Salió del hotel poco después de las ocho y se dirigió hacia el ayuntamiento. La reunión era a las nueve. Había reservado el paraninfo situado en el sótano y esperaba no haber sido demasiado optimista al respecto. Podía albergar cerca de doscientas personas y con que lograran reunirse cincuenta o sesenta personas, se alegraría… Aunque mejor si eran cien.
– Es un día laborable -se dijo al entrar en el edificio-. Y eso reducirá la asistencia.
Pero era por una causa importante. Ojalá pudieran sacar algo de tiempo y…
Bajó al sótano por las escaleras.
La noche anterior había repasado dos veces la presentación y se había asegurado de que la pantalla y el equipo de sonido estuvieran en perfecto estado. Además, había preparado un ordenador de reserva por si acaso. Sheryl había pedido grandes jarras de café, el Fox and Hound había cedido tazas y servilletas y la hija de Morgan, que regentaba una pastelería, sería la encargada de llevar los donuts.
Charity bajó las escaleras y entró en el tranquilo salón. No había nadie allí.
Se quedó de pie entre las sombras luchando contra la decepción. Ni un solo miembro de la comunidad había acudido. No había nadie. Sólo silencio.
Le dio un vuelco el estómago a medida que se veía invadida por el pánico. ¿Qué había pasado? ¿Se había perdido la reunión? ¿Se había equivocado de día? ¿Se había despertado en un universo alternativo?
– ¿Charity?
La cálida y familiar voz la hizo darse la vuelta. Allí estaba Josh, esperándola y sonriéndole.
– Tienes el teléfono apagado.
– ¿Qué?
– Todo el mundo ha estado intentado ponerse en contacto contigo. Vamos -la agarró de la mano y la llevó hacia las escaleras.
– ¿Qué estás haciendo? Tengo que hacer una presentación.
– No hace falta que me lo digas. ¿Es que no se te ha ocurrido que en uno de los días más importantes de tu vida debías dejar el teléfono encendido?
Subieron las escaleras.
– No lo entiendo. Lo tengo encendido -lo sacó del bolso y vio que la pantalla estaba en blanco. Parecía que la batería se le había acabado durante la noche-. Oh, Dios. ¿Qué me he perdido?
– Ha venido tanta gente que hemos tenido que trasladar la presentación.
– ¿Trasladarla? ¿Dónde es ahora?
– En el gimnasio del instituto -miró su reloj-. Tenemos cuarenta minutos. No te preocupes.
El corazón de Charity comenzó a palpitar con fuerza.
– No puedo llegar tarde.
– No lo harás.
Salieron corriendo del ayuntamiento en dirección al todoterreno que estaba aparcado enfrente. Charity apenas se había subido cuando Josh ya había arrancado el motor.
– ¡Mi presentación! -dijo al recordar todo lo que se había dejado en su despacho.
– Sheryl se ha ocupado de eso. Se ha llevado todo al gimnasio. Ha intentado llamarte esta mañana, pero Mary la recepcionista sabía que te habías quedado despierta hasta las tres y por eso no te han pasado las llamadas. Yo estaba entrenando y tampoco han podido contactar conmigo.
Josh conducía a toda velocidad por las extrañamente desiertas calles de Fool's Gold hasta que estuvieron a menos de un kilómetro del instituto y allí se toparon con mucho tráfico. Sacó la cabeza por la ventanilla y empezó a gritar que Charity iba con él. Al instante, los coches empezaron a apartarse.
Siguieron avanzando hacia el instituto. No había sitio para aparcar, así que se detuvo a un lado de la acera.
– ¡Vamos! -dijo señalando al gimnasio-. Las puertas están abiertas. Marsha ya está dentro. Volveré en cuanto pueda -sonrió-. Lo harás genial.
Charity quería decirle algo, acariciarlo, besarlo y tal vez hablar del futuro, pero no había tiempo porque ya estaba abriendo la puerta. Bajó del coche y echó a correr.
Una vez dentro del gimnasio, se detuvo para mirar a su alrededor. El enorme espacio estaba desbordante de gente. Las gradas estaban llenas, al igual que todas las sillas colocadas sobre el suelo del gimnasio. Había un escenario en un extremo con una mesa donde estaba sentado el comité, impresionado. Las paredes estaban forradas de pancartas clamando que Fool's Gold quería el hospital y las animadoras dirigían a la multitud en varios y extraños, pero interesantes, vítores sobre la sanidad y la profesión de enfermera.
