– Pues eso es peligroso, sobre todo ahora.
Ella intentó sujetarse sola y lo logró, pero como los zapatos no ayudaban mucho, se los quitó y quedó unos cuantos centímetros más por debajo de él. Su sandalia derecha aterrizó sobre sus braguitas.
El equilibrio físico no era el único problema; además, la cabeza le daba vueltas. ¿Qué demonios había pasado? Aunque, no necesitaba que le respondieran a esa pregunta. Tal vez lo mejor era preguntar por qué. ¿Por qué no se había parado a pensar?
Josh le acarició la mejilla con delicadeza.
– ¿Estás bien? -volvió a preguntarle.
Ella asintió imaginando que él no querría saber la verdad. Que estaba arrepintiéndose era decir poco, pero por otro lado, había tenido sexo con Josh, lo había hecho por voluntad propia y mientras había estado en sus brazos se había sentido otra persona.
O la persona que siempre había pretendido ser, le susurró una vocecita dentro de la cabeza.
No, de ninguna manera. Eso no era así.
Sacudió la cabeza para aclararse las ideas. Tenía la camisa aún metida por dentro de la falda, aunque le colgaba por encima del trasero y su sujetador estaba en el suelo. Josh tardó sólo unos segundos en volver a tener un aspecto decente, pero ella lo tenía más difícil. Se subió la camisa y la abrochó pensando que dejaría para más tarde la ropa interior, para cuando se marchara.
A menos que tuviera que marcharse ya.
Nunca había tenido una relación sexual casual y, sinceramente, no conocía las reglas.
– Sé lo que estás pensando -le dijo él mirándola fijamente con esos ojos verde avellana.
– Lo dudo -tendría que ser parapsicólogo para lograr descifrar lo que pasaba por su mente.
– Yo no hago esto todos los días. Los rumores, lo que dice la gente, no es verdad.
– Casi todo es verdad. La primera semana que estuve aquí, vi una mujer esperando en tu habitación. No la he visto por aquí, así que me imagino que la importaste.
– No. Yo no le pedí que se metiera allí. ¡Pero si ni siquiera la conocía! Convenció a alguna de las camareras del hotel para que la dejaran entrar.
Seguro que él se pensaba que con esa información ella se sentiría más reconfortada.
– Y ahora me dirás que le dijiste que se vistiera y que se fuera.
– Eso hice -cuando ella miró a otro lado, Josh le agarró la barbilla-. Lo digo en serio, Charity.
Lo gracioso era que quería creerlo. ¡Qué difícil y confuso era todo!
Él le tomó la mano y la llevó hasta dentro de la habitación, donde una única lámpara situada en una esquina les daba un poco de luz. Encendió unas cuantas más.
– ¿Te sirvo algo? ¿Vino? ¿Café? ¿Postre?
Ella vaciló. Lo del vino sonaba bien, pero no podía soportar que alguien del servicio de habitaciones la viera en la habitación de Josh y después se lo contara a todo el mundo.
– Tengo un alijo privado.
Lo que tenía era una mini nevera y un pequeño refrigerador de vinos.
– ¿Tinto?
– El rojo es mi color favorito -dijo él.
Mientras elegía un vino, ella recogió su ropa interior y se metió en el baño. Cuando estuvo lista y volvió al salón de la suite, Josh había servido dos copas y había encendido la chimenea.
– ¿Ahora te vas a poner romántico? -le preguntó ella-. ¿No es un poco tarde?
– ¿Lo dices porque ya me he llevado a la chica? -se sentaron en el sofá.
– Te has llevado a la chica de un modo muy nuevo para ella. Tienes mucha fuerza en los brazos.
– Debería aceptar el cumplido con una sonrisa de engreído -le dijo mientras la rodeaba con un brazo-, pero te diré la verdad, y la verdad es que la clave está en hacer un efecto palanca.
Ella hizo una mueca de disgusto.
– Creo que eso no quería saberlo.
– ¿Por qué?
Charity miró al fuego, intentando no disfrutar demasiado del momento.
– Porque implica que tienes demasiada experiencia y eso asusta un poco.
Él se giró hacia ella y apoyó la mano sobre su hombro.
– No te mentiré. Lo pasé muy bien cuando era un veinteañero. Era un atleta famoso y había mujeres por todas partes. Me aproveché de ello -esbozó una sexy sonrisa-. Fue divertido.
¿Y por qué le contaba eso? Porque, obviamente, no estaba haciéndola sentirse mejor.
