Charity miró a Marsha, que parecía impactada.
– ¿De cuánto estamos hablando? -preguntó la alcaldesa.
– Setecientos cincuenta mil dólares.
– Gracias por ocupar el puesto de Crystal en el comité -dijo Pia mientras Charity y ella caminaban hacia el centro de recreo situado junto al parque.
– Estoy deseándolo -respondió Charity-. Quiero involucrarme en las actividades de la ciudad.
– Aja. Eso lo dices ahora, pero deja que te deje algo claro, ya has aceptado, así que no hay vuelta atrás. Después no vengas lloriqueando y quejándote.
Charity se rió.
– ¿Tan malo puede ser?
– Vuelve a preguntármelo dentro de tres meses cuando estés inscribiendo a mil quinientos corredores.
– ¿De verdad hay una carrera? -preguntó Charity fingiendo sorpresa.
– Es muy divertida.
– Lo haré bien.
– Más te vale. Eres nueva y tienes energía. Tengo decidido utilizarte sin ningún recato -Pia se cambió el bolso de brazo-. Por cierto, me encanta esa chaqueta. El rojo te sienta genial.
– Gracias. He ido de compras.
Los pantalones negros también eran nuevos, de corte recto y largos sobre sus botas de tacón alto. El jersey negro de manga corta contrastaba con el rojo intenso de la chaqueta inspirada en Caperucita Roja.
Pia se detuvo.
– ¡Oh, Dios! La otra noche, en casa de Jo… ¿dije algo sobre tu ropa?
– Dijiste que estaba un poco anticuada.
Pia se estremeció.
– Estaba borrachísima. Lo siento. En casa de Jo estuve odiosa, ¿verdad? ¿Podrás perdonarme?
Charity le tocó un brazo.
– No hay nada que perdonar. No te equivocabas. Vestía de un modo demasiado conservador. Era como si me ocultara con ello y no es que necesite terapia ni nada de eso. Fuiste una buena llamada de atención.
– Lo siento.
– No, deja de disculparte. Tenía que oír la verdad sobre mi ropa. Tenías razón, vestía como alguien mucho mayor.
Pia se estremeció.
– Tengo que recordarme algo: no vuelvas a beber.
– ¿Cuánto tiempo durará ese propósito?
Pia sonrió.
– Por lo menos una semana.
Entraron en el centro de recreo donde había una pequeña cafetería con unas cuantas mesas y un largo pasillo con clases a cada lado. Según caminaban, Charity vio un grupo de señoras mayores con álbumes de recortes mientras, al otro lado, unos niños pequeños hacían artes marciales.
– Aquí puedes aprenderlo casi todo -dijo Pia-. El año pasado alguien vino desde Los Angeles y dio una clase de Feng Shui. Fue interesante. Cambié toda mi habitación para atraer al amor y al poder. No funcionó. Tal vez debería haberme centrado en atraer al dinero.
– Um, pero probablemente no en tu dormitorio -le dijo Charity.
Pia sonrió.
– Tienes razón. Eso sería ilegal.
Entraron en el gran auditorio situado al fondo del edificio donde ya había unas veinte personas.
– Sé que ahora no necesitamos un espacio tan grande, pero lo necesitaremos luego, y he aprendido a quedarme primero con el espacio grande antes de que otro lo reclame. ¿Conoces a todo el mundo?
– Creo que sí.
Charity vio varios rostros familiares, incluido Morgan, que la saludó. También estaba una de las mujeres del Ayuntamiento y…
Se le erizó el pelo de la nuca, sintió un cosquilleo recorriéndola de arriba abajo y, sin necesidad de darse la vuelta, supo que Josh estaba allí.
Desde el beso, había hecho todo lo posible por evitarlo y hasta el momento había funcionado, aunque ahora parecía que se le había acabado la suerte.
Se giró lentamente y lo vio hablando con varias personas. Incluso bajo una mala iluminación, tenía un aspecto impresionante. A su cabello rubio dorado le hacía falta un buen corte, pero eso no hacía más que sumarse a su atractivo. Era alto, fuerte y tenía un rostro que haría que un ángel quisiera pecar. Peor incluso, besaba con una pasión tal que la había dejado sin fuerzas y a punto de suplicarle. ¿Era justa esa situación?
Justo en ese momento, él alzó la mirada y la vio. Aunque no la saludó, ella vio algo en sus ojos muy parecido a un intenso brillo, como si estuvieran compartiendo un chiste privado. Se dio la vuelta.
Pia los miró.
