Josh agarró el mando a distancia.

– No puedo ver esto.

Y apagó la televisión.

– Ya me lo contarán mañana. Steve, mi antiguo entrenador, me contará cómo ha ido.

– Seguro que lo que querrá saber es si tienes todas las vacunas puestas.

Josh se giró hacia ella y sonrió.

– Me parece que alguien se ha puesto a la defensiva.

– Al parecer alguien necesita interponerse entre todas las solteras del planeta y tú. No estoy segura de si esto debería parecerme gracioso o estar aterrorizada.

– ¿Puedo votar?

Ella miró sus ojos verde avellana y le acarició la mejilla.

– Me río por dentro. ¿Estas cosas te pasaban siempre antes?

Él vaciló.

– Algunas. Antes de estar casado. Era joven y ellas también.

Charity se preguntó si podría darle una cifra aproximada del «ellas». ¿Cien? ¿Mil? ¿De verdad quería saberlo?

– Pero una vez que tenía una relación, las reglas cambiaban. Yo siempre soy fiel.

Ella enarcó las cejas.

– ¿En serio?

– Jamás he engañado a ninguna mujer, ni me he sentido tentado a hacerlo. Siempre he pensado que si me interesaba mucho acostarme con otra persona entonces había algún problema en mi relación. Por eso, o las solucionaba o les ponía fin. Fui fiel durante mi matrimonio e incluso durante el divorcio. Esperé hasta que todos los papeles estuvieran firmados. Angelique no hizo lo mismo.

– Metió la pata hasta el fondo dejándote escapar.

Él sonrió.

– Gracias por decirlo, pero no te creería. Fue para mejor, jamás habríamos durado. Ella quería lo que yo era, el chico que aparecía en la caja de cereales, quería ver nuestros nombres en las revistas, que nos siguieran los fotógrafos. Yo quería algo distinto.

– ¿Os seguían los fotógrafos?

– A veces -admitió poniéndole la mano en la cintura. Ella sintió la calidez de sus dedos a través de la camiseta extra grande que llevaba-. Pero eso siempre se puede evitar; si vives una vida normal, acaban ignorándote.

– Entonces, ¿qué era lo mejor de tu antigua vida?

Josh se quedó pensativo un segundo.

– Formar parte de un equipo. Trabajar duro y dejarte la piel en una carrera. Esperar al ranking, querer ser el número uno y saber que, si no lo era, tendría que trabajar más. A veces echo de menos los gritos de las fans, pero no tanto como todo lo demás. Sobre todo echo de menos ser aquel tipo.

– Sigues siendo él. ¿Y qué me dices de los viajes? ¿De no tener un hogar?

– Fool's Gold es mi hogar.

– Pero no pasabas mucho tiempo aquí.

– No tenía que estar aquí para saber que era mi sitio.

Probablemente lo decía porque había crecido allí y podía darlo por hecho, pero para ella no era igual. Ella quería tener unas raíces permanentes, unas que pudiera ver. Quería despertarse en la misma cama todos los días sabiendo que seguiría haciéndolo año tras año. Los únicos cambios que quería ver eran los colores de la pintura y de la moqueta.

– ¿Volverás a competir? -preguntó ella-. Después de la carrera, si todo va bien.

– No lo sé -le sonrió-. Pero pase lo que pase, éste será mi hogar, Charity. No pienso alejarme de ti.

– No pensaba que fueras a hacerlo. Eres la clase de persona que se aleja para alcanzar algo, no de algo. ¿Piensas en cómo será ahora?

– Un poco. Yo seré diferente, y no daré las cosas por sentado. La sensatez y el sentido común juegan un papel importante, pero no estoy seguro de que puedan suplir el hecho de que ahora soy más viejo. Un regreso supondría un gran compromiso.

Siguió hablando sobre los «¿Y si…?» del mundo de la competición, pero no mencionó la palabra «ganar» porque eso era desafiar a los dioses.

Charity escuchó e hizo lo mejor por apoyarlo, aunque en su corazón sintió un escalofrío y esa frialdad la sorprendió. ¿Es que no le importaba Josh tanto como para querer que fuera feliz?

Ya sabía la respuesta y se preguntó si habría algo más, algo mucho más aterrador que ser egoísta. Mientras barajaba las posibilidades, una de ellas se hizo más clara que las demás. Una verdad que no podía evitar.

Estaba enamorada de Josh.

