– Fue un martes -dijo Emily sin dejar de llorar.

Josh se cruzó de brazos.

– Mira, esto es lo que vamos a hacer. Los tres vamos a bajar a la tienda a comprar un test de embarazo. Después, Charity y tú volveréis aquí y harás pis en el palito -estrechó la mirada- en presencia de Charity.

– ¿Qué? -preguntó Emily.

– Quiero saber con seguridad que eres tú la que hará pis en el palito -miró a Charity-. Para asegurarme de que es ella la que está embarazada. Hace unos años una mujer me hizo esto. Me enseñó un test de embarazo positivo, pero resultó que se había traído la orina de su amiga en un recipiente. La amiga estaba embarazada.

– ¿Ya has pasado por esto antes?

– ¡Ni te imaginas! -dijo él exasperado.

Cualquier atisbo de duda se desvaneció en aquel momento y ella se acercó para ponerle una mano en la espalda en señal de apoyo.

– Vamos a comprar la prueba.

– No pienso hacer pis delante de ella -dijo Emily.

– ¿Preferirías hacer pis delante de mí? -preguntó Josh.

– Está bien -Emily fue hacia la puerta y todos bajaron en el ascensor. Entraron en la tienda donde la dependienta, una treintañera, miró a Emily y volteó los ojos.

– Hola, Josh.

– Lisa, necesitamos una prueba de embarazo. Por favor, ponla en mi cuenta.

– Claro.

Lisa se giró y vio la variedad de modelos. Agarró una caja y se la dio a él.

Volvieron a la tercera planta y entraron en la suite de Josh, que le dio la caja a Charity.

– No me dirás que no es divertido estar conmigo, ¿eh?

Ella agarró la caja y Emily los miró a los dos.

– No pienso hacer esto.

Él se encogió de hombros.

– Entonces no tengo nada que decirte. Vuelve cuando nazca el bebé y haremos una prueba de ADN.

La expresión de determinación de Emily se vino abajo; las lágrimas volvieron a llenar sus ojos y se deslizaron sobre sus mejillas. Se dejó caer en el sofá y se cubrió la cara con las manos.

– Lo siento -dijo con un sollozo-. Lo siento -alzó la mirada; el maquillaje manchaba su piel haciéndola parecer una niña pequeña-. Tú ganas. No me he acostado contigo. No estoy embarazada.

Aunque Charity no estaba exactamente sorprendida, todo le parecía muy surrealista.

– ¿Para qué necesitas el dinero? -preguntó Josh.

Emily sollozaba.

– Para la universidad. Mi padre se marchó de casa hace años y tengo dos hermanos pequeños. Mi madre hace todo lo que puede, pero no tenemos nada. Tengo una beca parcial, lo suficiente para pagar la matrícula, pero necesito dinero para vivir.

– ¿Pensabas que sería un blanco fácil? -preguntó Josh más locuaz que enfadado.

– Todo el mundo dice que… que has estado con muchas chicas. Pensé que podía fingir y que me darías dinero -se miró las manos-. Ha sido una estupidez, ¿verdad?

– No es un momento que vayas a recordar con orgullo -dijo él-. ¿Cuál es tu especialidad?

Emily lo miró extrañada.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Que qué ibas a estudiar en la universidad?

– Ah, Pediatría -sonrió-. Me gustan los niños.

– ¿Has mirado más becas?

– Unas cuantas. Es confuso. No quiero tener un montón de préstamos si no es necesario.

– ¿Ya has hecho el examen de admisión?

– Sí -dijo ella sonriendo-. 625 en Lengua y 630 en Matemáticas.

– Impresionante -Josh se quedó en silencio un minuto-. Después de ir a clase el lunes, quiero que vengas a mi oficina. ¿Sabes dónde está?

– Claro.

– Hablarás con una señora llamada Eddie. Es mi secretaria -vaciló-. Parece mucho más mala de lo que es, así que no dejes que te asuste. Te ayudará con las becas. En cuanto al resto, puedes trabajar para mí este verano a tiempo parcial. Te pagaré el salario mínimo, si quieres, o no te pagaré nada, pero guardaré veinte dólares por cada hora que trabajes y al final del verano enviaré ese dinero a la universidad que hayas elegido. Pero si empiezas y lo dejas, no te daré nada.

Emily abrió los ojos de par en par.

– ¿De verdad vas a ayudarme después de haberte mentido?

– Tienes que hacer el trabajo. Si te quedas hasta el final, sabré que has aprendido la lección.

