– Exacto.

– He pensado en algunas ideas -le dijo Charity, sin estar segura de si se trataba de un almuerzo de trabajo o un almuerzo social para conocerse mejor.

– ¿Cuántas de ellas serán dirigidas y desempeñadas principalmente por hombres?

Charity se detuvo delante del restaurante preguntándose si había entendido bien la pregunta de la alcaldesa.

– ¿Cómo dices?

Los azules ojos de Marsha danzaron con diversión.

– Te he preguntado por los hombres. Oh, no te asustes. No es por mí, es por la ciudad. ¿No te habías fijado?

Charity sacudió la cabeza lentamente, preguntándose si la alcaldesa se había dado un golpe en la cabeza o estaba tomando una medicación de efectos cuestionables.

– ¿Fijarme en qué?

– Mira a tu alrededor -le dijo la alcaldesa-. Muéstrame dónde están los hombres.

Charity no tenía la más mínima idea de qué estaba hablando.

– ¿Hombres… hombres?

Detenidamente, examinó la calle que las rodeaba. Había dos obreras, una mujer con un uniforme de cartero repartiendo correo y una joven pintando un escaparate.

– No veo ninguno.

– Exacto. Fool's Gold tiene una grave escasez del hombres. Es parte de los motivos por los que te contraté. Para que traigas más hombres a nuestra ciudad.

Dos

El restaurante Fox and Hound era como una versión americana de un clásico pub inglés. Bancos, una larga barra de madera y grabados de caza ingleses en la pared. A Charity le pareció un lugar encantador y más tarde, cuando pudiera observarlo más detenidamente, no se le escaparía ningún detalle del local. Ahora lo único que podía hacer era seguir a la alcaldesa hasta una mesa tranquila junto a la ventana.

Se sentó enfrente de ella y apretó los labios. No diría una palabra hasta que Marsha se explicara.

– El problema comenzó hace años -dijo Marsha al instante-. Los hombres se marcharon para encontrar un trabajo mejor y no volvieron. Eso sucedió en mi época y, por alguna razón, no ha mejorado. Cuando se publique el censo del 2010 será un desastre, tanto a ojos de la prensa como en el modo en que la ciudad se ve a sí misma. Si no traemos aquí algunos hombres para que nuestras jóvenes se casen, entonces ellas también empezarán a marcharse y la ciudad morirá. Pero eso no pasará mientras yo esté al cargo.

La alcaldesa hablaba con intensidad y determinación.

Charity había agarrado su vaso de agua, más que nada para ganar tiempo. ¿Escasez de hombres? ¿Era una broma? ¿Formaba parte de un ritual de iniciación a la ciudad?

– Hay muchos negocios que tradicionalmente son llevados por hombres -comenzó a decir lentamente-. Si es que hablas en serio.

– Hablo en serio -Marsha se inclinó hacia ella-. Fool's Gold fue una ciudad fundada en la década de los setenta del siglo XIX durante la fiebre del oro. Creció y prosperó y cuando el oro se acabó, justo con la llegada del nuevo siglo, comenzaron los problemas.

Una camarera apareció allí con las cartas, tomó nota de la bebida y se marchó.

– Desde el punto de vista geográfico podemos sentirnos afortunados -siguió diciendo Martha- y gracias a eso no desaparecimos. El complejo hotelero de esquí se construyó en los años cincuenta y los viñedos situados al oeste de aquí tienen por lo menos sesenta años. Hasta el momento nos mantenemos, hay mucha industria y pequeños negocios. Ethan Hendrix, por ejemplo, tiene una empresa de construcción que se ha expandido y eso trae a algunos hombres, pero no es suficiente.

Marsha se encogió de hombros.

– No dejo de decirme que debería estar encantada por el gran número de mujeres que contrata, por el tema de la igualdad y todo eso, pero no puedo. Los hombres se marchan de aquí y no sabemos por qué. ¿Topografía? ¿Una maldición aborigen? El caso es que se nos está yendo de las manos. A las mujeres jóvenes les está resultando difícil encontrar marido y, lo que es peor, los pocos hombres que tenemos suelen encontrar a sus esposas en otra parte.

Charity hizo todo lo que pudo por parecer tanto inteligente como interesada en el tema a la vez.

– Entiendo que es una situación difícil -intelectualmente comprendía que una población en crecimiento era esencial para que toda ciudad sobreviviera, pero… ¿escasez de hombres? ¿En serio?-. ¿Habéis investigado lo del tema de la maldición aborigen? -preguntó cuando no se le ocurrió nada más.

