«No puede ser», se dijo. Tal vez se había caído, se había dado un golpe en la cabeza y ahora no podía recordar lo sucedido. Tal vez se encontraba en estado de coma en alguna parte y se lo estaba imaginando todo.
Pasó por delante del póster y fue hacia su despacho. Justo fuera de él vio a una mujer de treinta y tantos años hablando por teléfono. La mujer, muy guapa y morena, levantó la mirada y le sonrió.
– Está aquí, tengo que colgar. Te quiero -se levantó-. Soy Sheryl, su secretaria. Usted es Charity Jones, ¿verdad? Encantada de conocerla oficialmente por fin, señorita Jones.
– Mucho gusto y, por favor, llámame Charity.
Sheryl sonrió.
– Acabo de oír que has logrado que la universidad firme. La alcaldesa Marsha estará bailando de alegría. Han sido unos imbéciles escurridizos, pero has podido con ellos.
Un veloz movimiento captó su atención; miró detrás de los hombros de Sheryl y vio que se había activado el salvapantallas de su ordenador con una diapositiva de imágenes.
La primera imagen que saltó fue la de Josh Golden subido a una bici de carreras. La segunda lo mostraba sonriendo y sin camiseta. La tercera era de un tipo muy desnudo en una ducha dándole la espalda a la cámara. Charity tenía los ojos abiertos de par en par.
Sheryl miró hacia atrás y sonrió.
– Lo sé, está buenísimo. Las he bajado de Internet. ¿Quieres que te las ponga en tu ordenador?
– Ah, no, gracias -vaciló-. No estoy segura de que las imágenes de desnudos sean apropiadas para un despacho.
– ¿En serio? No había pensado en eso, pero supongo que tienes razón. Quitaré la de la ducha, aunque es mi favorita. ¿Has conocido ya a Josh? Es lo que mi abuela llamaría «un primor de hombre». Le he dicho a mi marido que si alguna vez Josh viene a buscarme, me largaré con él.
Así que todas las mujeres del planeta reaccionaban ante Josh del mismo modo que había reaccionado ella. ¡Fabuloso! No había nada más emocionante que formar parte de una multitud de fans, pensó al entrar en su despacho.
Pero eso no era un problema porque no tenía más que evitar a ese hombre hasta que descubriera cómo controlar sus reacciones ante él. Quería un hombre normal, simpático y que no le supusiera ningún riesgo. Su madre siempre se había sentido atraída por los Josh del mundo: hombres demasiado guapos y adorados por las mujeres allá donde fueran, que le habían roto el corazón con regularidad.
Charity se había mentalizado a aprender de los errores de su madre.
Después de dejar su portátil junto a la caja de objetos personales, miró a Sheryl a través de la puerta abierta.
– ¿Puedes llamar a la alcaldesa y preguntarle si puedo ir a verla esta mañana?
Sheryl sacudió la cabeza.
– Ésta no es la gran ciudad, Charity. Puedes presentarte en su despacho y ver a Marsha en cualquier momento.
– De acuerdo. Gracias.
Charity se llevó la carpeta que contenía el documento firmado y fue hasta el final del pasillo. El despacho de la alcaldesa Marsha Tilson se encontraba detrás de unas enormes puertas dobles talladas que estaban abiertas.
Había un gran escritorio, dos banderas; la de Estados Unidos y la de California, y una pequeña mesa de reuniones para seis junto a la ventana.
En una esquina había un pequeño grupo de personas charlando, entre los que se encontraban Marsha y Josh, recostado en un sofá, impresionantemente guapo y como si estuviera en su casa.
Marsha, una mujer atractiva, bien vestida y ya entrada en los sesenta, le sonrió y se levantó.
– Precisamente estábamos hablando de ti, Charity. Has tenido una mañana muy ocupada. Felicidades. Josh estaba contándome que has convencido a Bernie para que firme la declaración de intenciones.
Charity se acercó a ellos e hizo todo lo que pudo por resultar agradable sin mirar a Josh. Cuando cometió el error de encontrarse con sus ojos verde avellana, estuvo segura de haber oído de fondo el tema principal de Lo que el viento se llevó.
Josh se levantó y le lanzó una sonrisa que hizo que se le encogieran los dedos de los pies dentro de sus zapatos de salón.
– No nos han presentado formalmente -dijo él extendiendo la mano-. Soy Josh Golden.
