Su primo le devolvió la sonrisa sin hacer ningún comentario al respecto, y eso la llevó a pensar que en parte era un hombre agradable. Nadie podía fingir esa expresión. Era un gesto que ponía de manifiesto lo mucho que había querido a su hermano, a pesar de que Jonathan le hubiera arrebatado el título que le pertenecía por orden de nacimiento.
– Constantine, durante la cena me has dicho que me enseñarías a montar a caballo -le recordó Kate-. Seguro que no puedes conseguirlo en un solo día. Tienes que quedarte más tiempo.
– Podría llevarnos una semana si no se te da muy bien -comentó el aludido-. Aunque estoy seguro de que no será así. Me quedaré hasta que seas una consumada amazona, Katherine.
– Eso nos complacerá a todos -afirmó Meg.
Vanessa se preguntó si el vizconde de Lyngate era consciente de que se estaba golpeando el muslo con los dedos de la mano derecha.
¿Por qué estarían enemistados?, se preguntó. ¿Siempre lo habían estado?
La intención de Elliott era la de empezar con la educación de Merton a la mañana siguiente de su llegada a Warren Hall. Tenía asuntos que atender en Finchley Park, su casa solariega, emplazada a unos siete kilómetros de la propiedad de los Merton. Además, estaba ansioso por volver a casa, aunque tendría que visitar con asiduidad Warren Hall durante unos cuantos meses. Había muchas cosas por hacer.
Su intención era que Merton conociera a su administrador, Samson, un hombre muy competente que su padre había contratado hacía dos años. Su intención era pasar la mañana en la mansión, explicándole una serie de cosas al muchacho en el despacho de Samson. Y después, por la tarde, salir con el joven conde y el administrador para visitar la granja que abastecía a la mansión y otros lugares de especial importancia para la administración de la propiedad.
Su intención era pasar todo el día ocupado con el muchacho. No tenían tiempo que perder.
Sin embargo, después del desayuno, Merton le comunicó que Con había accedido a enseñar a los recién llegados la mansión y los jardines.
El recorrido se prolongó durante toda la mañana.
Y después del almuerzo Merton le dijo que Con le había prometido acompañarlo en un paseo a caballo por la propiedad y las tierras de labor, y también presentarlo a los trabajadores y a algunos de los arrendatarios.
– Es muy amable de su parte que se preste a perder todo un día por mi culpa -dijo Merton-. ¿Nos acompañará?
– Yo me quedaré -respondió Elliott con sequedad-. Pero mañana tendrás que reunirte con Samson, tu administrador. Yo también estaré presente.
– Por supuesto -le aseguró Merton-. Necesito enterarme de muchas cosas.
Sin embargo, a la mañana siguiente fue a buscarlo, y lo descubrió acompañado de Con y del encargado de los establos visitando las cuadras, familiarizándose con todos los caballos y con aspecto de estar pasándoselo en grande. Y después, cómo no, tuvo que subir a cambiarse antes de ir al despacho.
– A Meg no le gusta que huela a caballo dentro de la casa -explicó-. Se molesta mucho si detecta el más leve olor a estiércol en mi persona.
El muchacho, ciertamente, se mantuvo muy atento mientras escuchaba la ingente cantidad de información que recibió en el despacho durante las pocas horas de las que dispuso antes del almuerzo, y demostró una disposición admirable a la hora de aprender, además de hacer una gran cantidad de preguntas inteligentes. No obstante, después del almuerzo anunció que Con iba a llevarlo a conocer al vicario, a los Grainger y a algunas de las familias más importantes de la zona.
– Es digno de agradecer que se muestre dispuesto a hacerlo -comentó el muchacho-. Podría estar resentido conmigo. Sin embargo, está esforzándose por ser amable. Mañana va a llevar a mis hermanas al lago para dar un paseo en barca, siempre que el tiempo no empeore. Supongo que yo también iré, así que podemos usar dos barcas. Puede venir con nosotros si quiere.
Elliott declinó la invitación.
Todas las noches después de la cena Con charlaba poniendo de manifiesto un encanto que el vizconde conocía muy bien. Siempre había sido capaz de cautivar a las personas de todas las edades y de ambos sexos cuando le apetecía. Era una habilidad que a ambos les hacía mucha gracia. Y que siempre se le había dado mejor a Con que a él.