Marsha se rió.

– Los únicos aborígenes que vivieron en las colinas no eran de los que lanzaban maldiciones. Lo que pienso es que si traemos negocios a la ciudad no creo que tuviera nada de malo limitarnos a ésos que tradicionalmente desempeñan los hombres, como ingeniería, tecnología, un segundo hospital. Es cierto que los hospitales también contratan a mujeres, pero eso nos daría una gran base de empleo.

Sí, claro, ¡como si Charity pudiera conectarse a Internet y encargar un hospital, así, sin más! Respiró hondo. Necesitaba procesar la información. ¿Escasez de hombres? Jamás en su vida había oído algo así, aunque tampoco podía culpar a la alcaldesa por no haberlo mencionado durante las entrevistas de trabajo. Eso sí que habría sido una buena forma de aterrorizar a los candidatos.

– Durante los próximos días, a medida que vayas conociéndolo todo por aquí, quiero que hagas un recuento mental y podrás ver por ti misma que hay una gravísima escasez de hombres. Mi gran temor es que corra la voz y que un periodista de alguna parte lo descubra y empiecen a inventarse historias sobre la ciudad.

– ¿No os ayudaría recibir tanta atención?

– Esta ciudad es especial para todos nosotros. No nos interesa que se crean que somos unos bichos raros; lo único que necesitamos es equilibrar nuestra población.

Charity pensó en Josh Golden; era un hombre que perfectamente valía por tres. La alcaldesa Marsha debería casarlo con una de las solteras de allí.

– Pero hay algo bueno en todo esto -le dijo Marsha guiñándole un ojo-. Como eres la que va a reunirse con los propietarios de los negocios, podrás, ser la primera en elegirlos.

– Qué suerte tengo -murmuró Charity, agradecida de que la camarera las interrumpiera. No estaba dispuesta a compartir los detalles de su vida social, o de la falta de la misma, con su nueva jefa. Y no había razón para explicarle que no tenía ningún éxito en el departamento de hombres.

Y aunque haber evitado la afición de su madre por hombres demasiado guapos ya había sido un buen comienzo, eso no le había garantizado nunca un final feliz. Hasta el momento era la embajadora de los desastres amorosos.

Cuando habían terminado de pedir sus platos, una mujer de pelo rizado y bien vestida se acercó a su mesa. Era un poco más alta que Charity y emanaba estilo y atractivo sexual por todas partes.

– ¡Entonces, tú eres la nueva! -dijo alegremente la veinteañera-. Hola. Soy Pia O'Brian, la planificadora de fiestas de Fool's Gold.

– Suena mejor «organizadora de eventos» -dijo Marsha sacudiendo la cabeza.

– Tal vez suene mejor para ti, a mí me gusta el aspecto de fiesta de mi trabajo -Pia sonrió a Charity-. Un placer conocerte.

– Lo mismo digo.

– La verdad es que no planifico fiestas -admitió Pia-. Organizo el Festival de la Primavera, el Festival del Verano y los fuegos artificiales del 4 de julio.

– ¿Y el Festival del Otoño? -preguntó Charity.

Pia se rió.

– Sí, pero eso viene después del Festival de Fin de Verano y se centra en libros. Aquí somos gente muy fiestera.

– Eso veo -lo más cerca que Charity había estado de las fiestas de una ciudad había sido un mercadillo de artesanía en el instituto-. Estoy deseando asistir a una.

– ¡Ojalá sólo tuvieras que hacer eso! -dijo Pia exageradamente-. Tú y yo vamos a tener que hablar. Te llamaré para concertar una cita.

– ¿Debería estar nerviosa? -preguntó Charity riéndose.

– No, no pasa nada. Que disfrutéis de vuestro almuerzo -les gritó por encima del hombro mientras se alejaba hacia la puerta.

– Es simpática -dijo Charity. Y, además, debían de ser más o menos de la misma edad. La consideraría una amiga potencial.

– Para que lo sepas, habla mucho y hace poco, por lo menos en lo que respecta a nuestro problema -Marsha sacudió la cabeza-. Oh, Charity, te he metido en una situación muy difícil. Espero que no te importe.

– Estaba buscando un desafío -le respondió ella. Y además de un desafío, había estado buscando un trabajo totalmente distinto al anterior. Había querido empezar de nuevo y el empleo en Fool's Gold le había ofrecido exactamente eso.

