El sábado por la tarde, Charity recorrió la breve distancia que separaba al hotel de la casa de Marsha. A pesar de que llevaba semanas en la ciudad, nunca había estado en casa de su jefa y ahora iba a visitarla, pero no como empleada, sino como una nieta que va a visitar a su abuela por primera vez en su vida.
Abuela. Qué extraña le resultaba la palabra. No podía entender todo lo que le había contado y durante los últimos días había estado meciéndose entre la felicidad y la confusión. Había querido formar parte de una familia desde hacía mucho tiempo y no podía creer que por fin eso hubiera pasado.
Pero además estaba luchando contra la furia, una furia enfocada principalmente hacia su madre. Tal vez Sandra no había querido tener ninguna relación con Marsha, pero no había tenido derecho a impedírselo a Charity, y menos después de su muerte. ¿Por qué no le había dicho a su hija que tenía otra familia? Sandra había sabido lo mucho que había querido tener un lugar al que pertenecer y aun así no se había molestado ni en dejarle una nota ni darle una pista, alguna indirecta.
Mientras se acercaba a la casa, hizo lo que pudo por evitar la rabia que sentía porque no quería empezar la tarde con Marsha de mal humor.
Dobló la esquina y vio la casa blanca que su abuela había descrito. Era de dos plantas, con el típico estilo artesano de la zona, y probablemente dataría de los años veinte. Había elementos parecidos a los de la casa de la que ella se había enamorado, la casa que Josh quería venderle con un descuento. ¡Por cierto!, tendría que aclarar ese tema, pensó animada. ¿Quién iba a pensar que su vida pasaría de ser algo bastante aburrido a algo tan confuso en cuestión de días?
Subió los tres escalones del amplio porche y llamó a la puerta, que Marsha abrió inmediatamente.
– Cuánto me alegro de que estés aquí -le dijo la mujer-. Pasa.
Charity entró en un luminoso y espacioso salón y algo que vio en la decoración, en los muebles, y en las ventanas le despertó ganas de sentarse en los mullidos sillones y no marcharse de allí jamás.
– Gracias por invitarme -dijo sintiéndose algo extraña.
Marsha había sustituido sus habituales trajes sastre por unos vaqueros y una blusa de manga larga, y su cabello blanco no estaba recogido en un moño, sino que caía suelto y en ondas.
Agarró a Charity del brazo.
– En lugar de dar rodeos, he pensado que deberíamos tratar el tema directamente -dijo marcando el paso hacia las escaleras-. Vamos a ver la habitación de Sandra. Espero que puedas hacerte una idea de cómo era su vida antes de que tú nacieras.
– Me gustaría -le respondió Charity.
Subieron por las anchas escaleras y giraron a la izquierda al llegar al rellano.
– Es la última puerta a la derecha -dijo Marsha soltándola-. No he cambiado nada, me temo. A pesar de mis mejores intenciones, convertí la habitación de mi hija en un santuario y estoy segura de que unos cuantos psicólogos tendrían mucho que decir al respecto.
Hablaba con tranquilidad, pero Charity pudo ver dolor en su mirada.
Sin saber qué decir, fue hacia la puerta abierta y cuando llegó, se giró y miró la habitación que había pertenecido a su madre.
Estaba decorada en tonos lavanda, el color favorito de Sandra, y había una gran cama cubierta con una colcha morada y lavanda. Unas estanterías empotradas en la pared flanqueaban la cama y estaban abarrotadas de libros, adornitos y fotografías. Había pósters en la pared, uno de un Michael Jackson muy joven y otro de un grupo que Charity no habría reconocido de no ser porque en él vio escrita la palabra Blondie.
Entró y fue hasta el escritorio donde había apilados unos libros de texto junto a los que había una redacción a medio terminar sobre Julio César. Encima del papel había una flor de oro colgando de una fina cadena.
Fue hacia las estanterías y observó las fotografías. Sandra aparecía en casi todas junto a su madre, sus amigas, en una escuela de danza… La familiar sonrisa le encogió el corazón, pero aparte de eso no sintió ninguna conexión ni con la habitación ni con su antigua ocupante.
– Lo único que se llevó fue dinero y ropa -dijo Marsha desde la puerta-. Nada más. No dejó ni una nota. Nunca se despidió.