– Pero ya no soy ese hombre. Crecí hace mucho tiempo, aunque la gente no lo crea. Les gusta la leyenda y las historias asociadas a ella porque, si sigo siendo el chico del póster, ellos también son partícipes un poco de mi fama por asociación.
Charity podía comprenderlo.
– ¿Es lo contrario a eso que dicen de que no puedes ser un héroe en tu pueblo?
– Sí. Yo no puedo dejar de ser un héroe, aunque suena arrogante. No intento ser ningún cretino, sólo digo que así ha sido durante años. Esta ciudad me cuidó y sienten que se han ganado una parte de mí. Les gusta pensar que tengo una mujer distinta en mi habitación cada noche porque eso alimenta la leyenda.
Charity recordó el hecho de que cuando él volvía de montar en bici cubierto de sudor todos creían que era porque esa noche había tenido suerte con una mujer.
– Pues no parece que quieras corregir el malentendido. No les dices que eso no es así.
– No quiero que sepan la verdad.
La verdad de que no podía montar en bici, pensó ella. No quería arruinar la fantasía.
– Me divorcié hace unos dos años y después salí con algunas mujeres, pero nada importante. Volví aquí y desde entonces… -ahora fue él el que miró a otro lado-. Digamos que he atravesado una época de sequía.
– Gracias. Eso me hace sentir mejor. Nunca se me ha dado bien ser una más entre el montón.
– A mí tampoco.
– ¿Qué? Por mi parte, no hay ningún montón.
Él enarcó las cejas.
– Oh, vamos. No creerás que estoy acostándome con Robert. Hemos salido tres veces y, además, no es mi tipo.
– Pues eso no es lo que decías antes.
– Me has enfadado. ¡Y a propósito! ¿Qué iba a decir?
– Tú también me has enfadado a mí.
– ¿Cómo?
– Has salido con él.
Oh.
Esa sí que había sido una respuesta inesperada. Charity después desvió la mirada y le dio un sorbo al vino, más por hacer algo que porque tuviera sed. Pero entonces su confusión se disipó y se sintió contenta por dentro. Tal vez lo del sexo salvaje contra la pared no había sido la decisión más sensata de su vida, pero quizá tampoco había sido un error absoluto.
– No volveré a salir con él -murmuró.
– Bien.
– Tiene debilidad por la Guerra Civil y una habitación dedicada a las recreaciones en miniatura de varias batallas. Hasta tiene edificios, carreteras y árboles diminutos.
– Seguro que eso requiere de mucha documentación.
– Seguro que sí.
Ella se giró para mirarlo a la cara.
– No me malinterpretes porque no estoy puesta en deportes -se detuvo-. Pero, ¿cómo de bueno eras?
Él se rió.
– Era el mejor y durante un par de años fui el número uno contra Lance Armstrong. Di una carrera y probablemente la habré ganado. Tenía contratos multimillonarios y aún tengo alguno. Aparecía en las portadas de todas las revistas de carreras y en la mayoría de publicaciones relacionadas con el deporte. También he aparecido varias veces en la revista People.
– Yo leo People -murmuró ella sabiendo que seguro que había visto su foto y había pensado que era una de esas personas guapas que no eran reales-. Ahora me estoy asustando otra vez.
– ¿Por qué?
– Por eso de que seas como una estrella del rock. Yo nunca he tenido esa fantasía.
– No sé tocar la guitarra.
– Ya sabes a lo que me refiero. A la fama. Nunca he deseado estar relacionada con alguien famoso. Mi vida es tranquila y prefiero que sea así.
– Yo ahora no soy famoso.
– Lo eres, pero aquí es distinto. Ya te conté que mi madre y yo nos mudamos mucho cuando era pequeña y siempre quise poder pertenecer a un lugar. Raíces. Conexión. Familia. Sobre todo quería tener una familia. No necesito ser importante para el mundo. Es más, no lo quiero, es demasiada responsabilidad. Pero sí que quiero tener alguien que se preocupe por mí, no sé si tiene sentido.
– Claro que sí.
La lámpara que tenían detrás resaltaba los tonos más claros del cabello castaño de Charity y hacía que sus ojos parecieran más grandes y misteriosos. Tenía una expresión a caballo entre la satisfacción y un «¿en qué estaría pensando?».