– Bien. No quiero asustarte el primer día. Tal vez el segundo…

Charity se rió.

– No me asusto con facilidad. Es más, este fin de semana voy a subirme al coche y voy a ir a ver los distintos barrios que hay en la ciudad.

– ¿Estás pensando en comprarte una casa?

– Ahora mismo no, pero puede que sí en un par de meses. Quiero echar raíces.

Tener una dirección permanente y establecer lazos con una comunidad siempre había sido su fantasía.

– Hay algunas casas preciosas, aunque con todos los hombres que se mudarán aquí, puede que quieras esperar un poco. Has dicho que estabas soltera, así que puede que conozcas al hombre de tu vida.

– No, no -dijo Charity antes de dar un sorbo de café. La alcaldesa Marsha era muy simpática, pero no era la persona más sutil que había conocido.

En cuanto a lo del hombre de su vida… no estaba buscando a un hombre perfecto. Simplemente quería un tipo simpático que la amara tanto como ella lo amaría a él. ¡Ah! Y un hombre que fuera soltero, sincero y fiel, algo terriblemente difícil de encontrar, por lo menos dadas las experiencias que había tenido.

– Si alguien de por aquí te hace gracia -dijo Marsha mientras les servían la comida-, pregúntame por él. Conozco a todo el mundo.

De nuevo el cerebro de Charity se centró en Josh, en lo increíblemente atractivo que era y en los miles de problemas que podía ocasionarle. Tal vez no fuera capaz de ignorar las reacciones de su cuerpo cuando él estaba delante, pero sí que podía hacer todo lo posible por ignorarlo a él. Y lo haría. Incluso en una ciudad tan pequeña como Fool's Gold, no podría ser tan difícil.


– Me vuelves loco, lo sabes, ¿verdad?

Josh seguía observando la pantalla de su ordenador e ignorando a su secretaria; eso era algo que se le daba bien después de años de práctica.

Por desgracia, Eddie no era de esas personas que captaban las indirectas.

– Estoy hablando contigo, Josh.

– Lo sabía -dejó de mirar el e-mail para centrar su atención en su setentona secretaria que estaba de pie con las manos en las caderas.

Eddie Carberry tenía el pelo corto, ondulado y canoso. Le gustaba llevar mucho maquillaje y chándales de terciopelo. Tenía uno para cada día de la semana. Si era lunes, se pondría el violeta.

– Están poniéndome de los nervios -le dijo ella-. ¿En qué demonios estabas pensando? Sé que no estás acostándote con ellas, así que no se trata de sexo. Y tampoco me digas que es por ser simpático. Ya sabes cómo lo odio -Eddie lo miraba mientras hablaba.

Josh sabía muy bien que tenía que tomarse en serio su mal genio, al igual que sabía que «ellas» en cuestión eran las tres chicas en edad universitaria que se suponía que tenían que estar ayudándola en la oficina.

– Dijiste que querías liberarte de responsabilidades, dijiste que querías que hubiera más empleados -le dijo él.

Eddie puso los ojos en blanco.

– Y también dije que quería parecerme a Demi Moore y no veo que estés haciendo nada para solucionarlo. Esas chicas no son empleadas, son unas rubias con todos los clichés que se le pueda asociar a ese color de pelo. Sólo quieren hablar de ti -alzó la voz-. ¡Josh es guapísimo! -dijo con una voz aguda y burlona-. ¿Crees que me pedirá salir?

Bajó la voz hasta su tono normal y añadió:

– Pensé que se lo explicarías todo cuando las contrataste.

– Y lo hice. Detalladamente.

– Pues entonces tendrás que volver a hacerlo.

Eso parecía…

Había jovencitas que habían hecho de todo con tal de captar su atención, incluso meterse en su cama desnudas diciéndole que esperaban un hijo suyo. Y él comprendía esa teoría: si estaban junto a una persona que el público veía especial, entonces ellas pasaban a ser especiales también y decirles que no merecía la pena que perdieran su tiempo con él no parecía funcionar. Ese verano había probado a ofrecer empleos pensando que, si trabajaban a su lado, verían al hombre que se ocultaba detrás del mito. Sin embargo, hasta el momento el plan no había funcionado.

– Un par de gatos podrían ayudarme más -gruñó Eddie-. Y eso que ya sabes lo que pienso de los gatos.

Lo sabía. Ella odiaba a toda criatura que se atreviera a soltar pelo sobre uno de sus chándales.