Charity se quedó tan sorprendida como Emily. Había pensado que Josh aleccionaría a la chica y que después la dejaría irse, pero por el contrario le había ofrecido un modo de conseguir lo que quería a la vez que asumía una responsabilidad.

Emily se levantó, corrió hacia Josh y lo abrazó. Después dio un paso atrás.

– Allí estaré -prometió-. Haré lo que me digas. Lo juro. Lo siento mucho -se giró hacia Charity-. Lo siento. Estaba desesperada y sé que no es una excusa. Por favor, no te enfades conmigo.

– No lo estoy -le dijo Charity.

– Gracias -repitió la chica antes de correr hacia la puerta y marcharse.

Josh se acercó a un pequeño mueble que había junto a la pared y sacó una botella de whisky.

– ¿Te apetece un poco?

– Esperaré y tomaré vino para cenar.

Él se sirvió una copa, soltó la botella y le dio un gran trago.

– Bienvenida a mi mundo.

– ¿Esto sucede mucho?

– De vez en cuando y de formas distintas. La gente se desespera y soy un blanco fácil -la miró por encima del vaso-. Sabes que no me acosté con ella, ¿verdad?

– Claro. Lo sabía antes de que lo confesara todo.

Él dejó el vaso.

– ¿Cómo?

– Me dijiste que hacía tiempo que no habías estado con nadie y te creí. Además, no es tu tipo.

Josh se acercó a ella y la agarró de la cintura.

– ¿Y cuál es mi tipo?

– No estoy segura del todo, pero lo que sé seguro es que no te gustan las chicas de instituto.

– Me conoces bien.

La besó. Y mientras sus bocas se rozaban, ella se dio cuenta de que esa noche lo había conocido un poco mejor. Podría haber echado a Emily de la habitación sin más después de su confesión porque no había motivos para que ayudara a una chica que no conocía y que había intentado chantajearlo. Sin embargo, no lo había hecho.

Josh era un hombre complicado, pero además era un hombre que le gustaba. Le gustaba mucho.

Y esa idea la aterrorizó, no sólo por tener que preocuparse por la estupidez de sentir algo por un hombre así, sino porque tenía unos vergonzosos antecedentes. Aun así, ya era demasiado tarde para salir corriendo y ponerse a cubierto.

Él se apartó y le sonrió.

– ¿Cuánta hambre tienes?

Charity lo rodeó por el cuello y se apoyó sobre él.

– La cena puede esperar.

– Esa es mi chica.


Josh estaba calentando con el equipo del instituto. Recorrieron unos cuantos kilómetros a poca velocidad mientras charlaban y se reían antes de que comenzara el verdadero entrenamiento.

Pero Josh no escuchaba la conversación. No podía. Toda su atención y su autocontrol estaban centrados en no dejarse llevar por el pánico como si fuera un niño viendo una película de monstruos.

Los estudiantes montaban en pelotón, algo común, pero lo que hacía que la situación fuera increíblemente distinta era que Josh formaba parte de ese pelotón. Bueno, no estaba en él exactamente sino fuera, pero seguía corriendo con los demás. Por lo menos estaba haciéndolo.

Tal vez ayudaba el hecho de ir despacio porque así no tenía la sensación de haber perdido el control. Sabía que no pasaría nada malo. A esa velocidad, lo peor que podía resultar de una caída sería un rodilla o un codo despellejados.

Uno de los estudiantes acercó su bici a la de Josh. El chico, con ese larguirucho aspecto de adolescente que no sabe qué hacer con su nuevo cuerpo, le sonrió tímidamente.

Josh le devolvió la sonrisa.

– ¿Eres Brandon, verdad?

El chico asintió.

– No puedo creer que estés montando con nosotros. Hablo por Internet con otros chicos de todo el país que también practican ciclismo y creen que miento.

– Pues entonces la próxima vez tráete la cámara de fotos y sacaremos unas cuantas para demostrárselo.

– ¿Harías eso?

– Claro. Por cien pavos cada una.

El chico se quedó boquiabierto.

Josh se rió.

– Estoy bromeando. Sí, me sacaré fotos contigo y con los otros chicos. Puedes descargarlas en tu página del Facebook.

– ¡Guay! -Brandon lo miró, pero al instante apartó la mirada.

Josh pensó que tal vez querría decirle algo más. En ese momento el ritmo se aceleró un poco y Josh lo mantuvo sin problema.

– Tú… entrenas, ¿verdad? -le preguntó Brandon.

– Claro.