Por supuesto, a Con no le importaban en lo más mínimo sus recién descubiertos primos. O en el caso de que sí le importaran, no lo guiaba el cariño ni muchísimo menos. ¡Por el amor de Dios! Eran unos perfectos desconocidos que habían salido de la nada para echarlo de su propia casa o, cuanto menos, para hacerle sentirse como si fuera un invitado. Seguramente los odiaba con todas sus fuerzas.
Se había quedado en Warren Hall con el único propósito de irritarlo.
El problema era que se conocían a la perfección. Con sabía lo que tenía que hacer para irritar al que fuera su mejor amigo en otro tiempo. Y Elliott sabía muy bien lo que pensaba Con.
La mañana del paseo en barca, Elliott se encontraba junto a la ventana del dormitorio de invitados que ocupaba cuando vio que Con salía por la puerta principal, tras lo cual atravesó la terraza y bajó los escalones por los que se accedía al jardín.
Elliott ya estaba vestido. De hecho, había pensado salir a cabalgar. Sin embargo, había llegado el momento de que Con y él mantuvieran una conversación lejos del resto de los habitantes de la casa. Merton era joven e impresionable. Sus hermanas eran inocentes e ingenuas. Con había manipulado a Jon con mucho éxito, dificultando de forma extraordinaria su labor como tutor. No estaba dispuesto a dejar que manipulara al nuevo conde de la misma manera.
De modo que salió en pos de Con. Había abandonado el jardín por la izquierda, según comprobó desde la ventana antes de abandonar su habitación. Eso quería decir que no se dirigía ni al lago ni a los establos. Su destino era evidente.
Se dirigió a la capilla privada de la familia y al cementerio que la rodeaba. Y sí, allí estaba al pie de la tumba de Jonathan.
Por un instante se arrepintió de haberlo seguido. Si era un momento íntimo, no quería entrometerse. Pero no tardó en sentir que la rabia se apoderaba de él. Porque aunque Con había querido a Jonathan, también se había aprovechado de él de la peor manera posible, robándole y mancillando la reputación de la familia. Lo mismo daba que Jonathan ignorara lo sucedido o no lo comprendiera a pesar de haberle explicado los hechos. Esa no era la cuestión.
Y en ese instante perdió la oportunidad, en el caso de quererla, de marcharse sin ser visto. Con volvió la cabeza y lo miró fijamente. Sin sonreír. No tenía una audiencia a la que hechizar.
– Elliott, ¿no te basta con meterte en casa de mi padre y de mi hermano (y de mi primo) y empezar a dar órdenes como si fuera tuya? ¿También tienes que invadir el cementerio donde están enterrados?
– Nunca discutí con ellos -le recordó-. Y por suerte para ti, ellos tampoco discutieron contigo. Están todos muertos. Pero me sorprende que te atrevas a pisar suelo sagrado. Porque ellos sí discutirían contigo si estuvieran vivos y supieran lo que yo sé.
– Lo que crees saber. -Con soltó una carcajada amarga-. Te has convertido en un pedante mojigato, Elliott. Antes no lo eras.
– Antes cometí muchas locuras, sí -admitió-. Pero nunca fui un sinvergüenza, Con. Nunca renuncié a mi honor.
– Vuelve a la casa mientras te queden todos los dientes intactos -le advirtió Con-. Mejor aún, vuelve a Finchley Park. El polluelo se las apañará muy bien sin tu intervención.
– Pero con la tuya perderá lo que quede de su herencia -replicó-. No he venido para discutir contigo, Con. Márchate hoy mismo. Si te queda un mínimo de decencia, vete y deja tranquila a esta gente. Son inocentes. No saben nada.
Con hizo una mueca burlona.
– Le tienes echado el ojo a una de ellas, ¿no, Elliott? -le preguntó-. La mayor es una perita en dulce, ¿verdad? La pequeña también está para comérsela. Incluso la viuda tiene su encanto. Esos ojos risueños son bonitos. ¿Cuál te gusta? Supongo que estás pensando en ser un buen chico, en casarte pronto y tener hijos enseguida. Sería muy conveniente que te casaras con una Huxtable de Warren Hall.
Respondió acercándose de forma amenazadora.
– Más te vale no ser tú quien le echa el ojo a alguna -le advirtió-. Sabes que no lo toleraría. No merecen a alguien de tu calaña.
Con volvió a hacer una mueca desdeñosa.