– Vaya. Está claro que lo odias.
– ¿Qué? ¿Por qué dices eso?
– Lo mirabas y te salían chispas por los ojos. No puedo creerme que el viejo encanto no esté funcionando contigo.
¡Vaya! Lo último que necesitaba era que Pia empezara a hacerle preguntas.
– No. No es eso. Apenas lo conozco. Estaba pensando en otra persona. Hay… hay un problema en el trabajo.
– Oh -Pia bajó la voz-. Los tres cuartos perdidos del millón de dólares. Marsha me lo ha contado. No te preocupes. No se lo he dicho a nadie. Lo siento. No debería haber dado por hecho que estabas enfadada con Josh. Es que estoy tan acostumbrada a ver que todo el mundo lo adora que me ha parecido muy extraño.
– No pasa nada.
– ¿Estás buscando diversión? Porque Josh está disponible o, por lo menos, eso creo. Tiene tantas mujeres que es difícil saberlo.
– No voy a ponerme a hacer un control de masas.
– Pues merecería la pena. Confía en mí. Fui al instituto con él, yo iba unos años por debajo, pero todas lo adorábamos. Incluso por entonces ya era especial.
– ¿Alguna vez…? -Charity se detuvo, sin estar muy segura de cómo hacerle la pregunta-. ¿Habéis tenido alguna relación?
– No, pero yo quería. Él es como un dios y no lo conocía tan bien -miró su reloj-. Creo que debería dar por inaugurada esta reunión.
Alzó la voz.
– A ver, todos. Sentémonos y vamos a empezar. Cuanto antes lo hagamos, antes podemos volver a casa a ver Operación Triunfo.
Charity fue hacia la mesa. En un intento de evitar que alguien pensara que había algún problema, hizo todo lo posible por no mirar a Josh, cosa que resultó ser un error ya que terminó quedándose de pie junto a una silla vacía que había al lado de él.
– ¿Quieres sentarte? -le preguntó él retirándole la silla.
Sin saber qué más hacer, se sentó, aunque después deseó no haberlo hecho cuando él se sentó a su lado.
No es que no le gustaran las vistas, porque Josh siempre estaba guapísimo, pero estaba cansada y, por ello, se sentía menos capaz de luchar contra su atracción. Tal vez debería probar a tomarse una bebida energética antes de volver a encontrarse con él.
– ¿Cómo has acabado metida en esto? -le preguntó Josh, inclinándose hacia ella.
La mirada de Charity pareció posarse en su boca, esa boca que había besado la suya hacía unos días. Era un beso que estaba intentado olvidar, pero se dio cuenta de que pasar todo su tiempo evitando pensar en él era lo mismo que pasar todo el tiempo pensando en él.
– Crystal me pidió que ocupara su lugar.
La expresión de Josh se volvió tensa.
– Pobre. Lo está pasando mal.
– No la conozco muy bien, pero parecía muy dulce. Dijo que no se sentía lo suficientemente bien como para seguir.
Charity volvió a centrar la atención en Pia e intentó no fijarse en Josh cuando él se recostó en su silla. El movimiento acercó su brazo peligrosamente a ella y eso la hizo preguntarse si podía dejar las cosas como estaban, sin más, o debía apartarse de él.
– La carrera es un evento de un día -estaba diciendo Pia-, lo cual significa que habrá pocas reservas en los hoteles y ya sabéis cómo odio eso. Necesitamos que la gente llene los hoteles.
– Podríamos alargar la carrera -gritó un hombre.
– No nos sirve -respondió Pia.
Cuando terminó de revisar su lista de cosas que hacer, Charity accedió a participar en el comité de propaganda.
– Yo también me apunto -le dijo Josh cuando la reunión llegó a su fin-. Es fácil. Sólo hay que conseguir el sponsor de algunos negocios.
– ¿No tienes varios negocios en la ciudad? -le preguntó ella.
– Aja, y prometo ser generoso.
– Qué suerte tengo.
– Eso creo. ¿Ya has empezado a buscar casa?
– Este fin de semana voy a ir a ver unas cuantas para ver cómo está el mercado inmobiliario, aunque no estoy segura de qué estoy buscando.
– ¿Eres de esos compradores que dicen «lo sabré cuando lo encuentre»?
– Algo parecido. Nunca he tenido una casa propia -admitió-. Cuando salí de la universidad, me centré en pagar los créditos para los estudios y en ahorrar dinero. Me mudé a Henderson justo cuando estalló la burbuja inmobiliaria y no pude permitirme lo que quería. Después el mercado comenzó a bajar y quise esperar hasta que casi tocara fondo, pero entonces…
¿Por qué había iniciado esa detallada conversación sobre el mercado inmobiliario?