Y no podía decirse que Josh no tuviera preguntas. No había sido una relación sexual planeada, pero sí que había sido buena. Primero había estado furioso porque hubiera salido con Robert y por lo guapa que la veía y al segundo estaba deseando tomar todo lo que ella pudiera ofrecerle. La deseaba de nuevo, pero más despacio esa vez. La quería en su cama, desnuda, con todo el tiempo del mundo para explorar su cuerpo y tocar su suave piel. Quería saborearla, hacerla llegar al clímax de mil formas distintas. Quería perderse en ella una y otra vez. ¡Y eso que era un tipo que no se implicaba en las relaciones!
– Tienes a los Hendrix -le dijo ella-. Son tu familia.
Él necesitó un segundo para recordar de qué estaban hablando.
– Siempre han sido buenos conmigo. Denise quería una hija y después de tres hijos estaba desesperada por intentarlo una vez más. Deseaba una niña y tuvo tres.
Charity abrió los ojos de par en par.
– Debió de ser un fuerte impacto.
– Aja. Cuando me mudé con ellos, las niñas tenían unos tres años. Eran muchos, y lo siguen siendo. Denise estuvo muy enferma después de que nacieran y los médicos temieron que no fuera a superarlo. Los niños estaban asustados y había además tres bebés de las que preocuparse, así que para que se sintieran mejor, su padre les dijo que podían ponerle el nombre a las trillizas -sonrió.
– Pues pudo haber sido un problema.
– No le salió tan mal. Se llaman Nevada, Montana y Dakota.
– Podría haber sido peor.
– Oí que Oceanía era una de las posibilidades.
– Si lo miramos así, Montana es mucho más convencional -lo miró-. Fuiste feliz con ellos.
– Sí.
– Aquí todo el mundo tiene lazos, vínculos -dijo ella con tono melancólico-. Una historia.
Josh maldijo en silencio. En momentos como ése odiaba la posición en la que lo había puesto Marsha. El secreto era suyo, ella decidía si lo contaba o seguía guardándolo, pero cuanto más tiempo guardara silencio, peor acabaría siendo.
– Creo que será mejor que nadie sepa lo que ha pasado esta noche -dijo él rápidamente para distraerla y cambiar de tema.
Charity alzó la cabeza bruscamente.
– ¿Qué?
– La gente hablará y no quiero que nadie sepa que estás utilizándome.
Ella se quedó boquiabierta.
– ¿Utilizándote?
– Te has aprovechado de mí. Me has provocado con tus encantos femeninos para tener un encuentro sexual conmigo.
Ella dejó la copa de vino sobre la mesa y se abalanzó sobre él. Por suerte, Josh había dejado la copa sobre la mesa y por eso pudo agarrarla. Charity se sacudía, no pegándolo del todo, pero casi. Josh la sujetó por los brazos.
– ¿Qué estás haciendo?
– No estoy segura.
– Porque si pretendías hacerme daño, no lo has logrado.
– Lo sé -se giró para mirarlo-. No estoy utilizándote para tener sexo.
– Ni siquiera me has invitado a cenar primero.
– ¡Tú eres el chico!
– Genial. Así que además de aprovecharte de mí, eres sexista.
– ¡Maldita sea, Josh!-lo golpeó en el pecho y después dejó caer la cabeza sobre su hombro-. Me vuelves loca.
– Hago lo que puedo.
Ella se rió.
– Nunca he conocido a nadie como tú.
– Eso me suele pasar.
– No lo decía como un cumplido -volvió a mirarlo con expresión seria-. Respecto a lo que hemos hecho… lo mejor sería que no habláramos sobre ello. Tienes razón. Soy nueva y aunque creo que no eres el hombre salvaje que todos creen, nadie más lo piensa.
– Lo sé -él le rodeó la cara con las manos y la besó-. No tienes pinta de que te agrade ser otra muesca en mi bici.
– Jamás lo había visto planteado de ese modo, pero así es.
Mientras lo miraba con preocupación y esperanzada a la vez, él supo que en su mundo la privacidad importaba y que su reputación lo era todo. Una reputación que él podía destruir con un comentario o dos.
Había vivido expuesto al ojo público tanto tiempo que había olvidado cómo era todo lo demás.
Ella sonrió.
– ¿Tienes algún club de fans? Porque seguro que me apuntaría.
– Te conseguiré una solicitud. Las cuotas son razonables y te dan una fotografía autografiada para que puedas enmarcarla.
Ella se rió.
– ¿En serio? ¿Es ésa la foto en la que sales en la ducha enseñando el trasero?
– ¿Cómo sabes lo de esa foto?
– Sheryl, mi secretaria, la tiene de salvapantallas. Tuve que pedirle que la quitara -bajó la voz-. No es muy apropiada para tenerla en el trabajo.
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