Marsha vio a Charity y la saludó con la mano. Fue hacia el escenario.
– Me he quedado sin batería -le murmuró a su abuela-. No sabía que lo habíamos trasladado.
– Hemos tenido que hacerlo. La gente ha empezado a llegar sobre las siete de la mañana, jamás había visto semejante concurrencia de público -sonrió a Charity-. Escucharon tu petición y han respondido de este modo. No te vas a creer las ofertas que nos están lloviendo -señaló las carpetas que había sobre la mesa-. Lo has hecho muy bien.
– Aún no sabemos si el hospital se va a construir aquí o no.
– Sea como sea, estoy orgullosa de ti.
– Gracias -Charity se concedió un momento para disfrutar de esa sensación de bienestar, de la sensación de por fin haber encontrado su lugar, y respiró hondo antes de dirigirse a la mesa de conferencias-. Buenos días.
– ¡Impresionante! -dijo el doctor Daniels señalando a la multitud-. Me gustan las pancartas.
– Pues más le gustará la información que he recopilado -agarró el micrófono y lo encendió-. ¿Empezamos?
Al instante, el enorme gimnasio quedó en silencio.
Charity ya había hecho muchas presentaciones antes, formaba parte de su trabajo, pero no recordaba haber tenido tanto público ni uno tan entusiasta. Aunque todo el mundo estaba callado, podía sentir su apoyo y eso le dio confianza.
Fue al estrado y abrió la carpeta que tenía allí.
– Doctor Daniels, me gustaría darles de nuevo la bienvenida a usted y a su comité y agradecerles esta nueva oportunidad de convencerlos de que éste es el lugar donde deberían construir su hospital. La última vez que hablamos mencionaron dos preocupaciones en concreto: trabajadores con formación y apoyo de la comunidad -alzó la mirada y sonrió-. Dejen que les muestre por qué no tienen nada de qué preocuparse.
Durante la siguiente hora, desarrolló una detallada presentación en la que explicó cómo el campus de la Universidad de California situado en Fool's Gold había desarrollado un programa de estudios de Enfermería, incluyendo distintas especialidades de titulación superior, y que el hospital universitario, el Wilson Memorial, enviaría internos y residentes al nuevo hospital.
Les mostró los planos para un nuevo campo de golf, proyectos de viviendas y revisó los excelentes expedientes académicos de las escuelas locales. Después, les enseñó una lista de eventos benéficos que ayudarían a desarrollar proyectos especiales para el hospital.
– En cuanto al apoyo de la comunidad, creo que los ciudadanos de Fool's Gold ya han hablado por sí solos.
La multitud se puso en pie y aplaudió entre gritos y silbidos.
El doctor Daniels parecía atónito.
– ¿Puede darnos unos minutos para consultarlo? -le preguntó el hombre con los ojos ligeramente empañados.
Charity asintió y apagó el micrófono. La gente comenzó a charlar y vio a Josh corriendo hacia ella entre las hileras de sillas. Después de bajar las escaleras, Charity se encontró con él delante del estrado. Él la agarró de la mano y la sacó por una puerta hacia un tranquilo pasillo.
– Lo has hecho genial.
– Todos lo hemos hecho. Ha venido todo el mundo. La información que tenía preparada era fabulosa, pero tener a tanta gente expresando su apoyo tiene un valor incalculable -sintió una agradable calidez por dentro, la sensación de estar en casa. Si el hospital se construía allí, no lo habría hecho sola y eso hacía que la victoria resultara más dulce todavía.
Esa ciudad, esa gente, era lo que había estado buscando toda su vida. Un lugar al que llamar hogar. Un lugar al que pertenecer.
Había estado perdida mucho tiempo, pensó mientras miraba los preciosos ojos de Josh. Había estado haciendo lo posible por tomar la elección correcta para no resultar herida, para que no la abandonaran. Pero vivir así había significado perderse muchas cosas, perderse lo mejor.
– Pase lo que pase con la carrera, con el bebé, con el futuro, quiero que sepas que no me arrepiento de nada. Te quiero.
Josh puso las manos sobre sus hombros y la besó.
– Yo también te quiero.
– ¿Qué… qué? -preguntó ella sintiendo como si el suelo se hubiera movido bajo sus pies.
Él sonrió.
– Te quiero, Charity. Eres todo lo que siempre he querido. Adoro estar contigo y cómo me siento cuando estoy a tu lado. Quiero ser el hombre de tu vida, la persona en la que puedas apoyarte. Quiero que formemos una familia. Para siempre. Y quiero que te cases conmigo.
