– ¿Un ordenador hace eso, verdad?

– Puede hacerlo. Las mayores preocupaciones se dan durante el final del verano y a comienzos del otoño, cuando los murciélagos migran.

Tuvo la extraña sensación de que tenía algo en el pelo.

– Em, ¿los murciélagos migran?

Él asintió.

– Podría haberme pasado la vida sin saber eso.

– Quieren estar a tu lado tanto como tú quieres estar a su lado.

– Aja. Eso suena bien, pero no me lo creo. Creo que los murciélagos se echan muchas risas haciendo gritar a las chicas.

– Puede que sí. No había pensado en ello, pero podrías tener razón.

Él le enseñó un fragmento de un DVD y unas cuantas fotografías más antes de darle un mapa de la zona.

– Aquí está la granja de molinos más cercana -dijo él señalando el mapa-. Puedes ir conduciendo hasta allí si quieres verlos en persona. La zona está vallada, pero puedes acercarte bastante con el coche para hacerte una idea del tamaño y del ruido -sonrió-. Ve durante el día y así evitarás a los murciélagos.

– Tomo nota -dijo ella mientras agarraba el mapa-. Gracias. Aprecio toda la información.

Comenzaron a caminar hacia el edificio principal.

– ¿Te gusta la vida en una pequeña ciudad?

– Es genial, aunque sigo aprendiéndome el nombre de todo el mundo.

– Llevará un tiempo. Os he visto a Josh Golden y a ti juntos algunas veces.

Habló con un tono natural, desinteresado, pero ella pensaba que el comentario no lo era.

– No estamos juntos -se apresuró a decir-. Me ha enseñado una casa que sale al mercado y estamos juntos en un comité. Nada más.

Ethan se rió.

– Las mujeres no suelen hacer nada por evitar que las relacionen con él.

Ella se estremeció.

– No pretendo decir que no me cae bien -se detuvo-. No de esa forma…

Era casi verdad, se recordó. Querer tener sexo con alguien no era lo mismo que el hecho de que te gustara la persona. Las erráticas hormonas funcionaban a su antojo, mientras que su mente estaba más preocupada por las cualidades internas de un hombre.

– Ya… -dijo Ethan con unos ojos cargados de humor.

Ella suspiró.

– La celebridad local es todo un desafío. No sé qué decir.

Ethan la miró.

– No es un mal tipo.

– Pensé que no os llevabais bien -dijo ella antes de llevarse las manos a la boca-. Lo siento -farfulló dejando caer la mano-. La gente habla y a veces escucho.

– Lo comprendo. No te preocupes por ello -siguió caminando-. Lo que fuera que pasara entre Josh y yo sucedió hace mucho tiempo. ¿Alguna vez has ido a una carrera?

Ella negó con la cabeza.

– Siempre hay una multitud. Los ciclistas van en pelotones, tan juntos que el error más leve puede hacer que caigan prácticamente todos. Las velocidades son increíbles. En el tramo de la pendiente abajo, decir ochenta o cien kilómetros por hora no es imposible. Lo que me pasó no fue culpa de Josh. En realidad fui yo el que se chocó contra él, pero fui yo el que cayó.

– Entonces, ¿por qué no os habláis?

Ethan le sonrió.

– Eso tendrás que preguntárselo a Josh.

Llegaron al coche.

– Gracias por el tiempo -le dijo ella-. Gracias por el recorrido y por la lección sobre murciélagos.

– Cuando quieras.

Se despidió de ella y volvió al despacho.

Ethan caminaba con largas zancadas y sólo una leve cojera. Estaba soltero, era guapo y encantador… Y ella no sentía absolutamente nada en su presencia.


Josh alzó la mirada cuando Marsha y Pia entraron en su despacho. Eddie le hizo una señal con la mano desde su mesa y después le dio la espalda, como si estuviera diciendo en silencio que eso no era asunto suyo.

– ¿Lo has oído? -le preguntó Pia dejándose caer en una de las sillas delante de su escritorio-. Se ha cancelado una gran carrera de bicis y quieren encontrar una nueva ubicación. Acaban de llamarme. Es fantástico.

– Sí. Que una empresa tenga que cancelar un evento porque está perdiendo dinero es motivo de celebración -dijo Marsha con sequedad-. Tal vez el año que viene descubriremos que hay cierres de empresas y podamos celebrar fiestas.

Pia puso los ojos en blanco.