Dados los síntomas que ya había experimentado, no quería estrecharle la mano, ya que el contacto físico podía provocarle un paro cardíaco o algo más embarazoso todavía. Tragó saliva, tomó aire y se preparó.
Pero cuando la gran mano de Josh rodeó la suya, unas chispas más grandes incluso que las que habían matado a su ordenador saltaron entre ellos. Le dio un vuelco el estómago, sus partes íntimas despertaron y casi se esperó ver fuegos artificiales.
– Señor Golden -murmuró mientras se dejaba caer en una silla evitando pensar que, gracias a Sheryl, había visto su trasero desnudo.
– Por favor, llámame Josh.
«¿Y cuántas mujeres gritan ese nombre regularmente?», se preguntó centrando su atención en la alcaldesa.
– Josh está exagerando el papel que he desempeñado en la reunión -dijo, complacida de ver que podía hablar y pronunciar una frase seguida-. Él sabía lo de la oferta de la tierra que era lo que impedía que la universidad firmara. Una vez se tratara ese aspecto, los demás problemas quedarían solucionados.
– Entiendo -Marsha miró a Josh, que se encogió de hombros con modestia.
Dado el hecho de que era un deportista famoso y que se sentía tan cómodo luciendo su trasero ante las cámaras, se habría esperado que aprovechara toda oportunidad de poder ser la estrella del momento, pero no fue así.
– Tenemos la declaración de intenciones -continuó Charity-. Le diré a Sheryl que convoque una reunión para seguir moviéndonos. Con las licencias de construcción preparadas, podemos acelerar el proceso y lograr que el complejo de investigación se construya rápidamente.
– Excelente -Marsha le sonrió-. ¿Por qué no vas a instalarte? Has estado muy ocupada tus primeras horas aquí. Mañana almorzaremos para que puedas contarme cómo te va.
– Gracias -Charity se levantó-. Encantada de conocerte, Josh -dijo alejándose de él a la vez que caminaba hacia atrás para que él no pudiera volver a estrecharle la mano.
Una vez estuviera a salvo en su despacho, lo primero que haría sería hablar seriamente consigo misma. Ella jamás, ¡nunca en su vida!, había reaccionado así ante un hombre, y resultaba más que embarazoso porque esa sensación tenía el potencial de interferir con sus capacidades para desarrollar su trabajo. Podía aceptar que algún fallo genético le hiciera elegir siempre al chico equivocado, pero no se permitiría actuar como una groupie o una loca hambrienta de sexo cuando estuviera cerca de él. Fool's Gold era un lugar pequeño y lo más normal era que se encontraran por la calle, y precisamente por eso tenía que controlarse y controlar sus hormonas.
Tenía que haber una explicación razonable, se dijo con firmeza. No había estado durmiendo bien o tal vez tenía carencia de vitamina B o no comía suficiente brócoli. Fuera la causa que fuera, la descubriría y le pondría solución. Se negaba a vivir nerviosa y sintiéndose débil; era una chica fuerte y autosuficiente y no iba a permitir que un tío bueno con el trasero como el de un dios griego le estropeara el día.
– ¿Y bien? -preguntó Marsha cuando Charity se había ido.
«Dos simples palabras con miles de significados», pensó Josh. ¿Qué les pasaba a las mujeres con el lenguaje? Podían hacer que a un hombre se le pusieran los pelos de punta sin esforzarse demasiado y ésa era una habilidad que admiraba y temía a la vez.
– Es inteligente y simpática.
Marsha enarcó las cejas.
– ¿No te parece que es guapa?
Él se recostó en el sofá y cerró los ojos.
– Ya empezamos otra vez. ¿Por qué estás tan obsesionada con emparejar a todo el que conoces? He estado casado, Marsha, ¿te acuerdas? Y no salió bien.
– Pero no fue culpa tuya. Era una zorra.
Él abrió un ojo.
– Creía que te caía bien Angelique.
– Me preocupaba que si se quedaba mucho tiempo bajo el sol el calor derritiera todo el plástico que se había metido en el cuerpo.
Él se rió.
– Era una posibilidad -su exmujer había tenido una belleza natural, pero no había descansado hasta tener un físico extraordinario.
– Bueno, ¿entonces te gusta? -preguntó Marsha.
Tenía la sensación de que ya no estaban hablando sobre su exmujer.
– ¿Por qué importa mi opinión?
– Porque sí.
– Muy bien. Me gusta. ¿Contenta?
– No, pero es un comienzo.