Las palabras resonaron en su cabeza con fuerza; por separado tenían sentido, pero juntas le resultaban imposibles de creer.
– ¿Me quieres?
– Sí -volvió a besarla-. En cuanto pase la carrera, hablaremos de los detalles, de dónde viviremos y dónde celebraremos la boda.
Los labios de Josh seguían moviéndose y por eso Charity supuso que seguía hablando, aunque lo cierto era que no estaba escuchando.
La carrera. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Todo giraba en torno a la carrera, a ser famoso e importante, a ser el chico del póster.
– No he dicho que vaya a casarme contigo.
– Lo sé. Cuando gane…
– Eso es lo más importante, ¿verdad? Ganar. No quiero estar con alguien que necesita ser venerado por millones de personas, Josh. Quiero estar con un hombre que me quiera y que se conforme conmigo, con sus hijos y tal vez con un perro.
– Pero yo te quiero. No voy a dedicarme al ciclismo de manera profesional. Sólo quiero demostrarme que aún valgo.
– A mí no me importa que ganes la carrera.
– Pero a mí sí -le respondió él con determinación-. Mi madre me abandonó porque estaba enfermo y no servía para nada y Angelique se marchó cuando ya no pude competir.
– Pero yo no soy ellas.
– Quiero que estés orgulloso de mí.
– Ya lo estoy.
– Necesito estar orgulloso de mí.
Y era verdad. Lo que importaba era él y cómo se sintiera, pero ¿terminaría todo con una carrera? ¿Sería suficiente? ¿Podría oír a la multitud aclamándolo y alejarse de ello sin más? No.
– Ganaré y después estaremos juntos.
Josh era todo lo que había querido, el hombre que amaba, el padre de su hijo aún no nacido. Pero pedía lo imposible.
– No estaré contigo si participas en la carrera. No quiero estar con alguien que necesite ganar para sentirse lleno.
La puerta que había junto a ellos se abrió de golpe y Pia asomó la cabeza.
– ¡Dios mío! ¡Han aceptado! Traerán el hospital. ¿No es genial?
– Genial -susurró Charity sabiendo que esa mañana había ganado y perdido a partes iguales.
Veinte
Josh estaba sentado en la barra dando un trago a su vaso de agua. Faltaban tres días para la carrera y nunca en su vida se había sentido en tan buena forma. Sus cuidadosamente diseñadas rutinas de entrenamiento habían tonificado sus músculos y afilado sus reflejos. Había hecho el trabajo y ahora lo único que necesitaba era tener un poco de suerte.
– Para ser un tipo considerado casi como un héroe, no se te ve muy feliz -le dijo Jo-. ¿Quieres hablar de ello?
Él sacudió la cabeza y siguió mirando la barra.
Jo miró a su alrededor como para asegurarse de que nadie podía oírlos y se inclinó hacia él.
– Lo harás, Josh. Te he visto entrenar. Has estado en el medio del pelotón y no has tenido ningún problema. Eres bueno, tienes que creer en eso.
Él alzó la cabeza lentamente para mirar a la mujer que tenía delante y que lo miraba con afecto y comprensión.
– ¿Qué has dicho?
– Sé que has estado un tiempo asustado, pero lo lograste, venciste a tu miedo. No creo que yo pudiera haberlo hecho y pasar por lo que tú has pasado. Yo no, pero tú sí.
La verdad lo golpeó con fuerza y se le secó la boca.
– ¿Lo sabías?
– ¿Que ya no podías competir? Me parecía muy peligroso que salieras a montar a última hora de la noche, pero supongo que era el único modo que tenías para superarlo, ¿verdad?
Se sintió expuesto y un poco estúpido.
– ¿Lo sabías? -repitió.
– Eh, sí.
Él tragó saliva y se puso derecho.
– Deja que adivine, todo el mundo lo sabía. Toda la ciudad.
– No todo el mundo, pero sí la mayoría. No queríamos hablar de ello porque necesitabas tener tu espacio y asumirlo.
Revivió en su mente los dos últimos años y recordó las precauciones que había tomado para esconder su bici, cómo había montado en la oscuridad por vergüenza a hacerlo a la luz del día. Recordó cómo habían bromeado todos con eso de que volvía de estar con alguna chica cuando habían sabido perfectamente lo que había estado haciendo.
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