¡La vida era tan irónica! Estaba enamorada de un hombre que se ganaba la vida moviéndose a gran velocidad cuando ella lo único que quería era permanecer en un mismo sitio. Había hecho todo lo posible por evitar la trampa en la que siempre había caído su madre, y sin embargo ahí estaba, completamente atrapada.

– ¿Estás bien? -le preguntó él.

– Estoy bien, pensando en el futuro.

– No es un tema muy interesante.

– Podría serlo. Imagina que te sale bien la carrera. Lo tendrás todo.

Él se encogió de hombros como si eso no le importara, pero ella sabía que no era así. Josh nunca sería feliz siendo simplemente un tipo más, un tipo normal. Él era alguien que necesitaba sentir el rugido de la multitud aclamándolo y ella era una sola persona.


Bernie Jackson celebró una reunión un lunes para informar a todo el mundo sobre la investigación. Charity pasó los primeros minutos disimulando todo lo que pudo su recién adquirida aversión por las pelirrojas atractivas y se recordó que no era culpa de Bernie tener un gran parecido con una periodista barracuda.

– Hemos seguido la pista del dinero hasta aquí. Tenemos copias de los cheques y muestran el sello de la ciudad y al parecer han pasado por el concejo municipal. Sin embargo, no hay recibos de un ingreso y lo que es más inquietante, tampoco de que se haya retirado de una cuenta.

– ¿Crees que alguien borró los movimientos del ordenador? -preguntó Marsha-. ¿Los movimientos del ingreso y de la retirada del dinero?

– Posiblemente -respondió Bernie-, pero ¿qué pasa con el banco? El dinero ni entró ni salió y eso significa que fue a otra cuenta.

– ¿Sabemos si llegó aquí? -preguntó Charity-. El cheque podría haber sido interceptado en Sacramento o antes de que llegara aquí físicamente. Era un cheque en papel, ¿verdad?

– Sí -respondió Bernie-. Si nunca llegó aquí, entonces quien sea que esté perpetrando el fraude será más difícil de localizar. Pero basándonos en lo que sé hasta el momento, esa explicación es la más probable. He contactado con otras comunidades para descubrir si alguien está teniendo el mismo problema.

– Esto no me gusta -dijo la Jefa de Policía-. Me gustan los criminales que hacen su trabajo sucio donde se les puede ver.

– Eso facilitaría mucho las cosas -dijo Bernie.

Habló del resto de la investigación, respondió unas preguntas más, y ahí terminó la reunión.

Después, Charity volvió junto a Robert a la planta donde estaba su despacho.

– ¿Cómo lo llevas?

– Bien. Aunque la gente sigue mirándome de un modo extraño. Bernie me ha dicho que en un par de semanas podrá descartarme completamente como sospechoso -se estremeció-. Le he dado acceso completo a mis cuentas bancarias, incluida la de ahorros y la de jubilación. Todo.

– Siento que tengas que estar pasando por esto.

– Ya pasará y las cosas volverán a la normalidad -se detuvo junto al despacho de Charity-. Lo único que quiero es que descubra al desgraciado que está haciendo esto.

– Lo mismo quiere la Jefa de Policía.

– Creo que es más feliz cuando está arrestando a alguien.

– Todo el mundo necesita sus momentos de felicidad en la vida.

Robert estaba algo inquieto.

– ¿Estás…? ¿Cómo te van las cosas con Josh?

No era una pregunta que Charity quisiera responder.

– Bien.

– Te gusta muchísimo ¿eh?

Y como estaba segura de que estar enamorada se acercaba mucho al «te gusta muchísimo», no tuvo problemas en asentir.

– ¡Qué pena! -exclamó Josh antes de girarse y marcharse.

Otra desventaja más de la vida en una pequeña ciudad. No había manera de evitar ver a Robert y trabajar con él no le ponía las cosas fáciles. Lo único que podía hacer era esperar que él encontrara a alguien que pudiera valorar su simpatía y sus pequeñas rarezas.


El miércoles después del trabajo, Charity salió a hacer algo que llevaba tiempo posponiendo. Le gustaba su nuevo fondo de armario y eso era genial, pero ahora tenía que ocuparse de su pelo.

Lo había llevado exactamente igual desde que se graduó en el instituto: alisado a secador, para que no asomara ninguna de sus ondas naturales, con la raya en medio y por debajo de los hombros. Algunos días se lo recogía en una trenza y otros en una coleta alta, pero por lo general lo llevaba suelto. Sin embargo, no tenía nada de estilo y el color era un aburrido castaño medio. Había llegado el momento de un cambio.

