Tal vez eso era lo que había salido mal, pensó mientras conducía más y más deprisa. Los dioses habían decidido que tanta arrogancia tenía que ser castigada, pero resultó que él no fue el único perjudicado.

Una carrera de bicis se basaba en las sensaciones: el sonido de la multitud, el del pelotón y el de la bici. Sentir la carretera, cómo ardían los músculos, el dolor del pecho al tomar aire. Un corredor o estaba preparado o no lo estaba y todo se reducía al talento, a determinación y a la suerte.

Él siempre había tenido suerte, tanto en la vida como en el amor… o mejor dicho en la pasión y el deseo… y en las carreras. Y aquel día había sido el más afortunado de todos.

Eso es lo que mostraron las fotografías. El destino había querido que alguien hubiera estado tomando imágenes de la carrera justo cuando sucedió el choque. Allí estaba la secuencia con total claridad. La primera bicicleta en caer y después la segunda.

Josh no iba en cabeza, había estado quedándose atrás deliberadamente para dejar que los demás se cansaran. Frank era joven, tenía veintipocos años, y ese era su primer año como velocista profesional. Josh se había esforzado al máximo para enseñar al joven, para ayudarlo. El entrenador de ambos le había dicho a Frank que hiciera lo que hiciera Josh y que así no se metería en problemas.

Su entrenador se había equivocado.

Las fotografías no captaron el sonido de aquellos momentos, pensó mientras iba cada vez más deprisa. El primero en caer había sido el chico situado a la derecha de Josh y él, más que oír lo que había sucedido, lo había sentido. Había sentido la intranquilidad en el pelotón y había reaccionado instintivamente, yendo primero a la izquierda y después a la derecha en un intento de separarse. Sólo había pensado en él; en aquel segundo se había olvidado de Frank, del chico inexperto que haría lo que él hiciera… O moriría intentándolo.

Iban a una velocidad de sesenta y ocho kilómetros por hora y en esas condiciones cualquier error supondría un desastre. Las imágenes mostraban la bicicleta situada junto a la de Frank chocándose contra él. Frank había perdido el control y había salido volando por los aires. Había caído sobre el pavimento a sesenta y cuatro kilómetros por hora. Se le partió la columna, se le desgarraron arterias y murió en cuestión de segundos.

Josh no recordaba qué le había hecho mirar atrás y romper una de las reglas más estrictas del ciclismo. Nunca hay que mirar atrás. Había visto a Frank salir volando con una inesperada elegancia de movimientos y durante un segundo había visto el miedo en sus ojos. Después, el cuerpo de su amigo había caído contra el suelo.

En ese momento se hizo un silencio. Josh estaba seguro de que la multitud había gritado, que los otros ciclistas habían hecho algún ruido, pero lo único que oyó él fue el sonido de su propio corazón latiendo en sus oídos. Se había dado la vuelta rompiendo la segunda regla del ciclismo. Había bajado de su bici y había corrido hasta el chico tendido en el suelo tan quieto. Pero ya era demasiado tarde.

Desde entonces, no había vuelto a participar en carreras. No podía. Había sido incapaz de entrenar con los miembros de su equipo. No por lo que ellos habían dicho, sino porque estar en el pelotón prácticamente lo hacía explotar de miedo.

Cada vez que se subía a su bici, veía el cuerpo de Frank tendido en el suelo. Cada vez que comenzaba a pedalear, sabía que él sería el siguiente, que la caída se produciría en cualquier momento. Se había visto obligado a tomarse un permiso de ausencia y a retirarse después dando la excusa de que estaba abriéndoles camino a los miembros más jóvenes del equipo, pero sospechaba que todo el mundo sabía la verdad: que ya no tenía agallas para seguir con su carrera.

Incluso ahora, únicamente montaba solo, en la oscuridad, donde nadie pudiera verlo. Donde nadie más que él pudiera resultar herido. Se enfrentaba a sus demonios en privado como los cobardes.

Ahora, según las luces de la ciudad se aproximaban y brillaban más, fue aminorando la marcha. Poco a poco, los fantasmas del pasado se disiparon hasta que fue capaz de volver a respirar. El entrenamiento había llegado a su fin.

Al día siguiente por la noche volvería a hacerlo: montaría en la penumbra, esperaría al último tramo y entonces reviviría lo sucedido. Al día siguiente por la noche volvería a odiarse a sí mismo sabiendo que si aquel día hubiera ido delante, Frank seguiría vivo.