– El entrenador me dice que tengo que hacer pesas, pero no… -miró a su alrededor cómo para calcular cuántos de los chicos podrían oírlo-. Tengo que hacer más músculo.

– ¿Cuántos años tienes?

– Cumpliré diecisiete dentro de tres meses -el chico parecía emocionado ante ese hecho.

Josh intentó recordar la última vez que él había estado deseando cumplir años y de eso hacía mucho tiempo.

– Dentro de un par de años empezarás a hacer músculo de verdad. No entrenes demasiado con pesas hasta que no hayas terminado de crecer. Muchos chicos lo hacen, pero lo que no saben es que tanto músculo evita que los huesos crezcan como deberían y pueden perder unos cuantos centímetros.

– Yo ya mido más de metro ochenta -le dijo Brandon-. Pero mi padre dice que los hombres de nuestra familia dejan de crecer pronto.

– Cuando tu altura se haya estabilizado, empezarás a sacar músculo. No olvides que hay más formas de ponerse fuerte que levantando pesas únicamente. Este invierno deberías correr en interior unas cuantas veces a la semana y alternar entre entrenamientos a muchas revoluciones por minuto y pocas. Los entrenamientos de alta cadencia te ayudan a aprender a contraer y relajar los músculos rápidamente. Te moverás mejor en el pelotón y podrás esprintar. Los entrenamientos de baja cadencia hacen músculo.

Josh agarró su botella de agua y dio un trago.

– Además, necesitas trabajar todo tu cuerpo. Utiliza los meses de invierno para hacer otras clases de deporte, como el esquí, que es genial. Ve a clases de yoga una vez a la semana. Estirarás los músculos, mejorarás tu equilibrio y es fantástico para conocer chicas.

Brandon se rió.

– ¿Yoga?

– Lo digo en serio. Te ayudará con la bici y a las chicas les encantan los traseros de los ciclistas.

Brandon se sonrojó.

– Es bueno saberlo -murmuró.

Josh contuvo una risita.

Uno de los otros chicos se unió a Brandon y le preguntó a Josh su opinión sobre una bici que estaba pensando comprarse. Hablaron hasta que el entrenador Green se acercó y tocó el silbato.

La conversación se detuvo de inmediato y los chicos avanzaron más deprisa. El pelotón se extendió un poco cuando se incorporaron a una carretera de montaña. Josh se mantuvo en la retaguardia izquierda viendo a los otros corredores, pero en esa ocasión, en lugar de sentir pánico, se fijó en su técnica. Un chico iba hacia delante y hacia atrás, desperdiciando energía y sumando distancia. Brandon era un gran corredor, pero cambiaba las marchas demasiado despacio y se cansaba más de lo necesario. La mayoría hacía lo mismo.

Sin pensarlo gritó:

– ¡Parad todos! Parad donde estéis.

Los chicos se miraron antes de reducir la marcha y detenerse. Él los señaló e hizo una valoración de cada uno, resaltando lo bueno y lo malo, cuando era necesario.

– Ahora subiremos juntos la colina -dijo. Explicó la secuencia de marchas y por qué elegir cada una. Después comenzaron a pedalear juntos.

Josh estaba en el centro del pelotón gritando instrucciones y rodeado por los demás. Un chico estuvo a punto de chocar contra él.

En ese momento, el corazón pareció detenérsele en el pecho y comenzó a tensarse. Le resultaba imposible respirar.

«Ahora no», pensó maldiciendo en silencio. «Así no».

– ¡Ardilla! -gritó uno de los chicos al ver una ardilla cruzar la carretera delante de ellos.

– ¡Cuidado! -gritó Josh instintivamente-. No queréis atropellar a la ardilla, pero tampoco queréis caer. Sed conscientes de la posición en la que estáis.

Estaban casi en lo alto de la carretera y sabía que en un kilómetro y medio comenzaría a descender hacia la ciudad.

– Cuando empecemos a bajar, quiero que mantengáis la velocidad por debajo de los cincuenta kilómetros por hora.

– ¿Qué?

– ¡Ni hablar!

– Ir deprisa es la mejor parte.

Josh los ignoró.

– Vais a practicar a salir del pelotón. Gritad números.

Brandon gritó el uno, otro chico gritó el dos y así hasta contar todo el equipo.

– Ése es el orden -dijo Josh-. Empezad en el centro del pelotón y salid hacia la parte delantera. Tenéis vuestro minuto de gloria y volvéis atrás. ¿Está claro?

Todos asintieron.

Llegaron a la cresta y, cuando la carretera comenzó a descender, Brandon se movió al centro del pelotón.