Estaba acostumbrado a las casamenteras y suponía que si tenía que vivir bajo una maldición, ésa no era una tan mala. Demasiadas mujeres le ofrecían todo lo que él pidiera, pero era una pena que estar con ellas no solucionara su verdadero problema.
Se levantó.
– Te dije que cuidaría de ella y lo haré. No sé qué te preocupa. Esto es Fool's Gold, aquí no pasa nada -razón por la que él había regresado a casa. Era un lugar genial para escapar, o lo había sido, porque últimamente era como si el pasado estuviera acechándolo.
– Quiero que Charity sea feliz -dijo Marsha-. Quiero que encaje aquí.
– Cuanto más tardes en contarle la verdad, más se enfadará.
Marsha frunció los labios.
– Lo sé. Estoy esperando el momento adecuado.
Él se acercó, se agachó y le dio un beso en su arrugada mejilla.
– Nunca hay un buen momento. Tú misma me lo enseñaste.
Se puso derecho y fue hacia la puerta.
– Podrías llevarla a cenar -le dijo Marsha.
– Podría -respondió él al marcharse.
Podía pedirle salir a Charity, pero ¿después qué? En cuestión de días habría oído suficiente sobre él como para pensar que ya lo sabía todo. Después de eso, o estaría ansiosa por descubrir si era verdad lo que se decía o directamente pensaría que era la escoria de la sociedad. A juzgar por sus cómodos y funcionales zapatos y por su vestido conservador, suponía que lo vería como escoria.
Cruzó el vestíbulo ignorando la vitrina de cristal que guardaba la camiseta amarilla que había llevado durante su tercer Tour de Francia. Salió al sol de la mañana y, al ver a Ethan Hendrix saliendo de su coche, deseó no haberlo hecho. Ethan había sido su mejor amigo.
Se movía con soltura; después de todo este tiempo, la cojera ya casi había desaparecido y era prácticamente imperceptible para cualquiera. Pero Ethan no era un cualquiera. Él había sido uno de los mejores ciclistas de competición y Josh y él iban a participar en el Tour de Francia juntos mientras seguían en la facultad. Habían pasado horas entrenando y gritándose insultos entre bromas diciéndose quién sería el ganador. Después del accidente, sólo Josh había logrado participar y se había convertido en el segundo ganador más joven en la historia de la carrera. Henri Cornet había sido veintiún días más joven que él cuando ganó en 1904.
Ethan miró al otro lado de la calle y sus ojos se encontraron. Josh quería acercarse a su antiguo amigo y decirle que ya había pasado mucho tiempo y que ambos tenían que superarlo, pero a pesar de los mensajes de texto que le había enviado, Ethan nunca le había respondido. Nunca lo había perdonado. Y no por el accidente, ya que había sido culpa de Ethan, sino por lo que había sucedido después.
En cierto modo, Josh no podía culparlo. Después de todo, él tampoco se había perdonado a sí mismo.
Al día siguiente, Charity desembaló su pequeña caja de objetos personales y después se metió de lleno en las tareas de la mañana. Había pensado en varias ideas para llevar negocios a Fool's Gold y quería presentárselas a la alcaldesa. Después de imprimir sus informes preliminares, se familiarizó con el raro sistema de e-mails de la ciudad y se quedó sorprendida cuando levantó la mirada y se encontró allí a la alcaldesa junto a la puerta.
– ¿Ya son las once y media? -preguntó, incapaz de creer cómo había volado el tiempo.
– Pareces muy ocupada -dijo Marsha-. ¿Retrasamos nuestro almuerzo?
– No, claro que no -sacó su bolso del último rajón del escritorio, se levantó y se estiró la chaqueta del traje-. Estoy lista.
Bajaron la ancha escalera y salieron a la soleada calle.
El ayuntamiento estaba en el centro de la ciudad y unas antiguas farolas flanqueaban la amplia acera. Había árboles añejos, una barbería y una heladería que anunciaba batidos pasados de moda. Tulipanes y azafranes de primavera crecían en jardineras situadas delante de los distintos establecimientos.
– Esta ciudad es preciosa -dijo Charity mientras cruzaban la calle en dirección al restaurante de la esquina. Bordearon una boca de alcantarilla donde dos mujeres obreras estaban preparando su equipo de trabajo.
– Es tranquila -murmuró Marsha-. Demasiado tranquila.
– Y ésa es una de las razones por las que me contrataste -Charity sonrió-. Para traer a la ciudad negocios y empleo.
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