Se salió de la carretera principal para dirigirse a un cobertizo situado detrás de la tienda de deportes que tenía. Entró y le dio un buen trago a la botella de agua que se había llevado. Después se quitó el casco, se puso los vaqueros y una camiseta y se cambió sus zapatillas por unas botas.

Estaba sudoroso y sonrojado cuando volvió al hotel. Si alguien lo veía pensaría que volvía de alguna cita nocturna y le parecía bien que lo imaginaran.

En cuanto al hecho de estar con una mujer… no había estado. No en casi un año. Después de su divorcio, se había acostado con algunas mujeres, pero no había encontrado placer en ello. Era como si no se le permitiera experimentar nada bueno; era como una penitencia por lo que le había sucedido a Frank.

Volvió al hotel caminando. Le pediría la cena al servicio de habitaciones, se daría una ducha y esperaría poder dormir.

Una vez en el vestíbulo evitó mirar a nadie de camino a las escaleras.

– ¡Ey, Josh! ¿Alguien que yo conozca?

Josh miró al hombre que le había hablado y lo saludó, pero siguió caminando. En ese momento no quería hablar con nadie.

Mientras subía notó que alguien bajaba las escaleras. Miró a su izquierda y vio a Charity que, por una vez, no llevaba uno de esos vestidos de señora mayor y chaquetas rectas, sino unos vaqueros y un jersey rosa. Con ello, pudo apreciar por encima unas largas piernas, una cintura fina y unos impresionantes pechos antes de alzar la mirada para encontrarse con unos fríos ojos.

Le gustaba Charity, la encontraba atractiva, inteligente y divertida. Bajo otras circunstancias, si fuera otra persona, la desearía.

No, eso no era así. Ya la deseaba. Si las cosas fueran diferentes, haría algo al respecto, pero no podía. Ella se merecía algo mejor.

Sabía lo que estaba pensando, lo que todo el mundo pensaba y eso era mejor que la verdad, se dijo cuando le lanzó una sonrisa y siguió caminando.


Charity odiaba sentirse como una estúpida, sobre todo cuando la única culpable era ella. Se había pasado el fin de semana trabajando porque era el único modo de dejar de pensar en Josh. Si no estaba distraída, se enfrentaba a un puñado de preguntas, todas ellas diseñadas para volverla loca.

Estaba cautivada por él de un modo que jamás habría esperado, de una forma que no le resultaba nada propio en ella y con una cierta obsesión. Pero no pasaba nada, con el tiempo lo superaría y se olvidaría de él. Durante el paseo que habían dado por la ciudad el viernes anterior, lo había pasado bien a su lado y se había mostrado divertido y encantador, lo cual era positivo. Pero algo había sucedido durante el paseo en coche. Él había cambiado y ella se había sentido frustrada al pensar que había hecho algo mal. Porque no lo había hecho. Eso lo sabía, aunque le costara hacérselo creer a sus hormonas que se habían pasado todo el fin de semana suspirando con dramatismo, deseando ver a ese hombre en cuestión. El viernes por la noche él había vuelto al hotel acalorado, cubierto de sudor y con un aspecto muy sexy que implicaba que había estado con alguien. Ni siquiera meterse en Internet y ver decenas de fotografías de él con otras mujeres la habían ayudado.

Podía entender estar coladita por un chico si hubiera estado en el instituto, pero tenía veintiocho años y ésa era una edad en la que se podría esperar un poco de madurez. Después de todo, en el pasado había tenido muchos desastres amorosos con hombres normales y simpáticos; hombres en los que había pensado que podía confiar. Si se había equivocado tanto con ellos, enamorarse de Josh no podía calificarse más que como una estupidez.

Poco antes de las diez del lunes por la mañana, Charity llenaba su taza de café y volvía a la gran sala de juntas de la tercera planta para celebrar su primera reunión en el ayuntamiento.

Ya había como una decena de personas sentadas alrededor de la mesa, todas ellas mujeres a excepción de Robert. Saludó a la alcaldesa, sonrió a Robert, y después tomó asiento.

Marsha le guiñó un ojo.

– Somos un poco menos formales que la mayoría de reuniones del consejo a las que habrás asistido, Charity. No seas dura con nosotros.

– No lo haré. Lo prometo.

– Bien. Bueno, ¿a quién no conoces? -le preguntó Marsha mientras se paseaba alrededor de la mesa presentando a todo el mundo.