– Lo siento -respondió Charity sin estar segura de cómo aliviar el dolor de Marsha-. Si sirve de algo, no creo que el hecho de mudarnos constantemente fuera por ti. Le encantaba conocer sitios nuevos. Nos instalábamos en un lugar unos meses y después empezaba a hablar de otro sitio y así siempre. El lugar al que íbamos a ir siempre era más emocionante que ése en el que ya estábamos.
Charity miró a su alrededor: bonitas cortinas y una pequeña colección de animales de peluche tirados sin mimo en una esquina. Algo así era exactamente con lo que había soñado cuando era pequeña. Un lugar que poder reclamar como suyo. Nada lujoso, sólo una casa normal. Sin embargo, su madre había huido de ella y nunca había mirado atrás.
– Ojalá me hubiera hablado de ti.
– Pienso lo mismo -dijo Marsha con una mirada triste-. Ojalá la hubiera comprendido mejor. Quería irse a la universidad, pero yo siempre le dije que tenía que quedarse aquí. Fui una tonta, una controladora inflexible. Yo tenía que llevar la razón y al final eso me salió caro y me hizo perder a mi única hija. Si…
– No -dijo Charity interrumpiéndola-. Se habría marchado de todos modos. Era lo que quería. No creo que hubieras podido hacer nada para cambiarla.
– No puedes saberlo con seguridad.
– Sí, puedo -dijo Charity intentando no sonar muy hundida-. La conocía.
– Puede que sí -dijo Marsha-. Aún tengo ese álbum para ti. Está abajo.
Charity asintió y la siguió de vuelta al salón donde juntas miraron las fotos de Sandra. En ellas encontró imágenes de una niña muy pequeña riéndose y más gestos y sonrisas familiares a medida que crecía.
Marsha miraba cada foto con cariño y contaba historias del momento en que se tomaron y de qué pasó justo después.
– ¿Me contrataste por esto? -preguntó Charity de pronto-. ¿Porque soy tu nieta?
Marsha le sonrió.
– Además de querer tener la oportunidad de llegar a conocerte, he entregado gran parte de mi vida a esta ciudad. No habría arriesgado el futuro de tantas personas sólo para tenerte a mi lado. Le di tu nombre al técnico de recursos humanos y le dije que había oído cosas buenas sobre ti, pero nada más. No te habría seleccionado si no hubieras sido una candidata excelente.
Eso hizo que Charity se sintiera mejor.
– ¿Se molestará la gente cuando lo descubra? ¿No pensarán que convenciste al Ayuntamiento para que me contrataran?
– Has estado en las reuniones, ya sabes lo testarudos que pueden llegar a ser. ¿De verdad crees que podría haberlos convencido para contratar a un candidato que no estuviera preparado?
– No -admitió-. Se habrían levantado en tu contra.
– Exacto -Marsha le tocó un brazo-. Eres muy buena en lo que haces. Eres sincera, atenta y tienes un punto de vista muy fresco, además de la experiencia necesaria y la energía de desempeñar este trabajo. Eres lo que buscábamos y te habría contratado aunque no hubieras sido mi nieta. Espero que me creas -vaciló-. Sé que ir a buscarte directamente habría sido lo mejor, pero estaba aterrorizada y pensé que trayéndote aquí podríamos conocernos.
Charity asintió.
– No pasa nada. Comprendo que fueras cauta. Quiero conocerte, quiero que seamos familia.
– Ya lo somos -le dijo Marsha con una sonrisa, aunque la tristeza había vuelto a su mirada-. Seguro que sigues intentando encontrarle sentido a todo esto, ¿quieres que sigamos hablando de ello en otra ocasión?
– Sí, si no te importa -dijo Charity agradecida de que Marsha lo entendiera-. Hay mucho que asimilar.
– Tenemos tiempo -le dijo Marsha mientras se levantaba-. No me iré a ninguna parte.
Charity se levantó y fue hacia la puerta. Cuando llegó a ella, se giró y abrazó a Marsha, que le devolvió el abrazo. El gesto las hizo sentirse mejor aunque Charity no pudo evitar que la invadiera la desagradable sensación de haber perdido veintiocho años.
Al salir de nuevo a la tarde, se preguntó qué podría haber hecho para que las cosas no hubiesen sucedido así, pero supo que no podría haber hecho nada. Había sido una niña que dependía de lo que su madre dijera y, aunque hubiera querido ir a buscar a su familia, no habría sabido el verdadero apellido de Sandra porque después de su muerte había revisado sus cosas y no había encontrado nada sobre su vida antes de que ella naciera.
«¡Ojalá!», pensó con tristeza, pero no había modo de cambiar el pasado.