Había pedido recomendaciones y le habían dado dos nombres, los de las hermanas que competían entre sí. Pia le había advertido que alternara las visitas entre las dos a menos que quisiera que la gente pensara que se había posicionado a favor de una o de otra. Cuando Charity había preguntado a qué se debía la disputa, Pia no había sabido responderle con seguridad y ése era parte del problema. Nadie sabía nada en realidad y eso hacía que mantenerse al margen del problema fuera mucho más difícil.

Pero eran las mejores peluqueras de la ciudad, así que Charity había elegido al azar el salón de Julia, o Chez Julia, que no debía confundirse con el local de su hermana, llamado La Casa de Bella.

– Eras tú la que quería vivir en una pequeña ciudad -se recordó Charity en voz alta mientras caminaba hacia el local pintado en un intenso azul. Había pósters de peinados en el escaparate, un exuberante jardín en la parte delantera y un porche con una mecedora.

Entró en el sorprendentemente grande salón donde había diez puestos de peinado a lo largo de dos muros. Las ventanas dejaban pasar una luz natural y los colores principales eran el marrón intenso de la madera y el turquesa. Las paredes lucían un tono verde azulado hasta la mitad y a partir de ahí el tono crema se extendía hasta el techo. El suelo de baldosas tenía una docena de tonalidades turquesa y una suave música sonaba de fondo; el lugar estaba impoluto y rezumaba un aire de relajada elegancia. Bajo cualquier otra circunstancia, Charity habría estado encantada con su descubrimiento.

Por el contrario, se sintió atrapada cuando todo el mundo en el salón se giró para mirarla. Era como si supieran quién era… y seguro que lo sabían.

Una atractiva mujer de unos cuarenta años corrió hacia ella.

– Charity, mi cita de las cuatro y media, ¿verdad? Soy Julia. Encantada de conocerte.

– Hola.

Julia miró hacia atrás y volvió a centrar su atención en Charity.

– Ignóralas. Yo lo hago.

Charity esbozó una sonrisa.

– Es como ser la chica nueva de la escuela.

– Lo sé, pero te prometo que todo mejorará -Julia sonrió-. Bueno, te tengo apuntada para darte unos reflejos y un corte. Ven a sentarte y cuéntame en qué estabas pensando.

Charity la siguió hasta una silla situada al fondo en la que se sentó de cara al espejo. Julia estaba detrás, esperando.

– Quiero algo distinto -le dijo-. Llevo años llevando el pelo del mismo largo y prácticamente con la misma forma. Y también necesito ayuda con el color.

Julia deslizó las manos sobre su pelo.

– Es denso. ¿Lo tienes ondulado?

– Más o menos, pero lo controlo alisándolo.

– ¿Cuánto tiempo quieres emplear en peinarte por las mañanas?

– No más de quince minutos. No tengo paciencia.

– Es bueno saberlo -Julia ladeó la cabeza-. ¿Damos unos reflejos suaves? Nada demasiado obvio, lo suficiente para darte un poco de profundidad.

– Suena genial.

– Y para el corte, estoy pensando en uno estilo Bob largo con flequillo.

Charity parpadeó.

– ¿Flequillo?

Julia puso las manos sobre los hombros de Charity.

– Confía en mí.

Charity decidió dejarse llevar, al fin y al cabo el pelo crecía. Y si no le gustaba su nuevo estilo, con el tiempo podría volver a como lo llevaba antes.

Julia la dejó con unas revistas y se fue a preparar la mezcla para el color. Unos minutos después, Charity estaba cubierta con una capa de plástico mientras Julia le aplicaba el color con pericia a unos mechones de su cabello y después se lo envolvía cuidadosamente con papel de aluminio.

– ¿Cómo estás adaptándote a vivir aquí? -le preguntó Julia-. Ya llevas unos cuantos meses.

– Me gusta mucho. Nunca antes había vivido en una ciudad pequeña, pero es divertido.

– ¿Qué tal es Josh en la cama? -gritó una mujer con unos rulos puestos desde el otro lado del salón.

La conversación se detuvo ahí y durante un segundo se oyó sólo el sonido de la música. Una vez más, todas miraban a Charity.

Julia suspiró.

– No tienes que responder a eso, aunque nos interese -le guiñó un ojo.

Se giró.

– Es nueva, recordad. Dejadla tranquila.

– Pero quiero saberlo -insistió otra mujer-. Tengo sesenta y dos años y las probabilidades de que pueda descubrirlo por mí misma son escasas.