– Ya sabes lo que quiero decir. Está claro que no quiero que nadie pierda su trabajo, pero eso no tiene por qué ser malo para la caridad. No si alguien tiene que hacerse cargo, cosa que vamos a hacer nosotros -le dio a Josh una hoja de papel-. Sé qué estás pensando. Ya vamos a celebrar la Carrera hacia la Cura, pero ésa es para corredores. Y sólo dura un día. Esto es mucho más. Un gran evento, decenas de atractivos ciclistas y hoteles llenos. Están desesperados y ahí es donde entramos nosotros.

– ¿Nosotros quién? -preguntó él, haciéndose una buena idea de hacia donde iba la conversación.

– ¡La ciudad! -le dijo Pia con aire triunfante-. He estudiado los costes y las expectativas y sé que podemos lograrlo. Trasladaremos la carrera de bicis al completo a Fool's Gold. Es un fin de semana tranquilo, así que hay muchas habitaciones de hotel. Ya he tanteado y casi he reservado todas las habitaciones vacías desde Sacramento hasta aquí. Hoteles llenos. Ya sabes cómo nos encanta esto.

Marsha lo observó y él vio la preocupación en su mirada.

– La ciudad no puede cubrir todos los gastos -comenzó a decir él.

– Lo sé, pero ya estoy hablando con algunas empresas -le dijo Pia dejando una carpeta sobre la mesa-. Si sueltan el dinero del premio, vamos bien. El resto del trabajo pueden hacerlo voluntarios, ya sabes cómo le gusta a esta ciudad un nuevo proyecto. Sobre todo cuando ese proyecto te apoya.

«Otra vez con lo mismo», pensó él.

– ¿En qué sentido me apoya?

– Son carreras de bici, Josh -le dijo Pia-. Es lo tuyo. Estaba pensando en que tuviéramos un pequeño desfile y que tú fueras el gran mariscal. Después puedes entregar los premios en la meta. Ya sabes, la vieja guardia, la nueva guardia.

Bien. Porque el punto de interés sería entregar dinero en metálico a tipos con los que solía correr, tipos que seguían compitiendo.

– O incluso podrías competir -añadió ella guiñándole un ojo-. Podrías anunciar tu regreso, sería una gran inyección de publicidad. Es para los niños enfermos, Josh.

– Siempre lo es.

Marsha se inclinó hacia Pia.

– Creo que lo has asustado. ¿Por qué no le das un par de días para que piense en ello?

– De acuerdo, pero no tenemos mucho tiempo. Odiaría ver que alguna otra ciudad nos arrebata esta oportunidad.

– Eso sería muy malo -dijo Josh cuando Pia se levantó y se marchó. Centró su atención en Marsha-. ¿Qué crees?

– Pia es una chica lista.

– Quieres que se celebre la carrera.

Marsha lo observó.

– Quiero que te sientas cómodo con la decisión que tomes. Es una gran oportunidad, pero habrá otras.

Cuando había sido un niño y su madre lo había abandonado en la ciudad, había estado más solo y asustado de lo que estaría cualquier otro niño de diez años. Denise Hendrix lo había adoptado. Ethan se había convertido en su mejor amigo, había sido uno de siete niños en una familia feliz, ruidosa y cariñosa. Pero había habido momentos en los que no se había sentido como si de verdad encajara.

Cada vez que la vida en la casa Hendrix lo había sobrepasado, Marsha pareció saberlo. Se pasaba a verlo a última hora de la tarde y lo llevaba a cenar. En la tranquilidad de un restaurante local, él se sentía cómodo hablando de lo que fuera que lo inquietaba mientras ella escuchaba, en lugar de darle consejos, y la mayoría de las veces con eso bastaba.

Nunca habían hablado sobre lo sucedido durante la última carrera. Cuando había vuelto a Fool's Gold, ella le había dicho que se sentía mayor y frágil y había insistido en que él pasara la primera semana en su habitación de invitados. Pero no había logrado engañarlo. En Marsha no había ninguna fragilidad. Lo cierto era que no había querido que estuviera solo y él le había seguido la corriente.

Nunca habían hablado ni de la muerte de Frank ni del miedo de Josh, pero sospechaba que ella se lo había imaginado todo, y esa teoría quedó confirmada cuando ella dijo:

– Tienes una elección. Enfréntate a los demonios o sigue huyendo de ellos.

– No es tan sencillo.

– ¿Por qué no? Ethan resultó lesionado y tú seguiste adelante.

– Me sentí culpable -pero Marsha tenía razón. Él había salido adelante, aunque aquello había sido distinto. La muerte de Frank le parecía más culpa suya-. No hay modo de enfrentarse a ellos sin que la gente lo sepa.

– ¿Qué crees que sucederá si todo el mundo descubre la verdad sobre ti?

Mil cosas en las que no quería pensar.