– Me encontré a Cecily la semana pasada -dijo Con-. Había salido a cabalgar con los Campbell. Me dijo que este año sería su presentación en sociedad. Me invitó a su baile de presentación. Va a reservarme una pieza. La dulce y pequeña Cecé… se ha convertido en toda una belleza.
Elliott apretó los puños a los costados y dio otro par de pasos hacia Con.
– No irás a darme un puñetazo, ¿verdad, Elliott? -Preguntó su primo al tiempo que enarcaba una ceja y soltaba una carcajada-. Ha pasado una eternidad desde la última vez que nos peleamos. Creo que fue cuando me rompiste la nariz… aunque también creo recordar que te hice sangrar como un cerdo y te puse un ojo morado. Vamos, ven a por mí. Si buscas pelea, aquí me tienes. De hecho, ni siquiera esperaré a que tú des el primer paso. Siempre te costó arrancar.
Al escucharlo, Elliott acortó la distancia que los separaba y le asestó un puñetazo en la cara… que habría dado en el blanco si Con no hubiera desviado el golpe con el antebrazo, de manera que su puño le pasó rozando la oreja. Con le devolvió el golpe, pero solo atinó a darle en el hombro en vez de hacerlo en la barbilla, como había sido su intención.
Se separaron con los puños en alto y empezaron a trazar un círculo mientras buscaban un punto débil en la defensa de su rival. Estaban listos para la pelea aunque ni siquiera se habían quitado las chaquetas.
Eso era lo que había estado buscando desde hacía mucho tiempo, comprendió Elliott, un tanto entusiasmado muy a su pesar. Ya era hora de que alguien le diera a Con su merecido. Además, siempre había sido mejor que él con los puños, por muy cierto que fuese que en una ocasión Con le puso un ojo morado y lo hizo sangrar por la nariz… ¡aunque ni mucho menos como un cerdo!
En ese momento vio dónde flaqueaba su defensa…
– ¡Por favor, no! -Exclamó una voz a su espalda-. Con la violencia no se consigue nada. ¿No pueden hablar para resolver sus diferencias?
La voz de una mujer.
Diciendo una sarta de tonterías.
La voz de la señora Dew. ¡Cómo no!
Con dejó caer los puños y sonrió.
Él volvió la cabeza y la fulminó con la mirada.
– ¿Hablar? -repitió él-. ¿¡Hablar!? Me veo obligado a ordenarle que dé media vuelta y regrese a la casa, y que se quede allí, porque este asunto no le concierne, señora.
– ¿Para que puedan hacerse daño el uno al otro? -replicó ella, que siguió acercándose-. Los hombres son muy tontos. Creen que son el sexo superior, pero siempre que tienen una diferencia, ya sea entre dos hombres, entre dos grupos de hombres o entre dos países gobernados por hombres, solo se les ocurre pelear para solucionarla. Una pelea, una guerra viene a ser lo mismo.
¡Por el amor de Dios!
Supuso que se había vestido a toda prisa. No llevaba ni guantes ni bonete, y tenía el pelo recogido en un moño medio deshecho en la nuca. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes.
Era la mujer más abominable que había tenido la desgracia de conocer.
– Tienes razón, Vanessa -dijo Con, incapaz de disimular la risa-. Yo siempre he creído que el sexo femenino es el superior. Pero debes entender que a los hombres nos encanta una buena pelea.
– No vas a convencerme de que es un enfrentamiento amistoso -le aseguró ella-. Porque no lo es. Por algún motivo os odiáis… o creéis que lo hacéis. Si os sentarais a hablar, tal vez podríais solucionar este malentendido con más facilidad de la que pensáis y volveríais a ser amigos. Supongo que una vez lo fuisteis. Habéis crecido a pocos kilómetros de distancia y sois primos de edades muy parecidas.
– Si Elliott está de acuerdo, nos daremos un beso y haremos las paces -dijo Con.
– Señora Dew, su impertinencia no conoce límites -comentó Elliott-. De todas formas, siento mucho haber estropeado su paseo. Permítame acompañarla de vuelta a la casa.
La fulminó con la mirada para dejarle claro que era muy consciente de que no estaba dando un paseo como acababa de decir. Al igual que él, había estado mirando por la ventana y los había visto salir de la mansión. La señora Dew, como buena metomentodo que era, había sacado sus propias conclusiones y los había seguido.
– No me moveré hasta que me aseguren, los dos, que no se pelearán más tarde, mañana o cualquier otro día, cuando yo no esté presente para detenerlos -sentenció sin moverse del sitio y con voz firme.
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