Charity se obligó a mirar por el parabrisas del todoterreno y se dijo que estaba totalmente aburrida. Había miles de cosas en la oficina que requerían su atención, llamadas que hacer, planes que poner en marcha, listas que revisar y no había nada interesante en estar al lado de Josh.

Suspiró. Por lo menos cuando se mentía a sí misma, nadie le llevaba la contraria.

– Tú eres de aquí. Tú eliges la ruta.

– Bien, pero tendrás que ponerte el cinturón.

– Porque lo dicta la ley, ¿verdad? No vamos a subir una montaña ni nada.

Él se rió.

– No en la primera cita. Me gusta reservar lo más intenso para después para asegurarme de que puedes resistirlo.

Ella quería dejar claro que no era una cita, pero para eso tendría que hablar y las palabras de Josh le habían dejado la garganta seca.

Ese hombre era el encanto personificado, pensó mientras se preguntaba si sería un don divino o algo en lo que él tenía que trabajar. Seguro que era algo natural, seguro que ni siquiera sabía lo que provocaba entre las mujeres que lo rodeaban… y ella tampoco se lo diría.

Josh se incorporó al tráfico y se detuvo en un semáforo en una esquina.

– ¿Tomas la interestatal para entrar en la ciudad? -le preguntó él.

– Sí.

– ¿Has visto muchos lugares de la zona desde tu llegada?

– Sólo llevo aquí un par de semanas, no he tenido mucho tiempo.

– ¿No tienes los fines de semana libres?

– Mi primer fin de semana lo pasé preparándome pura la reunión con la universidad -se estremeció al pensar en lo desastrosa que había sido aquella mañana hasta que Josh había entrado en la reunión, había pronunciado las palabras mágicas y la había sacado del aprieto. No es que estuviera disgustada por el hecho de que se hubiera firmado el contrato, pero la actuación de Josh la había hecho sentirse mal con su trabajo… aunque tal vez eso era culpa suya.

– El fin de semana pasado estuve preparando mis reuniones de esta semana.

– Veo que se repite el mismo patrón. Tienes que salir más.

¿Estaba ofreciéndole salir con él? Porque lo deseaba desesperadamente, aunque era una estupidez porque tendría que negarse a cualquier clase de oferta que él le hiciera. Ese hombre no era beneficioso para su salud mental. Además, no podía olvidar que la otra noche había una mujer esperándolo en su habitación. Una mujer prácticamente desnuda que claramente guardaba la esperanza de que su noche tuviera un giro de lo más erótico. A Josh le gustaba jugar y Charity jamás había comprendido las reglas de esa clase de juegos.

Escribió una nota mental para recordarse que tenía que buscar información sobre Josh en Internet cuando volviera a su habitación esa misma noche y así el más mínimo encaprichamiento que tuviera con él quedaría destruido al conocer la realidad de su vida personal.

– Tengo pensado estar en Fool's Gold mucho tiempo -dijo-. Lo iré viendo todo con el tiempo.

Él giró dos manzanas antes del cartel que señalaba la interestatal y después se dirigió al oeste.

– Hay tres bodegas distintas que cultivan uvas en el valle -dijo él señalando los acres de viñedos que se extendían hacia el horizonte-. En su mayoría son Cabernet Sauvignon, Merlot y Cab Franc. Hay otras uvas para mezclas -le sonrió-. Y ahí terminan mis conocimientos sobre vinos. Si quieres saber más, hacen excursiones todos los fines de semana y empiezan en un par de semanas.

Mientras corrían por la autopista, Charity podía ver diminutos brotes en las ramas desnudas: la promesa de las futuras uvas.

– La mayoría de las bodegas abrieron hace unos años -continuó él-. Todo este valle cultivaba desde maíz hasta manzanas y con el tiempo los viñedos fueron ocupándolo. Tiene que ver con el suelo y el clima.

– Y con el dinero -apuntó ella-. Para muchos granjeros hay más beneficios en las uvas. El vino está en alza últimamente.

Él la miró.

– Impresionante.

Charity hizo todo lo que pudo por no sonrojarse.

– He hecho mis deberes antes de mudarme -se aclaró la voz-. Las bodegas están más cerca de la ciudad de lo que pensaba -dijo mirando hacia atrás para ver las montañas alzarse contra el cielo azul. Metió la mano en su bolso y sacó una pequeña libreta-. Es un gran recurso. Cualquier empresa que tenga pensado instalarse aquí tiene que hacer una de esas visitas por la zona -dijo más para sí que para él-. Ofrecen un gran atractivo para el comprador.