Sólo estaba el futuro y lo que ella eligiera hacer con su vida.
Doce
Charity volvió al hotel y subió las escaleras hacia su habitación batallando con docenas de emociones, la mayoría de las cuales no podía identificar. Sin pensarlo, se detuvo frente a la puerta de Josh y llamó.
Era sábado por la tarde, se recordó, y probablemente no estaría allí, pero unos segundos después, él abrió la puerta tan guapo como siempre con unos vaqueros y una camiseta. Le pareció que le hacía falta un corte de pelo y un afeitado, aunque tuvo que admitir que ese aspecto tan desaliñado le sentaba muy bien.
– ¡Ey! -dijo él indicándole que entrara-. ¿Qué pasa?
– Nada malo. He ido a ver a Marsha.
Él cerró la puerta, le tomó la mano y la llevó hasta el sofá, pero cuando llegaron allí, Charity no pudo sentarse. Se sentía inquieta.
– ¿Por qué? -preguntó mirándolo-. Era mi madre y sabía que quería formar parte de una familia. Sabía que eso me importaba más que nada en el mundo. Pero no me lo contó, ni siquiera cuando estaba muriéndose. Ni siquiera después de morir. Habría bastado con una pequeña nota con un nombre y una dirección, pero no se molestó.
Charity no podía comprenderlo.
– Así que, ¿en qué situación me deja eso a mí? ¿Es que era increíblemente egoísta o estoy engañándome al pensar que yo le importaba?
Josh hizo intención de abrazarla, pero ella sacudió la cabeza.
– No. Tengo que decir esto.
– Entonces me quedaré aquí y te escucharé -le respondió metiéndose las manos en los bolsillos.
Ella respiró hondo.
– Cuando estaba en el primer año de instituto, volvimos a trasladarnos. Le dije que ésa sería la última vez, que quería graduarme en una escuela a la que hubiera asistido durante al menos un año. Le hice prometérmelo -se resistió a ese recuerdo, pero estaba ahí, rodeándola por todas partes.
– ¿Mantuvo la promesa?
– No. Se marchó y yo me quedé. Tenía un trabajo y el alquiler de nuestra caravana era barato. Me enviaba dinero de vez en cuando y logré graduarme con mi clase, con mis amigos, y enviar solicitudes para las universidades sabiendo que seguiría en la misma dirección cuando me enviaran respuestas. Pero ella no…
Charity sintió un ardor en los ojos, pero contuvo las lágrimas. No lloró. Ceder ante el llanto no serviría de nada.
– No vino a mi graduación. Estaba demasiado lejos y no tenía dinero. Me dije que no pasaba nada, pero no era así. Quería que alguien estuviera allí, alguien que pudiera verme dar ese paso tan trascendental en mi vida. Ni se molestó ni me dijo que había alguien a quien sí le habría importado, alguien que habría querido estar conmigo en ese momento. Me arrebató esa oportunidad sin ningún motivo. ¿Cómo puedo decirle lo furiosa que estoy con ella si está muerta?
Josh volvió a hacer un intento de abrazarla y en esa ocasión, Charity se dejó rodear por sus brazos. Tal vez él no tuviera las respuestas, pero era cálido y fuerte y por unos minutos ella pudo fingir que todo saldría bien.
Josh le acarició el pelo y deslizó la mano sobre su espalda. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro e inhaló su aroma.
– Mi madre también se marchó cuando yo tenía diez años.
Charity recordaba que Marsha le había contado la historia. Se retiró lo suficiente para poder mirarlo a los ojos.
– Lo siento. No debería estar lloriqueando y quejándome.
– No lo haces -le rodeó la cara con las manos-. Lo que digo es que comprendo lo que es que te abandone la persona que más debería amarte del mundo. Para cuando fui lo suficientemente mayor como para ir a buscarla, ya era demasiado tarde. Había muerto. Estaba furioso, más que furioso. Quería verla castigada, quería que pagara por lo que me hizo, pero sobre todo quería que me dijera por qué. ¿Por qué las otras madres renunciaban a todo por sus hijos y ella ni siquiera pudo quedarse a mi lado? ¿Era por mí? ¿O era ella?
Charity vio dolor en sus ojos y unas preguntas que jamás tendrían respuesta.
– Con el tiempo acabas haciendo las paces con esa sensación y sigues adelante.
Tal vez, pensó ella, pero esa herida dejaba una cicatriz y esa cicatriz a veces dolía.
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