes de los Dodgers se arremolinaban alrededor de una de las pequeñas pantallas. La pantalla más grande mostraba unas modelos delgadísimas caminando sobre una pasarela. Había varios grupos de mujeres entre mesas redondas y globos celebrando el cumpleaños de alguien y unos cuantos chicos jugaban al billar en una mesa situada al fondo.
Varios de los clientes lo saludaron; él les devolvió el saludo y fue hacia la barra.
– Una cerveza -le dijo a Jo antes de girarse para ver a los Giants. En ese momento, un anuncio ocupaba la pantalla. Miró a otro lado, hacia las mujeres de las mesas, y cuando estaba a punto de volver a girarse hacia la barra, vio a alguien que conocía en una esquina.
Ethan Hendrix estaba sentado con uno de sus hermanos y otro hombre más. Josh se puso tenso. Parecía que era la semana de enfrentarse al pasado.
En un mundo perfecto se acercaría a Ethan y charlarían. Ya habían pasado años y había llegado el momento de superarlo. Había llamado a Ethan unas cuantas veces durante los últimos años, pero su viejo amigo nunca se las había devuelto. Ahora parecía que no podía moverse y su amigo no miró en su dirección en ningún momento.
Jo le puso una cerveza enfrente. Él dio un sorbo.
– Bien -dijo-. ¿De dónde es?
– De una destilería de cerveza artesanal en Oregón, al sur de Portland. Un chico vino con muestras y eso hay que respetarlo. Al parecer, viaja por la Costa Oeste intentando que le compren su cerveza.
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