La ciudad tenía que tener alguna especie de folleto para promocionarse. Escribió otra nota mental para revisar ese punto cuando volviera y asegurarse de que las bodegas y los viñedos se mencionaban como era debido. Tal vez podría revisar el calendario de Pia. Tenía que haber algún festival de la uva o del vino.

– Las bodegas son sólo una parte -le dijo Josh-. También hay actividades de acampada y senderismo en verano y esquí en invierno. El hotel de la estación tiene un restaurante de cinco estrellas y una escuela de cocina. Vienen muchos turistas.

– Sabes mucho sobre la zona. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– Crecí aquí. Me mudé cuando tenía diez años.

– Debió de ser muy agradable -dijo ella con cierta envidia-. Cuando yo era pequeña soñaba con quedarme en un mismo sitio, pero a mi madre le gustaba viajar.

Josh la miró con un brillo en sus ojos.

– ¿Te dijo por qué?

– Tenía muchas razones. Le gustaba la emoción de verse en un nuevo lugar, las posibilidades que podía ofrecerle. Solía decir que había nacido queriendo moverse, seguir adelante.

Y parte de los motivos que había tenido era que siempre había querido escapar de todo lo malo que le había sucedido antes y que, por lo general, se reducía a un hombre y al final de una relación.

Charity había querido a su madre, pero las constantes mudanzas no habían sido fáciles. Sobre todo porque Sandra se trasladaba según su humor sin importarle si a Charity le quedaban sólo unas semanas para terminar un trimestre o el año escolar.

– Crecí siendo siempre la chica nueva.

– ¿Eso te supuso un problema?

– No era nada extrovertida. Cuando había hecho amigos y empezaba a sentirme integrada, volvíamos a mudarnos.

– Te gustará Fool's Gold.

– Ya me gusta. Todos son muy simpáticos y abiertos.

Él hizo un par de giros y después se situaron de nuevo en dirección a las montañas.

Charity se sintió un poco más relajada. Estar cerca de Josh no la asustaba tanto, no si recordaba que tenía que respirar e ignorar la conexión que estaba surgiendo entre ellos.

Una gran camioneta venía en la otra dirección. Estaba llena de chicas en edad universitaria que bajaron las ventanillas y comenzaron a gritar y a saludar a Josh. Él les devolvió el saludo.

– ¿Son fans? -le preguntó ella al ver el coche pasar.

– Seguramente.

Charity se arriesgó y lo miró.

– ¿Es por lo de la bici, verdad?

La boca de Josh se encogió como si estuviera intentando no sonreír.

– Sí, por lo de la bici.

– ¿Porque eres un ciclista famoso?

– Lance Armstrong y yo.

– ¿Así que has participado en el Tour de Francia?

Él la miró.

– ¿Sabes qué es?

– Es una famosa competición de bicis. En Francia. Se desarrolla en partes o niveles o mangas o como se diga. Y hay un jersey amarillo.

– Es un buen comienzo -le dijo con tono algo burlón-. Y se dice «etapas», por cierto.

– No estoy tan puesta en deportes, pero por lo que he oído, eres digno de admiración.

Él enarcó las cejas, aunque no dijo nada.

– ¿Se puede vivir bien de ello? ¿De montar en bici?

– Se puede. El dinero del premio puede ser muy cuantioso. Un gran ciclista puede ganar hasta un millón.

– ¿De dólares?

– El Tour de Francia paga en euros.

– Es verdad -estaba sintiéndose algo mareada.

– Los patrocinadores ponen las sumas más importantes. Contratos multimillonarios -la miró-. Nos sí que pagan en dólares. O en yenes.

Un millón por aquí, un millón por allá. ¿De verdad importaba la moneda?

– Entonces, ¿tuviste mucho éxito?

– Podría decirse que sí.

– ¿Y vales millones?

– En un buen día, sí.

Como si el atractivo sexual, ese cuerpo increíble y su hermoso rostro ya no fueran suficientes.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó ella.

– ¿En el todoterreno o en Fool's Gold?

– En los dos sitios.

– Estoy enseñándote la zona porque Marsha me lo ha pedido y estoy en Fool's Gold porque vivo aquí. Me he retirado del ciclismo.

Ella se giró para mirarlo.

– ¿Retirado? Pero si apenas tienes treinta años.

– Es deporte para un hombre joven.