– Deberías confiar más en nosotros -dijo ella levantándose-. Confía en quienes te queremos. Eres más que un famoso, Josh. Siempre lo has sido.

Tal vez, pero ¿era suficiente?

– Huir no ha funcionado hasta el momento -dijo Marsha mientras caminaba hacia la puerta- y puede que haya llegado el momento de que elabores un nuevo plan.


Robert invitó a Charity a su casa para cenar. Le prometió carne a las brasas y las mejores ensaladas que la cafetería de la esquina podía ofrecer. Charity esperaba que si salía con Robert y podían charlar sin presiones y sin la posibilidad de que ella viera a Josh al fondo de un restaurante, pudiera acabar sintiendo algo de interés por él.

Se podía ir caminando desde el hotel hasta su casa situada, ¡cómo no!, en un campo de golf. Las casas eran en su mayoría de dos plantas con ventanales y jardines delanteros bien cuidados. La de Robert no era una excepción, aunque parecía un poco más nueva y mejor conservada que las del resto de la manzana.

– Hola -dijo ella cuando Robert abrió la puerta-. He traído vino.

– Eso es algo que me encanta en una mujer -respondió Robert tomándole la mano y haciéndola entrar antes de besarla en la mejilla-. Estás guapísima.

– Gracias.

Llevaba una falda vaquera corta con sandalias de tacón alto y una camisola de seda en color melocotón. Comprar ropa había generado un interesante efecto dominó y así, cuando había empezado a prestarle atención a su aspecto, se había visto pensando en cosas como reflejos en el pelo y pedicuras. Pediría cita en la peluquería y ya de paso averiguaría si allí también podían arreglarle las uñas.

Había visitado un gran almacén de descuentos y había comprado un montón de maquillajes y cosméticos nuevos para probar, incluyendo un exfoliante de jazmín que había estado usando en la ducha. «¡Qué divertido es ser chica!», pensó mientras se preguntaba cómo podía haberse permitido olvidarlo.

– ¿Te la enseño? -le preguntó él.

– Me gustaría.

El piso principal tenía altos techos. El salón comunicaba con un comedor muy formal y ambos tenían muebles bonitos que parecían muy caros. La gran televisión y el equipo de sonido no habrían desentonado en una sala de cines. Había una pequeña barra de bar empotrada en un hueco junto al pasillo, y la cocina estaba en la parte trasera. El patio estaba lleno de macetas y tenía una gran barbacoa.

Él la abrió y sirvió dos copas. Una vez habían brindado y bebido, salieron al patio.

– Tienes un jardín impresionante -dijo ella-, aunque no sé mucho sobre plantas.

– A mi madre le gustaba escarbar en la tierra y comencé a ayudarla cuando era un niño. Puedo hacer que crezca prácticamente cualquier cosa, y eso es tanto una bendición como una maldición -señaló una docena de pequeños tiestos colgando de la valla; de cada uno asomaba una clase de planta distinta-. Hierbas aromáticas.

– ¿Las cultivas tú?

– Mi exprometida y yo lo hacíamos juntos. Plantábamos las semillas y después, cuando las cosas no funcionaron, no pude dejarlo. Seguían creciendo. No cocino mucho, así que no puedo darles uso y por eso cada unas pocas semanas, llevo bolsas a la oficina. Cuando tengas tu casa, podrás llevártelas y usarlas cuando quieras.

– Eso suponiendo que sepa cuáles son y qué puedo hacer con ellas.

– Hay libros para eso.

– Al parecer, tendré que encontrar pareja.

¿Lo pensaba sólo ella o era extraño mantener un huerto de hierbas nacido de una relación anterior? Sobre todo cuando Robert no las utilizaba…

Tal vez no fuera tan extraño, se dijo ella. Estaba claro que era un gran jardinero y eso estaba muy bien. No podía ser crítica si quería conocer mejor a ese hombre.

– ¿Tu madre tenía un jardín grande? -preguntó ella.

– Como un cuarto de acre. Mis padres eran mayores cuando nací y habían renunciado a tener un hijo. Al vivir en una ciudad pequeña no tuvieron acceso a un especialista en fertilidad. No sé por qué no adoptaron nunca.

Él le indicó que se sentara en una de las sillas de mimbre del patio y después se sentó a su lado.

– Estaban emocionados con la idea de tenerme, pero estaban un poco chapados a la antigua. No querían que me marchara de donde vivía para ir a la universidad, así que estudié allí. Después de graduarme y conseguir mi primer trabajo, viví en casa un tiempo. Para entonces papá ya se había ido y mi madre estaba teniendo problemas para desenvolverse sola.