Josh estaba esperando, mirándola. Ella podía sentir la intensidad de su mirada y, aunque estaba segura de que no pretendía ser ardiente, ella la captó así.
– Para entonces empecé una relación con alguien -admitió esperando no sonrojarse.
– Y quisiste esperar a ver si los dos acabaríais comprando una casa juntos. Tiene sentido. Supongo que el hecho de que estés aquí significa que no hicisteis un mate.
A pesar del cálido rubor en sus mejillas, se echó a reír.
– ¡Cómo os gustan a los hombres las buenas metáforas de deportes!
– Lo llevamos en la sangre.
– No, no hicimos un mate. Rompimos hace unos meses. Me enteré de este trabajo y di el paso, así que ésta será la primera casa que me compre.
– Naciste para tener una casa.
– ¿Por qué dices eso?
– Eres responsable, quieres establecerte, echar raíces y estarías genial sentada en la mecedora de un porche -la miró de arriba abajo antes de volver a detenerse en sus ojos-. Y en pantalones cortos.
La calidez de sus mejillas se intensificó.
– Si eso ha sido un cumplido, gracias.
– De nada. Y esta noche estás genial. Me gusta el rojo.
Él le puso la mano en la parte baja de la espalda y la sacó de la sala mientras ella intentaba no percatarse de ese contacto físico, ni siquiera cuando le abrasaba la espalda.
– Por cierto, sé de una casa que va a salir al mercado. Está en una parte fantástica de la ciudad. Se construyó alrededor de 1910, pero está completamente remodelada. La instalación eléctrica y las tuberías se han reformado para ajustarse a las nuevas normativas. No es enorme, pero creo que te gustaría. Yo… eh… conozco al dueño y podría pedirle la llave. ¿Quieres que te la enseñe?
– ¡Claro!
Charity se dijo que sólo estaba interesada en la casa, pero sabía que se estaba mintiendo. Lo que de verdad esperaba era que en la tranquilidad de una casa vacía, Josh intentara algo con ella. No es que fuera a ceder, pero sin duda estaba deseando que se produjera la situación.
El sábado por la mañana, Charity se reunió con Josh en el Starbucks de la esquina donde pidió su café con leche desnatada y se echó un poco de sabor a moca. Josh estaba de pie hablando con un par de mujeres que, obviamente, intentaban convencerlo de algo. Ella esperó hasta que las otras mujeres se marcharon antes de reunirse con él.
– Ha sido intenso -dijo ella mientras lo seguía hasta afuera.
– Quieren que abra una escuela de ciclismo aquí en la ciudad para que los niños entrenen de manera profesional. Hay unas cuantas en el país.
Ella pensó en lo que conocía sobre su pasado.
– ¿Y?
– Es una idea.
– ¿Una que no quieres llevar a la práctica?
– Hoy no.
Comenzaron a caminar por la acera.
– ¿Vamos a ir caminando?
– Es como un kilómetro y medio. ¿Quieres que vayamos en coche?
– No. Me gusta caminar. Vivir aquí hará que se me desgasten menos los neumáticos.
Se cruzaron con una pareja de mujeres que iban haciendo jogging y que los saludaron. Charity vio a la mujer de la izquierda susurrarle algo a su amiga y señalar. Hizo una mueca.
– Somos una pareja, ¿verdad? -preguntó ella con un suspiro-. Había olvidado por completo las consecuencias de que la gente nos vea juntos.
– ¿Te importan los cotilleos?
– No, si nadie pregunta los detalles.
– Esperarán que les digas que soy un dios en la cama.
«Probablemente lo seas», pensó ella sonriendo.
– ¿Lo eres?
Él enarcó las cejas.
– ¿Quieres referencias?
– ¿Es que las tienes?
– Podría conseguir unas cuantas si las necesitas -dijo Josh.
– Gracias, pero lo contaría sin darme cuenta si alguien me pregunta.
– No me importa.
– Seguro que no -murmuró Charity antes de dar un sorbo de café.
Un dios en la cama. Si alguien podía encajar en esa descripción, ése era Josh. Era una absoluta tentación, pero una que tenía decidido resistir. Era prácticamente venerado allá donde iba y ella era una persona normal. Había estudiado Mitología en la facultad y sabía lo que les sucedía a los meros mortales que osaban entrar en el reino de los dioses.
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