¿Cómo de joven? ¿Retirado? No parecía posible. Pensó si se habría lesionado, aunque no se lo preguntaría. Era algo demasiado personal.

– ¿A qué te dedicas ahora?

– Hago un poco de todo y me mantengo ocupado. Tengo unos cuantos negocios en la zona.

Ya estaban de vuelta en la ciudad y Josh conducía alrededor del lago donde había pequeños hoteles, unos cuantos hostales, restaurantes y casas de vacaciones. Al otro lado de la calle estaban las boutiques, una panadería y un parque.

– Angelo's tiene una comida italiana fantástica -dijo él señalando a la entrada de un gran restaurante-. Margaritaville tiene la mejor comida mejicana.

– ¿Se llama así por la canción de Jimmy Buffet?

– Por desgracia, sí. Evita pasarte con los margaritas a menos que seas una profesional. Acabarías cayéndote de espaldas.

– Gracias por el consejo, aunque yo soy más de tomarme una sola copa de vino.

Josh mencionó otros cuantos restaurantes, un par de bares y el restaurante para recoger la comida con el coche donde hacían las mejores patatas fritas y los mejores batidos. Todo ello la hizo alegrarse de haber aceptado el trabajo en Fool's Gold. Ojalá hubiera crecido en un lugar así, pensó con melancolía. Pero su madre habría odiado la ciudad, sobre todo el hecho de establecer vínculos y lazos.

A su madre le gustaba entrar y salir según le placía y siempre buscaba nuevas aventuras, sobre todo en lo que a hombres se refería.

Charity se había jurado que su vida sería diferente, que encontraría a alguien especial, se casaría y estaría con esa persona para siempre. Hasta el momento, no había tenido mucho éxito en ese aspecto, pero estaba decidida a seguir intentándolo.

En lugar de pararse a pensar demasiado en su asquerosa vida amorosa, preguntó:

– ¿Alguna vez habéis celebrado alguna carrera de bicis aquí?

– No. Se habló en una ocasión, pero no se llegó a hacer nada -miró por la ventanilla.

– ¿Y un acto benéfico para recaudar dinero para los niños?

– Ya no monto.

– ¿Nada?

Él negó con la cabeza.

Charity pensó que seguiría dando vueltas alrededor del lago, pero por el contrario Josh dio unos cuantos giros y antes de que ella pudiera darse cuenta de dónde se encontraba, ya estaban frente al ayuntamiento. El tiempo que habían pasado juntos había terminado bruscamente, como si ella hubiera hecho algo malo.

Y cuando él no apagó el motor, captó la indirecta.

– Gracias por el paseo -le dijo sintiéndose algo incómoda-. Muchas gracias por las molestias que te has tomado.

– De nada.

Ella vaciló, quería decir algo más, pero bajó del todoterreno y él se marchó sin pronunciar ni una palabra.

Charity se quedó en la acera mirándolo. ¿Qué había pasado? ¿Qué había dicho? Se sentía culpable aunque no estaba segura de por qué.

– Porque las hormonas no eran ya bastante complicación -murmuró con un suspiro.


La noche era fría y el cielo claro. No había luna que iluminara la carretera, pero eso no le importó a Josh. Se conocía cada bache, cada curva y no había peligro por parte de otros ciclistas porque él montaba solo. Tenía que hacerlo. Era el único modo de solucionar sus problemas.

A medida que subía la pendiente, pedaleaba con más fuerza, más deprisa, con la intención de acelerar su ritmo cardíaco y sentir la sangre bombear por su cuerpo, de quedar extenuado para poder dormir.

La oscuridad lo envolvía. A esa velocidad que llevaba lo único que oía era el sonido del viento y de los neumáticos sobre el pavimento. Tenía la piel fría y la camiseta mojada de sudor. Unas gafas le protegían los ojos y llevaba un casco. Aceleró hasta llegar a lo alto de la colina y al tramo de ocho kilómetros que lo llevaría de vuelta a la ciudad.

Esa era la única parte del camino que no le gustaba porque no había nada que lo entretuviera, nada que le mantuviera la mente ocupada y no le diera tiempo para pensar. Para recordar.

Sin querer, se vio de vuelta en Italia en la Milán-San Remo, o como los italianos la llaman, la Classica di Primavera, la Clásica de Primavera.

La carrera soñada para todo velocista, pero mortal para el velocista que no estuviera preparado para subir colinas. Era una de las carreras de un día más largas. Doscientos noventa y ocho kilómetros. Aquel año Josh se encontraba en la mejor forma de toda su vida y no podía perder.