Charity prestó atención mientras hacía todo lo posible por recordar los nombres. Pia entró corriendo cuando faltaba un minuto para que dieran las diez.

– Lo sé, lo sé -dijo con un gruñido-. Llego tarde. Buscad a otro para que os prepare las fiestas -se sentó al lado de Charity-. Hola. ¿Qué tal te ha ido el fin de semana? -le susurró.

– Bien. Tranquilo. ¿Y a ti?

Pia comenzó a pasar finas carpetas con una fotografía de la bandera estadounidense en la portada.

– He trabajado en las celebraciones para el Cuatro de Julio. Estaba pensando que podríamos mezclarlo este año y tener el desfile y la fiesta el día ocho.

Alice, la jefa de policía, volteó los ojos, pero la mujer que tenía a su lado, y que Charity pensó que podría llamarse Gladys, dejó escapar un grito ahogado.

– Pia, no puedes hacer eso. Es una fiesta nacional con una tradición que se remonta más de doscientos años atrás.

– Está bromeando, Gladys -dijo Marsha antes de suspirar-. Pia, no intentes hacerte la graciosa.

– No lo hago. Me sale de manera espontánea, igual que un estornudo.

– Pues saca un pañuelo de papel y contenlo -le dijo Marsha con firmeza.

– Sí, señora -Pia se inclinó hacia Charity-. Últimamente está de lo más mandona. Incluso Robert tiene miedo.

La mirada de Charity se posó en Robert, que parecía más animado que asustado. Él la miró y sonrió. Ella le devolvió la sonrisa esperando alguna clase de reacción, un destello en la mirada, un susurro, una ligera presión que pudiera interpretarse como un cosquilleo.

Pero no hubo nada.

– Esta mañana tenemos mucho trabajo -dijo Marsha-. Y un visitante.

– Visitantes -dijo otra mujer-. Eso siempre me hace pensar en las viejas series de ciencia ficción. Los visitantes. ¿No eran serpientes o lagartos debajo de su piel humana?

– Hasta donde yo sé, nuestro visitante es humano -dijo Marsha.

No había duda de que la alcaldesa era una mujer de paciencia infinita, pensó Charity mientras la reunión se desarrollaba y pasaban de un tema a otro.

– Ahora hablemos de la carretera que está volviéndose a pavimentar junto al lago -dijo Marsha-. Creo que alguien tiene preparado ese informe.

Trataron distintos temas. Charity hizo un breve resumen de la reunión con la universidad y el hecho de que la carta de intenciones hubiera sido firmada. Pia habló sobre la celebración del Cuatro de Julio que, en efecto, tendría lugar en la fecha apropiada y después tuvieron un descanso de cinco minutos.

Robert se levantó y se marchó. La puerta apenas se había cerrado tras él cuando Gladys se apoyó sobre la mesa para dirigirse a Charity.

– Saliste con Josh el otro día.

Charity no sabía si esas palabras eran una afirmación o una acusación.

– Nosotros… eh… Me llevó a dar una vuelta por la ciudad. La alcaldesa propuso la idea.

Marsha sonrió serenamente.

– Sólo intentaba hacer que te sintieras bienvenida.

– Pues no enviaste a Josh a que viniera a verme a mí -se quejó Gladys.

– Tú ya te sientes cómoda en la ciudad.

– ¿Cómo fue? -preguntó otra mujer. Era pequeñita, guapa y tendría unos cuarenta y tantos. ¿Renee, tal vez? ¿O se llamaba Michelle? Sonaba a francés, pensó Charity, deseando haber anotado los nombres a medida que iban diciéndolos.

– Lo pasé muy bien viendo toda la zona -dijo Charity-. Los viñedos son preciosos.

– No me refiero al paseo -dijo Renee/Michelle-, sino a Josh. Eres soltera, ¿verdad? ¡Oh! ¡Cuánto me gustaría pasar un rato dedicado exclusivamente a él!

– Algunas veces por la noche lo veo caminando por la ciudad todo acalorado y sudoroso -dijo Gladys con un ligero gemido.

– Lo sé -añadió alguien más.

Renee/Michelle miró hacia la puerta, como comprobando si Robert podía oírlas.

– Una vez vino al spa -se giró hacia Charity-. Regento un spa en la ciudad. Deberías venir a que te diera un masaje algún día.

– Um, claro -no podía creer que estuvieran hablando así de Josh.